Uno que entendió la técnica
El salto a primera plana de los periódicos tras su muerte, hace de Steve Jobs un mito. Sobre todo por su muerte tan temprana, su capacidad de eludir los reflectores, su poderío para marcar el rumbo de la computación y el diseño de nuevas tecnologías de comunicación para el mundo moderno. Y por ocupar un lugar en los periódicos de ordinario restringido a los terroristas, los capos de la droga, los dirigentes de la política o las estrellas de la farándula. Sin ser nada de eso, todos dieron lustre al fallecimiento de Jobs. Todos publicaron su foto en gran formato. Todos lo señalaron como un genio.
Pero, ¿qué fue lo que dejó Jobs como para ser considerado entre los grandes de la edad de la información?
Muchas cosas se pueden decir de su paso por el mundo de las computadoras y los implementos de información, entretenimiento, cultura. Pero hay una que me parece sustancial y es que Steve Jobs, a través o a partir de Apple, reconoció que la técnica debe someterse a la estética; que la computadora no está peleada con el diseño, que los objetos no tienen por qué integrar a los humanos en su esfera de influencia, sino que es al revés, que los humanos deben, en la medida de sus posibilidades, integrar a los objetos a su vida.
Esta revolución radical la logró Jobs apostando por la sencillez: de presentación y de uso de las computadoras, de las tabletas, de los teléfonos celulares, de los servicios de música, de las bibliotecas virtuales, del sistema operativo de sus productos, de sus tiendas, de su marca. Cambió el armatoste por el aparato grácil. Simplificó sus funciones, le dio su lugar a la belleza. Por tanto, pensó en el usuario más que en el mercado. Que Apple sea, hoy por hoy, la empresa más rentable del mundo, no es una casualidad. Y no lo es porque su fundador jamás le apostó a eso.
Si estamos en la edad de la información, si la sociedad-red se ha constituido como el magma satelital donde todos confluimos, había que darles un estatus de prestigio a sus participantes cotidianos. Apple se rigió por esa expectativa de Jobs: máxima tecnología en el máximo de diseño. Los objetos salidos de sus talleres, muchos de ellos auspiciados por el mismo Jobs, no solamente nos sirvieron sino que nos dieron una lealtad a toda prueba. Y formamos una especie de generación Apple. Yo mismo, en 1987, coloqué mi primera manzanita mordida en la cajuela del auto. Y como yo, millones en el mundo. Y nos sentimos como parte de una confraternidad. La de aquellos que todavía somos nostálgicos del viejo y buen humanismo; el que sabe que hay belleza en el mundo, incluso en el de los objetos
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