Sunday, October 29, 2006

Es perverso el halloween, en realidad?


de P. Roberto Mena, S.T.

Año Nuevo de los Celtas
El 31 de octubre es el día más importante en el año satánico. Marca el Año Nuevo de los Celtas,antiguo pueblo de Gran Bretaña. En esta fecha terminaba la época de las cosechas. Ellos tenían las siguientes creencias:
- Hasta el 31de octubre reinaba Baal, dios celta de la primavera y el verano.
- Desde el 1º de Noviembre reinaba Sanhaim, el dios de la muerte.

El 31 de octubre de noche, era un intervalo entre los dos reinados. Las barreras entre lo natural y lo sobrenatural dejaban de existir y los muertos aprovechaban para deambular por el mundo de los vivos, a veces interfiriendo violentamente sus asuntos. Por este motivo el festival del 31 de octubre era considerado el "Festival de la Muerte".

De ahí también los colores de esta festividad: el naranja representa al otoño, y el negro, representa a la muerte. En este día, el dios de los celtas llamaba a los espíritus de los malvados que habían muerto en ese año. La noche del 31 de Octubre, era una noche de horror para el pueblo celta. Era el momento de los sacrificios humanos.

Hombres, mujeres, ancianos y niños eran llevados a la fuerza y encerrados en grandes cajones de madera y paja. Allí los sacerdotes les prendían fuego. Luego de estos sacrificios, los sacerdotes tenían una comida de acción de gracias, junto a las cenizas.

Los Druidas

Los celtas tenían sacerdotes satánicos, llamados Druidas. Los druidas existían en Gran Bretaña, Roma y Grecia. El 31 de Octubre los Druidas iban de casa en casa, demandando ciertas comidas, y aquellos que se las negaban eran maldecidos.

En sus recorridas, los Druidas llevaban grandes nabos que habían sido previamente vaciados y tallados con formas de caras y emblemas satánicos. Se creía que cada nabo contenía al espíritu del demonio que dirigía o guiaba personalmente al sacerdote, era su pequeño dios.

Se usaban vestimentas para ocultar la identidad del druida que amenazaba a la gente con maldiciones, si no le daban la comida que requería.

Los que practicaban la adivinación sabían que esta era la noche en que tenían más éxito. Invocaban a Satanás para que los ayudara en sus esfuerzos.

Estas cosas ocurrían ya varios siglos antes de Cristo. Se hacían sacrificios a los dioses, especialmente al dios de la muerte. Los sacrificios eran de todo tipo, desde vegetales hasta de seres humanos.

Esto se siguió practicando durante siglos, en algunos lugares hasta el día de hoy. En el siglo octavo el Papa Gregorio III en un esfuerzo por que la gente dejara de realizar este festival al dios de la muerte, trasladó el Día de Todos los Santos del 13 de Mayo al 1º de Noviembre. El Día de Todos los Santos honraba a los mártires de la persecución de Roma.

El nombre Halloween proviene del hecho mencionado anteriormente. Todos los Santos en inglés era "All Hallow", o "all holy". Con el tiempo se le agregó la terminación "en", una abreviatura de "evening" (anochecer) y de "eve" que significa víspera. De allí el nombre "Halloween".

América del Norte desde su colonización fue declarada una tierra donde se respetaría todas las creencias religiosas. Esto abría las puertas para que las fiestas de los druidas fueran implantadas allí.

Sin embargo no fue hasta 1848, cuando debido a una gran hambruna que sobrevino en Irlanda, y millones de irlandeses emigraron a Norteamérica, cuando esta costumbre se implantó en el Nuevo Mundo.

Los irlandeses trajeron con ellos las festividades Druidas. En América encontraron un elemento que no tenían en el Viejo Mundo y lo incorporaron a las festividades: las calabazas. Las vaciaban y convertían en linternas, con velas adentro, con las que iluminaban sus reuniones. Una práctica que sigue hasta hoy.

El 31 de Octubre es el día que esperan todos los satanistas y ocultistas del mundo entero para dar honor a Satanás y para orarle a él pidiendo la caída de la Iglesia de Cristo Jesús y la destrucción de las familias. Es la noche del sacrificio humano a Satanás.
No es un día de una celebración inofensiva, mediante el cual por ignorancia permitimos que nuestros hijos participen.

Hay países (cada vez más) en que a los niños se los disfrazan de demonios, brujas, fantasmas y salen a la calle cuando ya está oscuro, a repetir los que hacían los Druidas: pedir comida, solo que ahora piden golosinas y en vez de maldiciones, amenazan con travesuras. Aunque uno participe sin mala intención... ¿qué necesidad hay de apoyar a los satánicos con sus tradiciones y costumbres si uno es hijo de Dios?

Alternativas

Sin embargo, si es absolutamente indispensable hacer algo, por ejemplo para evitar que los niños se sientan excluidos o castigados sin culpa de ellos, lo mejor es asociarse con otras personas, preferiblemente creyentes, y buscar alternativas sanas.

En algunos lugares, por ejemplo, hacen fuertes vigilias de oración, en estilo carismático. Se logra así, por una parte, que la gente se conscientice de los males que el Halloween puede estar causando en muchos lugares; por otra parte, el ambiente dinámico, festivo y con un profundo toque emocional nos preparar a todos para la cleebración importante, que es la del 1° de Noviembre.

En el mismo estilo, es una buena idea invitar a los niños a disfrazarse de santos, profetas, o personajes de la Biblia. Una reunión así, con un buen número de niños, es una catequesis y es un tiempo grato y tranquilo para los papás.


En la Santísima Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.

Saturday, October 28, 2006

1 y 2 de Noviembre. Que significan?

De P. Roberto Mena

Desde hace más de un milenio -a partir del siglo IX-, la Iglesia Católica celebra el 1 de noviembre la solemnidad litúrgica de Todos los Santos, día de precepto. En ese mismo contexto celebrativo y temporal, los monjes benedictinos de la célebre abadía de Cluny, comenzaron también a celebrar al día siguiente -2 de noviembre- la conmemoración de los fieles difuntos, que pronto se extendió por toda la Iglesia y en el siglo XIV tenía también lugar en Roma.

Ambas están unidas por el denominador común de la vida eterna después de la vida terrena. Ambas han sido y siguen siendo muy populares hasta el que punto que el mes de noviembre es el mes de las ánimas, tiempo propicio, pues, para rezar por los difuntos y para reflexionar sobre la llamada doctrina de la Iglesia de los "Novísimos" o Escatología, que no es sino el dogma cristiano de la resurrección de los muertos y la respuesta al sentido de la vida y de la muerte.

1 de noviembre: Todos los Santos

El miércoles 1 de noviembre es la solemnidad litúrgica de Todos los Santos. Se trata de un popular y bien sentida fiesta cristiana, que al evocar a quienes nos han precedido en el camino de la fe y de la vida, gozan ya de la eterna bienaventuranza, son ya -por así decirlo- ciudadanos de pleno derecho del cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos. Esta solemnidad litúrgica, la Iglesia englobaba a todos los santos. Si durante el resto del año litúrgico se nos ofrecen las memorias de distintos y conocidos santos, en la fiesta del 1 de noviembre protagonistas, sobre todo, los santos anónimos, los santos desconocidos, los santos del pueblo, los santos de nuestras familias; santos, en definitiva, con rostro tan cercano hasta el punto se que no hay duda de que entre los santos del 1 de noviembre se incluyen amigos, paisanos, conocidos y familiares.

¿Y qué es ser santo? Afirmaba días atrás el Papa Benedicto XVI: "El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo".

Santos de carne y hueso Hace ya unos años el sacerdote y músico español Cesáreo Gabaraín, autor, por ejemplo, del popular "Tú has venido a la orillas", compuso una canción en la que nos describía lo que es la santidad. Decía la letra de la canción: "Un santo no es un ángel, es hombre de carne y hueso, que sabe levantarse y volver a caminar. El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que más bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha cada día pues vive para amar".

Además, la fiesta de Todos los Santos, es también una llamada apremiante a que vivamos todos nuestra vocación a la santidad según nuestros propios estados de vida, de consagración y de servicio. En este tema insistió mucho el Concilio Vaticano II, de cuya clausura se celebran ahora los 40 años. El capítulo V de su Constitución dogmática "Lumen Gentium" lleva por título "Universal vocación a la santidad en la Iglesia".

La santidad no es patrimonio de algunos pocos privilegiados. Es el destino de todos, como fue, como lo ha sido para esa multitud de santos anónimos a quienes hoy celebramos. Recordémoslo: "Un santo no es un ángel, es hombre de carne y hueso, que sabe levantarse y volver a caminar. El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que más bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha cada día pues vive para amar".

2 de noviembre: los fieles difuntos

El jueves 2 de noviembre es el día de la conmemoración de los fieles difuntos. Nuestros cementerios y, sobre todo, nuestro recuerdo y nuestro corazón se llenan de la memoria, de la oración ofrenda agradecidas y emocionadas a nuestros familiares y amigos difuntos. La muerte es, sin duda, alguna la realidad más dolorosa, más misteriosa y, a la vez, más insoslayable de la condición humana. Como afirmara un célebre filósofo alemán del siglo XX, "el hombre es un ser para la muerte".

Sin embargo, desde la fe cristiana, el fatalismo y pesimismo de esta afirmación existencialista y real, se ilumina y se llena de sentido. Dios, al encarnarse en Jesucristo, no sólo ha asumido la muerte como etapa necesaria de la existencia humana, sino que la ha transcendido, la ha vencido. Ha dado la respuesta que esperaban y siguen esperando los siglos y la humanidad entera a la nuestra condición pasajera y caduca. La muerte ya no es final del camino. No vivimos para morir, sino que la muerte es la llave de la vida eterna, el clamor más profundo y definitivo del hombre de todas las épocas, que lleva en lo más profundo de su corazón el anhelo de la inmortalidad.

En el Evangelio y en todo el Nuevo Testamento encontramos la luz y la respuesta a la muerte. Las vidas de los santos y su presencia tan viva y tan real entre nosotros, a pesar de haber fallecido, corroboran este dogma central del cristianismo que es la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro, a imagen de Jesucristo, muerto y resucitado. Morir se acaba Meses antes de fallecer, en junio de 1990, ya muy visitado por la hermana enfermedad, el periodista, sacerdote, escritor y poeta José Luis Martín Descalzo, escribió, con jirones de su propio cuerpo y de su propia alma, versos bellísimos y tan cristianos sobre la muerte.

Dicen así: "Morir sólo es morir. Morir se acaba./Morir es una hoguera fugitiva./Es cruzar una puerta a la deriva/y encontrar lo que tanto se buscaba./Acabar de llorar y hacer preguntas,/ver al Amor sin enigmas ni espejos;/descansar de vivir en la ternura;/tener la paz , la luz, la casa juntas/y hallar, dejando los dolores lejos,/la Noche-luz tras tanta noche oscura".

En la Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.

Tuesday, October 17, 2006

Mensaje del PAPA BENEDICTO EN EL DOMUND


1. La Misión, orientada por la caridad
La Jornada Misionera Mundial, que celebraremos el domingo 22 de octubre próximo, ofrece la oportunidad de reflexionar este año sobre el tema: “La caridad, alma de la misión”.

La misión, si no es orientada por la caridad, es decir, si no nace de un profundo acto de amor divino, corre el riesgo de reducirse a una mera actividad filantrópica y social. Efectivamente, el amor que Dios nutre por cada persona, constituye el núcleo de la experiencia y del anuncio del Evangelio, y todos cuantos lo acogen se convierten a su vez en testigos. El amor de Dios que da vida al mundo es el amor que nos ha sido dado en Jesús, Palabra de salvación, icono perfecto de la misericordia del Padre celestial.

Se podría sintetizar bien el mensaje de salvación con las palabras del evangelista Juan: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9).

Después de su resurrección, Jesús confió a los discípulos el mandato de difundir el anuncio de este amor, y los Apóstoles, transformados interiormente por la fuerza del Espíritu Santo el día de Pentecostés, comenzaron a dar testimonio del Señor muerto y resucitado.

Desde entonces, la Iglesia continúa esta misma misión, que constituye para todos los creyentes un compromiso irrenunciable y permanente.



2. Cristo en la cruz manifiesta qué es el amor
Toda comunidad cristiana está llamada, pues, a dar a conocer a Dios que es Amor. Sobre este misterio fundamental de nuestra fe he querido detenerme a reflexionar en la Encíclica “Deus Caritas est”. Dios impregna con su amor la entera creación y la historia humana. Al origen, el hombre salió de las manos del Creador como fruto de una iniciativa de amor.

Después, el pecado ofuscó en él la huella divina. Engañados por el maligno, los progenitores Adán y Eva rompieron la relación de confianza con su Señor, cediendo a la tentación del maligno que infundió en ellos la sospecha de que Él era un rival que pretende limitar su libertad. Así, al amor gratuito divino, se prefirieron a sí mismos, convencidos de que de tal manera afirmaban su libre albedrío. La consecuencia fue que terminaron por perder la felicidad originaria, y gustaron la amargura de la tristeza del pecado y de la muerte. Pero Dios no les abandonó, y les prometió la salvación, a ellos y a sus descendientes, preanunciando el envío de su Hijo unigénito, Jesús, que revelaría, en la plenitud de los tiempos, su amor de Padre, un amor capaz de rescatar cada criatura humana de la esclavitud del mal y de la muerte. Por tanto, en Cristo nos ha sido comunicada la vida inmortal, la misma vida de la Trinidad.

Gracias a Cristo, buen Pastor que no abandona la oveja descarriada, se da a los hombres de cada tiempo la posibilidad de entrar en la comunión con Dios, Padre misericordioso pronto a volver a acoger en la casa al hijo pródigo. Signo sorprendente de este amor es la Cruz. En la muerte en cruz de Cristo –he escrito en la Encíclica Deus caritas est– “se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical.

Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar” (n. 12).



3. El amor, fuerza y único criterio de la Misión
La víspera de su pasión, Jesús dejó como testamento a los discípulos, reunidos en el Cenáculo para celebrar la Pascua, el “mandamiento nuevo del amor – madatum novum”: “Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 17). El amor fraterno que el Señor pide a sus “amigos” encuentra su manantial en el amor paterno de Dios. Observa el apóstol Juan: “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4, 7).

Así pues, para amar según Dios es necesario vivir en Él y de Él: Dios es la primera “casa” del hombre, y sólo quien vive en Él arde con un fuego de caridad divina en grado de “incendiar” el mundo. ¿No es ésta, quizás, la misión de la Iglesia en todo tiempo? No es difícil comprender entonces que la auténtica solicitud misionera, empeño primario de la Comunidad eclesial, se encuentra unida a la fidelidad al amor divino, y esto es válido para cada cristiano, para cada comunidad local, para las Iglesias particulares y para todo el Pueblo de Dios.

Precisamente, de la conciencia de esta misión común toma fuerza la generosa disponibilidad de los discípulos de Cristo para realizar obras de promoción humana y espiritual, que testimonian, como escribía el amado Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris missio, “el espíritu de toda la actividad misionera: El amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misión, y es también el único criterio según el cual todo debe hacerse y no hacerse, cambiarse y no cambiarse.

Es el principio que debe dirigir toda acción y el fin al que debe tender. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno” (n. 60). Ser misioneros significa, pues, amar a Dios con todo lo que uno es, hasta dar incluso, si es necesario, la vida por Él. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, también en este tiempo actual, le han rendido el testimonio supremo de amor con el martirio! Ser misioneros es inclinarse, como el buen Samaritano, sobre las necesidades de todos, especialmente de los más pobres y necesitados, porque quien ama con el amor de Cristo, no busca el propio interés, sino únicamente la gloria del Padre y el bien del prójimo.

Se encuentra aquí el secreto de la fecundidad apostólica de la acción misionera, que traspasa las fronteras y las culturas, llega a los pueblos y se difunde hasta los extremos confines del mundo.



4. El testimonio del amor concierne a todos
Queridos hermanos y hermanas, que la Jornada Misionera Mundial sea ocasión propicia para comprender cada vez mejor que el testimonio del amor, alma de la misión, concierne a todos. Servir el Evangelio no puede considerarse como una aventura solitaria, sino el empeño que cada comunidad comparte.

Junto con los que se encuentran en la primera línea de las fronteras de la evangelización –y pienso aquí con reconocimiento en los misioneros y las misioneras– otros muchos, niños, jóvenes y adultos, con la oración y su cooperación de maneras diferentes, contribuyen a la difusión del Reino de Dios en la tierra. El deseo es que esta comparticipación crezca cada vez más gracias a la aportación de todos.

Aprovecho con gusto esta circunstancia para manifestar mi gratitud a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y a las Obras Misionales Pontificias [O.M.P.], que con entrega coordinan los esfuerzos que se realizan en todo el mundo para apoyar la actividad de todos cuantos se encuentran en la primera línea de las fronteras misioneras.

La Virgen María, que con su presencia al pie de la Cruz y su oración en el Cenáculo ha colaborado activamente en los inicios de la misión eclesial, sostenga su acción, y ayude a los creyentes en Cristo a ser cada vez más capaces de un amor verdadero, para que en un mundo espiritualmente sediento se conviertan en manantial de agua viva.
Formulo este deseo de corazón, mientras envío a todos mi Bendición.

Benedicto XVI Vaticano, 29 de Abril de 2006

Las Sorpresas de Dios.


Por Padre Roberto Mena, S.T.

En la vida hay momentos que nos hacen reflexionar y estos son habituales. Ya desde nuestro nacimiento sentimos que nos acosan circunstancias gozosas y otras dolorosas. Con el correr del tiempo se agolpan muchas preguntas en un niño, en un preadolescente, en un joven, en una persona de mediana edad y en un anciano. Son preguntas distintas según la edad. Las respuestas a veces son fáciles pero hay otras que son más difíciles. Y las más difíciles son las preguntas que hacemos a Dios y todas van en relación con los sufrimientos, las catástrofes y los incomprensibles sinsabores.

Dios nunca responde, está en silencio. La fe nos dice que Dios no responde como nosotros esperamos puesto que él es la verdadera respuesta. De ahí que nos sorprende su forma de comportarse con nosotros.

Las sorpresas de Dios son tantas como la infinitud de preguntas que podemos hacerle. No usa la misma lógica que nosotros puesto que él es nuestro creador y nosotros somos sus criaturas. Las respuestas de Dios no entran en nuestras categorías excesivamente racionalistas; sus palabras no son como las nuestras; sus motivaciones no coinciden con las nuestras... El hombre desde el principio, como nos muestra el libro del Génesis, no supo comprender a Dios y de ahí que se le rebele.

El pecado es la antilógica a lo que Dios quiere. Por eso él usa la táctica de la sorpresa para que caigamos en la cuenta que nosotros no somos ‘hacedores’ de nada y menos de nosotros mismos.

La lógica de Dios es el amor y nos lo muestra desde la Cruz. Nadie lo entendía e incluso sus discípulos desaparecen ante la actitud de un Dios que ni responde ni se vuelve en contra de los que le ajustician. Esta es la ‘sorpresa de las sorpresas’ y desde ella se entienden todas las demás que a lo largo de los siglos se van sucediendo: catástrofes, enfermedades, luchas y tantos males.

¿Sigue teniendo sentido creer en un Dios que no responde a nuestras expectativas?. Algunos piensan que este Dios no interesa, otros tantos se ofenden de tener a un Dios que no soluciona los problemas, muchos escapan de toda relación personal con él y los más no quieren ni siquiera preguntarse si él existe.

Los que creen en él sólo saben que este Dios es Amor y ‘todo coopera al bien de aquellos que le aman’. Al final de toda pregunta la respuesta de Dios es la misma: ‘ponerse en nuestro lugar’. Por eso lo sorprendente es que ‘desde la Cruz’ ha instaurado una relación nueva con nosotros. Todo tiene sentido desde este amor ofrecido y entregado.

Ha asumido sobre sí todos nuestros afanes, dolores y sufrimientos. Y esto nos sorprende, nos pone ante un misterio que sólo el auténtico amor lo puede desvelar. En la encrucijada más insospechada de la vida Dios nos sorprende y es a nosotros a quienes pide una respuesta, son preguntas que él nos formula para que le demos una respuesta noble y sincera

LOS DISCURSOS DE BENEDICTO XVI EN BAVIERA


Por P. Roberto Mena, S.T.

Muchas de las intervenciones del Santo Padre Benedicto XVI durante su viaje a Baviera del pasado 9 al 14 de septiembre han estado dedicadas a la verdad, a partir de una pregunta varias veces presente en los discursos y en las homilías del Pontífice: ¿el cristianismo puede resultar todavía razonable a los ojos del hombre de hoy? ¿La fe «es algo razonable»?, se preguntó en la homilía en el Islinger Feld la mañana del 12 de septiembre [publicada íntegramente en Zenit.org el 13 de septiembre. Ndt.]. De hecho Occidente parece tener un «defecto de oído» y lo que se dice de Dios «parece pre-científico, ya no parece adecuado a nuestro tiempo», dijo en la explanada de la Neue Messe en Munich [Nueva Feria de Munich] durante la misa del domingo 10 de septiembre [publicada íntegramente en Zenit.org el 15 de septiembre. Ndt.].

Según Benedicto XVI, aclarar la relación del cristianismo con la verdad, y por lo tanto con la razón, es importante ante todo para poder evangelizar de nuevo Occidente –Europa sobre todo-, pero es igualmente importante para una relación con todas las religiones en una relación de diálogo, de recíproco respeto y de tolerancia. Los dos aspectos hay que afrontarlos separadamente, si bien están unidos entre sí.

El Cristianismo comporta la fe en la Razón Creadora y no en la Irracionalidad. En el Islinger Feld el Santo Padre se hizo una pregunta -«¿Qué existió primero?»- e indicó las dos posibles repuestas: «La Razón creadora, el Espíritu que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado matemáticamente, al igual que el hombre y su razón». Esta segunda respuesta es, sin embargo, ilógica, en cuanto que nuestra razón sería sólo el fruto casual de la evolución y, por lo tanto, fruto de un proceso irracional.

La fe cristiana, concluye Benedicto XVI, cree «que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad». El mismo concepto es subrayado en la Lectio magistralis en la Universidad de Ratisbona [publicada íntegramente en Zenit.org el 13 de septiembre. Ndt.], una lección universitaria rica, compleja y dirigida a personas cultas, de la cual no se deben extrapolar ni descontextualizar frases, so pena de incomprensibilidad de todo el discurso. «No actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios»: esta afirmación del Santo Padre tiene como polo polémico la auto-reducción de la razón occidental.

El cristianismo ya no es racional a los ojos del hombre occidental porque éste ha elaborado una razón reductiva, positivista, que considera verdadero sólo lo que es matemático y experimental. En el Discurso a los hombres de ciencia en la Universidad de Ratisbona, el Papa describió este tipo de racionalidad y denunció sus límites. Si actualmente en Occidente «sólo la certeza que resulta de la sinergia entre matemática y empirismo puede ser considerada como científica», entonces se comprende dónde nace el «defecto de oído» respecto a la llamada de Dios.

La razón positivista occidental circunscribe de manera drástica nuestra relación con la realidad y es incapaz de abrirse a la racionalidad de la fe, que implica un impulso metafísico. En el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona, de hecho, el Papa dijo que hay necesidad de «ampliar nuestro concepto de razón». Esto es de crucial importancia también para el diálogo con las religiones, porque la razón positivista y las formas de filosofía de ella derivadas presumen de ser universales y, por lo tanto, de imponerse, mediante el desarrollo técnico, a toda la tierra.

Actuando así, sin embargo, impiden el verdadero diálogo entre las culturas y entre las religiones. Nace de ahí «un cinismo que considera la mofa de lo sagrado un derecho de la libertad y eleva la utilidad a criterio supremo para los futuros éxitos de la investigación»; así se expresó el Papa en la Neue Messe de Munich el 10 de septiembre. Criticando la «mofa de lo sagrado» el Santo Padre no se refiere sólo al escarnio del cristianismo, sino de toda religión. «La tolerancia que necesitamos con urgencia –continuó Benedicto XVI en aquella ocasión- incluye el temor de Dios, el respeto de lo que es sagrado para el otro».

De esta manera, Benedicto XVI critica la arrogancia de una razón occidental reducida a técnica y subraya la tolerancia y el diálogo fundados en el respeto recíproco entre las religiones. De hecho, también en la Universidad de Ratisbona, el Santo Padre dijo que «las culturas profundamente religiosas del mundo ven esta exclusión de lo divino [exclusión provocada por la razón positivista] de la universalidad de la razón como un ataque a sus más profundas convicciones. Una razón que es sorda a lo divino y que relega la religión al ámbito de las subculturas es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas».

En Munich, el 10 de septiembre, el Papa había expresado el mismo concepto: «Las poblaciones de África y de Asia ciertamente admiran las realizaciones técnicas de Occidente y nuestra ciencia, pero se asustan ante un tipo de razón que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre». Y concluía: «La verdadera amenaza para su identidad no la ven en la fe cristiana, sino en el desprecio de Dios». Ninguna religión tiene nada que temer de la Religión católica y de su Papa, porque el verdadero enemigo de todas, el más insidioso y solapado, es el paradigma ético-cultural de una razón sin Dios que, aún fascinando por sus éxitos científicos y técnicos, amenaza –favorecido en esto por los actuales procesos de globalización–, con su forma de proponerse a partir del etsi Deus non daretur [«como si Dios no existiera». Ndt.], el patrimonio religioso de toda la humanidad.

Este paradigma hay que afrontarlo sin cultivar pensamientos o proyectos de enemistad ni violencia, con serena y consciente calma y con argumentos persuasivos de una razón que encuentra la verdad de su expresión en la relación con la fe en Dios. Ninguna religión tiene, por lo tanto, nada que temer de la Religión católica ni de sus miembros, que, fieles al Amor Trinitario, diariamente se dedican a la oración, a cultivar la esperanza para sí y para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que viven un amor incondicional con innumerables obras de caridad a favor de la inmensa humanidad marcada por la injusticia social, por la pobreza y por la falta de dignidad, que aman y cultivan el encuentro, el diálogo y la amistad con los creyentes de las otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

No siempre este testimonio suyo de amor a Dios y al prójimo es aceptado y acogido: todos pueden constatar fácilmente que muchos cristianos, de manera creciente y en distintas partes del mundo, son, al día de hoy, obstaculizados y perseguidos hasta el martirio, pero felices de dejarse matar antes que renunciar a Dios y a Su amor. Con el discurso en la Universidad de Ratisbona, del todo centrado en la relación entre la fe y la razón por cómo se ha desarrollado en el contexto histórico de la cultura moderna de Occidente, el Santo Padre no sólo se ha hecho defensor de las buenas razones del cristianismo, sino, de hecho, también de las de todas las religiones y del patrimonio religioso más auténtico de la humanidad.

Si, bajo la presión mediática e instrumentalizaciones políticas e ideológicas orquestadas que han proporcionado interpretaciones desviadas del discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, algún creyente de otra religión se ha sentido ofendido, a estos se les ofrece la plena seguridad de que las intenciones y la voluntad del Papa estaban y siguen estando inspiradas por los sentimientos del respeto y de la amistad cristianos para todos los fieles sinceros de las otras religiones.

Haber recalcado, por parte del Santo Padre, la relación entre el cristianismo y la verdad, por lo tanto, no cierra, sino que abre un diálogo más profundo con las demás religiones porque –retomando aquí un pasaje de un libro escrito por el actual pontífice cuando era cardenal- «cuando la verdad se hace don, todos quedamos fuera de las alineaciones, de aquello que separa: se presenta entonces un criterio común que no violenta ninguna cultura, sino que lleva a cada una a su propio corazón, porque cada una, en última instancia, es expectativa de la verdad» (J. Ratzinger, Fede Verità Tolleranza. Il cristianesimo e le altre religioni, Cantagalli, Siena 2003, p. 69).


En la Santísima Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.

Monday, October 16, 2006

Dios También está en Internet

Por P. Roberto Mena, S.T.

De manera inexplicable, la recepción de almas en el cielo se estaba incrementando. En los infiernos, el demonio enfurecido envió a la tierra a su ejército maligno a convencer de las ventajas del mal, pero su estrategia no daba resultado. Estos volvieron sin ninguna explicación lógica que convenciera al demonio de por qué en el mundo todo seguía igual, así que él mismo se apersonó.

Fue a las Iglesias y las encontró vacías, vio que la televisión seguía influyendo con mentiras y publicidad manipuladora. El cine seguía midiendo su rating por el número de escenas de sexo, sangre y vicios.

Aparentemente todo estaba bien, no halló nada anormal, y se regresó muy preocupado al no encontrar el motivo por el cual estaban buscando regresar a Dios.

San Pedro, rebosante de satisfacción por estar dando tantas bienvenidas a tantas almas, preguntó a Dios:

-Padre Eterno ¿A qué se debe este cambio?
Y Dios respondió:
-Di con un pequeño truco.
-¿Un truco? -inquirió San Pedro.
-Sí, un truco que se llama Amistades de Internet -le dijo Dios.
-¿Amistades de Internet? -repitió el portero celestial.
Y el Creador empezó a decir:
-En la red se reúne gente de todas las edades, de diferente sexo, de diferentes países, diferentes estratos sociales y diferentes ideologías... Por este medio su relación no es física sino virtual, así que los hombres se comportan como caballeros, y aceptan de las mujeres esa parte femenina que los enamora y al mismo tiempo los educa. Aprende a verlas como amigas. Aprecian su poesía, y paulatinamente las empiezan a respetar por su inteligencia. La mayoría de las personas que se conocen a través de la red son muy espirituales, aunque también comparten chistes, conocimientos, cuentos e ideas. Pero lo más importante, es que se empiezan a preocupar por el bienestar de los demás. Así que todos ellos con sus grandes diferencias, Primero se toleran como vecinos, después fraternizan como hermanos, y por último, son capaces de amarse los unos a los otros.

Ahora dime tú, ¿a qué fue Jesús a la tierra?
-Pues a enseñar eso mismo.
-¿Y...?
-Pues lo están logrando.
Con una alegre carcajada, Dios se alejó de ahí.
Pedro rascándose la cabeza, murmuró:-Yo que creía que la tecnología era cosa del diablo...
Y acercándose a las puertas doradas del cielo donde una multitud esperaba, dijo a grandes gritos:
-¡Hola bienvenidos todos! ¡Esta es su casa!


En la Santísima Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.