Saturday, March 30, 2013

Diez actitudes importantes durante la Pascua

Pascua es el tiempo de la Iglesia. “Ahora os toca a vosotros”, parece decirnos el Señor Resucitado cuando nos muestra sus llagas -el ministerio eclesial de la caridad, espléndido ejercicio del llamado “munus regendi”-, su Palabra -el ministerio eclesial docente o “munus docendi” y su pan tierno y partido -“munus sanctificandi”-. Ahora nos toca a nosotros y tenemos cincuenta días consecutivos y todos los domingos del año -la vida entera, en definitiva- para reconocer y ser testigos del Resucitado, la mejor noticia y realidad de toda la historia de la humanidad.

Sí, la Pascua es la vocación de la Iglesia. Es su destino y su heredad.  Somos ciudadanos del cielo, de un cielo y de una Pascua que solo se pueden ganar en la tierra. La cruz de Cristo nos redime, pero no nos garantiza automáticamente la salvación que hemos de lograr completando en nuestra carne y en nuestra alma lo que le falta a su Pasión redentora. Pasión y Pascua se funde, de esta manera , en una unidad indivisible y santa.

Somos herederos de la Pascua, de una Pascua a la que  solo se llega desde la cruz. La Pascua es el Calvario y la cruz es la gloria. La muerte es la resurrección. El fracaso es la victoria. El dolor es el gozo. La angustia es la satisfacción. Es preciso saber morir -no solo la muerte corporal y terrena, sino también tantas pequeñas muertes cotidianas al hombre viejo- para poder resucitar. Muriendo -sí- se resucita a la vida eterna. La única manera de vencer el dolor y la tristeza es dejar de amarlos, sentenció con acierto un escritor. Pero ello, todo ello, solo desde Jesucristo crucificado y resucitado, en Quien y de Quien hemos de aprender estas diez actitudes claves para vivir la Pascua, para dejar que la Pascua nos transforme:
pascua 1 300x225 Diez actitudes cristianas al estilo del Resucitado
            1.- Una actitud de admiración y reconocimiento de la verdad de la Pascua: ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya! La verdad de la resurrección de Jesucristo no es una fábula, una parábola, una moraleja o un símbolo. Es una verdad histórica, indestructible e invencible. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya! La resurrección de Jesucristo es la clave de bóveda de nuestra fe. Ha resucitado realmente, corporalmente, glorificadamente. Es también cierta y verdadera su resurrección como lo fue su vida, su pasión, su cruz y su muerte. Y al igual siempre que su cruz siempre nos llama a la compunción, a la emoción, a la admiración y al agradecimiento, lo mismo su resurrección, tan auténtica una como la otra. ¡Verdaderamente, sí, ha resucitado el Señor. Aleluya!
 
         2.- Una actitud de inserción en el misterio de la cruz de Cristo: ¡Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero!  No hay dicotomía entre el Cristo Crucificado y el Cristo Resucitado. Para ello es preciso hallar el equilibrio entre la cruz y la gloria. Nos hemos pasado tantos años en la Iglesia clavados en el Viernes Santo, plantados en la contemplación de la Pasión, que ahora, como si se tratara de un movimiento pendular, nos hemos instalado con verdad y también con demasía solo en la gloria. Hasta ufanamente decimos estar solo pendientes de la Pascua. Y no hay Pascua sin Viernes Santo. Entonces la resurrección tendrá consecuencias en nuestra vida, comprendiendo progresivamente la resurrección a la luz de la vida de Cristo y recorriendo nuestra vida a la luz de esta resurrección, a cuya “escuela” hemos de acudir cada día, humilde, gozosa y esperanzadora.
 
            3.- Una actitud de novedad: Somos panes nuevos, los panes ácimos de la Pascua. Esta actitud consiste en saber ver y juzgar con ojos y corazón nuevos. Ya les pasó a los apóstoles. Ya les pasó a Pedro y a Juan. Dudaron del anuncio de las mujeres y necesitaron ir al sepulcro, hallarlo vacío, contemplar las vendas y el sudario. Y ver con el corazón. “…y entonces vio y creyó, pues no habían entendido la Escritura que anunciaba que El iba a resucitar de entre los muertos”.
 
         4.- Una actitud de confiada, esperanzada y contagiosa alegría. La alegría es la característica de los textos bíblicos y litúrgicos de la Pascua. La alegría es el grito, el clamor de los testigos del sepulcro vacío y del Señor Resucitado. Se trata de una alegría exultante y a la vez serena, de una alegría contagiosa y expansiva, de una alegría confiada y esperanza. El “aleluya” de la Pascua es etimológica y conceptualmente alegría. ¡Claro que hay en la vida y en nuestra vida motivos para el pesar y la tristeza! Los hay, sí, pero, ante todo y sobre todo, ha de haberlos para la esperanza y la alegría. Cristo ha resucitado. Tiene sentido la vida. Tiene sentido nuestra fe. El cristiano de esta hora del siglo XXI habrá de ser testigo de esta alegría con su propia alegría. Si siempre fue cierto que nada más triste que un cristiano –un santo, dice el refrán- triste, en medio de acosos y cortapisas al cristianismo y a la Iglesia, hemos de ser alegres, hemos de transmitir que esta alegría que nadie no ha de arrebatar.
 
5.- Una actitud de búsqueda y de escucha de la Palabra de Dios. La escuela de la Pascua tiene, por tanto, como primera lección la escucha atenta, constante y orante de la Palabra de Dios. Hemos de regresar una y otra vez a la Biblia. Es la fuente, el sustrato y el nutrimento capital de nuestra fe y de nuestra vida. Los cristianos -particularmente los católicos- no podemos ser los grandes desconocedores y hasta prófugos de la Palabra de Dios, que es siempre viva y eficaz, actual, interpeladora, pensada para ti, para mi y para todos. La Palabra de Dios es la gran pedagoga, la gran educadora de nuestros ojos y de nuestro corazón. Es la gran maestra y descubridora de la Pascua, como aconteció con los discípulos de Emaús.
 
6.- Una actitud de trascendencia: “Buscar las cosas de allá arriba”. La escuela de la Pascua, al purificar nuestra mirada y nuestro corazón, nos enseñar a mirar “más arriba”, a buscar las “cosas de allá arriba”, donde está Cristo el Señor. Nuestro mundo y también los cristianos urgimos recuperar la trascendencia. El progreso de la ciencia y de la técnica, los altos niveles de bienestar que disfrutamos en Occidente -al menos, la mayoría de las personas- nos prometen continuamente el paraíso en la tierra y nos dejamos engañar pensando que estamos a un tris de hallar aquí, en esta tierra, la felicidad y la plenitud. Vivimos en el sofisma del primer paraíso terrenal cuando la serpiente engañó al primer hombre y a primera mujer en la manzana del árbol de la vida, del árbol del bien y del mal. No hay más árbol de la vida que el árbol de cruz. El, en Jesucristo crucificado, es el Bien, el único bien vivo y verdadero. Y la tentación y los tentadores son el mal. No nos confundamos y no nos dejemos confundir.
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7.- Una actitud de renovada y profunda espiritualidad y vida interior. Un cristianismo renovado, vigoroso, robustecido, confesante y apostólico es que, nutrido de la Palabra de Dios, se abre y se recicla continuamente en la oración y los sacramentos. A esta hora nuestra de secularismos y laicismos la única respuesta válida es la que brote de una vida interior, de la plegaria, de la espiritualidad recia y encarnada. Para “buscar las más de allá arriba”, donde está Cristo el Señor, necesitamos rezar, fortalecer nuestra vida interior, revitalizar nuestras raíces cristianas, ahondar en la verdadera y propia identidad de nuestra fe y de nuestra Iglesia en y desde la comunión, sintiéndonos orgullosos de pertenecer a ella.
         
8.- Una actitud propia de la condición del discípulo. La escuela de la Pascua, desde la Palabra y desde la búsqueda y cultivo de la verdadera y apremiante trascendencia y espiritualidad, es la escuela del discipulado.  Para ser testigos antes hay que ser discípulos. El discípulo es el que está a la escucha y en la compañía del Maestro. Es aquel que experimenta y conoce su sabiduría, su grandeza y su amor. Solo así el discípulo hallará al Cristo total – no a un Cristo a mi gusto o medida- y solo así el discípulo se convertirá en apóstol, en misionero, en testigo. Nuestro gozo será entonces tal que nos brotará y surgirá espontáneo e irrefrenable el expandir y transmitir con la fuerza de la propia vida y de las obras al Cristo que se levanta y camina con las llagas y transido de gloria en el alba del día sin ocaso.
 
9.- Una actitud misionera de apóstol. Todo lo anterior nos convertirá así en apóstoles y testigos. Pero nadie da lo que no tiene. De ahí la importancia de ser antes discípulos. Solo transformados nosotros mismos podremos ser levadura nueva de transformación para nuestra humanidad. Cristo Resucitado nos llama a ser sus testigos. “Nosotros somos sus testigos”, repetían los apóstoles en aquellas horas y días de la gran Pascua.
         
10.- Una actitud solidaria con todos los que sufren, con todos los llagados. En la Pascua nos espera el Resucitado, ¿dónde hallarlo? Lo descubriremos también en nuestras llagas y en las llagas de una humanidad dolorida y anhelante de salvación y a quien hemos servir en la caridad y a través de la Eucaristía, el Cuerpo glorioso y llagado de Jesucristo, el Pan partido y repartido para la vida del mundo. Con los de Emaús sintamos, cantemos y actuemos: “Te conocimos, Señor, al partir el pan; Tú nos conoces, Señor, al partir el pan”.

Friday, March 29, 2013

siete rostros del amor

LOS SIETE ROSTROS DEL AMOR. Las ultimas "siete palabras" de Jesús en la cruz son un compendio exacto del amor. Cada frase revela una faceta, un rostro del amor. 1. "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". El perdón es el primer rostro del amor. Perdonar es donar amor por encima de lo "normal": "hiper-donum". Es disculpar, es comprender; incluso "inventar" una justificación para no tener que castigar. No es posible amar a ninguna criatura humana sin tener que perdonar. Y Dios lo sabe. 2. "Hoy estarás conmigo en el paraíso". El amor es diligente. Siempre tiene prisa. A Jesus le urge el reencuentro de Dios con el hombre en el paraíso. No habla de sentencias o condenas que cumplir: "hoy". Dios ha esperado demasiado tiempo. Ni un día más sin un ser humano con Él en el cielo. 3. "He ahí a tu Madre". El amor es generoso. Echa mano de lo que sea para hacer regalos. Jesús había dicho a sus apóstoles: "nos los dejare huérfanos". Nos había hecho ya... tantos regalos: su Palabra, su perdón, sus milagros, su ejemplo. Pero le quedaba todavía algo que hasta entonces era lo más suyo en este mundo: su Madre. Y pensó, con razón, que haría un bien inmenso regalándola tambien a la humanidad. 4. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". El amor es solidario. Jesús comparte con nosotros hasta la última y más tremenda consecuencia del pecado: la pérdida de Dios. El hombre sin Dios es el drama más terrible; el sinsentido más doloroso; la angustia más oscura. El verdadero amor siempre es un consorcio: un compartir la misma suerte. Hasta ahí llegó Jesús en su amor al hombre, contraviniendo misteriosamente su intimidad consustancial con Dios Padre. 5. "Tengo sed". El amor es indigente. Quien ama, se hace mendigo del otro. Jesús tiene sed de nosotros, de nuestro amor, de nuestra cercanía. Tiene sed de nuestras almas. Mendiga nuestro "sí" desde la cruz. 6. "Todo esta cumplido". El amor es responsable. Es cumplidor. Quien ama no evade las exigencias de su amor. En la cruz, Jesús cumple plenamente las exigencias de su amor al Padre y a cada uno de nosotros. 7. "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". El amor es abandono. Es confianza. Quien ama, "se suelta" y descansa. Jesús sabe que había salido del Padre y al Padre volvía. Jamás dudó del amor de su Padre. Por más que le pidiera el sacrificio de su vida. Amar es confiar siempre, abandonarse en las manos de alguien más, con la certeza de no caer en el vacío. Las Siete Palabras de Jesús en la cruz son un compendio perfecto del amor. ¿Cómo podría ser de otro modo si quien moría era el Amor mismo?

Wednesday, March 27, 2013

El Papa Francisco nos habla de la alegria al evangelizar

La dulce y confortadora alegría de evangelizar




Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia. - "La dulce y confortadora alegría de evangelizar" (Pablo VI). - Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro, nos impulsa.



1.- Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.



2.- Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre sí misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar... Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir.



3.- La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (Según De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. Simplificando; hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas.



4.- Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de "la dulce y confortadora alegría de la evangelizar".



el Papa Francisco nos habla de Semana Santa

Semana Santa: Tiempo para salir de nosotros mismos.


Primera audiencia del Papa: 27 de marzo 2013



¡Hermanos y hermanas, buenos días!

... Me alegra darles la bienvenida a mi primera Audiencia general. Con profunda gratitud y veneración tomo al "testigo" de las manos de mi amado predecesor Benedicto XVI. Después de Pascua vamos a reanudar las catequesis del Año de la fe. Hoy quisiera detenerme sobre la Semana Santa. Con el Domingo de Ramos comenzamos esta Semana - centro de todo el Año Litúrgico- en la que acompañamos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección.



Pero ¿qué puede significar para nosotros vivir la Semana Santa? ¿Qué significa seguir a Jesús en su camino del Calvario hacia la Cruz y la Resurrección?



En su misión terrenal, Jesús recorrió las calles de Tierra Santa; llamó a doce personas simples para que permanecieran con Él, compartieran su camino y continuaran su misión; las eligió entre el pueblo lleno de fe en las promesas de Dios. Habló a todos, sin distinción, a los grandes y a los humildes, al joven rico y a la pobre viuda, a los poderosos y a los débiles; trajo la misericordia y el perdón de Dios; curó, consoló, comprendió; dio esperanza; llevó a todos la presencia de Dios que se interesa de cada hombre y mujer, como hace un buen padre y una buena madre con cada uno de sus hijos. Dios no esperó a que fuéramos a Él, sino que es Él que se mueve hacia nosotros, sin cálculos, sin medidas. Dios es así: Él da siempre el primer paso, Él se mueve hacia nosotros.



Jesús vivió las realidades cotidianas de la gente más común: se conmovió delante de la multitud que parecía un rebaño sin pastor; lloró ante el sufrimiento de Marta y María por la muerte de su hermano Lázaro; llamó a un publicano como su discípulo; sufrió también la traición de un amigo. En Él, Dios nos ha dado la certeza de que Él está con nosotros, en medio de nosotros. «Los zorros - ha dicho Jesús - tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». (Mt 8:20). Jesús no tiene hogar, porque su casa es la gente, somos nosotros, su misión es abrir a todos las puertas de Dios, ser la presencia amorosa de Dios.



En la Semana Santa nosotros vivimos el culmen de este camino, de este plan de amor que recorre a través de toda la historia de la relación entre Dios y la humanidad. Jesús entra en Jerusalén para cumplir el paso final, en el que resume toda su existencia: se entrega totalmente, no se queda con nada para sí mismo, ni siquiera con su vida. En la Última Cena, con sus amigos, comparte el pan y distribuye el cáliz "para nosotros". El Hijo de Dios se ofrece a nosotros, ofrece en nuestras manos su Cuerpo y su Sangre para estar siempre con nosotros, para habitar entre nosotros.



Y en el Huerto de los Olivos, al igual que en el juicio ante Pilato, no opone resistencia, se da; es el Siervo sufriente ya anunciado por Isaías, que se despoja de sí mismo hasta la muerte (cf. Is 53,12).



Jesús no vive este amor que lleva al sacrificio de manera pasiva o como un destino fatal; desde luego no oculta su profunda perturbación humana frente a la muerte violenta, pero se entrega plenamente a la confianza del Padre. Jesús se entregó voluntariamente a la muerte para corresponder al amor de Dios Padre, en perfecta unión con su voluntad, para demostrar su amor por nosotros. En la cruz, Jesús "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2:20). Cada uno de nosotros puede decir: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Cada uno puede decir este “por mí”.



¿Qué significa todo esto para nosotros? Significa que éste es también mi camino, el tuyo, nuestro camino. Vivir la Semana Santa, siguiendo a Jesús, no sólo con la conmoción del corazón; vivir la Semana Santa siguiendo a Jesús quiere decir aprender a salir de nosotros mismos - como dije el domingo pasado - para salir al encuentro de los demás, para ir hasta las periferias de la existencia, ser nosotros los primeros en movernos hacia nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que están más alejados, los olvidados, los que están más necesitados de comprensión, de consuelo y de ayuda. ¡Hay tanta necesidad de llevar la presencia viva de Jesús misericordioso y lleno de amor!



Vivir la Semana Santa es entrar cada vez más en la lógica de Dios, en la lógica de la Cruz, que no es en primer lugar la del dolor y la muerte, sino la del amor y la de la entrega de sí mismo que da vida. Es entrar en la lógica del Evangelio. Seguir, acompañar a Cristo. Permanecer con Él requiere una "salir", salir.



Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansino y rutinario, de la tentación de ensimismarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creadora de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros, colocó su tienda entre nosotros para traer su misericordia que salva y da esperanza. También nosotros, si queremos seguirlo y permanecer con Él, no debemos contentarnos con permanecer en el recinto de las noventa y nueve ovejas, debemos "salir”, buscar con Él a la oveja perdida, a la más lejana. Recuerden bien: salir de nosotros, como Jesús, como Dios salió de sí mismo en Jesús, y Jesús salió de sí mismo para todos nosotros.



Alguien podría decirme: “Pero Padre no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que hacer", "es difícil", "¿qué puedo hacer yo con mis pocas fuerzas, también con mi pecado, con tantas cosas?". A menudo nos conformamos con algunas oraciones, con una misa dominical distraída e inconstante, con algún gesto de caridad, pero no tenemos esta valentía de "salir" para llevar a Cristo. Somos un poco como San Pedro. Tan pronto como Jesús habla de la pasión, muerte y resurrección, de darse a sí mismo, de amor a los demás, el Apóstol lo lleva aparte y lo reprende. Lo que Jesús dice altera sus planes, le parece inaceptable, pone en dificultad las seguridades que él se había construido, su idea del Mesías. Y Jesús mira a los discípulos y dirige a Pedro quizá una de las palabras más duras del Evangelio: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». (Mc. 8,33).



Dios piensa siempre con misericordia: no olviden esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso de su hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está muy lejos... ¿Esto que significa? Que todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: éste es nuestro Padre misericordioso. Es la señal que lo esperaba de corazón en la terraza de su casa.



Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otra parte, sino socorriéndolo sin pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano, si era samaritano, si era rico, si era pobre: no pide nada. No pide estas cosas, no pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida para defender y salvar a las ovejas.



La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestras parroquias, - ¡qué pena tantas parroquias cerradas! - de los movimientos, de las asociaciones, y "salir" al encuentro de los demás, acercarnos nosotros para llevar la luz y la alegría de nuestra fe ¡Salir siempre!



Y hacer esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios quien los guía y hace fecundas todas nuestras acciones.



Les deseo a todos que vivan bien estos días siguiendo al Señor con valentía, llevando en nosotros mismos un rayo de su amor a todos los que encontremos.

Tuesday, March 26, 2013

Vivamos Semana Mayor con Papa Francisco

Semana Mayor de este año está impactada por la presencia del papa Francisco. Siendo la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús su único y potente centro, Francisco nos propone vivirla desde las cinco palabras clave de su lectura del evangelio: bondad, ternura, esperanza, pobres y servicio.




El sobrio Jesús del ayer, principalmente varón de dolores, muestra hoy su aspecto total: Jesús es bondad, ternura y esperanza para toda la humanidad. Jesús es pobre con todos los pobres y crucificados. Está a su servicio. Ese es el camino de conversión y vida creyente que nos recuerda el papa. Hay que desclavar a todos los crucificados y hacerles posible una vida humana resucitada. Nuestras devociones han de evolucionar, han de ser entendidas de nuevo. Hemos de cantar cantos festivos.



Bajo los cucuruchos y los flagelantes y entre los creyentes que vamos a la Iglesia, con el arrepentimiento sincero, ha de aparece la alegría del perdón que el Padre otorga a los hijos pródigos que somos. Y hemos de sentarnos a la mesa abastecida por la justicia social. Compartir sin humillar supone ser justos.



Esa es la esperanza de una vida pospascual, como la vivía el hermano de Asís. "Hay que llevar ternura y esperanza al mundo, especialmente a los más pobres, y custodiar la creación".



La Pascua no son solo días de devoción. Abren a la Pascua, el tiempo de los frutos. Del cambio, de la revisión que procura la justicia para todos.



Hay que abandonar al clientelismo de los poderosos de la política y del dinero y soñar con la vida en la tolerancia y el diálogo, tan lejos de modelos fracasados, de enfrentamientos y persecuciones. Pascua: rectificaciones ya.



Se ha escrito: "Francisco tiene poder suficiente, poder moral, para mirar a los ojos a cualquier Cristina Kirchner y preguntarle por la situación de "sus" pobres. Tiene suficiente autoridad moral para viajar a cualquier país africano no a hacer turismo liderístico sino para reunir a sus mandatarios y espetarles abiertamente que sus cuentas suizas podrían hacer mucho por el pueblo; o que entre comprar "otro" sistema de misiles o levantar escuelas y hospitales la opción es clara.



Iglesia pobre y para los pobres... o un gran reto o palabras vacías. A medio plazo, dentro de cuatro o cinco años, veremos en qué ha quedado tal propósito. Porque los gestos, las sonrisas, los besos a niños o tullidos... son flor de un día. Un dignatario no está para eso ni puede caer en tal demagogia, como si el "dejen que los niños se acerquen a mí" fuera para acariciarles el cogote y no para instruirles o darles de comer".



¿Quién no estará de acuerdo con estas reflexiones pascuales? Los que pueden orientar un país, ¿cómo no mirarán hacia aquellas naciones que con ciudadanos unidos, van construyendo una mayor justicia social?

















Monday, March 25, 2013

La historia ha girado con el Papa Francisco

En el último mes la plaza de San Pedro ha sido escenario de acontecimientos sorprendentes y novedosos en la Iglesia. Simultáneamente, a través de internet y de la labor de los medios de comunicación, se hizo plaza del mundo.

Un Papa, S.S. Benedicto XVI, con su renuncia ante la limitación de fuerzas para continuar ejerciendo el ministerio petrino, había cambiado la historia de siglos. El elegido como sucesor irrumpió desde el sur del continente Americano, desde la Argentina; es un jesuita que se hizo llamar Francisco. Esa plaza fue ante cada escena pueblo de Dios reunido, creyente, esperanzado y testigo. Iglesia, misterio, sacramento. Difícil comprensión del fenómeno sin un paradigma religioso.

Allí se despidió al Pontífice que hacía poco había "abierto las puertas" para renovar la experiencia de la Fe. Y allí se recibió al Papa que pidió silencio y oración para poder ser bendecido por Dios a través de su pueblo, antes de impartir él la suya.

El domingo 17 de marzo, ese pueblo acudió al primer Ángelus del Papa Francisco, quien en pocos días había conquistado la atención de creyentes y no creyen tes con su presencia cercana y sus gestos de "cura de barrio". Tampoco pasó inadvertida su austeridad. Ni su espontaneidad, que retó los esquemas de la seguridad del Vaticano. Ni la naturalidad de saludar a los sorprendidos asistentes al finalizar la misa dominical en la parroquia de Santa Ana, hecho habitual en su país natal.

Después, desde el balcón del apartamento pontificio, el Papa comentó el Evangelio anclando el mensaje en anécdotas e ideas claras sobre la misericordia y el perdón, sin que faltaran toques de humor. En pocos días el obispo de Roma se había hecho vecino de sus feligreses.


Un giro en la historia

El martes 19, fiesta de san José, la plaza de San Pedro volvió a convertirse en el corazón de la Iglesia católica. Esta vez, para ser testigo del inicio del pontificado del 266 sucesor de Pedro, aquel pescador elegido por Jesús para "edificar su iglesia". Se llama Francisco, ha atravesado el océano Atlántico, nació en un barrio de la ciudad de Buenos Aires, creció rodeado de fútbol, tango, literatura y estudios de ciencias químicas. Es hijo de la fe de un pueblo, recibida a su vez de misioneros europeos, especialmente españoles, y de la transmisión de su abuela italiana, del Piamonte. Se formó en la escuela de los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.

Fue protagonista del post Concilio, de búsquedas teológicas en América Latina, de años duros de dictadura y de crisis sociales de magnitud, en su país. Se enfrentó a poderes políticos. Supo aunar esfuerzos con líderes de otros cultos cristianos y confesiones religiosas, para diversos temas de clamor social. Ante el avance de sectas invitó a las Iglesias cristianas a rezar juntos y a reconocerse en Jesús. Com o arzobispo y cardenal fue artífice en una construcción pastoral del episcopado latinoamericano reflejada en el documento de "Aparecida" (2007), actual carta de viaje de la Iglesia en el continente.

El hecho, por tanto, tiene los ingredientes de un giro en la historia de la Iglesia universal. Como si la primera evangelización de América, aquilatada en los siglos hasta alcanzar fisonomía y palabra propias, estuviera llamada a conducir la urgente renovación del conjunto de la Iglesia católica.


Sólo el que sirve con amor sabe custodiar

Esta vez, la plaza acogía también, a delegaciones de más de 130 estados del mundo que ponían de relieve el poder temporal del acontecimiento y la importancia de una comunidad de fe de mil trescientos millones de personas, que viven en las naciones más diversas. S.S. Francisco aclaró que el poder del sucesor de Pedro radic a en el "servicio humilde, concreto, rico de fe". Y que como san José, deseaba "abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46)". Sólo el que sirve con amor sabe custodiar", afirmó.

Pidió a los líderes del mundo que colaboraran en custodiar y cuidar la creación,"designio de Dios inscrito en la naturaleza" y en ser "guardianes del otro"."No dejemos, les dijo, que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro".

En un mensaje de caracter universal, comprensible y posible de ser compartido por creyentes y no creyentes, recordó "que el odio, la e nvidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura", subrayó con voz firme y tono suave.


Diversidad de procedencias, culturas, sensibilidades y carismas

La plaza era testigo de una ceremonia sobria, simplificada a lo esencial sin perder la solemnidad propia. Cientos de miles de peregrinos habían madrugado para ocupar un sitio, con nueva motivación. Se multiplicaban las expresiones de alegría y de esperanza en la larga espera previa, y se desbordaron al paso del Papa Francisco en el jeep blanco descubierto. Sin embargo el clima de la plaza durante la celebración fue de oración, serenidad, hondura. Se aplaudió en momentos clave, cuando el Papa recibió el palio y el anillo del pescador y en algunos pasajes de la homilía.

La diversidad de procedencias, culturas, sensibilidades y carismas era notoria entre los participantes, aunque sin excesivo protagonismo de grupos.

Cincuenta años después resultaba fácil entender, con palabras del Concilio Vaticano II, lo que se vivía en aquella plaza: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (G.S. 1). Y sentir "la alegría de ser discípulos y misioneros de Jesucristo", eje de la evangelización en "Aparecida".

En los escasos días de pontificado se multiplican anécdotas, gestos y hechos que mantienen el interés de muchos, también de los medios de comunicación. Quienes han conocido al padre Jorge y al Cardenal Bergoglio saben que es rasgo de personalidad y estilo pastoral de quien ahora es S.S. Francisco.


Un nuevo pentecostés

A las puertas de la Semana Mayor del cristianismo la Iglesia parece estar viviendo un nuevo pentecostés. No porque deposite sus esperanzas en un hombre, hoy llamado Francisco, sino porque la elección del nuevo Pontífice y su actitud de servidor de todos, está movilizando las mejores energías de la comunidad cristiana, despertando de un letargo la dimensión de Fe y contagiando la alegría de conocer a Jesús y vivir "sin bolsa ni alforja" buscando la plena dignidad y fraternidad entre todos.

La s palabras de un joven Jorge Mario Bergoglio escritas poco antes de su ordenación sacerdotal, cobran nuevo sentido a la luz de este momento: "Creo en mi historia, que fue traspasada por la mirada de amor de Dios. Y espero la sorpresa de cada día en la que se manifestará el amor, la fuerza, la traición y el pecado, que me acompañarán hasta el encuentro definitivo con ese rostro maravilloso que no sé cómo es, que le escapé continuamente, pero que quiero conocer y amar".

El Papa no deja de pedir que se rece por él ("y a favor, claro, no en contra", suele bromear).

Friday, March 22, 2013

el Papa Francisco y las otras religiones.

Lo más interesante del papa Francisco talvez no sea solo el hecho de que es el primer papa latinoamericano, sino también que podría convertirse en el sumo pontífice más comprometido con el diálogo interreligioso que se recuerde en tiempos recientes.

Acabo de leer su libro Sobre el cielo y la tierra, que publicó en 2010 junto con el rabino argentino Abraham Skorka, y me impresionó la vocación del nuevo papa por mejorar las relaciones con otros credos.
A la luz de lo que dice el entonces cardenal Jorge Bergoglio en el libro de 222 páginas, que fue publicado en Argentina y ahora probablemente se convierta en un best seller mundial, no resulta sorprendente que durante su discurso inaugural en el Vaticano el martes hubiera tantas referencias a miembros de otras religiones. En su primer sermón como papa en la Plaza de San Pedro, Francisco agradeció la presencia de los dignatarios de la Iglesia católica romana, de los representantes de la comunidad judía y de otros grupos religiosos, y de los jefes de Estado y de gobierno.
En comparación, no hubo referencia alguna a miembros de otras religiones en el sermón inaugural del papa Benedicto XVI el 24 de abril de 2005. (Aunque, para ser justo, hay que decir que el Vaticano empezó a mejorar gradualmente sus vínculos con otras religiones durante los papados de Juan XXIII, Juan Pablo II y Benedicto XVI.) Entre las 150 mil personas que se congregaron en la plaza para la asunción de Francisco se contaban grupos de la iglesia cristiana ortodoxa –incluyendo a su líder Bartolomé I, el primer patriarca de esa iglesia que asiste a una asunción papal en casi mil años–, así como muchos rabinos, imanes y pastores evangélicos.
En su libro, un diálogo con Skorka acerca de religión, el holocausto, la política y varios otros temas, Bergoglio recuerda con orgullo sus iniciativas para construir puentes con otros líderes religiosos durante sus años como arzobispo de Buenos Aires. Además de ser huésped frecuente en las sinagogas judías y de invitar a rabinos a las misas católicas, de conducir un programa con Skorka en un canal de la Iglesia y de participar en ceremonias en memoria de las víctimas del holocausto, Bergoglio cambió el protocolo en las ceremonias oficiales de tedeum, con el objeto de reconocer la presencia de líderes de otras religiones.
En Argentina, un país constitucionalmente católico apostólico romano donde usualmente los presidentes asisten a un tedeum los días de fiesta nacional, era tradición que el arzobispo de Buenos Aires escoltara al presidente a la salida de la iglesia después de la ceremonia.“Todos ustedes, los religiosos de los demás credos, quedaban solos en un sitio, eran como muñecos de exposición. Cambié esa tradición: ahora el presidente sube y saluda a todos los representantes de los credos,” le dice Bergoglio al rabino en el libro.
Bergoglio también fue un invitado frecuente de las misas cristianas evangélicas, y de las ceremonias religiosas islámicas. En el libro, Bergoglio recuerda hacer sido criticado por algunos miembros de su propia iglesia por haberse arrodillado delante de 7 mil asistentes a una misa evangélica oficiada en el estadio Luna Park de Buenos Aires. Días más tarde, una revista tituló que el Arzobispo de Buenos Aires había traicionado a su Iglesia.“Para ellos, rezar con otros era un acto de apostasía”, recuerda Bergoglio, refiriéndose a los autores del artículo. “Cada cual reza según su tradición. ¿Cuál es el problema?”Explicando las razones de su vocación por mejorar los lazos con otras religiones, Bergoglio explica que él cree en el diálogo, y que el diálogo implica “que el otro tiene algo bueno para decir”.
En otra parte del libro, Bergoglio explica que la globalización no debe ser como una bola de billar, con una superficie uniforme, sino que debe tener “la figura de un poliedro, donde todos se integran, pero cada cual mantiene su peculiaridad que, a su vez, va enriqueciendo a las otras”.


Pero en un mundo en el que la religión ha sido causa de tantas guerras –y lo sigue siendo– el diálogo interreligioso que practicó Francisco en Argentina es una buena noticia.



dos libros del Papa Francisco

Dos libros del Papa Francisco editados en España - Entrevista a P. Fernando Prado c.m.f.









Para muchos de nosotros la figura, trayectoria y pensamiento del que fuera Arzobispo de Buenos Aires (Argentina) y actual Papa Francisco, resulta desconocida o casi desconocida. Desde mi humilde punto de vista, es necesario hacer el esfuerzo de acercarse al nuevo Papa desde todos los frentes posibles, siendo la lectura de sus obras uno de los más importantes. Los libros de Mons Bergoglio han sido publicados en Argentina por la editorial católica “Editorial Claretiana” y Publicaciones Claretianas (Madrid) tiene los derechos, para la publicación en España de sus obras.





Bueno, tenemos la estupenda noticia de que el primero de los dos libros del actual Papa Francisco que se van a publicar, está ya en las librerías. En concreto es “El verdadero poder es el Servicio”. Para la mitad de abril se publicará un segundo libro de título “Mente abierta, corazón creyente”.





La Asociación “Blogueros con el Papa” ha tenido la fortuna de realizar una breve entrevista al editor de ambos libros, el P. Fernando Prado Ayuso * en la que nos relata el perfil del Papa como escritor y el perfil de estas obras.





P. Fernando, ante todo muchas gracias por acceder a realizar esta breve entrevista. Supongo que, como nos ha sucedido a todos, la elección del Papa Francisco ha sido una sorpresa. ¿Qué sintió en cuando se enteró de la noticia?





Supongo que, como a todos, la noticia me sorprendió mucho. Y me sorprendió gratamente, la verdad, sobre todo por el hecho de ser un Papa religioso. Es lo primero que pensé. Después, al ver sus primeros gestos, al pensar en el nombre que había elegido…me pareció que el nuevo Papa estaba adoptando un estilo sencillo y cercano que iba a encandilar al pueblo. Y creo que así será. Evidentemente, este Papa, en nuestro país y en toda Europa es un gran desconocido. Ese desconocimiento añade algo a ese sentimiento de sorpresa.





¿Cómo cree que los libros de un Papa con el carisma del Papa Francisco, pueden abrirse al mundo editorial? Sobre todo después de dos cumbres como han sido Juan Pablo II y Benedicto XVI





Este Papa Francisco no es un escritor de libros, ni un teólogo. No sabemos si escribirá algo a partir de ahora. Lo que ha escrito hasta ahora tampoco tiene mayor entidad editorial, por así decirlo, aunque para nosotros en España va a suponer una gran novedad, dado que es un gran desconocido. Lo que publicaremos próximamente aquí ya está publicado en Argentina y ha gustado. Nosotros queremos ofrecerlo a la gente de nuestro país desde nuestro estilo sencillo habitual. No somos una editorial grande ni una editorial netamente comercial. Lo nuestro es ofrecer un servicio a la Iglesia, un ministerio. El impacto editorial que tengan estos libros está por ver. Nosotros, confiamos en hacer un humilde servicio y llegar a todo aquel que tenga interés, sin dejarnos arrastrar demasiado por el impacto inicial, el exceso comercial o los intereses económicos desmedidos. Intentaremos satisfacer primero a nuestros clientes habituales, las pequeñas librerías de libro religioso y a nuestros pequeños distribuidores de toda la vida. Después iremos ampliando nuestro servicio desde los cauces normales de distribución con los que contamos como pequeña editorial.





¿Qué rasgo destacaría, como escritor, del Papa Francisco?



El papa Francisco tiene una historia. Durante muchos años, este hombre ha sido profesor de literatura y escribe muy bien. Su lenguaje es cercano, tiene chispa, humor, sencillez y claridad. No es un teólogo sesudo. Su estilo es netamente pastoral y muy humano. Yo diría que incluso tiene un tono profético a la hora de escribir, aunque creo que ese estilo, de alguna manera, es algo propio también de su idiosincrasia argentina. Los argentinos saben ponerle “drama” y pasión a la vida, como ocurre en el tango.





Los escritos que aparecen en estos próximos libros son pequeñas alocuciones, charlas, homilías, mensajes a distinto tipo de líderes eclesiales y sociales… detrás de ellos está el pastor antes que el teólogo o el ensayista. Francisco no es Benedicto XVI.





¿Cómo son los dos libros que publican en Publicaciones Claretianas? ¿Qué nos puede decir para que pongamos en nuestra lista de regalos estos dos libros?





Estos dos primeros libros que publicamos en estos primeros meses son dos libros fundamentales para conocer con más profundidad al nuevo Papa Francisco. En ellos se deja ver quién es él en verdad. Su carácter, su humor, su personalidad…y, sobre todo, su corazón. En ellos se plasma la verdadera personalidad de Francisco. Creo que uno que los lea desapasionadamente, puede ver detrás de estas palabras la figura de un hombre de Dios, rico en humanidad. Algunos lo llamarían profeta o santo. No sé. El tiempo irá diciendo… Lo cierto es que el Papa Francisco es muy cercano y humano. Detrás de él se vislumbra claramente que hay un hombre de Dios. En el primer libro veremos más bien quién es él a nivel humano y creyente. En el segundo veremos el maestro espiritual que es el Papa Francisco. En ambos se ve detrás, como digo, un auténtico hombre de Dios.





Viendo las fichas de los dos libros, me ha llamado la atención la indicación de que ambos son para todos los públicos. ¿Qué es necesario conocer para degustar y enriquecerse con estos dos libros?





Como decía anteriormente, lo que se va a poder leer en estos libros tiene un estilo claramente pastoral, y será, por tanto, agradable a la lectura, sencillo de leer y comprender. Es la voz del pastor cercana y sencilla la que habla. En estos textos se combinan magistralmente –creo que es su estilo personal – la profundidad y la cercanía. Son textos apegados a la realidad en los que se trasluce una gran amplitud de miras y de visión que tiene el Papa Francisco sobre distintas cuestiones. El segundo de los libros es, como te decía, más bien un libro de espiritualidad que puede ayudar a mucha gente a entrar en profundidad y a encontrarse con Dios.





Muchos de nosotros estamos interesados o involucrados en la Nueva Evangelización ¿Qué cree que pueden aportar estos libros a esta misión de la Iglesia?





Creo que el tono general de este nuevo Papa es netamente evangelizador. El Papa Francisco es bien consciente de que el mejor servicio a la evangelización es el testimonio de aquellos que creen. Un testimonio que no va en la línea de la apologética intelectual, si se me permite hablar así, sino más bien en la línea del testimonio de la propia vida. Se trata del testimonio de la caridad. El papa nos llama a todos los creyentes a profundizar en nuestro bautismo y a ofrecer desde la gratuidad y el servicio ese mensaje del evangelio en nuestra vida cotidiana.





Otro aspecto que seguro interesa a muchos de nosotros es el ámbito de la Fe. Estamos en el año de la Fe y seguro que también podemos encontrar en estos libros algo que nos ayude a dar más sentido a nuestra Fe en este importante año.





Evidentemente, todo lo que nos transmite el Papa va en esta línea. Ya lo ha dicho en alguna de sus últimas intervenciones. Sin la hipótesis Dios, la Iglesia puede ser una buena ONG, pero nada más. Lo nuestro, nos dice el Papa, no es ofrecer el servicio de una ONG, sino ofrecer lo mejor que tiene la Iglesia: la buena noticia de Jesucristo. La experiencia de la salvación, la conciencia de ser hijos, de sabernos perdonados, amados gratuita e infinitamente… es el punto de vista desde el que se ha de entender primariamente toda labor que realiza la Iglesia. La Iglesia vive de la fe. La fe es la que nos mueve.





¿Tienen algún plan de publicar más obras del Papa Francisco? Si fuera así y si lo estima adecuado, adelántenos algo.





La editorial Publicaciones Claretianas de Madrid, aunque es una editorial pequeña de libro religioso en España, forma parte del CLARET Publishing Group. La pertenencia a este grupo editorial nos hace depositarios para nuestro país de los derechos de publicación de los libros que se editan en cualquiera de nuestras editoriales a nivel internacional. La editorial claretiana de Buenos Aires tiene los derechos originalmente de estas obras del Papa y está tramitando derechos con múltiples lenguas, países y casas editoriales. Nosotros aquí tenemos en cartera publicar, de momento, seis libros del nuevo Papa Francisco. Ahora, en un primer momento, saldrán estos dos que han sido anunciados. Uno antes de la Semana Santa, otro después, como a mediados del próximo mes. No tenemos prisa. La presión mediática es fuerte, pero queremos mantener nuestro estilo y realizar este servicio lo mejor posible. Nuestro interés no es otro que ir divulgando la obra del Papa Francisco desde el interés pastoral. Queremos ofrecer un servicio al Pueblo de Dios sin caer en lo efímero que tienen tantas veces los productos excesivamente mediáticos. De momento, es todo lo que yo le puedo decir.





Por último, le solicito que haga un poco de profeta y nos comente cómo cree que el carisma del Papa Francisco impactará en la Iglesia.





No me siento capaz de aventurar un juicio tan rápido sobre una cuestión tan importante. Creo que el nuevo Papa trae un estilo agradable y cercano a la gente. Es un talante personal que gusta, y eso es bueno. Al fin y al cabo, el Papa es, antes que nada, un pastor que ha de guiar al pueblo. Su labor es la de ser un líder. No conviene esperar de él otra cosa que esa. Lo importante es que el Papa cumpla su función de liderazgo espiritual y de comunión visible de la Iglesia. Cualidades a él no le faltan. Entendemos que ayuda de lo alto tampoco le ha de faltar. Creo que los medios de comunicación también se van a entender muy bien con este Papa y van a facilitar que su voz se oiga bien





Gracias de nuevo P. Fernando. Ha sido un placer compartir esta entrevista con usted.





A vosotros os queda la edición de la misma. Espero que sirva para divulgar la obra y la persona de nuestro nuevo Papa y que juntos sigamos trabajando en esta línea de Nueva Evangelización. Muchísimas gracias por esta gran ayuda. Un abrazo.





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* El Padre Fernando es natural de Bilbao (1969), y misionero Claretiano. Aparte de sacerdote es Licenciado en Ciencias de la Información-Periodismo (UPV); Máster en Edición (Univ. Salamanca); Licenciado en Estudios Eclesiásticos (Univ. de Deusto) y Licenciado en Teología de la Vida Religiosa (Univ. Pontificia de Salamanca). En la actualidad es Director de la editorial católica Publicaciones Claretianas y profesor de Medios de Comunicación y Teología de la Misión en la escuela Regina Apostolorum, dependiente del Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid.







Thursday, March 21, 2013

radiografiia del Papa Francisco

Tenemos un nuevo papa, Francisco. Antes de su elección era el cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, Argentina. Además de ser el primer papa latinoamericano es también el primer jesuita que llega a ocupar el papado.




Es un hombre sencillo, que lo quieren tanto los de arriba como los de más abajo, menos los del Gobierno argentino con el que ha tenido fuertes diferencias en temas que afectan la doctrina católica, y lo vemos en la oposición que tuvo con Néstor Kirchner cuando, siendo arzobispo de Buenos Aires se opuso tajantemente a la iniciativa de ley permitiendo el aborto y otros temas. Por ello, el ya fallecido exmandatario lo llamó opositor al régimen. Lo mismo le ocurrió en su oposición con Cristina Fernández de Kirchner sobre temas doctrinales respecto a la ley que aprobaría los matrimonios entre homosexuales y muchos otros temas de su gobierno.



Se le ha querido desprestigiar por parte del kirchnerismo diciendo que era colaborador de la dictadura, lo cual fue desmentido inmediatamente por uno de los mismos jesuitas que estuvo preso por varios días y a quien finalmente ayudó a salir de prisión. Pero así como no es de un partido ni de otro, se puede decir que aborrece el poder y sus excesos y que por ello pide que recen por él ahora que ha ocupado la jefatura máxima del Estado del Vaticano.



Precisamente el gran filósofo y tomista Gabriel Zanotti (http://gzanotti.blogspot.com.ar/) llama la atención en cuanto a la diferenciación entre la Iglesia y lo que es el Estado del Vaticano. En febrero de 2012 ya había escrito en su blog una entrada sugiriendo a Benedicto XVI que se saliera del Vaticano, no que renunciara pero sí que dejara toda esa politiquería y burocracia para concentrarse en lo que realmente es la Iglesia que somos y construimos todos, desde laicos hasta el papa, para que pudiera escribir más sobre teología, ya que es uno de los más grandes teólogos que ha tenido la Iglesia Católica en toda su historia. Posiblemente esos problemas del día a día han hecho que se escoja a una persona humilde, que es crítico con el poder, intolerante con los sacerdotes pederastas, que se acerca al ciudadano de a pie, al necesitado, al pobre para darle consuelo, esperanza y ayuda espiritual.



Como jesuita es una persona de una rigurosa preparación académica. Es técnico Químico, filósofo y teólogo. No es teólogo de la Liberación, tema que causó una división interna dentro de la misma Orden de la Compañía de Jesús. Tampoco endosa el liberalismo económico, pero no creo que tenga ninguna postura económica definida y más bien es partidario de políticas que permitan que lo pobres puedan mejorar. Quizá, en estos temas opinables me deja dudas, ya que ha criticado fuertemente las políticas públicas argentinas que están haciendo que los capitales (empresas) se marchen rápidamente entendiendo que esto deja sin empleo y creación de oportunidades y riqueza a muchos argentinos. Bastante trabajo tiene ya con el tema doctrinal y espiritual.



En fin, creo que la Iglesia ha ganado mucho al tener un papa que se acerca a la gente común y corriente. Llamó el otro día desde Italia a quien le llevaba diariamente el periódico en Argentina para agradecerle por todo el tiempo de servicio que le dio y le pidió que rezara por él. El repartidor no lo creía y se echó a llorar por ese pequeño pero gran detalle. Creo que este papa es lo que necesitaba la Iglesia; un hombre bueno, humilde, sencillo, que no gusta del poder, que rompe esquemas y protocolos y que tratará de hacer cambios positivos para que la Iglesia retorne a sus orígenes. Termino con lo que el profesor Zanotti decía en una de sus entradas de su blog: Dejemos a Bergoglio ser Bergoglio.

Francisco nuestro Papa un reto para la Iglesia y el mundo

Casi todos opinamos sobre la elección del papa: los creyentes, los escépticos, los que no creen, los espirituales que viven su relación con Dios al margen de cualquier iglesia. En el mundo occidental y el mundo oriental, en el Sur y en el Norte. No es un acontecimiento que deja indiferente.




Sus gestos son mirados, interpretados, desde muchos ángulos.



Tal vez la mejor manera de poder ser el mismo es actuar como lo está haciendo Francisco, con sencillez, sin aparentemente tomarse demasiado en serio… Es quizás una actitud de quien tiene muchos años y está en el camino del encuentro final con Aquel en quien cree.



León Magno, cuando tuvo que enfrentar a los hunos de Atila tomó para sí los títulos del emperador, papa y sumo pontífice, se vistió como príncipe e hizo que lo trataran como tal, en el siglo V, y los avatares históricos hicieron que Gregorio VII tomara para sí todos los poderes religiosos y políticos a finales del siglo XI.



Los textos evangélicos, brisa de aire fresco que claman por el servicio y el amor, se fueron transformando en leyes jurídicas y en reglamentos de pecados y absoluciones, de espías que denunciaban a la inquisición, de tortura y muerte en nombre de la preservación de la fe.



Apareció Francisco de Asís, el juglar de Dios como le llamaban, que quería vivir la radicalidad del evangelio, sin pompas, sin posesiones, con sencillez, en comunión de hermanos entre sí y con la naturaleza a la que amaba y con quien conversaba. Lobos, pájaros, flores, ríos, fuego, frío, nieve y calor eran sus hermanos.



Lo que está en juego actualmente no es la Iglesia, es la humanidad toda y su vida en este hermoso puntito azul, nuestra casa a la que llamamos Tierra, que navega en la galaxia y entre galaxias.



La iglesia es una porción muy importante en este devenir conjunto, y el papa es quizás el mayor referente de lo sagrado en esta parte del mundo.



Y de nuevo aparece un Francisco, sencillamente Francisco, que viaja en bus y en autos sencillos, paga su hospedaje, pide la bendición de los demás antes de dar la suya, trata de que no le besen la mano, abraza, saluda, sonríe. No es un profesor ni un emperador, es un amigo, un vecino conocido, un hermano.



Los procesos históricos son eso, procesos. De pronto surgen personas que personifican las mejores aspiraciones de la mayoría, pero que portan en sí minorías activas. Lo curioso en este caso es que este viento fresco viene insuflado por un hombre mayor, anciano, confirmando aquello que dijo Jesús: hay que hacerse como niños, no volverse, sino hacerse. Es una tarea que está hacia adelante. Conservar los sueños, la capacidad de admiración, la alegría, la paz a pesar de todo el mal que se conoce, no dejar que el corazón se haga amargo, sino sabio es una tarea que no todos logran. Jorge Mario Bergoglio, Francisco, está contagiando esa manera de ser.



Y eso sí es una buena noticia.



Tendrá y tiene mucho trabajo por delante para producir cambios fundamentales; no podrá hacerlos todos, y sobre todo no podrá hacerlo solo, deberá poder convocar a quienes están dispuestos a hacer las cosas como él y mejor que él.



No bastará con algunos gestos simbólicos, deberá provocar la acción para cambios urgentes.



Su imagen sin aspavientos, sonriente, perpleja como asustada, transmite bondad y seguridad. Timonel de un barco que navega en un mar agitado…





Wednesday, March 20, 2013

10 puntos sobre nuestro Papa Francisco

Los cámaras de televisión del mundo entero, la prensa que llenaba la terraza del brazo de Carlo Magno en la columnata vaticana y los millones de habitantes del “continente digital” se sorprendieron cuando apareció en el balcón vaticano el Papa Francisco. Nada de un nuevo Rambo o una estrella de rock. Tampoco un rudo cowboy pragmático ni un sofisticado italiano de Curia. Más bien un latinoamericano sencillo, algo tímido y con una cruz plateada sobre el pecho, que miraba con un punto de asombro a la multitud que lo esperaba.




En esa figura de blanco que mendigaba oraciones se había producido la mayor transferencia de poder espiritual que conoce la Humanidad. De simple arzobispo emérito y cardenal elector había pasado a ser de súbito Vicario de Cristo en la tierra, Obispo de Roma, Sumo Pontífice, cabeza del Colegio Episcopal, Jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano, concentrando en su persona la más alta potestad de jurisdicción de la Iglesia. Un huracán de responsabilidades se precipitaba sobre sus espaldas y, de pronto, como en el Sinaí a Moisés, un nuevo Decálogo le era sugerido. Son los desafíos que ya está afrontando el Papa Bergoglio.



Desde mi modesto puesto de observador, los resumiría así :



1º) Levantar la temperatura espiritual de 195.671.000 (datos de 2010) católicos de todo el mundo. La Iglesia, si se me permite el símil, es una empresa de carácter espiritual, con un activo formado por la fe y la santidad de sus miembros, y un pasivo conformado por sus debilidades. De ahí que, el primer desafío para el nuevo Papa, sea lograr elevar la temperatura espiritual de esos mil doscientos millones de católicos dispersos por todo el mundo. Esto es, aumentar los activos espirituales de la Iglesia católica. El Papa Francisco se ha puesto en ello nada más ser elegido. En el balcón vaticano marcó el camino de la oración. En la Capilla Sixtina lo confirmó y en la misa de inauguración del ministerio cetrino lo reiteró : “Rezad por mí”.



2º) Abrir el mercado de las ideas a los valores del espíritu. O si se quiere, sacar al cristianismo de la periferia de la historia y situarlo en el centro del quehacer humano. Despertarlo de esa posición de repliegue sobre sí, que se llama la “enfermedad del absentismo”, ajeno e indiferente a las ambiciones, incertidumbres y perplejidades de sus contemporáneos, mientras la gran sociedad sigue su curso. Existe una cierta “banalización del mal”, que suele derivar en una sutil dictadura del relativismo.



Requerirá de una gran fortaleza para sacar a los creyentes del abismo de lo que se ha llamado el “antimercantilismo moral”. Esto es, una especie de temor a entrar en el juego de la libre concurrencia de las ideas y los valores morales, que suele decidirse más allá de los refugios de la decencia moral.



3º). Ser más mundocentrico que eurocéntrico. Mezclando el buen humor con la profecía, en su primer saludo, él mismo se llamó el Papa “del fin del mundo”. Claro está, no refiriéndose a la profecía de Malaquías, sino haciendo notar que su origen no era Europa sino las inmensas llanuras de la Pampa argentina. El primer milenio fue el de la cristianización de Europa; el segundo desplegó el cristianismo en América. El tercero - y aquí el Papa Francisco tendrá un protagonismo especial - apunta como una flecha a Asia y África. No es casualidad que los dos últimos Pontífices hayan viajado un total de quince veces a África, desplazándose Juan Pablo II en trece ocasiones a Asia. En 1910, 6 de cada 10 católicos vivían en Europa, hoy solo 2 de cada 10. Desde luego tendrá en cuenta el potencial que suponen las raíces cristianas de Europa, pero sin olvidar que el futuro del cristianismo está en otros continentes.



4º) Iniciar una nueva “Reforma”, que pondrá en tensión la capacidad organizadora del nuevo Pontífice. No me refiero tanto a la manoseada reforma de la Curia, me refiero más bien a la preparación intelectual, humana y espiritual de 721.935 religiosos y 412.236 sacerdotes extendidos por todo el mundo. Una tarea directamente conectada con la eficacia de los mayores responsables en la Iglesia de la difusión del mensaje cristiano. Como efecto colateral, esta reforma ayudará a terminar con los últimos coletazos – el centro del huracán fue la influencia de la revolución sexual de los sesenta/setenta – de algunas situaciones penosas conectadas con desviaciones sexuales.



5º) Inyectar en la humanidad la idea de que la lucha contra las grandes bolsas de pobreza no solamente es un problema de filantropía sino un verdadero “impulso divino”. En esta operación quirúrgica, el Papa está especialmente preparado. No tanto por sus “signos externos” (viajes en medios públicos, origen humilde etc.) cuanto por su visión teológica del mundo. Entiende la atención desde la Iglesia al más necesitado no como problema de “ONG filantrópica” – por decirlo con sus palabras – cuanto un problema de verdadera “justicia social”. En la propia Misa de Inauguración , explicó la necesidad de “custodiar la creación” como “custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres.”



6º) Poner en marcha una nueva evangelización, en el que el núcleo de la acción resida más en las bases que en la cúpula. Es papel de los laicos en la Iglesia. La actuación en la plaza pública, en la vida política, económica y social de los pueblos es la gran tarea de los cristianos de a pie. El nuevo Papa no está sólo. Es la cabeza de un cuerpo espiritual muy amplio. Lo importante ahora no es tanto la “artillería pesada” o las “grandes flotas oceánicas”. Más bien se trata de dar aliento e impulso a esa “infantería ligera” (si se me permite el símil) que son los 1.200 millones de católicos dispersos por todo el mundo.



Cuando su antecesor el Beato Juan Pablo II insistía una y otra vez en que “todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre”, estaba aludiendo a este desafío. De este modo, el laico pasa a ser no solamente “la arena de encuentro” o de punto de conexión entre valores temporales y espirituales sino su auténtico protagonista. Naturalmente, me refiero tanto a hombres como a mujeres, con un especial protagonismo de estas.



7º) Incrementar la unidad en la Iglesia, manteniendo la riqueza de las diversas perspectivas. En la historia de la Iglesia, la unidad ha sido tema prioritario en la agenda de los 265 Pontífices que han precedido al Papa Francisco. No es un tema nuevo, ni algo simplemente conectado con posibles enfrentamientos en la Curia. Es algo más de fondo, muy unido a la inevitable debilidad humana. Las disensiones comenzaron todavía con la figura de Cristo fresca entre sus discípulos. Las llamadas de atención de Pedro y de Pablo de Tarso eran frecuentes Los cismas, herejías y choques de personalidades fuertes han puesto sombras en el cuadro. Se trata de superar esos peligros por elevación. Esto es, alineando las distintas sensibilidades hacia el objetivo común de la nueva evangelización.



8º) Potenciar el diálogo inter-religioso . Probablemente habrá que lograr como primer objetivo el viaje a Moscú, tantas veces frustrado por resistencias externas de la Iglesia ortodoxa. Luego, continuar el camino del diálogo con los anglicanos, evangélicos y luteranos. Sin olvidar a “nuestros hermanos mayores”, los judíos, y a ese inmenso mundo del Islam. El Papa Francisco parece tener muy próximo a su corazón a los hebreos. Nada más ser elegido Papa ha expresado su deseo de contribuir al "progreso de las relaciones entre judíos y católicos", en una carta dirigida al jefe de la comunidad hebrea de Roma. El ecumenismo ha sido una preocupación constante en los grandes Papas del siglo XX/XXI. No simplemente por un problema de “coexistencia pacífica”, sino, por decirlo en palabras del antes cardenal Bergoglio: “No solo la ciudad moderna es un desafío sino que lo ha sido, lo es y lo será toda ciudad, toda cultura, toda mentalidad y todo corazón humano”. (25 agosto 2011)



9) Nombrar buenos colaboradores. Refiriéndose a los que ocupan grandes centros de poder en el mundo, suele decirse que aquellos que no son buenos colaboradores son algo así “como tortugas patas arriba: se moverán mucho, pero sin llegar a ningún sitio”. Naturalmente, el primer consejero del Pontífice es Dios, lo que da bastante tranquilidad. Pero los buenos colaboradores humanos son también importantes. En la historia de la Iglesia la diferencia, por ejemplo, en nombrar un Secretario de Estado competente y otro poco eficaz ha traído consecuencias graves en asuntos de alta trascendencia. Lo cual repercute en los nombramientos de obispos al frente de las diócesis. No hay que olvidar la amplia descentralización del gobierno eclesiástico, a pesar de su coordinación con el gobierno central. Todo el mundo de la comunicación y transparencia vaticanas exigirá especial atención del Papa. Los nombramientos en ese delicado sector requerirá buena mano por parte del Papa. Desde luego, me dirá alguien, los primeros cristianos no eran especialistas en comunicación, empezando por el primer Papa, S. Pedro. Sin embargo lograron objetivos muy por encima de sus posibilidades. De acuerdo, pero hoy dominar la técnica mediática es necesaria para recuperar, por ejemplo, la imagen deteriorada de una Iglesia manchada por escándalos –reales o aparentes – que se retransmiten a la velocidad de la luz por canales que elabora una opinión pública a imagen y semejanza de quien sabe utilizarlos. De momento, los cuatro millones de seguidores en las cuentas Twitter del Papa Francisco supone un interés mediático inusitado .





10º) Promover la causa de la paz y la justicia en todo el mundo, comenzando con la primera de las libertades, que es la religiosa. No se trata solamente de detener esa especie de cristofobia que está produciendo en diversos lugares del mundo una hostil persecución anticristiana. Se trata, además, de despertar en las religiones la potencialidad que poseen para ayudar a la paz en el mundo. Tal vez una anécdota – su protagonista fue John Foster Dulles, Secretario de Estado con el presidente Eisenhower - ayude a explicar este décimo “mandamiento”. Con ocasión de uno de los numerosos conflictos entre Israel y sus vecinos árabes, invitó a un representante israelí y a otro sirio - judío el primero, musulmán el segundo- a mantener una conversación privada sobre el conflicto. Cuando se encontraron, el Secretario de Estado les estrechó calurosamente la mano, sonrió y dijo:” ¿Por qué no nos sentamos los tres juntos y, de corazón a corazón, resolvemos esto como caballeros cristianos?” A la sorpresa inicial, siguió la amplia sonrisa por la confusión de Dulles. La anécdota pone de manifiesto que se sigue creyendo, correctamente, que en las tradiciones religiosas hay recursos importantes, no siempre aprovechados, para resolver los conflictos mundiales.



Naturalmente existen otros muchos desafíos, por ejemplo la familia, la protección de la vida o la coordinación entre las funciones de los dicasterios de la Iglesia etc, pero establecer prioridades es básico en una labor de gobierno. El Papa Francisco deberá abordarlas, sabiendo que la primera regla es : pretender no molestar a nadie conduce invariablemente a molestar a todo el mundo.

Friday, March 15, 2013

Francisco, el Papa de la “primera vez”

Francisco, el Papa de la “primera vez”








Nunca un papa católico acumuló sobre sí tantos “por primera vez”.

Es la primera vez que, en dos mil años, un papa escoge el simbólico nombre de Francisco.

Es la primera vez que un papa es latinoamericano.

La primera vez que un papa es jesuita.

La primera vez que llega a papa un cardenal que se cocinaba.

La primera vez que ese cardenal viajaba en metro o a pie.

La primera vez que un cardenal que va a un cónclave del que puede ser papa (casi lo fue cuando fue elegido Ratzinger) pide a sus fieles que en vez de ir a Roma usen lo que van a gastar para darlo a los necesitados.

El primer papa que al aparecer por primera vez en San Pedro, antes de dar la bendición a los fieles, les pide a ellos que que pidan por él a Dios y se les inclina en silencio.

La primera vez que un papa se presenta en la plaza de San Pedro llamándose “obispo de Roma”, que es lo significa el papa, pero que se les había olvidado desde hace siglos.

El primer papa que apareció vestido solo de blanco sin púrpuras ni oros.

El primer papa con un solo pulmón.

El primer papa que cuando cardenal besó lo pies a enfermos de SIDA

Hasta aquí lo que recuerdo de su “primera vez” hasta hoy.

¿Y a partir de mañana?

Tendremos que ver si va a ser también el papa de la primera vez de aquí en adelante.

Podría ser, por ejemplo, el papa que por primera vez se fuera a vivir fuera del Vaticano. Quiso hacerlo Juan Pablo I, pero murió o lo murieron a los 33 días de pontificado. No le dio tiempo.

Podría ser, como Juan XXIII, a quién se parece en algunas cosas, el papa que convocase un nuevo Concilio Vaticano II, convidando a participar a toda la cristiandad.

Podría ser el papa que cambiara la forma actual de elección del obispo de Roma para que pudieran participar en ella más voces.


Francisco, fue el santo más parecido al profeta de Galilea. Su máxima era que bastaba como reglas de vida el Evangelio y nada más.

Fue el santo que gritó contra la riqueza de la Iglesia a finales del siglo XII y contra una Iglesia también entonces implicada en contiendas e intrigas entre cardenales.

Llamarse papa Francisco compromete al nuevo papa, en este momento que vive la jerarquía, más que todos los discursos que pueda hacer.

Un jesuita que se apellida a sí mismo Francisco, podría parecer una paradoja.

Quizás sea un símbolo de que algo puede empezar a cambiar en la anquilosada y aún medieval Iglesia del Vaticano.

Ah, y para los  amigos de los animales, Francisco de Asís, fue el santo de todos ellos a quienes llamaba de “hermanos”.
  Padre Roberto Mena ST

Bienvenido Francisco

Bienvenido Francisco , a una Iglesia que está en crisis, pero que lo ha estado desde el primer día que fue instituida y que lo estará hasta el día que se termine el mundo. Bienvenido a un mundo que te atacará, lleno de gente que no piensa como tú, y gente que odia lo que tu crees. Bienvenido a un pueblo que te juzgará, inclusive dentro de tu misma casa. Bienvenido al trabajo.


Hoy Francisco, quiero trabajar contigo como sacerdote. Quiero seguir tu ejemplo, quiero quitarme mis adornos y salir por el balcón a servir a la gente. Quiero lanzarle una sonrisa al mundo. A los que esperan mucho de mí, poco, o nada, quiero servirlos a todos. A los que no opinan como yo, quiero servirlos. A los que he lastimado o lastimaré, quiero servirlos. Quiero trabajar contigo desde mi casa religiosa , en las cosas que puedo hacer desde hoy. No quiero imponer mi opinión religiosa, quiero compartir la verdad: que todos somos hermanos. Que el amor, nos ama. Que ese amor es un Padre.

Hoy Francisco, quiero ser el último en la fila. Quiero ser el del último lugar del estacionamiento, y el último en servirse de comer. Quiero poder superar mis miedos y vencer mis malos hábitos, pero además quiero pasar desapercibido. Quiero que la gente se de cuenta que mi Iglesia no está para conquistar al mundo, sino para servirle. Quiero que Evangelizar a todos los pueblos, se traduzca en caridad para todas las naciones.

Y se que tú trabajarás conmigo. Se que no estoy sólo porque el representante de mi Iglesia se despertará todos los días muy temprano para trabajar conmigo. Se que orarás y contemplaras, y al mismo tiempo actuarás. Se que te haces de cocinar todos los días. Se que viajabas en metro en tu país. Se que naciste de padres humildes. Y se que no flaquearás. Se que te atacaran, igual que todos los días nos ataca nuestra pena cuando decimos ante un público tan tímidamente: ‘somos católicos’.

Hoy salgo de ese balcón y le grito al mundo que soy católico, no porque quiera presumirlo, y tampoco porque quiera demostrar un punto. Lo hago porque el mundo necesita que me deje de dar pena decir que voy a servirlo. Me acordaré que soy sacerdote  católico la próxima vez que me de flojera hacer mi trabajo.
.
. Me acordaré que existes tú Francisco, como tantos antes de ti, que también tuvieron que luchar contra si mismos. Que también tuvieron que aguantar tanto. Que también tuvieron que trabajar tanto.




Hoy Francisco I te agradezco aceptar el papado, te agradezco que te rieras. Te agradezco que salieras tan humilde, que te inclinaras para ser bendecido por tus fieles. Te agradezco que recordaras al Papa pasado. Te agradezco que hables mi idioma, y que te guste el fútbol. Te agradezco que hoy, me hayas puesto a rezar un Padrenuestro y un Ave María. Porque así de sencillo, hoy me has abierto los ojos.

Francisco I, a partir de hoy, yo trabajaré contigo.

Padre Roberto Mena ST

Tuesday, March 12, 2013

No es el fin del mundo

Hoy en día circula, especialmente por Internet, todo un cúmulo de mensajes de tipo apocalíptico, junto con las más diversas interpretaciones de esos mismos mensajes. Lo inusual de la renuncia de un Papa (Benedicto XVI), despierta curiosidad y preguntas en muchos, y tal es el ambiente que favorece ese tipo de mensajes.




* ¿De qué fuentes provienen esos mensajes? Hay en la Biblia el libro del Apocalipsis; existe también la literatura apocalíptica, dentro y fuera de la Biblia; y hay además una serie de mensajes, que se atribuyen a Jesús o a la Virgen, algunas veces con gran despliegue y aprobación, como es el caso de Fátima, otras veces con alcance más bien modesto, cual sucede con tantas manifestaciones privadas que tienen hoy en día no pocas personas, a las que se suele llamar “instrumentos.”



* Esos mensajes no son consistentes sino que se contradicen bastante. Algunos aseguran que Benedicto XVI fue el último Papa verdadero, de modo que su sucesor sería ya un instrumento del mal; otros en cambio aseguran que el Papa que suceda a Benedicto XVI será especialmente estricto, y por ello será rechazado. Algunos ven la renuncia del Papa como algo inusual pero dentro de lo explicable y normal; otros en cambio sostienen que el Papa fue obligado a renunciar o que se vio abrumado por traiciones, presiones y escándalos y por eso renunció.



* Muchos, en todo caso, creen que se puede hacer corresponder estos hechos de nuestra historia con los relatos del libro del Apocalipsis o con partes de los mensajes cifrados que supuestamente se hallan en revelaciones privadas. Según ellos, estaríamos entrando en una etapa de la historia que se llama “fin de los tiempos.”



* El problema es que esa manera de interpretar la literatura apocalíptica hace de los textos una especie de “guión” de cine que estaría sólo al alcance de gente muy perspicaz. Ambas presunciones parecen ajenas a la Biblia: una interpretación de correspondencia, o de guión de cine, supone una especie de fatalismo y viene a declarar como inútil la apertura del ser humano hacia la conversión. Según indicaba el entonces Cardenal Ratzinger, ya en el año 2000, las profecías son siempre condicionales, porque finalmente la ley último del actuar divino está en aquello de “No quiero la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva,” según dijo el profeta Ezequiel.



* Es más correcto y sano leer el Apocalipsis, y toda literatura de su tono, como una invitación perpetua a la conversión y la esperanza, sabiendo que las escenas allí descritas son como prototipos del actuar del mal en sus diversas fases, y anticipaciones también de la presencia salvífica del Dios que nunca deja de ser Dios. El anticristo, por ejemplo, es presentado en singular en el Apocalipsis mientras que San Juan, en su Primera Carta, habla de “muchos anticristos,” donde se ve que una lectura por “prototipos” es más correcta y cercana a la Biblia.



* Queda claro que somos apremiados en la tarea de la conversión y la fidelidad, pero no por vía de pánico ni de lecturas sofisticadas, que en todo caso estarían lejos de la comprensión de los más sencillos. Nuestra fidelidad y caridad al proclamar el Evangelio de salvación son la mejor manera de aguardar al Señor “hasta que vuelva.”

Tuesday, March 05, 2013

que significa la renuncia de Benedicto?

RENUNCIA Y FRACASO




Hace años alguien me dijo que  en la ciudad de Nursia  se encuentra un altar dedicado al papa Celestino V. Siempre me había impresionado ver en su renuncia al papado “la aventura de un pobre cristiano”, como la calificaba Ignacio Silone en el mejor de sus libros. En lo alto del retablo una frase latina nos recordaba que no había tenido un precedente ni un seguidor.

Pues ya ha tenido un seguidor. Hace años me habían “profetizado” que Benedicto XVI renunciaría a la sede de Pedro, pero la decisión me sorprendió como a casi todo el mundo. Hubiera deseado que concluyera el itinerario del Año de la Fe que él había convocado. Y seguramente habría apreciado la encíclica sobre la fe que muchos esperábamos de él.

Pero he respetado y admirado sinceramente su decisión. “Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen Dios”. En los versos de León Felipe se proclama el hecho y el derecho de cada persona a seguir un camino único. Juan Pablo II nos dio ejemplo de la virtud de la paciencia. Y enseñó al mundo a valorar la vida, aun la más decrépita y dependiente. Benedicto XVI nos ha dado ejemplo de la virtud de la humildad. Y ha enseñado al mundo la libertad de quien no se aferra a la honra y al poder.

De todas formas, no dejan de resonar en mi interior las palabras del salmo 95: “Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón”. Dios nos habla cada día a través de los signos de los tiempos, como ya nos recordaba Juan XXIII. Pero con necia terquedad nos hacemos sordos a la voz y ciegos a los signos.

Ante la imagen de un Papa que se retira, preferimos refugiarnos en la frivolidad. Vivimos bajo “el imperio de lo efímero”, como ha escrito Lipovetsky. Seguramente es justificable la curiosidad humana ante un hecho insólito. Pero no podemos quedarnos en preguntar por el color de los zapatos del papa emérito.

Al renunciar al supremo pontificado, Benedicto XVI se retira a orar. Como tantas veces nos dijo, lo más importante es la cuestión de Dios. Pero esa cuestión es tabú para el mundo moderno. La retirada a la contemplación es provocadora. La profundidad de lo religioso nos da vértigo. Por eso tratamos de cubrirla con el ramaje del cotilleo o las ortigas de la conspiración.

Dicen que Benedicto XVI se retira porque ha fracasado en su proyecto de recristianizar este mundo secular. Pero, en realidad, somos nosotros quienes fracasamos al no aceptar a Dios. Ese Dios-amor al que él dedicó su primera encíclica como programa de su pontificado.

Decididamente nos molesta Dios. Y no toleramos fácilmente que alguien nos recuerde su presencia. Ni con su palabra ni con su silencio. Sin embargo, la presencia misericordiosa de Dios se impone a nuestra terquedad. Siempre habrá profetas que den cuenta de Él. Benedicto XVI seguirá siendo para nosotros, con su presencia silenciosa y orante y con su palabra de fe, una llamada a la conversión y a la esperanza.



Monday, March 04, 2013

Panorama de la Iglesia hoy

Al sureste de Roma se alza la pequeña iglesia de Santa María in Palmis, más conocida como la iglesia del Domine Quo Vadis. El nombre lo toma de una vieja leyenda que narra el encuentro de san Pedro con Cristo cuando el apóstol trataba de huir de la persecución en Roma. “Señor, ¿adónde vas?,”le preguntó Pedro. “A Roma, a que me crucifiquen otra vez,”contestó el Señor. Cualquiera que sea el verdadero origen del nombre, se repite algo que se ha hecho ya habitual en los encuentros de Pedro con Cristo: la cosa acaba siempre justo al revés de como Pedro lo había planeado. Pero esto es sólo una leyenda.




Ahora que la Iglesia se prepara para la Pascua y para la elección del nuevo sucesor de Pedro, aquella vieja pregunta sigue siendo tremendamente actual, no sólo para el papa, sino también para todos nosotros. No es fácil tener una idea clara en estos tiempos de hacia dónde va la Iglesia, pero sí está claro que, con su renuncia, el papa Benedicto ha separado claramente a la persona de la función. Y, aunque sólo sea por unos días, se ha creado un espacio de reflexión, una oportunidad para escuchar otra vez a Cristo haciéndonos a todos esa misma pregunta: Quo vadis? Deberíamos poder llegar más lejos y ser capaces de preguntarnos no sólo adónde vamos sino también adónde queremos ir.



Con su gesto de renuncia, el papa Benedicto nos recuerda que la verdadera cabeza de la Iglesia es Cristo. Y esto no sólo supone una formulación piadosa, sino también un profundo acto de fe. En tiempos difíciles, puede que la Iglesia se deje arrastrar por la angustia de si triunfará o si sobrevivirá. Si lo hace así, no se diferenciaría de cualquier otra institución mundana, pasaría por alto su propio origen y misterio, el milagro cotidiano que suponen su vida y sus sacramentos, su condición de “reino de Cristo actualmente presente en misterio” (LG 1,3). Del mismo modo que el papa se retiró estos días de Cuaresma en oración, reflexión y silencio, la Iglesia en pleno debería seguir su ejemplo y tomarse tiempo para dejar que el Espíritu nos disponga el ánimo para elegir y recibir a su sucesor. Y también podría ser un tiempo idóneo para asumir y entender eso que podríamos llamar la “desolación eclesial.”



Estar en desolación

No fue san Ignacio de Loyola el primero en contraponer los términos “desolación” y “consolación,”pero nos enseñó a concebirlos como una escuela en la que Dios nos instruye. Una de las grandes intuiciones de sus Ejercicios Espirituales es que no hay que huir de la desolación, sino prestarle la atención debida. Dios nos moldea incluso en nuestros momentos más secos, dolorosos y oscuros, enfrentándonos a nuestros miedos, a nuestras resistencias y a nuestras propias servidumbres, a veces de modo muy sutil. Independientemente de cuánto sea nuestro amor por la Iglesia, sería difícil no darse cuenta de que hemos estado viviendo tiempos de desolación, al menos desde nuestra perspectiva europea o norteamericana. Eso no impide que el testimonio impresionante de bondad, de compromiso y de valentía que han dado muchos “católicos de a pie” haya sido un signo inequívoco de la fidelidad del Espíritu. Me gustaría señalar tres desolaciones especialmente presentes hoy en la Iglesia occidental: la autoridad de la jerarquía, el escándalo de los abusos y cierta sensación de luto. Las tres están muy relacionadas entre sí.



La autoridad de la jerarquía.



Aunque la disminución del número de fieles puede estar relacionada con la progresiva secularización de nuestra cultura, podría también ser un síntoma de desolación, de desencanto con las estructuras institucionales. Un desencanto sutil, porque los católicos entienden y respetan la naturaleza jerárquica de su Iglesia. Ese desencanto tiene que ver menos con las estructuras en sí que con la secularización que ellas mismas han sufrido. De modo creciente, muchos obispos y sacerdotes se han comportado como gobernantes déspotas, condenando y castigando a diestro y siniestro o desplegando plumajes litúrgicos pasados de moda en lugar de manifestar la sacramentalidad que late dentro de una apariencia.



Tal como nos ha enseñado el Concilio Vaticano II y los pontificados posteriores al mismo, la Iglesia no es una corporación, sino una communio del Espíritu; su disciplina, pues, no puede venir de la coacción, del miedo, de la amenaza o de la persecución, sino del amor de Cristo, de su misión, de su pueblo y de su verdad. Este amor significa que la autoridad debe estar siempre caracterizada por el respeto hacia los demás, hacia sus carismas y, desde luego, el respeto a su dignidad, presumiendo siempre su buena fe en lugar de dudar de ella. Sólo una autoridad así entendida puede ser una fuente de gracia para la comunidad y sólo así acertará a conciliar el servicio a la totalidad del Cuerpo de Cristo con la “lucha contra el maligno.”



El escándalo de los abusos.



Debemos asumir la profunda desolación y la herida en el corazón de la Iglesia que ha producido no sólo la crisis de los abusos, sino especialmente el modo en que ha sido gestionada. Tenemos que reconocer que no han sido “los enemigos de la Iglesia,” quienes han expuesto esta herida, sino el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad; ese mismo Espíritu que nos proporciona ahora la gracia de responder con honestidad.



Es claro que los abusos deben ser sometidos a un estricto proceso jurídico, pero esto no basta. La excusa de culpar a otros o achacarlo a “la relajada cultura secular” no es sólo eludir peligrosamente la responsabilidad, es un pecado cometido contra las víctimas y contra el Espíritu, que es su abogado. Por muy personalizables que sean, los abusos evidencian un fallo institucional que la propia cultura eclesial ha propiciado. Y sólo un profundo y humilde arrepentimiento, que empiece por desear una permanente metanoia del alma y la cultura de la Iglesia, puede ser su cura y su renovatio.



La Iglesia debe reconocerse a sí misma como el cuerpo de Cristo, no como una multinacional. En este sentido, necesita creer en sí misma, necesita deplegar todos sus recursos espirituales, sacramentales y creativos y necesita una conversión profunda. Sólo así podrá dar un testimonio creíble ante el mundo, un mundo que pide desesperadamente otros caminos.



Cierta sensación de luto.



Vivimos en una Iglesia que parece estar de luto, que tiene la impresión de que se le ha muerto algo. No se trata sólo, como se ha dicho, de su sentido de misterio y trascendencia, que, desde luego, necesitaremos recuperar urgentemente también, sino de algo de esa intimidad sacramental, de la reconfortante cercanía encarnada del catolicismo que conecta el cielo con la tierra. Para algunos la sensación de luto vendría por la pérdida de las certezas y las glorias del pasado, para otros es un luto por ese futuro que vislumbró un día el Concilio Vaticano II y que quedó incompleto, por tantas oportunidades perdidas, como semillas que nunca llegarán a florecer. Para las generaciones más recientes podría ser el luto por algo que nunca tuvieron y que echan de menos no haber tenido.



Este duelo puede ser causa de rabia hacia quienes creemos que nos han privado de alguna cosa. De hecho, se puede percibir algo de esta extraña rabia que caracteriza a la Iglesia occidental de estos tiempos. Lo percibimos en el debate interno entre las diferentes tendencias eclesiales que dicen tener la solución a nuestros problemas, pero, sobre todo, la rabia se dirige contra la cultura secular, como si el mundo secular hubiese robado o traicionado la misión de la Iglesia. Es esa rabia la que nos impide ver lo bueno que hay en los otros, los grandes y nobles valores que hay en nuestra propia cultura; nos impide escuchar sus más profundos anhelos, discernir sus miedos y su angustia más íntima y reconocernos a nosotros mismos como seres en búsqueda. Sólo nuestra indignación ante el desprecio a la vida humana, ante la explotación del pobre, ante la destrucción del planeta y ante tanto sufrimiento olvidado puede conducirnos al Evangelio.



Un momento decisivo en la conversión de san Agustín fue su meditación sobre las palabras del ángel ante el sepulcro vacío: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” Una Iglesia que nació desde y por la resurrección de Cristo no requiere lutos; lo que necesita es seguir al Señor resucitado con una fe serena, alegre e inquebrantable por los inciertos caminos de la historia. Y llevar consigo la proclamación que hacemos en la vigilia pascual: “a Él pertenece el tiempo y la eternidad.” Da igual lo adverso que nos pueda parecer ese tiempo, la Iglesia no puede retroceder, no puede perder su mirada pascual, esa que le permite ver cómo en todas partes, incluso en el desierto, puede rebosar la gracia.



Hacia una nueva sensibilidad

Si nos detuviésemos un momento a pensar, veríamos que ese supuesto duelo o luto que nos muestran cada día los medios de comunicación (y también algunas voces desde dentro) tiene que ver más con sus propias patologías que con la realidad de nuestra Iglesia. En la Iglesia hay vida, que nos llega tanto por caminos nuevos como por los ya conocidos. Está naciendo una nueva sensibilidad ética y espiritual que nos invita tanto a recurrir al manantial profundo de la devoción tradicional como a explorar nuevos caminos. Mucha gente, jóvenes y viejos, gente de Iglesia y no tan de Iglesia, manifiestan el vivo deseo de una vida sacramental y de una nueva visión, una visión católica que les cure de las profundas alienaciones que afectan a la postmodernidad, una visión que dé sentido a lo que somos y a nuestro deseo y nuestra responsabilidad de acoger el mundo que Dios nos ha dado. Son personas que todavía se sienten a gusto en la Iglesia y que confían que ella sea capaz de redescubir su libertad y su capacidad de transformar el mundo, un mundo secular que también está esperando una Iglesia en la que merezca la pena creer, incluso si no se decide a dar ese paso.



Cuando nos liberemos de nuestro eurocentrismo (o américo-centrismo) y de nuestros miedos y desolaciones, podremos empezar a ver que el Espíritu prepara ya nuestro futuro. Pero ¿por dónde empezar? Una vez más, la pregunta “Domine quo vadis?” podría ser un buen punto de partida, precisamente ahora que Cristo está camino de Roma.



La sede de Pedro.



El papado es un magnífico regalo de Dios a la Iglesia, pero debe seguir evolucionando para llevar a cabo plenamente su servicio. Ha estado demasiado empantanado en una eclesiología reaccionaria y en el ejercicio monárquico de un poder demasiado parecido al mundano. Es bueno que el papado exhiba lo mejor de su efectividad y su profetismo, pero tiene que ser atemperado por la realidad de la Iglesia. Todos los papas, desde el Concilio Vaticano II, han sido conscientes de la necesidad de ir desarrollando una teología del papado. Tanto Pablo VI como Benedicto XVI nos han ayudado mucho a desembarazar su mística. Y hasta Juan Pablo II, que desplegó un poder extraordinario, teñido a veces de profetismo, no tuvo inconveniente en propiciar una reflexión al respecto.



Este camino debe proseguir y conducirnos a una reforma de la Curia romana, no tanto en términos de estructuras como en términos de un cierto ethos: de cambiar la idea del gobierno por la del servicio. El principio de subsidiaridad es clave no sólo en el entramado de las estructuras seculares; también debe serlo en las eclesiales. Como apuntaba Pío XII, sin menoscabo de la naturaleza jerárquica de la Iglesia, el principio es aplicable también a su vida. De hecho, estuvo ya presente desde los comienzos del cristianismo, como nos cuenta san Pablo. El papel de Pedro debe sustentarse en una profunda y constante teología de la colegialidad que se traduzca en una práctica efectiva y encuentre un claro soporte jurídico en el Derecho Canónico. Sobre este asunto, el Concilio puso los cimientos, pero el edificio aún está por hacer.



Colegialidad.



La colegialidad necesita que se le proporcionen mecanismos eficaces en el seno de la Iglesia local. Sólo de este modo podrían desarrollarse plenamente las virtudes de una Iglesia jerárquica y su capacidad de liderazgo. Juan Pablo II hablaba de la “espiritualidad de la communio” y de la constante renovación y conversión que requiere el ejercicio de un poder que desee ser carisma de servicio. O la colegialidad funciona, o el ejercicio de la autoridad en la Iglesia tendría que ser recortado.



Junto al desarrollo de la colegialidad, habría que prestar atención a los dones y carismas de aquellos que van a ser nombrados obispos. Necesariamente tienen que ser personas capaces de ofrecer un liderazgo creativo y significativo y eso supone que el candidato sepa poner en juego todos los dones del pueblo de Dios. Los obispos tendrán que ser personas capaces de conducir a la comunidad hacia su principal misión, que es ser testigos del Evangelio y no perderse en polémicas y divisiones estériles sobre cosas que no son esenciales o cuyo valor simbólico se ha exagerado.



Tanto a nivel internacional, como nacional y local, la Iglesia necesita descubrir cada vez más cómo fortalecer y alimentar su propia vida interior y cómo salir al encuentro de las inquietudes de la cultura secular. Eso supone una mayor transparencia y compromiso en el ethos y en las leyes de la Iglesia. Sobre todo, los obispos deberían dejar de ser gestores ejecutivos y convertirse en buenos pastores. A fin de cuentas, el don de administrar ya existe en la propia comunidad—especialmente entre los laicos—y los obispos no deben ser reacios a aprovechar estos dones como parte de su propio ministerio. Un obispo tendría que ser alguien capaz de tener un conocimiento empático de sus sacerdotes y del pueblo, de sus dificultades y las circunstancias de su vida, capaz de alumbrarlos con la luz de Cristo y de alentarlos con el consuelo, siempre creativo, del Espíritu Santo. Sin duda, tendría que ser capaz de mostrar afecto sincero por todos los de su diócesis y estar preparado no sólo para llamarlos a la verdad de Cristo, sino para defenderlos frente a cualquier circunstancia que los acucie o los oprima. Además, en nuestro mundo de hoy, un obispo tiene que ser alguien capaz de hablar a la gente de Dios y de las cosas de Dios de un modo sencillo y cercano.



Teología.



Quizá ya va siendo hora de que dejemos atrás la estéril y falsa polémica de si el Concilio Vaticano II debería interpretarse desde hermenéuticas de continuidad o de discontinuidad. Es momento ahora de redescubrir el Concilio, cuyos tesoros casi no hemos empezado ni a desvelar siquiera. Tanto el problema de su interpretación como de su puesta en marcha ha sido debido a que la teología después del Concilio Vaticano II no supo estar a la altura de aquellas intuiciones conciliares. A menudo el Concilio vislumbraba una verdad, pero le faltaba base teológica suficiente como para desarrollarla y anticipar sus consecuencias. Desde los tiempos del Concilio hasta ahora, da la impresión de que la vitalidad y la creatividad teológicas hubieran decaído. Habría que recuperarlas y, del mismo modo, habría que rescatar la función eclesial de la teología.



A la sombra de los despachos académicos, la teología ha perdido a veces su papel de servicio, que no se limita a la universidad, sino también a la Iglesia y a su misión. En este sentido, está bien que la teología reclame su propia libertad y legitimidad en el mundo académico, pero sin limitar su terreno a la racionalidad secular. Porque la teología se vaciaría de contenido si deja de ser un servicio al misterio de Cristo y de su Iglesia.



En el seno de la Iglesia, hay que buscar un nuevo equilibrio entre los carismas de la Teología y del Magisterio (ya sea el local o el petrino). La nueva teología del sensus fidelium no puede consistir sólo en tragarse pasivamente las verdades cristianas, sino que debe ser una sabiduría activa que cristalice en una adecuada praxis de la vida y el testimonio cristianos. De no ser así, la Iglesia no dispondrá nunca de una teología del laicado suficientemente madura ni podrá desarrollar eficazmente su magisterio. Si la Iglesia no es capaz de confiar en la Teología, en su misión y en sus riesgos, fracasará rotundamente en su tarea evangélica, dejará de tener influencia en las culturas en las que vive y aparecerá ante ellas como una propuesta desarticulada e incomprensible; le faltaría el sentido suficiente para conducir las complejas cuestiones de nuestro tiempos con intuición, razón, humanidad, comprensión y verdad.



Vislumbres de una Iglesia emergente

Quizá estas parezcan sólo cuestiones de tipo interno, pero sin ellas siempre quedarían frustrados los dones que Cristo y el Espíritu Santo derraman sobre toda la comunidad. En el Concilio Vaticano II se propone un modelo de Iglesia abierta y atenta a los diversos modos en que el Espíritu mueve las inquietudes humanas, en cualquiera de sus vertientes políticas, culturales o religiosas. En el corazón del Concilio está precisamente este modelo de Iglesia, viva y mucho más sencilla, que vive el misterio de la Trinidad. El milagro de su vida sacramental la renueva y la convierte, más que en una institución al uso, en una mística cercana de presencias, personas y communio. Se rata de una Iglesia en la que la communio sabe encontrar su expresión diaria, pero no al margen del sufrimiento, la violencia y la injusticia del mundo, sino en una profunda y amorosa solidaridad con él; una communio de amor que quiere, ante todo, ponerse al servicio de los pobres, los débiles, los olvidados y los abandonados.



En este punto, el centralismo euroamericano de la Iglesia tendrá que dejar paso a la Iglesia emergente de los países en vías de desarrollo, al que pertenecerán la mayoría de los fieles al terminar el próximo pontificado. Y habrá que dar voz a sus preocupaciones, aunque estén muchas veces lejos de nuestra secularizada cultura occidental. Se levantarán voces contra la explotación y en defensa de los derechos sociales y económicos, especialmente los derechos elementales a la vida humana y los derechos de las mujeres y de los niños. Ha llegado un tiempo en que la Iglesia tendrá que reconocer su voz profética hablando en nombre del mundo en desarrollo, hablando de una visión ecológica de la justicia, del cuidado de los recursos naturales, unos recursos que todos los miembros del género humano deben poder disfrutar de ahora en adelante como dones preciosos de Dios. Será una Iglesia que no se asustará del mundo, ni tendrá miedo tampoco de aparecer pobre ante él, porque sabe que no necesitará revestirse de poder mundano para cumplir su tarea. Estará preparada para consumirse ella misma en el servicio—reconocido o no—y no andará ya preocupada de sí misma ni de su propia supervivencia, porque su vista estará puesta en las necesidades y en el futuro de la humanidad.



Es una Iglesia que desea seguir a Cristo encarnado y resucitado hasta las profundidades de la historia y hasta los lugares más áridos del corazón humano. Y lo hará siempre con amor, porque viviendo desde la verdad de Cristo, entenderá y acogerá ese don supremo que es la vida humana, la vida de todos los hombres y mujeres, cualquiera que sea su raza, su religión, su nacionalidad o su estatus. Una Iglesia que, al fin, “vio que el mundo era bueno” y se regocijará con él en todas las cosas, humanas o divinas, que alientan la vida—toda vida—y la hacen florecer. Cuando la Iglesia sea capaz de vivir esto, estará viviendo su propia vida sacramental del modo más profundo y podrá ofrecerla, gratis y sin contraprestaciones ni contratos, a un mundo secular que tiene el alma hambrienta. Sólo una Iglesia así podría enseñar con autoridad los preceptos y las recomendaciones evangélicas: cómo compartir los recursos de la creación, cómo vivir una vida en solidaridad con todos los hombres y mujeres de un modo más pobre en lo material y más rico en lo espiritual, cómo ser capaces de respetar y reverenciar nuestro cuerpo y el de los otros seres y rechazar todo aquello que nos instrumentalice o nos embrutezca.



El Concilio supo entender muy bien que sólo una Iglesia que sea capaz de experimentar una kenosis de amor y de vivir como un don el gozoso sacrificio de sí misma podría desarrollar este modelo. Para esa Iglesia, la secularización no sería una amenaza, sino una llamada. No es una Iglesia utópica ni una Iglesia que vive sin más la ensoñación irreal de una ética humanitaria. Cuando se sigue a Cristo crucificado, no es fácil pasar por alto que nuestra propia realidad está herida; pero la nueva Iglesia no tiene miedo de sufrir por y con el mundo, ni tiene miedo de convivir con todas esas realidades torturadas que conforman nuestros pecados, porque conoce de antemano la serena victoria de la esperanza, el amor y la gracia, que andan trabajando ya en la viña del Señor hasta que vuelva. Y, sobre todo, la Iglesia que el Concilio vislumbró era consciente de que, aunque el mundo rechazara abiertamente a Dios o lo ignorase sin más, Él está siempre presente.



Se necesita una Iglesia humilde, libre y algo mística para ser capaz de ver esto, para entrar incluso en las oscuridades donde hemos ido escondiendo o arrinconando a Dios. Y cuando la Iglesia se atreva a dar el siguiente paso, encontrará a Dios allí donde no esperaba encontrarlo, en el Sábado Santo del mundo secularizado, porque descubrirá que hay muchos que llevaban ya dentro su nombre y que hablaban ya con su voz. Muchos que habían estado esperándo a esa Iglesia durante demasiado tiempo y que, por fin, la habrán encontrado.



Ojalá que, mientras se elige al futuro papa, no tengamos miedo de amar a esta Iglesia del presente, tal como es, tal como le gustaría ser y tal como a Dios le gustaría que fuese. Y ojalá podamos llegar a vislumbrar la grandeza del corazón de esa Iglesia y de la misión a la que está llamada.