Monday, October 31, 2011

solemnidad de todos los santos

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS






Texto del micro radial de monseñor José María Arancedo,
arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, emitido por LT 9 (30 de octubre de 2011)



El próximo 1 de noviembre celebramos la Solemnidad de Todos los Santos. Es una Fiesta que tiene un profundo significado para la vida del hombre. Ella nos recuerda que somos peregrinos en este mundo y que hemos sido creados con destino de eternidad. Celebrar hoy a los santos como hermanos nuestros que ya gozan de la plenitud del encuentro con Dios es reconocer que nosotros, como ellos, estamos en camino hacia un destino trascendente.

No somos parte de un mundo cerrado, nuestra condición espiritual reclama, diría, un estado de vida que no esté sujeto a una muerte sin horizontes. Esta certeza sobre la trascendencia del hombre es compartida, incluso, por pensadores ateos que afirman la espiritualidad del hombre. Los cristianos celebramos con gozo esta verdad de fe que da razón a nuestra esperanza.

La vida eterna, como vida definitiva del hombre, no es algo ajeno a nuestra vida presente. Cuando Jesucristo nos habla de ella lo hace en términos del Reino de Dios, como una realidad ya presente pero que se la vive a la espera de su plenitud. Es decir, hoy participamos de esa vida definitiva a la que estamos llamados y que es una vocación personal y universal a todo hombre.

Este es el centro del mensaje de Jesucristo, y es Él quién ha venido a inaugurarlo. Su persona es la referencia y el camino de este Reino. En el encuentro actual con Cristo ya vivimos la vida del Reino de Dios como presencia y esperanza de plenitud hacia la cual estamos en camino.

Cuando Jesucristo quiere definir al Reino de Dios nos habla del Amor a Dios y al prójimo, y cuando nos quiere mostrar su carta o estilo de vida nos enseña las Bienaventuranzas. Este es, precisamente, el evangelio que leemos en la Misa de este día: “Bienaventurados los que tienen alma de pobres, porque a ellos le pertenece el Reino de los Cielos. Bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados.

Bienaventurados lo que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Bienaventurados los que tienen un corazón puro, porque verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 1-12).

Cuando la Iglesia comprueba que una persona ha vivido de acuerdo a este espíritu y en grado superior la declara Santa, es decir, afirma que ya participa en la vida plena del Reino de Dios. Ellos son nuestros amigos que hoy gozan definitivamente junto a Dios del camino y la vida que nos ha comunicado Jesucristo.

A ellos los recordamos, los veneramos y los tenemos como ejemplo. Por ello la Iglesia permite tenerlos como Santos Patronos de nuestras comunidades, parroquias y pueblos. Ellos son para nosotros el testimonio de que han vivido de acuerdo al Evangelio.

Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en Nuestro Señor Jesucristo.



Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

sentido de la fiesta de todos los santos segun obispo argentino

En vísperas de la fiesta de Todos los Santos y de la conmemoración de los fieles difuntos, el arzobispo de Rosario, monseñor José Luis Mollaghan, escribió una carta en la que invita a rezar por los difuntos y visitar los cementerios los días 1º y 2 de noviembre.

El sábado 1º, a las 19, el pastor rosarino presidirá una misa en el santuario arquidiocesano de San Cayetano (Buenos Aires 2150, Rosario) y bendecirá la nueva pila bautismal.

“En la fiesta de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a mirar al cielo y contemplar la multitud de hombres y mujeres de todo pueblo y nación que están junto a Dios”, asegura el prelado en su mensaje y cita la frase “la vida de los que creemos en ti, no termina”.

Monseñor Mollaghan señala que “en la conmemoración de los difuntos, en cambio, miramos a nuestros seres queridos en el paso de esta vida a la muerte. A la luz de la fe en Cristo Resucitado, principio y fin, el Alfa y la Omega, contemplamos el misterio del tiempo y la eternidad, de la muerte y de la vida”.

“En el momento de la muerte de nuestros seres queridos -afirma el arzobispo- somos consolados. Porque si bien sentimos el dolor de la pérdida, y sobre todo que no está con nosotros; la liturgia nos enseña que estamos en el mismo Cuerpo de Cristo y vivimos a partir de la memoria de Dios”.

El pastor dijo que ante la muerte y la esperanza de la vida eterna “Jesús vuelve a decirnos: `Yo soy la Resurrección y la vida. Quien cree en mí aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre´. Por esto en el día de los difuntos visitamos los cementerios y rezamos, confiando que nuestros seres queridos no están resignados al olvido o a morir para siempre”.

Como conclusión de su mensaje, el prelado rosarino aseguró que “para los cristianos, la muerte está iluminada por la fe. En el cementerio podemos expresar con nuestro silencio y reconocimiento, el recuerdo a nuestros seres queridos. Allí reposan los restos de quienes compartieron con nosotros la vida, ellos esperan la resurrección”.+

la fiesta de todos los santos el 1 de noviembre

Fiesta de Todos los Santos.-

La Iglesia Católica ha llamado "Santos" a aquellos que se dedicaron a que su propia vida le fuera lo más agradable posible a Nuestro Señor.

Hay unos que han sido "canonizados", o sea declarados oficialmente Santos por el Sumo Pontífice, debido a que por su intercesión se consiguieron admirables milagros.

También, porque después de haber examinado minuciosamente sus escritos y hecho una cuidadosa investigación e interrogatorio a los testigos que lo acompañaron en su vida, se llegó a la conclusión de que practicaron las virtudes en grado heroico.

Para ser declarado "Santo" por la Iglesia Católica, se necesita toda una serie de trámites rigurosos. Primero, una exhaustiva averiguación con personas que lo conocieron, para saber si en verdad su vida fue ejemplar y virtuosa.

Si se logra comprobar, por el testimonio de muchos, que su comportamiento fue ejemplar, se le declara "Siervo de Dios". Si por detalladas averiguaciones se llega a la conclusión de que sus virtudes fueron heroicas, es declarado "Venerable".

Más tarde, si por su intercesión se consigue algún milagro totalmente inexplicable a través de medios humanos, es declarado "Beato". Finalmente, si sucede un nuevo y maravilloso milagro por haber pedido su intercesión, el Papa lo declara "Santo".

En el caso de algunos Santos, el procedimiento de canonización ha sido rápido, como por ejemplo para San Francisco de Asís y San Antonio, que sólo duró 2 años.

Poquísimos otros han sido declarados Santos seis años después de su muerte, o a los 15 o 20 años. Para la inmensa mayoría, los trámites de beatificación y canonización, duran 30, 40, 50 y hasta cien años o más.

Después de 20 o 30 años de averiguaciones, la mayor o menor rapidez para la beatificación o canonización, depende de quien obtenga más o menos pronto los milagros requeridos.

Los Santos "canonizados" oficialmente por la Iglesia Católica, son varios millares. Pero, existe una inmensa cantidad de Santos no canonizados, que están gozando de Dios en el Cielo. A ellos, especialmente, está dedicada esta fiesta de hoy.

historia de los tres arboles

Los tres árboles


Había una vez tres árboles en una colina de un bosque.
Hablaban acerca de sus sueños y esperanzas.
El primero dijo: "Algún día seré un cofre de tesoros. Estaré lleno de oro, plata y piedras preciosas. Estaré decorado con labrados artísticos y tallados finos; todos verán mi belleza".
El segundo árbol dijo, "Algún día seré una poderosa embarcación. Llevare los más grandes reyes y reinas a través de los océanos, e iré a todos los rincones del mundo.
Todos se sentirán seguros por mi fortaleza, fuerza y mi poderoso casco"
Finalmente el tercer árbol dijo: " Yo quiero crecer para ser el más recto y grande de todos los árboles en el bosque. La gente me vera en la cima de la colina, mirara mis poderosas ramas y pensaran en el Dios de los cielos, y cuan cerca estoy de alcanzarlo. seré el mas grande árbol de todos los tiempos y la gente siempre me recordara"
Después de unos años de que los árboles oraban para que sus sueños se convirtieran en realidad, un grupo de leñadores vino donde estaban los árboles.
Cuando uno vio al primer árbol dijo:
"Este parece un árbol fuerte, creo que podría vender su madera a un carpintero", y comenzó a cortarlo.
El árbol estaba muy feliz debido a que sabía que el carpintero podría convertirlo en un cofre para tesoros.
El otro leñador dijo mientras observaba al segundo árbol: "Parece un árbol fuerte, creo que lo podré vender al carpintero del puerto".
El segundo árbol se puso muy feliz porque sabía que estaba en camino a convertirse en una poderosa embarcación"
El ultimo leñador se acerco al tercer árbol; este estaba muy asustado, pues sabía que si lo cortaban, su sueño nunca se volvería realidad.
El leñador dijo entonces: "No necesito nada especial del árbol que corte, así que tomare este".
Y corto al tercer árbol.
Cuando el primer árbol llego donde el carpintero, fue convertido en un cajón de comida para animales, y fue puesto en un portal y llenado con paja. Se sintió muy mal, pues eso no era por lo que tanto había orado.
El segundo árbol fue cortado y convertido en una pequeña balsa de pesca, ni siquiera lo suficientemente grande para navegar en el mar, y fue puesto en un lago. Y vio como sus sueños de ser una gran embarcación cargando reyes había llegado a su final.
El tercer árbol fue cortado en largas y pesadas tablas y dejado en la oscuridad de una bodega.
Años más tarde, los árboles olvidaron sus sueños esperanzas por las que tanto habían orado.
Entonces un día un hombre y una mujer llegaron al
portal.
Ella dio a luz un niño, y lo coloco en la paja que había dentro del cajón en que fue transformado el primer árbol.
El hombre deseaba haber podido tener una cuna para su bebe, pero este cajón debería serlo.
El árbol sintió la importancia de este acontecimiento y supo que había contenido el más grande tesoro de la historia.
Años más tarde, un grupo de hombres entraron en la balsa en la cual habían convertido al segundo árbol. Uno de ellos estaba cansado y se durmió en la barca. Mientras ellos estaban en el agua una gran tormenta se desato y el árbol pensó que no sería lo suficientemente fuerte para salvar a los hombres.
Los hombres despertaron al que dormía, este se levanto y dijo con voz potente:" ¡Calma! Quédate quieto!", y la tormenta y las olas se detuvieron.
En ese momento el segundo árbol se dio cuenta de que había llevado al Rey de Reyes y Señor de Señores.
Finalmente, un tiempo después alguien vino y tomo al tercer árbol convertido en tablas.
Fue cargado por las calles al mismo tiempo que la gente escupía, insultaba y golpeaba al Hombre que lo cargaba.
Se detuvieron en una pequeña colina y el Hombre fue clavado al árbol y levantado para morir en la cima de la colina.
Cuando llego el domingo, el tercer árbol se dio cuenta de que el fue lo suficientemente fuerte para permanecer erguido en la Cima de la colina, y estar tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús había sido crucificado en el. Y desde ese momento, la gente siempre lo iba a recordar.

Moraleja de esta historia es: Cuando parece que las cosas no van de acuerdo a tus planes, debes saber que siempre Dios tiene un plan para ti..

Si pones tu confianza en El, te dará grandes regalos a su tiempo.

Recuerda que cada árbol obtuvo lo que pidió, solo que no en la forma en que pensaban.

No siempre sabemos lo que Dios planea para nosotros, solo sabemos que:

Sus caminos muchas veces no son nuestros caminos pero... piensa que sus caminos siempre son los mejores!

halloween desde la fe catolica

EL HALLOWEEN DESDE LA FE CATÓLICA

a
Una propuesta de temas para considerar detenidamente nuestra fe católica y la actitud que debemos tomar ante el halloween.

Pensándolo desde la fe

Ante todos estos elementos que componen hoy el Halloween, vale la pena reflexionar y hacerse las siguientes preguntas:

¿Es que, con tal que se diviertan, podemos aceptar que los niños al visitar las casas de los vecinos, exijan dulces a cambio de no hacerles un daño (estropear muros, romper huevos en las puertas, etc.)? Respecto de la conducta de los demás se puede leer el criterio de Nuestro Señor Jesucristo en Lc 6,31.

¿Qué experiencia (moral o religiosa) queda en el niño que para “divertirse” ha usado disfraces de diablos, brujas, muertos, monstruos, vampiros y demás personajes relacionados principalmente con el mal y el ocultismo, sobre todo cuando la televisión y el cine identifican estos disfraces con personajes contrarios a la sana moral, a la fe y a los valores del Evangelio.? Veamos qué dice Nuestro Señor Jesucristo del mal y lo malo en Mt. 7,17. Mt. 6,13. La Palabra de Dios nos habla de esto también en 1ª Pe. 3, 8-12.

¿Cómo podemos justificar como padres de una familia cristiana que nuestros hijos, el día de Halloween hagan daño a las propiedades ajenas? ¿No seríamos totalmente incongruentes con la educación que hemos venido proponiendo en la cual se debe respetar a los demás y que las travesuras o maldades no son buenas? ¿No sería esto aceptar que, por lo menos, una vez al año se puede hacer el mal al prójimo? ¡Qué nos enseña Nuestro Señor Jesucristo sobre el prójimo? Leamos Mt. 22, 37-40

Con los disfraces y la identificación que existe con los personajes del cine ... ¿no estamos promoviendo en la conciencia de los pequeños que el mal y el demonio son solo fantasías, un mundo irreal que nada tiene que ver con nuestras vidas y que por lo tanto no nos afectan? La Palabra de Dios afirma la existencia del diablo, del enemigo de Dios en St. 4,7 1ª Pe 5,18 Ef. 6,11 Lc. 4,2 Lc. 25, 41


¿Qué experiencia religiosa o moral queda después de la fiesta del halloween?

¿No es Halloween otra forma de relativismo religioso con la cual vamos permitiendo que nuestra fe y nuestra vida cristianas se vean debilitadas?

Si aceptamos todas estas ideas y las tomamos a la ligera en “aras de la diversión de los niños” ¿Qué diremos a los jóvenes (a quienes durante su infancia les permitimos jugar al Halloween) cuando acudan a los brujos, hechiceros, médiums, y los que leen las cartas y todas esas actividades contrarias a lo que nos enseña la Biblia?

Es que nosotros, como cristianos, mensajeros de la paz, el amor, la justicia, portadores de la luz para el mundo ¿podemos identificarnos con una actividad en donde todos sus elementos hablan de temor, injusticia, miedo y oscuridad? Sobre el tema de la paz podemos leer Fil. 4,9 Gál. 5,22. Ver qué dice Jesús sobre esto en Mt. 5,14 Jn. 8,12

Si somos sinceros con nosotros mismos y buscamos ser fieles a los valores de la Iglesia Católica, llegaremos a la conclusión de que el halloween no tiene nada que ver con nuestro recuerdo cristiano de los Fieles Difuntos, y que todas sus connotaciones son nocivas y contrarias a los principios elementales de nuestra fe.

vocabulario de la vida

VOCABULARIO DE LA VIDA

Este es un diccionario para entender con mayor profundidad el significado de algunas palabras importantes en la vida de cualquier persona, explicadas desde el sentimiento y sin la formalidad de las reglas gramaticales o ataduras filosóficas.

Adiós
Es cuando un corazón que se va deja la mitad con quien se queda.

Adoctrinamiento
Es cuando una persona conversa con el espíritu colocando el corazón en cada palabra.

Amigo
Es alguien que se queda para ayudar cuando todos los demás se alejan.

Amor al prójimo
Es cuando un extraño pasa a ser el amigo que todavía no abrazamos.

Caridad
Es cuando una persona tiene hambre y compartimos con ella la única galleta que tenemos.

Cariño
Es cuando no encontramos ninguna palabra para expresar lo que sentimos y hablamos con las manos, colocando una caricia en cada dedo.

Celos
Es cuando el corazón se retuerce porque no confía en sí mismo.

Comprensión
Es cuando un anciano camina lentamente delante de nosotros y, aunque tenemos prisa, no lo apuramos.

Cordialidad
Es cuando amamos mucho a una persona y tratamos a todos los demás como a ella.

Enemistad
Es cuando una persona empuja bien lejos la línea del afecto.

Envidia
Es cuando una persona todavía no descubrió que puede ser mejor que otra.

Evangelio
Es un libro que sólo se lee bien con el corazón.

Evolución
Es cuando avanzamos y sentimos el deseo de buscar a los que van quedando atrás.

Fe
Es cuando una persona dice que va a escalar el Everest y su corazón ya lo considera un hecho.

Hijos
Es cuando Dios pone una joya en nuestras manos y nos recomienda cuidarla.

Lágrima
Es cuando un corazón triste pide a los ojos que hablen por él.

Lealtad
Es cuando una persona prefiere morir a traicionar a quien ama.

Luto
Es una espina en el corazón que tarda en desaparecer.

Maldad
Es cuando arrancamos las alas al ángel que deberíamos ser.

Muerte
Es una separación con aroma de eternidad.

Nietos
Es cuando Dios envía ángeles para alegrar a los abuelos.

Nostalgia
Es cuando, estando lejos de algo querido, sentimos deseos de volar para reencontrarlo.

Odio
Es cuando plantamos trigo todo el año, esperando que madure, y una persona lo quema todo en un día.

Orgullo
Es cuando una persona se siente hormiga y quiere convencer a los demás de que es un elefante.

Paz
Es el premio de quien cumple honestamente con su deber.

Perdón
Es liberar al corazón del peso de una enorme piedra.

Pereza
Es cuando un virus entra en la voluntad y la enferma.

Perfume
Es cuando reconocemos a quienes nos agradan, aún con los ojos cerrados.

Pesimismo
Es cuando una persona pierde la capacidad de ver la vida en colores.

Rabia
Es cuando colocamos una muralla en el camino de la paz.

Sexo
Es cuando una persona ama tanto a otra, que desea vivir dentro de ella.

Simplicidad
Es el comportamiento de quien comienza a ser sabio.

Sinceridad
Es cuando nos expresamos como si la persona a quien nos dirigimos estuviera al otro lado del espejo.

Soledad
Es cuando estamos rodeados de gente, pero nuestro corazón no ve a nadie alrededor.

Superfluo
Es cuando nuestra sed necesita una gota de agua y pedimos un río entero.

Ternura
Es cuando alguien nos mira y sus ojos brillan como dos estrellas.

Vanidad
Es cuando una persona abdica de su esencia a favor de otra; generalmente peor.

Luiz Gonzaga Pinheiro
Tomado del Libro: El hombre que vino de las sombras

Friday, October 28, 2011

los fieles difuntos segun la Biblia

Estudio bíblico sobre la muerte.

Introducción.

Si ayer celebramos con alegría la vida, el recuerdo y la obra de la intercesión de los Santos por nosotros, en este día agridulce, recordamos a los cristianos difuntos. Este día es agrio porque recordamos a los que no están con nosotros, pero al mismo tiempo es dulce, porque tenemos la esperanza de que nuestros familiares y amigos que ya no están con nosotros, al final de los tiempos, volverán a recuperar la vida en la resurrección universal, y, junto a nosotros, vivirán eternamente en la presencia de nuestro Padre común.

El estudio bíblico que os presento en esta ocasión tiene la finalidad de responder los interrogantes que nos planteamos con respecto a la muerte, la condenación de los pecadores y la salvación de los justos. Todas las afirmaciones expuestas en este trabajo tienen una base bíblica que demostraré en este estudio, con el fin de que mis lectores puedan constatar que los pensamientos expresados en este trabajo no son míos, sino que son defendidos tanto por los autores bíblicos como por la Iglesia.

El hecho de tratar el tema de la condenación de los pecadores puede resultar especialmente doloroso para muchos de nuestros hermanos en este día, los cuales están intranquilos, bien pensando en alguno de sus familiares o amigos por cuya alma temen, o bien están preocupados pensando que no son dignos de ser llamados hijos de Dios, por lo cual merecen ser rechazados de la presencia de nuestro Padre común. Antes de empezar a desarrollar este estudio, es preciso tener en cuenta que nuestro Dios es el Dios del amor, y que lo que menos desea es que suframos, y que seamos alejados de su presencia. Es preciso que seamos receptivos con respecto a la Palabra de Dios, que corrijamos nuestros defectos en la medida que nos sea posible, y que confiemos en que, lo que para nosotros es imposible, es posible para Aquel que permitió el sacrificio de su Hijo en la cruz, con el fin de que comprendiéramos que su amor para con nosotros es inmenso.

1. ¿Cómo se define la muerte en la Biblia?

En la Biblia la muerte se define como el fin de la vida.

"Pues mientras uno sigue unido a todos los vivientes hay algo, pues vale más perro vivo que león muerto. Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, y no hay ya paga para ellos, pues se perdió su memoria" (ECL. 9, 4-5).

El autor del Eclesiastés mantenía la creencia de que cuando llega la muerte el hombre desaparece por completo. Recordemos que aún en el tiempo de Jesús, había judíos que, superada la creencia del autor del Eclesiastés, mantenían la creencia de que los muertos, aunque vivían como espíritus marcados por una gran imperfección, que superaba incluso la imperfección de quienes no habían fallecido, al carecer de sus cuerpos mortales, estaban imposibilitados para relacionarse con Dios. Esta segunda creencia, según veremos en este estudio bíblico, tampoco prevaleció entre la gran mayoría de los judíos, ni fue abrazada por los cristianos, tal como tendremos la oportunidad de comprobar, por medio de la Biblia.

2. ¿Quiere Dios que fallezcamos?

En el Génesis, leemos:

"Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente" (GN. 2, 7).

Algunos traductores bíblicos, en vez de indicar que Dios le insufló al hombre en sus narices aliento de vida, afirman que le concedió un alma viviente (espiritual), lo cual tiene el mismo significado, ya que la intención del autor del Génesis no residía en indicarles a sus lectores hebreos cómo respiran los hombres, sino que Dios les creó a su imagen y semejanza, según el siguiente versículo de la citada obra:

"Y dijo Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra"" (GN. 1, 26).

Si Dios le concedió al hombre un alma espiritual para hacerle semejante a Sí, ¿Podemos decir que la muerte estaba incluida en el plan del Todopoderoso, desde que nuestro Santo Padre creó el universo?

3. ¿Por qué estamos condenados a morir?

No existe ninguna respuesta fiable al interrogante que nos estamos planteando desde el punto de vista científico. Desde los primeros siglos de la fundación de la Iglesia hasta la celebración del Concilio Vaticano II, se nos ha insistido mucho en que morimos por causa del pecado original que cometieron nuestros antepasados comunes Adán y Eva, el primer hombre y la primera mujer que poblaron la tierra, según el autor del Génesis. Desde el punto de vista de la Psicología moderna, el supuesto de que este hecho sea cierto, plantea un interrogante que, al no poder ser respondido claramente, tiene el efecto de que muchos católicos hayamos llegado a creer que la historia del pecado original es un mito, cuya utilidad consiste en explicarnos cómo el mal y la muerte entraron en el mundo. El citado interrogante, es: ¿Por qué nos castiga Dios por un mal que no hemos causado? A raíz de este interrogante, nos preguntamos: ¿Es creíble el hecho de que nos hubiéramos abstenido de pecar aunque Adán y Eva hubieran sido santos intachables? Además, ¿qué relación hay entre la pérdida de dones preternaturales de nuestros ancestros y la imperfección que nos caracteriza?

Aceptar como verídica la interpretación cristiana del relato del pecado original y sus consecuencias nos hace entrar en conflicto con diversas formas de estudiar el pensamiento, lo cual tiene el efecto de hacer desaparecer la fe de aquellos de nuestros hermanos cuya instrucción en la Palabra de Dios es insuficiente. Es de tener en cuenta que fueron los cristianos, y no los judíos, quienes les dieron mayor importancia al pecado original y a las consecuencias del mismo. Veamos un ejemplo de ello.

"Fue un hombre el que introdujo el pecado en el mundo (Adán), y, con el pecado, la muerte. Y como todos los hombres pecaron (supuestamente, porque heredaron la imperfección adquirida por Adán y Eva al desobedecer premeditada y conscientemente a Dios), de todos se adueñó la muerte" (ROM. 5, 12).

Según hemos visto, la muerte fue el pago que merecimos por causa del pecado cometido por nuestros padres comunes, así pues, recordemos que, antes que ambos pecaran, Dios les dijo:

""De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio"" (CF. GN. 2, 16-17).

El hecho de que la muerte es el salario que merecemos tanto por el pecado de nuestros ancestros como por nuestras transgresiones en el cumplimiento de la voluntad de Dios, también queda expresado en el siguiente texto:

"Porque el salario que ofrece el pecado es la muerte, mientras que Dios ofrece como regalo la vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro" (ROM. 6, 23).

4. ¿Qué tipos de muerte podemos experimentar?

4-1. La muerte física.

Dios le dijo a Adán cuando le castigó por haber cometido el pecado de origen:

"Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. (De la misma manera que Dios creó a Adán de la tierra, al morir, sus cenizas volverían a ser parte de la tierra). Porque eres polvo y al polvo tornarás" (GN. 3, 19).

Dios le dijo a Adán que experimentaría la muerte física cuando llegara el fin de sus días.

4-2. La muerte espiritual.

La muerte espiritual consiste en la privación de mantener ningún tipo de relaciones con Dios. Un ejemplo de ello son Adán y Eva, que, por causa de su desobediencia, fueron expulsados del Paraíso terrenal, y, consecuentemente, privados de vivir en la presencia de Dios. Ellos debieron aprender a relacionarse con nuestro Padre común exclusivamente por medio de la fe, pues ya no podían escuchar la voz de Dios, después de ser castigados por causa de su pecado.

"Y dijo Yahveh Dios: "¡He aquí que el hombre a venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre." Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde había sido tomado. Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida" (GN. 3, 22-24).

Es interesante que Dios no quería que los hombres tuviéramos vida eterna hasta que nos dejásemos purificar por el fruto de la redención llevada a cabo por Nuestro Hermano y Señor Jesucristo. También es de tener en cuenta que Dios castigó con la muerte espiritual a Adán y Eva, pero esa muerte espiritual no fue definitiva, dado que los tales podrán gozar de la salvación, al final de los tiempos.

De la misma manera que Adán y Eva fueron castigados con una imagen de lo que será la segunda muerte, con la posibilidad de ser salvos al fin de los tiempos, ello también les sucede a los pecadores, los cuales tendrán una nueva oportunidad de dejarse redimir, según las siguientes palabras de San Pablo:

"El día del Señor hará luz sobre el valor de lo que cada uno haya hecho, pues ese día vendrá con fuego, y el fuego pondrá a prueba la consistencia de la obra de cada uno. Aquel cuyo edificio, levantado sobre el cimiento (la fe de Cristo), se mantenga firme, será premiado; aquel cuyo edificio no resista al fuego, perderá la recompensa. A pesar de lo cual, él se salvará, si bien como el que a duras penas escapa de un incendio" (1 COR. 3, 13-15).

Desde que Adán y Eva desobedecieron a Dios, se cumple el siguiente texto paulino en los pecadores irremisibles, y se cumplió en nosotros, hasta que nos dejamos redimir por el Mesías:

"Tiempo hubo en que vuestras culpas y pecados os mantenían en estado de muerte (espiritual). Era el tiempo en que seguíais los torcidos caminos de este mundo y las directrices del que está al frente de las fuerzas invisibles del mal, de ese espíritu (el demonio) que al presente actúa con eficacia entre quienes se hayan en rebeldía contra Dios. Así vivíamos también todos nosotros: bajo el dominio de nuestras desordenadas apetencias humanas, obedientes a esos desordenados impulsos del instinto y de la imaginación, y destinados, por tanto, como los demás, a experimentar la ira de Dios" (EF. 2, 1-3).

Los pecadores que aún no se han dejado redimir por Cristo, y los pecadores irremisibles, a imitación del hijo pródigo de la parábola de nuestro Salvador, están muertos espiritualmente.

¿Recordáis por qué el Padre del hijo pródigo celebró una gran fiesta por haber recuperado al menor de sus hijos?

"Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (CF. LC. 15, 24).

Jesús nos explica por medio de San Juan Evangelista que los pecadores deben dejarse purificar con tal de poder alcanzar la salvación, dado que, aunque nuestro Padre común es el Dios del amor, también es el Dios de la justicia, que ha de ser ejecutada forzosamente. Los pecadores que se arrepientan de sus malas acciones podrán ser salvos, pero tendrán que ser purificados antes de vivir en la presencia de Dios, el cual no se toma la rebancha al castigar, pues golpea para que sus hijos valoren la santidad a la que han sido llamados.

La purificación o regeneración del alma que se nos concede por medio del Sacramento del Bautismo, y se nos mantiene siempre que no nos separemos de Dios, nos insta a desear que llegue el día de la resurrección universal, con el fin de que podamos vivir en la presencia de nuestro Padre común tal como El nos creó originalmente, con cuerpos y almas perfectos.

En la profecía de Ezequiel, leemos las siguientes palabras de Dios:

"¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado -oráculo (revelación) del Señor Yahveh- y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?" (EZ. 18, 23).

Jesús nos explica la necesidad que tenemos de nacer a la vida de la gracia a través del Sacramento del Bautismo.

"Jesús le respondió (a Nicodemo): -Pues yo te aseguro que sólo el que nace de nuevo podrá alcanzar el reino de Dios. Nicodemo repuso: -¿Cómo es posible que un hombre ya viejo vuelva a nacer? ¿Acaso puede volver a entrar en el seno materno para nacer de nuevo? Jesús le contestó: -Te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace del agua y del Espíritu. Lo que nace del hombre es humano; lo que nace del Espíritu es espiritual. No te cause, pues, tanta sorpresa el que te haya dicho que tenéis que nacer de nuevo. El viento (el viento simboliza al Espíritu Santo) sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu" (JN. 3, 3-8).

4-2-1. ¿Podrán salvarse las buenas personas que no hayan sido bautizadas?

En el Catecismo de la Iglesia, leemos:

143 ""El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza" (DH 10; cf. CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados...Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino...crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (DH 11)" (CIC. La libertad de la fe).

"El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos.

Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.

A los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el bautismo unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación que no han podido recibir por el sacramento.

"Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.

En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo bautismo" (CIC. 1257-1261).

¿ES posible que los pecadores puedan ser purificados y tener vida eterna? Según Jesús, esto es posible si tenemos fe en que ello ocurra, pues el Espíritu Santo tiene la misión de santificar a quienes se confíen a El.

Jesús nos dice:

"Yo os aseguro que el que acepta mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna; no será condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que está llegando el momento, mejor dicho, ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan volverán a la vida. El Padre tiene el poder de dar la vida, y ha concedido al Hijo ese mismo poder. Le ha dado también autoridad para juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os admiréis de lo que estoy diciendo, porque llegará el momento en que todos los muertos oirán su voz y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien resucitarán para la vida eterna, pero los que hicieron el mal resucitarán para su condenación" (JN. 5, 24-29).

El Espíritu Santo, por medio del Bautismo, nos concede la vida eterna mientras nos santifica.

"Por el bautismo habéis sido sepultados con Cristo; con él habéis resucitado también al creer en el poder de Dios, que le resucitó triunfante de la muerte. Y muertos estabais vosotros a causa de vuestros delitos (pecados) y de la permanencia de vuestras desordenadas apetencias humanas. Pero ahora, Dios nos ha vuelto a la vida con Cristo y nos ha perdonado todos nuestros pecados. Ha destruido el documento acusador que contenía cargos contra nosotros, lo ha hecho desaparecer clavándolo en la cruz" (COL. 2, 12-14).

Si durante nuestra vida mortal servimos a Dios en nuestros prójimos los hombres, cuando nuestro Padre común concluya la instauración de su Reino entre nosotros, tendremos la dicha de comprobar que se cumplirán en nuestra vida las palabras del Apóstol:

"¿No sabéis que, al ser vinculados a Cristo por medio del bautismo, fuimos (simbólicamente) vinculados también a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, quedando asimilados a su muerte. Por tanto, si Cristo venció a la muerte resucitando por el glorioso poder del Padre, preciso es que también nosotros emprendamos una vida nueva. Injertados en Cristo y partícipes de su muerte, hemos de compartir también su resurrección. Tened en cuenta que nuestra antigua condición pecadora fue clavada con Cristo en la cruz, quedando así destruida la fuerza del pecado y libres nosotros de su servidumbre. En efecto, cuando una persona muere, queda libre del dominio del pecado. Nosotros, por tanto, si hemos muerto con Cristo, debemos confiar en que también viviremos con él; porque sabemos que Cristo, al resucitar, triunfó de la muerte y es ya inmortal; la muerte ha perdido su dominio sobre él. Cuando murió, murió al pecado una vez por todas; su vivir , en cambio, es un vivir para Dios. Igualmente vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús. Que no siga dominándoos el pecado; aunque tenéis todavía un cuerpo corruptible, no os pleguéis a los deseos de este cuerpo. Ni os convirtáis en instrumentos del mal al servicio del pecado. Presentaos, más bien, ante Dios como lo que sois: muertos que habéis vuelto a la vida, y haced de vuestros cuerpos instrumentos del bien al servicio de Dios. No tiene por qué dominaros el pecado, pues no estáis ya bajo el yugo de la Ley, sino bajo la acción de la gracia" (ROM. 6, 3-14).

4-2-2. ¿Qué puede ocurrirle al alma humana después de que acontezca su separación del cuerpo al que Dios la vinculó por medio de la muerte física?

4-2-2-1. La condenación de los pecadores irremisibles.

Es conveniente recordar que el Dios del amor no permitirá la condenación de los pecadores que se arrepientan sinceramente de sus inocuas acciones, pero, a pesar de este hecho, habrá quienes sean condenados irremediablemente, por su obstinación en no querer reconciliarse con Dios.

¿Cuál es, según Jesús, el pecado imperdonable por Dios, que arrastra consigo la condenación del alma de quienes no se arrepienten de cometerlo?

Jesús nos dice:

""Por eso os digo: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro" (MT. 12, 31-32).

"El único pecado que Dios no perdona es la blasfemia contra el Espíritu Santo, por cuanto supone la negación a dar y recibir amor, es decir, es la conversión de quienes viven este pecado en gente carente de todo tipo de escrúpulos" (José Portillo Pérez. ¿Quién es el Espíritu Santo, y qué labor desempeña en los creyentes en Dios? II parte. Solemnidad de la Ascensión del Señor, ciclo C, año 2010).

El autor de la Carta a los Hebreos, nos dice:

"¡Es tremendo caer en las manos de Dios vivo!" (HEB. 10, 31).

Para exponer mejor el significado del citado versículo bíblico, recordemos el siguiente texto de San Pedro:

"Al integraros en el Señor, piedra viva rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, constituís un templo espiritual y un sacerdocio consagrado, que por medio de Jesucristo ofrece sacrificios espirituales y agradables a Dios. Pues dice la Escritura: Mirad, yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; quien ponga su confianza en ella, no se verá defraudado. Piedra de gran valor para vosotros los creyentes. En cambio, para los incrédulos: la piedra que desecharon los constructores, se ha convertido en la piedra principal. en piedra de tropiezo, en roca donde uno se estrella. Y, efectivamente, en ella tropiezan los que no aceptan el mensaje; tal es su destino" (1 PE. 2, 4-8).

San Pedro hace referencia a las clases directoras de los grandes grupos religiosos de Israel, las cuales rechazaron a Cristo, la piedra angular sobre la que se sostiene el edificio de nuestra fe universal. Como consecuencia del citado rechazo, la ciudad de Jerusalén fue desolada por Tito y Vespasiano el año setenta del siglo I.

De la misma manera que la obstinación de los líderes de los grandes grupos religiosos de Israel les atrajo la ruina de la Ciudad Santa, los pecadores irremisibles serán rechazados por Dios en el juicio universal, el cual será el último acto con que Dios dará por concluida la instauración de su Reino entre nosotros, salvando a los justos y condenando a quienes le rechacen.

En razón de la existencia de la salvación de los justos y de la condenación de los injustos, no dejan de ser verídicas las siguientes palabras de la Biblia:

"Una sola vez han de pasar los hombres por la muerte (física), y a continuación serán sometidos al juicio de Dios. De manera semejante, Cristo se ofreció una sola vez en sacrificio para quitar los pecados de los hombres; después se mostrará por segunda vez, pero ya no en relación con el pecado, sino para bien de quienes esperan de él la salvación definitiva" (HEB. 9, 26-27).

Sin dejar de hacer todo lo que nos compete en esta vida, debemos prepararnos para recibir a Jesús en su Parusía o segunda venida, como si de ello dependiera nuestra salvación, pues, si la misma depende del amor de Dios para con nosotros, los cristianos no podemos dejar de hacer el bien.

"Les dijo (Jesús) una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea." Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios"" (LC. 12, 16-21).

Dado que Dios tarda en cumplir la promesa de salvarnos, podemos tener la impresión de que los pecadores tienen licencia para hacer todo el mal que quieran.

"Se sonríen, pregonan la maldad,
hablan altivamente de violencia;
ponen en el cielo su boca,
y su lengua se pasea por la tierra. (Dicen que son creyentes, pero sus obras les desmienten)...
Oh, sí, tú en precipicios los colocas,
a la ruina los empujas" (SAL. 73, 8-9. 18).

Esta es la causa por la que leemos en el Salmo 37:

"No te acalores por causa de los malos,
no envidies a los que hacen injusticia (porque actualmente todas sus empresas son fabulosas ante sus ojos).
Pues aridecen presto (rápido) como el heno,
como la hierba tierna se marchitan" (SAL. 37, 1-2).

Quienes rechacen el perdón de Dios, sufrirán la segunda muerte por causa de sus pecados.

Jesús les dijo a sus opositores en cierta ocasión:

"Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados. Porque, si no creéis que "yo soy el que soy", moriréis en vuestros pecados" (JN. 8, 24).

Es de notar que los enemigos de Jesús no creían en el Señor porque no podían abarcar los misterios de Dios, sino porque no querían ejercer fe en el Salvador de Israel, dado que ello estorbaba a sus propósitos terrenos, ya que Roma mantenía su status social a cambio de que apaciguaran los ánimos del pueblo, que, pendiente a la profecía de Daniel, que anunciaba el nacimiento del Mesías para aquellos años, se unía a cualquier revolucionario como Judas el Galileo, que estuviera dispuesto a guerrear contra sus invasores europeos.

Gracias a la parábola del rico epulón (CF. LC. 16, 19-31), podemos deducir cuál es el estado de los pecadores irremisibles, a partir del momento en que son juzgados por Dios. Tales pecadores conservan sus facultades mentales, y permanecen en un lugar de tormento en que no pueden recibir ningún tipo de consuelo que les alivie. Dichos pecadores están separados del lugar en que viven los bienaventurados, y, aunque unos y otros pueden verse, es imposible que puedan encontrarse. Tales pecadores son tenidos por culpables por haber incumplido la voluntad de Dios habiendo conocido a nuestro Padre común mediante las Escrituras Sagradas, y por no haber obedecido a su conciencia, que siempre fue conocedora del bien y del mal.

"Pero Abraham le dijo (al rico epulón): "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros"" (LC. 19, 25-26).

Los citados versículos lucanos describen el estado de los condenados, y las siguientes palabras con que finaliza la parábola de Jesús, describen el estado de quienes aún podemos elegir si queremos estar a favor o en contra de Dios, pues tenemos la Biblia, los documentos de la Iglesia, el hecho de reconocer a Dios mediante las realidades características del mundo (la llamada "revelación natural"), y nuestra conciencia, para evitarnos la condenación.

"«Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento." Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan." El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán." Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite."" (LC. 19, 27-31).

¿Cuántas veces decimos que necesitamos ver milagros para poder creer en Dios! Esto no es cierto del todo, ya que en la Biblia, después de contemplar milagros con sus propios ojos, muchos fueron los que se negaron a creer en Jesús. Para creer en Dios, más que ver milagros, necesitamos querer aceptar a nuestro Padre común, al Señor Jesús y al Espíritu Santo.

¿Cuánto miedo nos han infundido a muchos creyentes, al menos durante los años de nuestra niñez, hablándonos del infierno! Muchos son los que no han caído en el detalle de que ningún cuerpo puede permanecer envuelto en llamas eternamente, arrastrados por dicho temor brutal a ser condenados por Dios.

Quizá me preguntaréis:

¿No se lee en la Biblia que el infierno es un lago de fuego inextinguible?

Yo os respondo:

El fuego en la Biblia significa lo que debemos sufrir al cambiar nuestros puntos de vista por la óptica de Dios, por medio de nuestra conversión, la cual difícilmente no será dolorosa. El fuego significa la transformación que lleva implícita la conversión, y el dolor y los sacrificios característicos de la misma. Así pues, cuando en libros como el Apocalipsis se habla del fuego del infierno, se hace referencia a los pecadores irremisibles, los cuales pagarán las consecuencias de no haber querido convertirse al Evangelio de salvación. Pensemos que, si Dios nos ama, y salva a una madre, la cual ve a su hijo entre las llamas del infierno, ¿cómo podrá dicha mujer sentirse feliz en la presencia de su Salvador? Tal señora, por mucho que le agradeciera a Dios su salvación, en vez de ser una buena madre, sería una mala bestia.

En el libro de Isaías, leemos:

"Así pues, de luna en luna nueva
y de sábado en sábado,
vendrá todo el mundo a prosternarse
ante mí, dice Yahveh.
Y en saliendo, verán
los cadáveres de aquellos
que se revelaron contra mí;
su gusano no morirá
su fuego no se apagará,
y serán el asco de todo el mundo" (IS. 66, 23-24).

No sabemos nada del tormento de los pecadores, pero sí sabemos que los redimidos sufrirían al ver a los suyos torturados. SE han derramado muchos ríos de tinta especulando sobre el infierno, pero yo, aunque en este estudio estoy expresando el pensamiento de los autores de la Biblia, lo que menos deseo, es infundirle miedo a nadie, pues soy de los que pienso que a Dios no debemos acercarnos por miedo, sino por el deseo de amarle y de ser amados por nuestro Padre común.

San Pablo también nos insta a que aprovechemos la Biblia, los documentos de la Iglesia, la revelación natural y los avisos de nuestra conciencia, para acercarnos a Dios.

"No me avergüenzo de anunciar este mensaje, que es fuerza salvadora de Dios para todo creyente, tanto si es judío como si no lo es. Por él se nos da a conocer el hecho de que Dios nos restablece en su amistad por medio de una fe en continuo crecimiento. Lo dice la Escritura: Aquel a quien Dios restablece en su amistad por medio de la fe alcanzará la vida. Se ha hecho manifiesto que la ira de Dios se abate desde el cielo sobre toda suerte de impiedad e injusticia, esto es, sobre los hombres que, actuando inicuamente, cierran el camino a la verdad. Porque lo que es posible conocer acerca de la divinidad, lo tienen ellos a su alcance, por cuanto Dios mismo se lo ha puesto ante los ojos. En efecto, partiendo de la creación del universo, la razón humana puede llegar a descubrir, a través de las cosas creadas, las perfecciones invisibles de Dios: su eterno poder y su divinidad. De ahí que no tengan disculpa, ya que, conociendo a Dios, no le han tributado el honor que merecía, ni le han dado las gracias debidas. Al contrario, han dejado correr su pensamiento tras cosas sin valor, y su necio corazón se ha llenado de oscuridad... Conocen de sobra la sentencia de Dios que declara reos de muerte a quienes hacen tales cosas; y, sin embargo, no sólo las hacen, sino que aplauden el que otros las hagan. Por eso, tú, quienquiera que seas, no tienes excusa cuando te eriges en juez de los demás. Al condenar a otro, tú mismo te condenas, por cuanto tú, que te eriges en juez, no eres mejor que los demás. Sabido es que el justo juicio de Dios cae con rigor sobre quienes cometen tales culpas. Y tú, que condenas a quienes actúan así, pero te portas igual que ellos, ¿te imaginas que vas a librarte del castigo de Dios? ¿Te es, acaso, indiferente la inagotable bondad, paciencia y generosidad de Dios, y no te das cuenta de que es precisamente esa bondad la que está impulsándote a cambiar de conducta?" (ROM. 1, 16-21. 32. 2, 1-4).

4-2-2-2. La salvación de los creyentes o justos.

Sabemos que en la Biblia, la palabra "justo", no sólo denomina al que hace justicia, pues también se refiere al hombre de fe, el cual, no debe de dejar de hacer el bien, pues en ello consiste el cumplimiento de la voluntad de Dios.

La muerte espiritual (la separación de Dios), no existe para los creyentes, pues, por medio de la fe que les caracteriza, pasan de la muerte física a la vida eterna.

"Yo os aseguro que el que acepta mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna; no será condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida" (JN. 5, 24).

Jesús nos sigue diciendo:

"Os aseguro que el que acepta mi mensaje, jamás morirá" (JN. 8, 51).

"Mis ovejas reconocen mi voz, yo las conozco, y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán ni podrá nadie arrebatármelas, como no pueden arrebatárselas a mi Padre, que, con su soberano poder, me las ha confiado" (JN. 10, 27-29).

"Jesús afirmó: -Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno de los que viven y tienen fe en mi morirá para siempre.
¿Crees esto?" (JN. 11, 25-26).

Recurriendo nuevamente a la parábola del rico epulón (CF. LC. 16, 19-31), podemos ver cuál es el estado de los justos que mueren y son juzgados por Dios, simbolizado por "el seno de Abraham", lugar al que, según creían los judíos, eran llevados los difuntos, en espera de la ejecución del juicio divino, que decidiría su suerte.

"Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado... Pero Abraham le dijo (al rico): "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado" (LC. 16, 22. 25).

San Pablo, siendo conocedor de la suerte de los justos que morían, tenía un enorme deseo de vivir en la presencia de Dios, por lo cual escribió:

"Sé que, gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo, todo contribuirá a mi salvación. Así lo espero ardientemente, seguro de no quedar defraudado y de que en todo momento, tanto si estoy vivo como si estoy muerto, Cristo manifestará su gloria en mi persona. Porque Cristo es la razón de mi vida, y la muerte, por tanto, me resulta una ganancia" (FLP. 1, 19-21).

"Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste... Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle (a Dios)" (2 COR. 5, 2. 9).

En atención a la dicha que caracteriza a los justos que fallecen, una voz celestial afirma en el Apocalipsis:

"Y oí una voz del cielo, que decía: -Escribe esto: "Dichosos ya desde ahora los muertos que mueren en el Señor. El Espíritu mismo les asegura el descanso de sus fatigas, por cuanto sus buenas obras los acompañan."" (AP. 14, 13).

4-3. La segunda muerte.

La Iglesia nos enseña que Dios nos someterá a un juicio particular cuando perdamos la vida, y, tras el cual, si no somos hallados plenamente puros, por medio de la purificación del purgatorio, -la antesala del cielo-, nuestro Padre común concluirá nuestra santificación. Al final de los tiempos seremos juzgados en el juicio universal. Quienes, en ambos juicios, sean hallados culpables de rechazar a Dios, y de no arrepentirse de sus malos actos, vivirán la segunda muerte, la cual es la que comúnmente conocemos como infierno, y en la Biblia es llamada lago de fuego.

"Y la muerte y el abismo fueron después arrojados al lago de fuego, es decir, a la segunda muerte" (AP. 20, 14).

"Pero los cobardes, los incrédulos, los depravados, los asesinos, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y todos los embaucadores están destinados al lago ardiente de fuego y azufre, es decir, a la segunda muerte" (AP. 21, 8).

Este es el destino de los pecadores irremisibles, según el autor del Apocalipsis:

"Pero entonces, disponeos a beber el vino de la ira de Dios, a apurar la copa del inexorable furor divino, a ser torturados con fuego y azufre en presencia de los santos ángeles y del Cordero. Hay eternos tormentos, día y noche, sin descanso, para quienes adoren a la bestia y a su imagen, para quienes se hayan dejado tatuar su nombre... Y el diablo, el seductor, fue arrojado al lago de fuego y azufre. Allí, en compañía de la bestia y el falso profeta, sufrirá tormento por siempre, día y noche sin cesar" (AP. 14, 10-11. 20, 10).

"Quien tenga oídos, preste atención a lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no será presa de la segunda muerte" (AP. 2, 11).

5. La esperanza en la resurrección.

A pesar de lo expuesto en este estudio referente a la condenación de los impenitentes, he de deciros que no hemos de dejarnos arrastrar por la imaginación de quienes aprovechan las imágenes infernales para hacer que sus incautos creyentes tiemblen de miedo. Los cristianos debemos evitar perder la esperanza en la resurrección. Nuestra fe nos dice que, cuando Dios concluya la instauración de su Reino entre nosotros, viviremos en su presencia, después de haber sido purificados de nuestra natural imperfección. En el caso de que en nuestro seno familiar haya pecadores irremisibles, siempre oraremos para que se cumplan en nosotros las siguientes palabras:

"-Cree en Jesús, el Señor, y tú y tu familia alcanzaréis la salvación" (CF. HCH. 16, 31).

Concluyamos esta meditación pidiéndole a nuestro Padre común que, al final de los tiempos, cuando nuestra tierra sea su Reino, nos reúna con nuestros familiares y amigos queridos en su presencia, pues ese es el fin de la fe que nos mueve en este mundo, en el que es tan fácil dejar de creer en nuestro Padre común, nuestro Bien Supremo. Que así sea.

papel de los santos y santas en la Iglesia

Qué papel desempeñan los Santos en la Iglesia?

Introducción.

¿Quiénes son los santos? Los santos son los creyentes en Dios que viven para cumplir la voluntad de nuestro Padre común. Tales hermanos nuestros, independientemente de que estén entre nosotros o de que estén en la presencia de Dios aguardando que nuestro Padre común una nuevamente sus cuerpos a sus almas en la resurrección universal, desempeñan una importante misión en la Iglesia, consistente en orar, para pedirle a nuestro Santo Padre que concluya la instauración de su Reino entre nosotros, para que podamos vivir en un mundo que no esté caracterizado por ningún tipo de sufrimiento.

No sólo son Santos los cristianos que han sido canonizados por la Iglesia para que sus vidas nos sirvan de ejemplo a quienes vivimos en este mundo en que es muy fácil perder la fe en Dios, pues también lo son los millones de creyentes que, aunque no son conocidos, han vivido entregados al cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre común. Estos últimos Santos, aunque son desconocidos, también merecen nuestra veneración, lo cual constituye uno de los motivos trascendentales por los que celebramos esta fiesta de Todos los Santos.

"La comunión con los santos. "No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG 50):

Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios: en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también nosotros, ser sus compañeros y sus condiscípulos (San Policarpo, mart. 17)" (CIC. 957).

La comunión de los Santos, significa que los tales participan activamente de la vida de la Iglesia, pues así lo demuestran su testimonio de fe inquebrantable, los escritos que muchos de ellos nos han dejado para ayudarnos a crecer espiritualmente, y su oración. Los Santos que están en el cielo tienen la dicha de contemplar al Dios Uno y Trino, lo glorifican o alaban, y, por medio de la citada oración, interceden por aquellos que les han sido encomendados, los cuales bien pueden llevar su nombre, o estar bajo la titularidad de los mismos. La creencia en la intercesión de los Santos es una gran ayuda que le sirve al pueblo de Dios para mantener su fe viva, ya que los creyentes saben que aquellos de sus familiares y amigos difuntos que han dejado este mundo con el corazón rebosante de fe, no cesan de orar por la salvación de su alma.

La intercesión ante Dios por creyentes e incrédulos constituye la gran misión que los Santos desempeñan en la Iglesia. Podemos y debemos pedirles a los Santos que intercedan por nosotros, por nuestras familias, por quienes conocemos y no hemos tenido la oportunidad de conocer, y por el mundo entero.

Aunque sabemos que contamos con la ayuda de los Santos, puede sucedernos que, sumidos en nuestras múltiples ocupaciones y llevados de nuestras muchas preocupaciones, nos olvidemos de tan grandes intercesores que tenemos delante de nuestro Padre celestial. Obviamente, sabemos que los Santos no tienen poder para salvarnos, dado que nuestra salvación depende del amor y del poder de Dios para conducirnos a su presencia limpios del fruto de nuestros pecados, pero dicha oración nos conforta porque los Santos nos acompañan espiritualmente en nuestras alegrías y, el hecho de saber que están con nosotros, nos conforta de nuestros dolores. Para evitar que nos olvidemos de la gran ayuda que nos prestan los Santos, la Iglesia quiere que dediquemos el uno de Noviembre a expresarles a tales hermanos nuestros nuestras necesidades y alegrías y les agradezcamos el amor que nos manifiestan, para que no nos sintamos desamparados cuando la adversidad se adueñe de nuestro corazón sin que podamos evitarlo.

La fiesta que hoy celebramos nos recuerda que quienes están en el cielo no son los únicos Santos que existen, pues también son santos los que, a pesar de su humana imperfección, -dentro de sus siempre escasas posibilidades-, hacen extraordinariamente bien las cosas ordinarias que les competen, por amor a Dios, a sus prójimos los hombres y a sí mismos. Todos los que creemos en Dios hemos sido llamados a la santidad, así pues, Dios nos dice:

"Sed santos, porque soy santo" (CF. 1 PE., 1, 16).

¿Qué quiere decir Dios cuando nos pide que seamos santos? Lo que nuestro Padre celestial quiere decirnos es que, en conformidad con nuestras posibilidades, que intentemos imitarlo, tal como nos dice San Pablo que lo hagamos.

"Sois hijos amados de Dios. Procurad pareceros a él y haced del amor norma de vuestra vida" (CF. EF. 5, 1-2).

San Pablo nos demuestra que el ejemplo de los Santos puede motivarnos a desear ser santificados por Dios, cuando nos dice:

"Pero la gracia divina ha hecho de mí esto que soy; una gracia que no se ha malogrado en cuanto a mí toca" (CF. 1 COR. 15, 10).

El antiguo perseguidor de los cristianos nos dice que la gracia de Dios lo transformó en un hombre completamente distinto, y que por medio de sus oraciones y obras, Dios hizo que tal gracia no se malograra. Si se da el caso de que creemos que somos pecadores irremediables, a imitación de San Pablo, en vez de pensar que nuestra maldad y estupidez nos quitan el valor personal que tenemos, oremos incansablemente, y hagamos el bien, para que la gracia divina concluya nuestro proceso de santificación personal.

Recordemos que Santos no sólo son aquellos que han tenido la potestad de hacer milagros, pues también son santos quienes, desde su vida silenciosa o desconocida, saben cumplir la voluntad de nuestro Padre común, sin que nadie los alabe por ello, porque no se tiene el conocimiento de que cumplen la importante labor de orar por la salvación de la humanidad. Recordemos con especial afecto a los religiosos contemplativos, y, a quienes, por causa de sus enfermedades, ancianidad, o pobreza, lo único que pueden hacer en la vida es orar, para pedirle a Dios que no se demore en cumplir sus promesas, a no ser que se dé el caso de que crea oportuno seguir haciéndose esperar, hasta que nuestros corazones sean receptivos a su Palabra.

Dado que no es fácil alcanzar la santidad, hoy podríamos hacer un plan para alcanzarla, pues, aunque sabemos que este hecho depende de Dios, nos queda la opción de actuar cumpliendo la voluntad de nuestro Padre común, como si de ello dependiera la salud o salvación de nuestra alma.

A la hora de pensar en lo que podemos hacer para que Dios nos santifique, lo primero que debemos tener en cuenta, es que no podemos hacer nada sin nuestro Creador. Esto en absoluto significa que somos inútiles, sino que debemos dirigir nuestra vida al cumplimiento de su voluntad.

Dado que somos tendentes al pecado, debemos intentar vencer nuestra imperfección, empezando por los defectos más fáciles de superar, para posteriormente intentar remediar nuestras más graves imperfecciones, hasta el punto que podamos superarlas, dependiendo de los medios que para ello estén a nuestro alcance en cada momento de nuestra vida.

Si queremos ser santos, debemos obligarnos a estudiar la Palabra de Dios, los documentos de la Iglesia y a no dejar de frecuentar los Sacramentos.

1. La inmortalidad del alma.

Para entender la misión que los Santos que están en el cielo desempeñan con respecto a nosotros, nos es necesario comprender que, aunque los tales carecen de sus cuerpos mortales, sus almas están en la presencia de Dios. La creencia de la inmortalidad del alma, no es un invento de los católicos tal como intentan inculcarles a sus adeptos muchas sectas, pues nos es necesario buscar el origen de la misma en la Biblia.

Recordemos que Dios probó la fe y obediencia de Abraham ordenándole que le ofreciera en sacrificio a su hijo Isaac. Cuando se lee el citado relato que se encuentra en el capítulo ventidós del Génesis, se puede tener la impresión de que el citado Patriarca de Israel debió pensar: ¿Cómo es posible que Dios me haya prometido que por medio de mi hijo aumentará mi prole, y, sin embargo, me haya ordenado asesinar a Isaac? San Pablo responde esta pregunta en los siguientes términos:

"Por la fe, Abraham, puesto a prueba, estuvo decidido a ofrecer a Isaac en sacrificio; él era el depositario de las promesas, y, sin embargo, a quien debía sacrificar era a su hijo único, del que Dios le había dicho: Isaac asegurará tu descendencia. Daba por supuesto Abraham que Dios tiene poder incluso para resucitar a los muertos; con lo que el hecho de recuperar a su hijo era una suerte de anuncio simbólico" (HEV. 11, 17-19).

Job, en su lamentable estado de leproso que esperaba la llegada de la muerte para que su tormento acabara, llegó a decir:

"YO sé que mi Defensor (Redentor) está vivo,
y que él. el último se levantará sobre el polvo.
Tras mi despertar (de la muerte) me alzará junto a él,
y con mi propia carne veré a Dios.
Yo, sí, yo mismo le veré,
mis ojos le mirarán, no ningún otro.
(Ello sucederá aunque al presente) ¡dentro de mí languidecen mis entrañas!" (JOB. 19, 25-27).

"Dios no es Dios de muertos, sino de vivos" (CF. MT. 22, 32).

Ni María ni los Santos (en la Biblia un Santo es un creyente, independientemente de que el mismo sea ministro de la Iglesia o un simple hermano de la comunidad, tal como se ve, -por ejemplo-, en COL. 1, 2...) están muertos, pues, en la Biblia, leemos:

""¡Oh, quién me diera que me escondieses en el Seol,
Que me encubrieses hasta apaciguarse tu ira,
Que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!
Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?
Todos los días de mi edad esperaré,
Hasta que venga mi liberación.
Entonces llamarás, y yo te responderé;
Tendrás afecto a la hechura de tus manos" (JOB. 14, 13-15).

Si Job esperaba bajar al seol (la sepultura común de la humanidad según la antigua creencia hebrea), debía tener una noción de que su espíritu no moriría.

Si los Santos no están muertos, pueden interceder ante Dios por quienes quieran, lo mismo que también podemos hacerlo nosotros.

"Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús" (MC. 9, 4).

Si moisés y Elías se les aparecieron a Jesús y a sus tres amigos en el pasaje de la Transfiguración del Señor, ello sucedió porque ambos estaban vivos.

2. La intercesión de los Santos.

Existen grupos religiosos y sectarios que nos acusan a los católicos de que traficamos con los sentimientos de los incautos atrayendo a los tales a la Iglesia, como si por este hecho los Santos intercedieran por los tales ante Dios por ello. Llegados a este punto, nos es necesario responder la siguiente pregunta:

¿Tiene una base bíblica razonable la intercesión de los Santos?

" María Santísima intercedió ante Jesús por los novios que se casaron en Caná de Galilea.

""Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él" (JN. 2, 1-11)".

Si no tenemos una buena instrucción bíblica, seguro que no sabremos responderles coherentemente a nuestros hermanos separados de muchas confesiones, cuando nos pregunten:

¿En qué versículo de la Biblia se nos indica que podemos dirigirles nuestras oraciones a los Santos, como si los mismos fueran dioses?

¿No os dais cuenta de que al orarles a los Santos hacéis que los mismos le usurpen a Dios su lugar, por lo cual, al adorar a las criaturas, os jugáis la salvación, por no adorar a vuestro Creador?

¿En qué lugar de la Biblia se nos informa de que tanto la Virgen como los Santos están dotados de poder para hacer milagros?

Aunque estas preguntas son tan fáciles de ser respondidas que ni siquiera nos ocupamos de ellas en los cursos catequéticos infantiles, muchos de nuestros hermanos de fe, al no saber responder los citados interrogantes, acaban por separarse de la Iglesia, y convertirse en nuestros enemigos jurados.

Aunque en la Biblia no se nos informa de que los Santos deben escuchar nuestras oraciones ni de que están dotados de poder para hacer milagros, sí se nos demuestra, -como veremos a continuación-, que, al ser nuestros intercesores, actúan movidos por el poder del Espíritu Santo para orar por nosotros. Los milagros que se nos conceden por petición (intercesión) de los Santos dirigida a nuestro Dios Uno y Trino, no son frutos del poder de los mismos, sino del amor de Dios, que es derramado constantemente sobre nosotros.

Es cierto que en la Biblia no existe ningún mandato que afirme o prohíba el hecho de que les tributemos culto a María Santísima y a los Santos, pero, como se nos demuestra que ello nos es lícito, nos encontramos con que no debemos añadirle ni quitarle nada por nuestra cuenta al texto sagrado, tal como se ve en el siguiente fragmento del Apocalipsis:

"A todo el que escuche el mensaje profético de este libro, solemnemente le anuncio: Si añade algo, Dios hará caer sobre él las calamidades consignadas en el libro. Si suprime algo, Dios le desgajará del árbol de la vida y le excluirá de la ciudad santa descritos en este libro" (AP. 22, 18-19).

Se nos acusa erróneamente de rezarles a las imágenes. Nuestras oraciones nunca están dirigidas a las imágenes de los Santos, sino a las personas representadas por las mismas, así pues, San Pablo nos dice:

"Y todo esto hacedlo orando y suplicando sin cesar bajo la guía del Espíritu; renunciad incluso al sueño, si es preciso, y orad con insistencia por todos los creyentes" (EF. 6, 18).

Dado que en el Nuevo Testamento los creyentes son designados con la palabra santos, (yo escribo dicho término en mayúsculas para resaltarlo), al decirnos el Apóstol que oremos unos por otros, está demostrándonos que la intercesión de los Santos es útil, no por su poder, sino porque, al interceder unos por otros, nos demostramos que hay amor verdadero entre nosotros.

En la Biblia se nos demuestra cómo le son presentadas a Dios las oraciones de los Santos que están tanto en el cielo como en la tierra.

"Entonces, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; todos tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos" (AP. 5, 8).

Los personajes mencionados no se postraron ante nuestro Padre común, sino ante Jesucristo, el Cordero de Dios, lo cual nos da fe de que orar en la presencia de Jesucristo no constituye un pecado.

Nuestras oraciones son sacrificios muy gratos en la presencia de Dios.

"Cuando, finalmente, el Cordero rompió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio como de media hora. Vi cómo se entregaban siete trompetas a los siete ángeles que estaban en pie delante de Dios, mientras otro ángel se colocaba junto al altar con un incensario de oro. Recibió perfumes en abundancia, para ofrecerlos, junto con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que se levanta delante del trono de Dios. Y el aroma de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió de la mano del ángel hasta la presencia de Dios" (AP. 8, 1-4).

¿En qué cita se basan los fundamentalistas para afirmar que no debemos recurrir a la intercesión de los Santos?

"Porque hay un solo Dios, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús" (1 TIM. 2, 5).

Jesucristo ciertamente es nuestro único mediador ante el Padre eterno en el sentido de que es nuestro Redentor, pero este hecho no nos impide recurrir a la intercesión de los Santos, la cual sólo es una demostración de amor, si estamos atentos a las necesidades de nuestros hermanos los hombres.

Nuestros hermanos separados pueden objetarnos a la hora de decirles lo expuesto anteriormente, diciéndonos:

Vosotros no tenéis razón, por consiguiente, mirad estas citas bíblicas:

"Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (JN. 16, 24).

"«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá"" (MT. 7, 7-8).

Es cierto que, tal como vimos en la meditación correspondiente a las lecturas de este Domingo XVII Ordinario en el envío anterior que os hice, debemos dirigirle nuestras peticiones a Dios en nombre de Jesús, pero este hecho no está relacionado en absoluto con la intercesión de los Santos.

Observemos cómo los Apóstoles Pedro y Juan intercedieron ante el Señor Jesús por un cojo.

" Un día en que Pedro y Juan fueron al templo para la oración de media tarde, se encontraron con un cojo de nacimiento junto a la puerta del templo llamada "La Hermosa". Le llevaban cada día, y le ponían allí para que pidiese limosna a las personas que iban al templo. Al ver que Pedro y Juan iban a entrar, les pidió una limosna. Pedro y Juan clavaron su mirada en él, y Pedro le dijo: -Míranos. El cojo los miró con atención, esperando que le dieran algo. Pedro entonces le dijo: -No tengo dinero, pero te daré lo que poseo: en nombre de Jesús de Nazaret, comienza a andar. Y, tomándole de la mano derecha, le hizo incorporarse. al instante se fortalecieron sus piernas y sus tobillos, se puso en pie de un salto y comenzó a andar. Luego entró con ellos en el templo por su propio pie, saltando y alabando a Dios" (HCH. 3, 1-8).

Fijaos qué contradicción más curiosa. Aunque los evangélicos nos satanizan a los católicos por causa de la intercesión de los Santos, sus pastores interceden por los enfermos por medio de sus oraciones de sanación. Si los pastores oran por aquellos a quienes instruyen porque se les pide que lo hagan, resultan ser mediadores entre sus fieles y Dios" (José Portillo Pérez. Solemnidad del Apóstol Santiago, 25/07/2010).

San Pablo también curó a un tullido porque Dios escuchó su oración de intercesión.

"Había en Listra un tullido, cojo de nacimiento, que nunca se había valido de sus pies. Estaba escuchando con atención a Pablo, cuando éste fijó su mirada en él y percibió que tenía fe bastante para ser sanado. Le dijo entonces en voz alta: -¡Levántate y ponte derecho sobre tus pies! El dio un salto y echó a andar" (HCH. 14, 8-10).

ES cierto que los textos que hemos visto no nos informan de que los Apóstoles oraron por aquellos a quienes curaron, pero ello se deduce del simple hecho de que carecían del poder necesario para obrar milagros. Dado que los Apóstoles creían en la necesidad que tenemos de interceder unos por otros, nunca les prohibieron a sus oyentes ni a sus lectores que les pidieran nada, dado que ellos también cumplían la importante misión de interceder primeramente por sus hermanos de raza y posteriormente por los extranjeros, una vez que estos últimos se cristianizaron.

Aunque no nos encontramos entre los Santos que están en el cielo, ¿podemos interceder ante Dios por los creyentes?

San Pablo nos dice:

"Y todo esto hacedlo orando y suplicando sin cesar bajo la guía del Espíritu; renunciad incluso al sueño, si es preciso, y orad con insistencia por todos los creyentes" (EF. 6, 18).

Dado que el término "santo" designaba a los creyentes en Jesús antes de que los tales fueran llamados "cristianos", San Pablo, por medio de las siguientes palabras que les escribió a sus lectores de Éfeso, nos demuestra que podemos interceder unos por otros, y también por los grandes santos que destacan por su cumplimiento de la voluntad de Dios.

"También (orad) por mí, para que Dios ponga en mis labios la palabra oportuna y pueda dar a conocer libre y valientemente el secreto plan de Dios encerrado en ese mensaje de salvación, del que soy ahora un embajador encadenado. Que Dios me conceda el valor de anunciarlo como debo" (EF. 6, 19-20).

Si aquí en la tierra, donde el amor que nos caracteriza es imperfecto, hacemos bien al orar unos por otros, ¿evitarán los Santos del cielo el hecho de interceder por la humanidad sumida en sus problemas? San Pablo responde este interrogante, en los siguientes términos:

"El amor nunca muere" (1 COR. 13, 8A).

¿Difundimos los católicos la idea de que los Santos son dioses, a los cuales debemos adorar como si le usurparan a Dios su dignidad? Esta idea no la defendemos bajo ningún concepto, pero quienes nos acusan de adorar a las imágenes nos acusan de difundirla. Los Santos son intercesores que tenemos delante de Dios, en quienes se cumplen las siguientes palabras del autor bíblico:

"Reconoced, pues, mutuamente vuestros pecados y orad unos por otros. Así sanaréis, ya que es muy poderosa la oración ferviente de los fieles" (ST. 5, 16).

Quienes rechazan la idea de la intercesión de los Santos, nos preguntan: ¿Están los Santos en todas partes para escuchar las oraciones que les dirigís? San Pablo escribió en una de sus Cartas:

"Sé que, gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo, todo contribuirá a mi salvación. Así lo espero ardientemente, seguro de no quedar defraudado y de que en todo momento, tanto si estoy vivo como si estoy muerto, Cristo manifestará su gloria en mi persona. Porque Cristo es la razón de mi vida, y la muerte, por tanto, me resulta una ganancia. Pero ¿y si mi vida en este mundo fuese todavía provechosa? Verdaderamente no sé qué elegir. Ambas cosas me apremian: por un lado, quiero morir y estar con Cristo, que es, con mucho, lo mejor; por otro lado, vosotros necesitáis que siga viviendo en este mundo. Convencido de esto último, presiento que no voy a partir todavía; me quedaré entre vosotros para provecho y alegría de vuestra fe" (FLP. 1, 19-25).

San Pablo les escribió su Carta bíblica a los cristianos de Filipo para agradecerles la bondad que le demostraron al enviarle un espléndido donativo cuando permanecía preso en la ciudad de Roma. Con respecto al fragmento de la misma que hemos recordado, es interesante el hecho de recordar los siguientes puntos:

"Sé que, gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo, todo contribuirá a mi salvación" (FLP. 1, 19).

El Apóstol era consciente de que necesitaba de las oraciones de los cristianos de Filipo para que Dios le concediera la salvación de su alma.

"Así lo espero ardientemente, seguro de no quedar defraudado y de que en todo momento, tanto si estoy vivo como si estoy muerto, Cristo manifestará su gloria en mi persona" (FLP. 1, 20).

Tal como recordamos anteriormente, "Dios es Dios de vivos y no de muertos" (CF. MT. 22, 32), así pues, independientemente de que estuviera vivo o muerto, San Pablo, al estar unido a Cristo espiritualmente, no estaba dispuesto a dejar de cumplir la importante misión de interceder por los creyentes.

¿Podemos demostrar con la Biblia en la mano que Jesús escucha las oraciones de los creyentes?

En el Evangelio de San Juan, leemos las siguientes palabras del Señor:

"Y todo lo que me pidáis os lo concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Os concederé todo lo que me pidáis en mi nombre" (JN. 14, 13-14).

¿Escucha nuestro Padre celestial las oraciones de sus hijos?

"Cuando llegue ese día (el día de la completa instauración del Reino de Dios entre nosotros), vosotros mismos presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre. Y no necesito aseguraros que yo voy a interceder ante el Padre por vosotros, pues es el Padre mismo quien os ama. Y os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que yo he venido de Dios" (JN. 16, 26-27).

Si no necesitamos que Jesús le pida a Dios nada para nosotros, porque nuestro Padre celestial nos ama y nos salvará por causa de dicho amor, menos necesitamos la intercesión de los Santos del cielo ni la de nuestros prójimos en ese sentido, pero sí necesitamos de la intercesión para pensar que no estamos solos en este mundo en que es tan fácil perder la fe en Dios, así pues, San Pablo nos dice:

"Te encarezco, pues, en primer lugar, que se hagan oraciones, súplicas, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres. Por los reyes y por todos los que gozan de poder sobre la tierra, para que podamos, de forma tranquila y sosegada, realizarnos sin trabas en nuestra condición de personas creyentes. Hermoso y agradable es este proceder a los ojos de Dios, nuestro Señor, por cuanto él quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad. Porque hay un solo Dios, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, que entregó su vida para rescatar la libertad de todos. Esta es la gran prueba del plan divino ofrecida en el tiempo prefijado" (1 TIM. 2, 1-6).

Cristo es nuestro único mediador ante Dios en el sentido de que nos ha redimido, pero ello no excluye el hecho de que oremos unos por otros.

En el Catecismo de la Iglesia, leemos:

"La intercesión de los santos. "Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad...no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49):

No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43).

Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (Santa Teresa del Niño Jesús, verba)" (CIC. 956).

Concluyamos esta meditación pidiéndole a nuestro Padre y Dios que aumente el nosotros el deseo de ser santificados, con el fin de que, cuando concluya la instauración de su Reino de amor y paz entre nosotros, podamos vivir en su presencia. Así sea.

Tuesday, October 25, 2011

El Año de la Fe

El Año de la Fe
El Papa anunció el Año de la Fe que comenzará el 11 de octubre de 2012 y se extenderá hasta el 24 de noviembre de 2013


El Año de la fe, anunciado en días pasados por el Papa, debe ser considerado una de las iniciativas que caracterizan este pontificado. Tal como la carta de convocación afirma desde las primeras frases, la memoria corre inmediatamente a aquel primer discurso del nuevo Papa en la Capilla Sixtina, la mañana siguiente a su elección, cuando afirmaba “la exigencia de redescubrir el camino de la fe para poner de manifiesto cada vez con mayor evidencia la alegría y el renovado entusiasmo del encuentro con Cristo”.

Y también vuelve a la inspiración evidente y central de todos los discursos de su último viaje a Alemania y a la institución del Dicasterio para la promoción de la nueva evangelización.

Con feliz intuición el Papa liga estrechamente el Año de la fe al 50° del Vaticano II. Mientras el Concilio sigue siendo objeto de discusiones y de apropiación partidista, es justo que la lectura y relectura de su riquísima herencia, su traducción en la práctica por parte de todo el pueblo de Dios en sus diversos componentes, siga siendo eficazmente guiada por el Papa, como por los Papas ha sido convocado y guiado en su realización, y tomado como “brújula” del camino siguiente de la Iglesia.

Pero Benedicto XVI también recuerda el 20° de la publicación del Catecismo de la Iglesia católica, obra de increíble coraje, querida firmemente por Juan Pablo II en fidelidad al Concilio, para decir hoy nuestra fe del modo más completo, orgánico y claro posible. Punto de referencia precioso, que el entonces Cardenal Ratzinger conoce mu y bien, habiendo tenido en él una parte determinante.

Pero el Año será, sobre todo, una nueva etapa de una historia, de un camino vivo, que viene desde lejos, de la creación del mundo, de Abrahán y Moisés, de David y de los profetas, de aquel “gran número de testigos” de los que habla la Carta a los Hebreos (cap. 11-12), en cuya huella están puestos María, los Apóstoles, los mártires y los santos, y en el que el Papa nos exhorta a ponernos también nosotros, “teniendo siempre fija la mirada en Jesús, autor y perfeccionador de la fe” (Ebr 12,2). ¿Y qué otra cosa más importante debería decirnos el pastor del pueblo de Dios en camino?

Un ser humano experto en la tecnica

Uno que entendió la técnica





El salto a primera plana de los periódicos tras su muerte, hace de Steve Jobs un mito. Sobre todo por su muerte tan temprana, su capacidad de eludir los reflectores, su poderío para marcar el rumbo de la computación y el diseño de nuevas tecnologías de comunicación para el mundo moderno. Y por ocupar un lugar en los periódicos de ordinario restringido a los terroristas, los capos de la droga, los dirigentes de la política o las estrellas de la farándula. Sin ser nada de eso, todos dieron lustre al fallecimiento de Jobs. Todos publicaron su foto en gran formato. Todos lo señalaron como un genio.



Pero, ¿qué fue lo que dejó Jobs como para ser considerado entre los grandes de la edad de la información?



Muchas cosas se pueden decir de su paso por el mundo de las computadoras y los implementos de información, entretenimiento, cultura. Pero hay una que me parece sustancial y es que Steve Jobs, a través o a partir de Apple, reconoció que la técnica debe someterse a la estética; que la computadora no está peleada con el diseño, que los objetos no tienen por qué integrar a los humanos en su esfera de influencia, sino que es al revés, que los humanos deben, en la medida de sus posibilidades, integrar a los objetos a su vida.



Esta revolución radical la logró Jobs apostando por la sencillez: de presentación y de uso de las computadoras, de las tabletas, de los teléfonos celulares, de los servicios de música, de las bibliotecas virtuales, del sistema operativo de sus productos, de sus tiendas, de su marca. Cambió el armatoste por el aparato grácil. Simplificó sus funciones, le dio su lugar a la belleza. Por tanto, pensó en el usuario más que en el mercado. Que Apple sea, hoy por hoy, la empresa más rentable del mundo, no es una casualidad. Y no lo es porque su fundador jamás le apostó a eso.



Si estamos en la edad de la información, si la sociedad-red se ha constituido como el magma satelital donde todos confluimos, había que darles un estatus de prestigio a sus participantes cotidianos. Apple se rigió por esa expectativa de Jobs: máxima tecnología en el máximo de diseño. Los objetos salidos de sus talleres, muchos de ellos auspiciados por el mismo Jobs, no solamente nos sirvieron sino que nos dieron una lealtad a toda prueba. Y formamos una especie de generación Apple. Yo mismo, en 1987, coloqué mi primera manzanita mordida en la cajuela del auto. Y como yo, millones en el mundo. Y nos sentimos como parte de una confraternidad. La de aquellos que todavía somos nostálgicos del viejo y buen humanismo; el que sabe que hay belleza en el mundo, incluso en el de los objetos

migraciones y nueva evangelizacion

Migraciones y Nueva Evangelización
Mensaje del Santo Padre para la 98 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

Ofrecemos el mensaje del Papa, con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que fue presentado hoy en el Aula Juan Pablo II de la Sala de Prensa de la Santa Sede.

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Queridos hermanos y hermanas:

Anunciar a Jesucristo, único Salvador del mundo, «constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes» (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 14). Más aún, hoy notamos la urgencia de promover, con nueva fuerza y modalidades renovadas, la obra de evangelización en un mundo en el que la desaparición de las fronteras y los nuevos procesos de globalización acercan aún más las personas y los pueblos, tanto por el desarrollo de los medios de comunicación como por la frecuencia y la facilidad con que se llevan a cabo los desplazamientos de individuos y de grupos. En esta nueva situación debemos despertar en cada uno de nosotros el entusiasmo y la valentía que impulsaron a las primeras comunidades cristianas a anunciar con ardor la novedad evangélica, haciendo resonar en nuestro corazón las palabras de san Pablo: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).

El tema que he elegido este año para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado – Migraciones y nueva evangelización – nace de esta realidad. En efecto, el momento actual llama a la Iglesia a emprender una nueva evangelización también en el vasto y complejo fenómeno de la movilidad humana, intensificando la acción misionera, tanto en las regiones de primer anuncio como en los países de tradición cristiana.

El beato Juan Pablo II nos invitaba a «alimentarnos de la Palabra para ser "servidores de la Palabra" en el compromiso de la evangelización…, [en una situación] que cada vez es más variada y comprometedora, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y culturas que la caracteriza» (Carta apostólica Novo millennio ineunte, 40). En efecto, las migraciones internas o internacionales realizadas en busca de mejores condiciones de vida o para escapar de la amenaza de persecuciones, guerras, violencia, hambre y catástrofes naturales, han producido una mezcla de personas y de pueblos sin precedentes, con problemáticas nuevas no solo desde un punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual. Como escribí en el Mensaje del año pasado para esta Jornada mundial, las consecuencias actuales y evidentes de la secularización, la aparición de nuevos movimientos sectarios, una insensibilidad generalizada con respecto a la fe cristiana y una marcada tendencia a la fragmentación hacen difícil encontrar una referencia unificadora que estimule la formación de «una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias». Nuestro tiempo está marcado por intentos de borrar a Dios y la enseñanza de la Iglesia del horizonte de la vida, mientras crece la duda, el escepticismo y la indiferencia, que querrían eliminar incluso toda visibilidad social y simbólica de la fe cristiana.

En este contexto, los inmigrantes que han conocido a Cristo y lo han acogido son inducidos con frecuencia a no considerarlo importante en su propia vida, a perder el sentido de la fe, a no reconocerse como parte de la Iglesia, llevando una vida que a menudo ya no está impregnada de Cristo y de su Evangelio. Crecidos en el seno de pueblos marcados por la fe cristiana, a menudo emigran a países donde los cristianos son una minoría o donde la antigua tradición de fe ya no es una convicción personal ni una confesión comunitaria, sino que se ha visto reducida a un hecho cultural. Aquí la Iglesia afronta el desafío de ayudar a los inmigrantes a mantener firme su fe, aun cuando falte el apoyo cultural que existía en el país de origen, buscando también nuevas estrategias pastorales, así como métodos y lenguajes para una acogida siempre viva de la Palabra de Dios. En algunos casos se trata de una ocasión para proclamar que en Jesucristo la humanidad participa del misterio de Dios y de su vida de amor, se abre a un horizonte de esperanza y paz, incluso a través del diálogo respetuoso y del testimonio concreto de la solidaridad, mientras que en otros casos existe la posibilidad de despertar la conciencia cristiana adormecida a través de un anuncio renovado de la Buena Nueva y de una vida cristiana más coherente, para ayudar a redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que llama al cristiano a la santidad dondequiera que se encuentre, incluso en tierra extranjera.

El actual fenómeno migratorio es también una oportunidad providencial para el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. Hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra, que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen solamente de modo parcial, piden ser acogidos en países de antigua tradición cristiana. Es necesario encontrar modalidades adecuadas para ellos, a fin de que puedan encontrar y conocer a Jesucristo y experimentar el don inestimable de la salvación, fuente de «vida abundante» para todos (cf. Jn 10,10); a este respecto, los propios inmigrantes tienen un valioso papel, puesto que pueden convertirse a su vez en «anunciadores de la Palabra de Dios y testigos de Jesús resucitado, esperanza del mundo» (Exhortación apostólica Verbum Domini, 105).

En el comprometedor itinerario de la nueva evangelización en el ámbito migratorio, desempeñan un papel decisivo los agentes pastorales – sacerdotes, religiosos y laicos –, que trabajan cada vez más en un contexto pluralista: en comunión con sus Ordinarios, inspirándose en el Magisterio de la Iglesia, los invito a buscar caminos de colaboración fraterna y de anuncio respetuoso, superando contraposiciones y nacionalismos. Por su parte, las Iglesias de origen, las de tránsito y las de acogida de los flujos migratorios intensifiquen su cooperación, tanto en beneficio de quien parte como, de quien llega y, en todo caso, de quien necesita encontrar en su camino el rostro misericordioso de Cristo en la acogida del prójimo. Para realizar una provechosa pastoral de comunión puede ser útil actualizar las estructuras tradicionales de atención a los inmigrantes y a los refugiados, asociándolas a modelos que respondan mejor a las nuevas situaciones en que interactúan culturas y pueblos diversos.

Los refugiados que piden asilo, tras escapar de persecuciones, violencias y situaciones que ponen en peligro su propia vida, tienen necesidad de nuestra comprensión y acogida, del respeto de su dignidad humana y de sus derechos, así como del conocimiento de sus deberes. Su sufrimiento reclama de los Estados y de la comunidad internacional que haya actitudes de acogida mutua, superando temores y evitando formas de discriminación, y que se provea a hacer concreta la solidaridad mediante adecuadas estructuras de hospitalidad y programas de reinserción. Todo esto implica una ayuda recíproca entre las regiones que sufren y las que ya desde hace años acogen a un gran número de personas en fuga, así como una mayor participación en las responsabilidades por parte de los Estados.

La prensa y los demás medios de comunicación tienen una importante función al dar a conocer, con exactitud, objetividad y honradez, la situación de quienes han debido dejar forzadamente su patria y sus seres queridos y desean empezar una nueva vida.

Las comunidades cristianas han de prestar una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través del acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana; la valoración de lo que enriquece recíprocamente, así como la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales, que favorezcan el respeto de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la asistencia.

Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los laicos y, sobre todo, los hombres y las mujeres jóvenes han de ser sensibles para ofrecer apoyo a tantas hermanas y hermanos que, habiendo huido de la violencia, deben afrontar nuevos estilos de vida y dificultades de integración. El anuncio de la salvación en Jesucristo será fuente de alivio, de esperanza y de «alegría plena» (cf. Jn 15,11).

Por último, deseo recordar la situación de numerosos estudiantes internacionales que afrontan problemas de inserción, dificultades burocráticas, inconvenientes en la búsqueda de vivienda y de estructuras de acogida. De modo particular, las comunidades cristianas han de ser sensibles respecto a tantos muchachos y muchachas que, precisamente por su joven edad, además del crecimiento cultural, necesitan puntos de referencia y cultivan en su corazón una profunda sed de verdad y el deseo de encontrar a Dios. De modo especial, las Universidades de inspiración cristiana han de ser lugares de testimonio y de irradiación de la nueva evangelización, seriamente comprometidas a contribuir en el ambiente académico al progreso social, cultural y humano, además de promover el diálogo entre las culturas, valorizando la aportación que pueden dar los estudiantes internacionales. Estos se sentirán alentados a convertirse ellos mismos en protagonistas de la nueva evangelización si encuentran auténticos testigos del Evangelio y ejemplos de vida cristiana.

Queridos amigos, invoquemos la intercesión de María, Virgen del Camino, para que el anuncio gozoso de salvación de Jesucristo lleve esperanza al corazón de quienes se encuentran en condiciones de movilidad por los caminos del mundo. Aseguro todos mi oración, impartiendo la Bendición Apostólica.

Vaticano, 21 de septiembre de 2011

BENEDICTUS PP. XVI