Friday, October 28, 2011

papel de los santos y santas en la Iglesia

Qué papel desempeñan los Santos en la Iglesia?

Introducción.

¿Quiénes son los santos? Los santos son los creyentes en Dios que viven para cumplir la voluntad de nuestro Padre común. Tales hermanos nuestros, independientemente de que estén entre nosotros o de que estén en la presencia de Dios aguardando que nuestro Padre común una nuevamente sus cuerpos a sus almas en la resurrección universal, desempeñan una importante misión en la Iglesia, consistente en orar, para pedirle a nuestro Santo Padre que concluya la instauración de su Reino entre nosotros, para que podamos vivir en un mundo que no esté caracterizado por ningún tipo de sufrimiento.

No sólo son Santos los cristianos que han sido canonizados por la Iglesia para que sus vidas nos sirvan de ejemplo a quienes vivimos en este mundo en que es muy fácil perder la fe en Dios, pues también lo son los millones de creyentes que, aunque no son conocidos, han vivido entregados al cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre común. Estos últimos Santos, aunque son desconocidos, también merecen nuestra veneración, lo cual constituye uno de los motivos trascendentales por los que celebramos esta fiesta de Todos los Santos.

"La comunión con los santos. "No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG 50):

Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios: en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también nosotros, ser sus compañeros y sus condiscípulos (San Policarpo, mart. 17)" (CIC. 957).

La comunión de los Santos, significa que los tales participan activamente de la vida de la Iglesia, pues así lo demuestran su testimonio de fe inquebrantable, los escritos que muchos de ellos nos han dejado para ayudarnos a crecer espiritualmente, y su oración. Los Santos que están en el cielo tienen la dicha de contemplar al Dios Uno y Trino, lo glorifican o alaban, y, por medio de la citada oración, interceden por aquellos que les han sido encomendados, los cuales bien pueden llevar su nombre, o estar bajo la titularidad de los mismos. La creencia en la intercesión de los Santos es una gran ayuda que le sirve al pueblo de Dios para mantener su fe viva, ya que los creyentes saben que aquellos de sus familiares y amigos difuntos que han dejado este mundo con el corazón rebosante de fe, no cesan de orar por la salvación de su alma.

La intercesión ante Dios por creyentes e incrédulos constituye la gran misión que los Santos desempeñan en la Iglesia. Podemos y debemos pedirles a los Santos que intercedan por nosotros, por nuestras familias, por quienes conocemos y no hemos tenido la oportunidad de conocer, y por el mundo entero.

Aunque sabemos que contamos con la ayuda de los Santos, puede sucedernos que, sumidos en nuestras múltiples ocupaciones y llevados de nuestras muchas preocupaciones, nos olvidemos de tan grandes intercesores que tenemos delante de nuestro Padre celestial. Obviamente, sabemos que los Santos no tienen poder para salvarnos, dado que nuestra salvación depende del amor y del poder de Dios para conducirnos a su presencia limpios del fruto de nuestros pecados, pero dicha oración nos conforta porque los Santos nos acompañan espiritualmente en nuestras alegrías y, el hecho de saber que están con nosotros, nos conforta de nuestros dolores. Para evitar que nos olvidemos de la gran ayuda que nos prestan los Santos, la Iglesia quiere que dediquemos el uno de Noviembre a expresarles a tales hermanos nuestros nuestras necesidades y alegrías y les agradezcamos el amor que nos manifiestan, para que no nos sintamos desamparados cuando la adversidad se adueñe de nuestro corazón sin que podamos evitarlo.

La fiesta que hoy celebramos nos recuerda que quienes están en el cielo no son los únicos Santos que existen, pues también son santos los que, a pesar de su humana imperfección, -dentro de sus siempre escasas posibilidades-, hacen extraordinariamente bien las cosas ordinarias que les competen, por amor a Dios, a sus prójimos los hombres y a sí mismos. Todos los que creemos en Dios hemos sido llamados a la santidad, así pues, Dios nos dice:

"Sed santos, porque soy santo" (CF. 1 PE., 1, 16).

¿Qué quiere decir Dios cuando nos pide que seamos santos? Lo que nuestro Padre celestial quiere decirnos es que, en conformidad con nuestras posibilidades, que intentemos imitarlo, tal como nos dice San Pablo que lo hagamos.

"Sois hijos amados de Dios. Procurad pareceros a él y haced del amor norma de vuestra vida" (CF. EF. 5, 1-2).

San Pablo nos demuestra que el ejemplo de los Santos puede motivarnos a desear ser santificados por Dios, cuando nos dice:

"Pero la gracia divina ha hecho de mí esto que soy; una gracia que no se ha malogrado en cuanto a mí toca" (CF. 1 COR. 15, 10).

El antiguo perseguidor de los cristianos nos dice que la gracia de Dios lo transformó en un hombre completamente distinto, y que por medio de sus oraciones y obras, Dios hizo que tal gracia no se malograra. Si se da el caso de que creemos que somos pecadores irremediables, a imitación de San Pablo, en vez de pensar que nuestra maldad y estupidez nos quitan el valor personal que tenemos, oremos incansablemente, y hagamos el bien, para que la gracia divina concluya nuestro proceso de santificación personal.

Recordemos que Santos no sólo son aquellos que han tenido la potestad de hacer milagros, pues también son santos quienes, desde su vida silenciosa o desconocida, saben cumplir la voluntad de nuestro Padre común, sin que nadie los alabe por ello, porque no se tiene el conocimiento de que cumplen la importante labor de orar por la salvación de la humanidad. Recordemos con especial afecto a los religiosos contemplativos, y, a quienes, por causa de sus enfermedades, ancianidad, o pobreza, lo único que pueden hacer en la vida es orar, para pedirle a Dios que no se demore en cumplir sus promesas, a no ser que se dé el caso de que crea oportuno seguir haciéndose esperar, hasta que nuestros corazones sean receptivos a su Palabra.

Dado que no es fácil alcanzar la santidad, hoy podríamos hacer un plan para alcanzarla, pues, aunque sabemos que este hecho depende de Dios, nos queda la opción de actuar cumpliendo la voluntad de nuestro Padre común, como si de ello dependiera la salud o salvación de nuestra alma.

A la hora de pensar en lo que podemos hacer para que Dios nos santifique, lo primero que debemos tener en cuenta, es que no podemos hacer nada sin nuestro Creador. Esto en absoluto significa que somos inútiles, sino que debemos dirigir nuestra vida al cumplimiento de su voluntad.

Dado que somos tendentes al pecado, debemos intentar vencer nuestra imperfección, empezando por los defectos más fáciles de superar, para posteriormente intentar remediar nuestras más graves imperfecciones, hasta el punto que podamos superarlas, dependiendo de los medios que para ello estén a nuestro alcance en cada momento de nuestra vida.

Si queremos ser santos, debemos obligarnos a estudiar la Palabra de Dios, los documentos de la Iglesia y a no dejar de frecuentar los Sacramentos.

1. La inmortalidad del alma.

Para entender la misión que los Santos que están en el cielo desempeñan con respecto a nosotros, nos es necesario comprender que, aunque los tales carecen de sus cuerpos mortales, sus almas están en la presencia de Dios. La creencia de la inmortalidad del alma, no es un invento de los católicos tal como intentan inculcarles a sus adeptos muchas sectas, pues nos es necesario buscar el origen de la misma en la Biblia.

Recordemos que Dios probó la fe y obediencia de Abraham ordenándole que le ofreciera en sacrificio a su hijo Isaac. Cuando se lee el citado relato que se encuentra en el capítulo ventidós del Génesis, se puede tener la impresión de que el citado Patriarca de Israel debió pensar: ¿Cómo es posible que Dios me haya prometido que por medio de mi hijo aumentará mi prole, y, sin embargo, me haya ordenado asesinar a Isaac? San Pablo responde esta pregunta en los siguientes términos:

"Por la fe, Abraham, puesto a prueba, estuvo decidido a ofrecer a Isaac en sacrificio; él era el depositario de las promesas, y, sin embargo, a quien debía sacrificar era a su hijo único, del que Dios le había dicho: Isaac asegurará tu descendencia. Daba por supuesto Abraham que Dios tiene poder incluso para resucitar a los muertos; con lo que el hecho de recuperar a su hijo era una suerte de anuncio simbólico" (HEV. 11, 17-19).

Job, en su lamentable estado de leproso que esperaba la llegada de la muerte para que su tormento acabara, llegó a decir:

"YO sé que mi Defensor (Redentor) está vivo,
y que él. el último se levantará sobre el polvo.
Tras mi despertar (de la muerte) me alzará junto a él,
y con mi propia carne veré a Dios.
Yo, sí, yo mismo le veré,
mis ojos le mirarán, no ningún otro.
(Ello sucederá aunque al presente) ¡dentro de mí languidecen mis entrañas!" (JOB. 19, 25-27).

"Dios no es Dios de muertos, sino de vivos" (CF. MT. 22, 32).

Ni María ni los Santos (en la Biblia un Santo es un creyente, independientemente de que el mismo sea ministro de la Iglesia o un simple hermano de la comunidad, tal como se ve, -por ejemplo-, en COL. 1, 2...) están muertos, pues, en la Biblia, leemos:

""¡Oh, quién me diera que me escondieses en el Seol,
Que me encubrieses hasta apaciguarse tu ira,
Que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!
Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?
Todos los días de mi edad esperaré,
Hasta que venga mi liberación.
Entonces llamarás, y yo te responderé;
Tendrás afecto a la hechura de tus manos" (JOB. 14, 13-15).

Si Job esperaba bajar al seol (la sepultura común de la humanidad según la antigua creencia hebrea), debía tener una noción de que su espíritu no moriría.

Si los Santos no están muertos, pueden interceder ante Dios por quienes quieran, lo mismo que también podemos hacerlo nosotros.

"Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús" (MC. 9, 4).

Si moisés y Elías se les aparecieron a Jesús y a sus tres amigos en el pasaje de la Transfiguración del Señor, ello sucedió porque ambos estaban vivos.

2. La intercesión de los Santos.

Existen grupos religiosos y sectarios que nos acusan a los católicos de que traficamos con los sentimientos de los incautos atrayendo a los tales a la Iglesia, como si por este hecho los Santos intercedieran por los tales ante Dios por ello. Llegados a este punto, nos es necesario responder la siguiente pregunta:

¿Tiene una base bíblica razonable la intercesión de los Santos?

" María Santísima intercedió ante Jesús por los novios que se casaron en Caná de Galilea.

""Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él" (JN. 2, 1-11)".

Si no tenemos una buena instrucción bíblica, seguro que no sabremos responderles coherentemente a nuestros hermanos separados de muchas confesiones, cuando nos pregunten:

¿En qué versículo de la Biblia se nos indica que podemos dirigirles nuestras oraciones a los Santos, como si los mismos fueran dioses?

¿No os dais cuenta de que al orarles a los Santos hacéis que los mismos le usurpen a Dios su lugar, por lo cual, al adorar a las criaturas, os jugáis la salvación, por no adorar a vuestro Creador?

¿En qué lugar de la Biblia se nos informa de que tanto la Virgen como los Santos están dotados de poder para hacer milagros?

Aunque estas preguntas son tan fáciles de ser respondidas que ni siquiera nos ocupamos de ellas en los cursos catequéticos infantiles, muchos de nuestros hermanos de fe, al no saber responder los citados interrogantes, acaban por separarse de la Iglesia, y convertirse en nuestros enemigos jurados.

Aunque en la Biblia no se nos informa de que los Santos deben escuchar nuestras oraciones ni de que están dotados de poder para hacer milagros, sí se nos demuestra, -como veremos a continuación-, que, al ser nuestros intercesores, actúan movidos por el poder del Espíritu Santo para orar por nosotros. Los milagros que se nos conceden por petición (intercesión) de los Santos dirigida a nuestro Dios Uno y Trino, no son frutos del poder de los mismos, sino del amor de Dios, que es derramado constantemente sobre nosotros.

Es cierto que en la Biblia no existe ningún mandato que afirme o prohíba el hecho de que les tributemos culto a María Santísima y a los Santos, pero, como se nos demuestra que ello nos es lícito, nos encontramos con que no debemos añadirle ni quitarle nada por nuestra cuenta al texto sagrado, tal como se ve en el siguiente fragmento del Apocalipsis:

"A todo el que escuche el mensaje profético de este libro, solemnemente le anuncio: Si añade algo, Dios hará caer sobre él las calamidades consignadas en el libro. Si suprime algo, Dios le desgajará del árbol de la vida y le excluirá de la ciudad santa descritos en este libro" (AP. 22, 18-19).

Se nos acusa erróneamente de rezarles a las imágenes. Nuestras oraciones nunca están dirigidas a las imágenes de los Santos, sino a las personas representadas por las mismas, así pues, San Pablo nos dice:

"Y todo esto hacedlo orando y suplicando sin cesar bajo la guía del Espíritu; renunciad incluso al sueño, si es preciso, y orad con insistencia por todos los creyentes" (EF. 6, 18).

Dado que en el Nuevo Testamento los creyentes son designados con la palabra santos, (yo escribo dicho término en mayúsculas para resaltarlo), al decirnos el Apóstol que oremos unos por otros, está demostrándonos que la intercesión de los Santos es útil, no por su poder, sino porque, al interceder unos por otros, nos demostramos que hay amor verdadero entre nosotros.

En la Biblia se nos demuestra cómo le son presentadas a Dios las oraciones de los Santos que están tanto en el cielo como en la tierra.

"Entonces, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; todos tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos" (AP. 5, 8).

Los personajes mencionados no se postraron ante nuestro Padre común, sino ante Jesucristo, el Cordero de Dios, lo cual nos da fe de que orar en la presencia de Jesucristo no constituye un pecado.

Nuestras oraciones son sacrificios muy gratos en la presencia de Dios.

"Cuando, finalmente, el Cordero rompió el séptimo sello, se hizo en el cielo un silencio como de media hora. Vi cómo se entregaban siete trompetas a los siete ángeles que estaban en pie delante de Dios, mientras otro ángel se colocaba junto al altar con un incensario de oro. Recibió perfumes en abundancia, para ofrecerlos, junto con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que se levanta delante del trono de Dios. Y el aroma de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió de la mano del ángel hasta la presencia de Dios" (AP. 8, 1-4).

¿En qué cita se basan los fundamentalistas para afirmar que no debemos recurrir a la intercesión de los Santos?

"Porque hay un solo Dios, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús" (1 TIM. 2, 5).

Jesucristo ciertamente es nuestro único mediador ante el Padre eterno en el sentido de que es nuestro Redentor, pero este hecho no nos impide recurrir a la intercesión de los Santos, la cual sólo es una demostración de amor, si estamos atentos a las necesidades de nuestros hermanos los hombres.

Nuestros hermanos separados pueden objetarnos a la hora de decirles lo expuesto anteriormente, diciéndonos:

Vosotros no tenéis razón, por consiguiente, mirad estas citas bíblicas:

"Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (JN. 16, 24).

"«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá"" (MT. 7, 7-8).

Es cierto que, tal como vimos en la meditación correspondiente a las lecturas de este Domingo XVII Ordinario en el envío anterior que os hice, debemos dirigirle nuestras peticiones a Dios en nombre de Jesús, pero este hecho no está relacionado en absoluto con la intercesión de los Santos.

Observemos cómo los Apóstoles Pedro y Juan intercedieron ante el Señor Jesús por un cojo.

" Un día en que Pedro y Juan fueron al templo para la oración de media tarde, se encontraron con un cojo de nacimiento junto a la puerta del templo llamada "La Hermosa". Le llevaban cada día, y le ponían allí para que pidiese limosna a las personas que iban al templo. Al ver que Pedro y Juan iban a entrar, les pidió una limosna. Pedro y Juan clavaron su mirada en él, y Pedro le dijo: -Míranos. El cojo los miró con atención, esperando que le dieran algo. Pedro entonces le dijo: -No tengo dinero, pero te daré lo que poseo: en nombre de Jesús de Nazaret, comienza a andar. Y, tomándole de la mano derecha, le hizo incorporarse. al instante se fortalecieron sus piernas y sus tobillos, se puso en pie de un salto y comenzó a andar. Luego entró con ellos en el templo por su propio pie, saltando y alabando a Dios" (HCH. 3, 1-8).

Fijaos qué contradicción más curiosa. Aunque los evangélicos nos satanizan a los católicos por causa de la intercesión de los Santos, sus pastores interceden por los enfermos por medio de sus oraciones de sanación. Si los pastores oran por aquellos a quienes instruyen porque se les pide que lo hagan, resultan ser mediadores entre sus fieles y Dios" (José Portillo Pérez. Solemnidad del Apóstol Santiago, 25/07/2010).

San Pablo también curó a un tullido porque Dios escuchó su oración de intercesión.

"Había en Listra un tullido, cojo de nacimiento, que nunca se había valido de sus pies. Estaba escuchando con atención a Pablo, cuando éste fijó su mirada en él y percibió que tenía fe bastante para ser sanado. Le dijo entonces en voz alta: -¡Levántate y ponte derecho sobre tus pies! El dio un salto y echó a andar" (HCH. 14, 8-10).

ES cierto que los textos que hemos visto no nos informan de que los Apóstoles oraron por aquellos a quienes curaron, pero ello se deduce del simple hecho de que carecían del poder necesario para obrar milagros. Dado que los Apóstoles creían en la necesidad que tenemos de interceder unos por otros, nunca les prohibieron a sus oyentes ni a sus lectores que les pidieran nada, dado que ellos también cumplían la importante misión de interceder primeramente por sus hermanos de raza y posteriormente por los extranjeros, una vez que estos últimos se cristianizaron.

Aunque no nos encontramos entre los Santos que están en el cielo, ¿podemos interceder ante Dios por los creyentes?

San Pablo nos dice:

"Y todo esto hacedlo orando y suplicando sin cesar bajo la guía del Espíritu; renunciad incluso al sueño, si es preciso, y orad con insistencia por todos los creyentes" (EF. 6, 18).

Dado que el término "santo" designaba a los creyentes en Jesús antes de que los tales fueran llamados "cristianos", San Pablo, por medio de las siguientes palabras que les escribió a sus lectores de Éfeso, nos demuestra que podemos interceder unos por otros, y también por los grandes santos que destacan por su cumplimiento de la voluntad de Dios.

"También (orad) por mí, para que Dios ponga en mis labios la palabra oportuna y pueda dar a conocer libre y valientemente el secreto plan de Dios encerrado en ese mensaje de salvación, del que soy ahora un embajador encadenado. Que Dios me conceda el valor de anunciarlo como debo" (EF. 6, 19-20).

Si aquí en la tierra, donde el amor que nos caracteriza es imperfecto, hacemos bien al orar unos por otros, ¿evitarán los Santos del cielo el hecho de interceder por la humanidad sumida en sus problemas? San Pablo responde este interrogante, en los siguientes términos:

"El amor nunca muere" (1 COR. 13, 8A).

¿Difundimos los católicos la idea de que los Santos son dioses, a los cuales debemos adorar como si le usurparan a Dios su dignidad? Esta idea no la defendemos bajo ningún concepto, pero quienes nos acusan de adorar a las imágenes nos acusan de difundirla. Los Santos son intercesores que tenemos delante de Dios, en quienes se cumplen las siguientes palabras del autor bíblico:

"Reconoced, pues, mutuamente vuestros pecados y orad unos por otros. Así sanaréis, ya que es muy poderosa la oración ferviente de los fieles" (ST. 5, 16).

Quienes rechazan la idea de la intercesión de los Santos, nos preguntan: ¿Están los Santos en todas partes para escuchar las oraciones que les dirigís? San Pablo escribió en una de sus Cartas:

"Sé que, gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo, todo contribuirá a mi salvación. Así lo espero ardientemente, seguro de no quedar defraudado y de que en todo momento, tanto si estoy vivo como si estoy muerto, Cristo manifestará su gloria en mi persona. Porque Cristo es la razón de mi vida, y la muerte, por tanto, me resulta una ganancia. Pero ¿y si mi vida en este mundo fuese todavía provechosa? Verdaderamente no sé qué elegir. Ambas cosas me apremian: por un lado, quiero morir y estar con Cristo, que es, con mucho, lo mejor; por otro lado, vosotros necesitáis que siga viviendo en este mundo. Convencido de esto último, presiento que no voy a partir todavía; me quedaré entre vosotros para provecho y alegría de vuestra fe" (FLP. 1, 19-25).

San Pablo les escribió su Carta bíblica a los cristianos de Filipo para agradecerles la bondad que le demostraron al enviarle un espléndido donativo cuando permanecía preso en la ciudad de Roma. Con respecto al fragmento de la misma que hemos recordado, es interesante el hecho de recordar los siguientes puntos:

"Sé que, gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo, todo contribuirá a mi salvación" (FLP. 1, 19).

El Apóstol era consciente de que necesitaba de las oraciones de los cristianos de Filipo para que Dios le concediera la salvación de su alma.

"Así lo espero ardientemente, seguro de no quedar defraudado y de que en todo momento, tanto si estoy vivo como si estoy muerto, Cristo manifestará su gloria en mi persona" (FLP. 1, 20).

Tal como recordamos anteriormente, "Dios es Dios de vivos y no de muertos" (CF. MT. 22, 32), así pues, independientemente de que estuviera vivo o muerto, San Pablo, al estar unido a Cristo espiritualmente, no estaba dispuesto a dejar de cumplir la importante misión de interceder por los creyentes.

¿Podemos demostrar con la Biblia en la mano que Jesús escucha las oraciones de los creyentes?

En el Evangelio de San Juan, leemos las siguientes palabras del Señor:

"Y todo lo que me pidáis os lo concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Os concederé todo lo que me pidáis en mi nombre" (JN. 14, 13-14).

¿Escucha nuestro Padre celestial las oraciones de sus hijos?

"Cuando llegue ese día (el día de la completa instauración del Reino de Dios entre nosotros), vosotros mismos presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre. Y no necesito aseguraros que yo voy a interceder ante el Padre por vosotros, pues es el Padre mismo quien os ama. Y os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que yo he venido de Dios" (JN. 16, 26-27).

Si no necesitamos que Jesús le pida a Dios nada para nosotros, porque nuestro Padre celestial nos ama y nos salvará por causa de dicho amor, menos necesitamos la intercesión de los Santos del cielo ni la de nuestros prójimos en ese sentido, pero sí necesitamos de la intercesión para pensar que no estamos solos en este mundo en que es tan fácil perder la fe en Dios, así pues, San Pablo nos dice:

"Te encarezco, pues, en primer lugar, que se hagan oraciones, súplicas, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres. Por los reyes y por todos los que gozan de poder sobre la tierra, para que podamos, de forma tranquila y sosegada, realizarnos sin trabas en nuestra condición de personas creyentes. Hermoso y agradable es este proceder a los ojos de Dios, nuestro Señor, por cuanto él quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad. Porque hay un solo Dios, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, que entregó su vida para rescatar la libertad de todos. Esta es la gran prueba del plan divino ofrecida en el tiempo prefijado" (1 TIM. 2, 1-6).

Cristo es nuestro único mediador ante Dios en el sentido de que nos ha redimido, pero ello no excluye el hecho de que oremos unos por otros.

En el Catecismo de la Iglesia, leemos:

"La intercesión de los santos. "Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad...no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49):

No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43).

Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (Santa Teresa del Niño Jesús, verba)" (CIC. 956).

Concluyamos esta meditación pidiéndole a nuestro Padre y Dios que aumente el nosotros el deseo de ser santificados, con el fin de que, cuando concluya la instauración de su Reino de amor y paz entre nosotros, podamos vivir en su presencia. Así sea.

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