Tuesday, July 29, 2008

Pablo VI ante los 30 años de su muerte.

Se cumplen 30 años de la muerte de Pablo VI
Fernando Pascual

fpa@arcol.org





El 6 de agosto de 2008 se cumplen 30 años de la muerte del Papa Pablo VI, y vale la pena evocar su figura y su pontificado.



Giovanni Battista Montini había nacido en 1897 en el norte de Italia. Recibió la llamada al sacerdocio y dio su sí generoso. Dios permitió que su camino estuviese marcado por una salud enfermiza, pero ello no le impidió llegar a recibir la ordenación sacerdotal en 1920.



Sufrió intensamente los años difíciles que vivía Italia después de la I Guerra Mundial. La juventud y la sociedad soportaba el calvario producido a causa de las disputas y luchas entre socialistas, laicistas y fascistas. La dictadura de Mussolini le llevó a grandes dolores, sobre todo al ver cómo la Iglesia era sometida a presiones e injusticias de todo tipo.



En 1923 fue enviado a trabajar en la nunciatura en Varsovia, pero pronto regresó a Roma, y pudo colaborar con el Papa Pío XI en diversos encargos. La colaboración continúo durante el pontificado de Pío XII, primero en los años difíciles de la II Guerra mundial, luego en la postguerra.



Fue nombrado por el Papa pro-secretario de Estado, y en 1954 recibió la misión de ser arzobispo de Milán. Allí permaneció casi 10 años. El Beato Juan XXIII lo hizo cardenal en 1963. Además, participó activamente y a veces de modo decisivo en las discusiones del Concilio Vaticano II.



Tras la muerte de Juan XXIII, Montini fue al cónclave, y ya no pudo regresar a su amada diócesis de Milán: había sido elegido Papa.



Tomó como nombre el de Pablo. Y como Pablo empezó una tradición que era también una aventura: los viajes internacionales para predicar el Evangelio. Europa, Asia, África, América, Oceanía, pudieron ver al Papa más de cerca, y escuchar de sus labios una confesión continua y ardiente de amor a Jesucristo. La tradición y la aventura se hicieron una praxis “normal” con Juan Pablo II, y siguen, en la medida en que se lo permite su edad y su saludo, con Benedicto XVI.



En su viaje a Filipinas (noviembre de 1970) explicó el sentido de sus viajes apostólicos, que coincidía plenamente con el de corazón de san Pablo:



“¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros”.



Fue especialmente emocionante su viaje a Tierra Santa (enero de 1964), en el que llegó a mezclarse literalmente entre una multitud confusa y fervorosa de cientos de personas que quería estar cerca del Papa.



Otro momento clave de su pontificado fue el abrazo fraterno con el patriarca de Constantinopla, Atenágoras I, el 7 de diciembre de 1965 (un día antes de clausurar el Concilio Vaticano II). El abrazo estaba unido a una declaración conjunta que levantaba las condenas entre católicos y ortodoxos.



Pablo VI publicó documentos importantes para la vida de la Iglesia. Presentó las líneas generales de su pontificado en su primera encíclica, Ecclesiam suam (1964), en la que, entre otros temas, explicó el verdadero sentido del diálogo y su necesaria vinculación con la verdad. Habló del sentido genuino del matrimonio y de los peligros del uso de los anticonceptivos en la encíclica Humanae vitae (1968). Defendió la justicia social y el correcto sentido del desarrollo en otra encíclica, Populorum progressio (1967). Expuso el sentido de la catequesis y de la evangelización en la exhortación postsinodal Evangelii nuntiandi (1975). Habló de la devoción a la Virgen María en la exhortación Marialis cultus (1974). Defendió y refrendó la validez del celibato en la encíclica Sacerdotalis caelibatus (1967).



En 1978 sufrió en lo más íntimo de su corazón el drama de un amigo personal, Aldo Moro, un importante político italiano que había sido secuestrado por un grupo terrorista de izquierdas. Pablo VI imploró en público, con la emoción en la garganta, su liberación. Su súplica no fue acogida, y su amigo fue vilmente asesinado por los terroristas.



Ese año desembocó en el final de su camino terreno. Muchos recordamos aquel domingo 6 de agosto de 1978 en el que se sucedían las noticias sobre la salud de Pablo VI, hasta que antes de la noche el mundo supo que el Papa había muerto.



Valgan, como recuerdo de su persona y de su pontificado, unas líneas de una meditación manuscrita del Papa Montini y publicada sólo un año después de su muerte, en las que expresa su profundo amor a Cristo y a la Iglesia.



“Ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para la Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer.



Quisiera finalmente abarcarla toda en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su consistencia humana e imperfecta, en sus desdichas y sufrimientos, en las debilidades y en las miserias de tantos hijos suyos, en sus aspectos menos simpáticos y en su esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo místico de Cristo.



Querría abrazarla, saludarla, amarla, en cada uno de los seres que la componen, en cada obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla. También porque no la dejo, no salgo de ella, sino que me uno y me confundo más y mejor con ella: la muerte es un progreso en la comunión de los Santos” (Meditación ante la muerte).■

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