Thursday, November 08, 2007

Jesús de Nazaret ayer y hoy

El arzobispo emérito de Milán hace una reseña para 30Días del libro Gesù di Nazaret de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI
Por el cardenal Carlo María Martini


Muchos son los libros sobre Jesús que han sido publicados en los últimos tiempos, en varios idiomas y desde distintos puntos de vista. Esto subraya la extraordinaria actualidad de la figura de Jesús y la multiplicidad de los enfoques posibles. Pero hasta ahora no había ocurrido que saliera sobre Jesús un libro de un Papa. El papa Juan Pablo II nos había acostumbrado a algunas narraciones sobre su vida. Pero es la primera vez que sale un libro de un Papa que afronta un tema tan arduo y amplio. Es verdad que en este volumen se tratan sólo algunos aspectos de la vida de Jesús, que van desde el Bautismo a la Transfiguración. El autor espera completar su obra en no mucho tiempo. Con todo, es obligatoria la pregunta: ¿son las palabras contenidas en este volumen las de un Papa, con toda su fuerza magisterial, o son las reflexiones de un estudioso que expresa sus convicciones personales, aunque procedan de una larga familiaridad con su tema y a partir de su implicación persona!

l en la vida de la Iglesia y en el seguimiento de Cristo?

El mismo Papa resuelve esta posible ambigüedad diciendo: «Creo que no es necesario decir expresamente que este libro no es en absoluto un acto magisterial, sino la expresión de mi búsqueda personal del “rostro del Señor” (cf. Sal 27, 8). Por lo tanto, cada cual tiene libertad para contradecirme. Sólo pido a las lectoras y a los lectores el adelanto de simpatía sin el cual no existe comprensión posible» (p. 20). Nos proponemos, pues, hacer una recensión del libro con simpatía y libertad de espíritu.

El autor durante el periodo de sus estudios y de enseñanza en varias universidades alemanas (recuerdo que yo también asistí a sus clases en la Universidad de Münster, en Westfalia) pudo seguir las distintas vicisitudes de la investigación histórica sobre Jesús. Él mismo había escrito sobre ello en los años sesenta y me acuerdo que leí esas páginas con mucho interés. Mientras tanto, han continuado los debates sobre la posibilidad de saber algo que fuera históricamente seguro sobre la vida de Jesús, con la tendencia a separar el Cristo histórico del Cristo de la fe.

Leyendo estas páginas se hallan a menudo referencias a este trasfondo, empezando por la distancia que el autor toma de un gran exégeta católico contemporáneo, como Rudolf Schnackenburg, desde las páginas del prefacio: «Está claro que con esta visión de la figura de Jesús voy más allá de lo que dice, por ejemplo, Schnackenburg en representación de una buena parte de la exégesis contemporánea». Ésta «nos ha hecho conocer una gran cantidad de fuentes y de concepciones a través de las cuales la figura de Jesús puede hacerse presente con una vivacidad y una profundidad que sólo hace unas pocas décadas no podíamos ni siquiera imaginar». Y, sin embargo, el autor quiere aplicar «los nuevos criterios metodológicos, que nos permiten una interpretación propiamente teológica de la Biblia y que naturalmente requieren de la fe, sin que por ello quiera yo renunciar en absoluto a la seriedad histórica» (p. 19).

Se empieza así a delinear el método propio del autor, sobre el que volveremos luego. Pero ocupémonos ahora del libro en sí. Se titula Gesù di Nazaret, y se ocupa, como dije antes, de los hechos de la vida de Jesús desde el Bautismo a la Transfiguración. La obra lleva por título Gesù di Nazaret, pero creo que el verdadero título debería ser más concretamente “Jesús de Nazaret ayer y hoy”. De hecho el autor pasa con facilidad de la consideración de los hechos relativos a Jesús a la importancia que estos tienen para los siglos siguientes y para nuestra Iglesia. Por eso el libro está lleno de alusiones a las cuestiones contemporáneas.

Por ejemplo, hablando de la tentación en el desierto, cuando Satanás le ofrece a Jesús el dominio del mundo, el autor afirma que «su verdadero contenido se hace visible cuando constatamos cómo cada vez toma nueva forma en el decurso de la historia. El imperio cristiano trató muy pronto de transformar la fe en un factor político para la unidad del imperio. El reino de Cristo, por tanto, debía tomar la forma de un reino político y de su esplendor. La debilidad de la fe, la debilidad terrenal de Jesucristo tenía que estar sostenida por el poder político y militar. En el transcurso de los siglos esta tentación –asegurar la fe mediante el poder– se ha ido presentando continuamente, de diferentes maneras, y siempre la fe ha corrido el peligro de quedar sofocada por el abrazo del poder» (pp. 62-63).

Este tipo de consideraciones sobre la historia posterior a Jesús y sobre la actualidad le da al libro una amplitud y un sabor que otros libros sobre Jesús, preocupados por el debate meticuloso sólo de los acontecimientos de la vida, no poseen.

El autor muestra que sin la realidad de Jesús, hecha de carne y sangre, el cristianismo se convierte en un simple moralismo y en un asunto del intelecto. Por eso se preocupa también de anclar la fe cristiana en las raíces judías, y lo hace tanto refiriéndose a la profecía de Dt 18, 15, de la que parte el tratado del libro, como recordando otros muchos pasajes del Antiguo Testamento que son citados por Jesús y que, además de constituir el marco dentro del cual entender sus palabras, le dan un contexto preciso a su historia.

Pero lo que le interesa sobre todo es el hecho de que este Jesús tiene una visión de Dios que no tiene ningún otro hombre. Cita por eso el prólogo del Evangelio de san Juan: «A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado» (Jn 1, 18). Es el punto de inicio a partir del cual es posible comprender la figura de Jesús. Esto comporta cierta compenetración entre conocimientos históricos y conocimientos de fe. Cada uno de estos caminos, tanto el de la razón como el de la fe, conservan su dignidad, libertad y método propio, sin mezclas ni confusiones.

De todo ello trasluce claramente también el método de trabajo. El autor está totalmente en contra de lo que recientemente, sobre todo en la literatura americana anglosajona, ha sido definido como “el imperialismo del método histórico-crítico” (véase por ejemplo W. Brueggemann, Teologia dell’Antico Testamento, 2002). El autor reconoce que dicho método es importante, pero que tiene el peligro de desmembrar el texto y de hacer incomprensibles los hechos a los que el texto hace referencia. Se propone, pues, leer los diferentes textos en el marco de la totalidad de la Escritura. Resulta así claro «que en el conjunto hay una dirección, que el Antiguo y el Nuevo Testamento están íntimamente unidos entre ellos. Está claro que la hermenéutica cristológica, que ve en Jesucristo la clave del todo y, partiendo de Él, aprende a comprender la Biblia como unidad, presupone una decisión de fe y no puede derivarse del puro método histórico. Pero esta decisión de fe tiene de su parte la!

razón –una razón histórica– y permite ver la unidad íntima de la Escritura y comprender así de una manera nueva también cada trecho de camino, sin quitarles su propia originalidad histórica» (p. 15). El autor rechaza, pues, la contradicción entre fe e historia, porque está convencido de que el Jesús de los Evangelios es una figura históricamente sensata y coherente y que la fe de la Iglesia no puede renunciar a cierta base histórica. Todo esto significa en la práctica que el autor, como dice él mismo, tiene confianza en los Evangelios, aunque integra todo lo que la exégesis moderna dice de ellos. De esto resulta un Jesús real, un Jesús histórico en el sentido propio y verdadero del término, cuya figura es mucho más lógica e históricamente comprensible que las reconstrucciones con las que hemos tenido que confrontarnos en los últimos decenios (cf. pp. 17-18).

El autor está convencido de que «sólo si sucedió algo extraordinario, sólo si la figura y las palabras de Jesús superaban radicalmente todas las esperanzas y las expectativas de la época, se explica su crucifixión y su eficacia» (p. 18). Esa eficacia que veinte años después hizo que sus discípulos le reconocieran el nombre que el profeta Isaías había reservado sólo a Dios.
Como consecuencia de esto el autor expresa su convicción de «que el tema más profundo del anuncio de Jesús era su misterio personal, el misterio del Hijo, en que Dios está entre nosotros y mantiene su palabra» (p. 224). Esto es verdad en especial para el sermón de la montaña, al que el autor dedica dos capítulos, como para el mensaje de las parábolas y para las otras grandes palabras de Jesús.

Si este es el método del autor, ¿qué hemos de pensar del resultado global de esta obra? El autor confiesa que el libro es el resultado de un largo camino interior (pp. 7 y 20). Comenzó a trabajar en él durante las vacaciones del año 2003. El libro es, sin embargo, el fruto maduro de una meditación y de un estudio que han ocupado toda su vida.

La consecuencia que saca el autor es que Jesús no es un mito, sino un hombre de carne y sangre, una presencia real en la historia. Podemos seguir los caminos que él recorrió. Podemos oír sus palabras gracias a los testigos. Él murió y resucitó.

Este libro es el ardiente testimonio de un gran estudioso, que hoy tiene un puesto de primer plano en la Iglesia católica, sobre Jesús de Nazaret y sobre su significado para la historia de la humanidad y para la percepción de la verdadera figura de Dios. Es siempre alentador leer testimonios como este. Para mí el libro es muy hermoso y se deja leer con cierta facilidad (le aconsejaría al lector que empiece por los capítulos sobre los discursos de Jesús). No es un libro pesado, pero sí un libro que hace pensar.

El libro no se limita sólo al aspecto intelectual. Nos muestra el camino del amor de Dios y del prójimo, como dice muy bien explicando la parábola del buen samaritano: «Ahora nos damos cuenta de que todos necesitamos el don del amor salvífico de Dios mismo, para poder ser nosotros también personas que aman. Necesitamos siempre a Dios que se hace prójimo nuestro, para poder, a nuestra vez, hacernos prójimos» (p. 238).

El autor afronta también el tema del “fracaso del profeta”, de todo verdadero profeta: «Su mensaje contradice demasiado la opinión común, las costumbres corrientes. Sólo a través del fracaso su palabra se torna eficaz. Este fracaso del profeta flota como una oscura pregunta sobre toda la historia de Israel y se repite de alguna manera continuamente en la historia de la humanidad. Es sobre todo cada vez de nuevo también el destino de Jesucristo: Él acaba en la cruz. Pero precisamente de la cruz deriva la gran fecundidad» (p. 226).

Llegados hasta aquí conviene esperar el segundo volumen, que tratará del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La lectura de este libro nos invita, pues, a esperar con deseo el que seguirá.


En la Santísima Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.