Thursday, April 05, 2007

Domingo de Resurrección, Domingo de gloria para Dios y esperanza para los hombres.


Homilia para Domingo de Resurreccion, 8 de Abril 2007
de P. Roberto Mena, ST


Estimados hermanos y amigos:

Al celebrar la Resurrección de nuestro señor, concluimos la Semana Santa, y empezamos a vivir con gran alegría el tiempo de Pascua. Es imprescindible que creamos que nuestro señor ha resucitado de entre los muertos, pues, durante las próximas semanas, no sólo meditaremos sobre este hecho trascendental de la Biblia, sino que también aumentaremos nuestra fe con respecto a la Parusía -o la segunda venida- de Cristo a nuestro encuentro, para concluir la instauración del Reino de Dios en el mundo. Es importante que estemos tan pendientes de las celebraciones pascuales como lo hemos estado de las celebraciones de la semana de oración que concluimos en este primer día en que celebramos la Resurrección del Mesías.

¿Creemos que Jesús ha vencido a la muerte? Si nos cuesta creer lo que no podemos ver, no podemos sentirnos pecadores por ello, así pues, ya que en la meditación de ayer no quise incluir un estudio de algunos relatos relacionados con el acontecimiento que celebramos en este día para no hacer el archivo muy pesado, creo que ahora tenemos la ocasión de meditar los citados textos superficialmente, pues, si comprendemos que los seguidores de nuestro Señor eran como nosotros, quizá no será un poco más fácil aceptar que Cristo murió una sola vez y que venció a la muerte desde lo más profundo de la misma, para vivir eternamente.

"Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle" (MC. 16, 1). Si las tres santas mujeres hubieran creído que nuestro señor iba a resucitar al tercer día de su muerte, no hubieran comprado los productos que les eran necesarios para embalsamar su cadáver. Aunque en cierta forma podemos reprocharles a dichas mujeres su carencia de fe, dado que ellas vieron la forma en que murió nuestro señor, es comprensible que se sintieran descorazonadas, así pues, en vez de pensar en su carencia de fe, reflexionaremos sobre el amor que las condujo a embalsamar al Hijo de María, a pesar de que El murió siendo considerado como un malhechor.

"Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol. Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron" (MC. 16, 2-5). La blancura de la ropa del ángel que vieron las santas mujeres en el sepulcro de nuestro Señor simboliza la pureza de Dios y de sus ángeles, la cuál también ha de caracterizarnos a sus hijos.

"Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo" (MC. 16, 6-7). No ha de extrañarnos que san Marcos resalte a Pedro entre los demás Apóstoles, porque él fue intérprete del primer Papa de la Iglesia cuando San Pedro predicó en Roma, y porque el Mesías le dijo al citado pescador de Betsaida de Galilea: "Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto (una vez recuperada tu fe perdida), confirma a tus hermanos" (LC. 22, 31-32). Jesús quería que Pedro impulsara a sus compañeros a encontrarse con El en Galilea, pues el Hijo de María comenzó a predicar el evangelio en la región en que sus Apóstoles habían de recibir el siguiente mandato mesiánico: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del espíritu santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén" (MT. 28, 19-20). San Mateo verifica la frase angélica de San Marcos con respecto a que el Mesías se encontraría con sus Apóstoles en Galilea, así pues, en su relato del anuncio de la negación de San Pedro, escribió las siguientes palabras del Hijo del carpintero: "Pero después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea" (MT. 26, 32. CF. MC. 14, 28).

Continuemos meditando el evangelio de san Marcos.


"Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo" (MC. 16, 8). En este versículo con el que San Marcos concluyó su obra -a pesar de que posteriormente se le añadieron 6 versículos más-, podemos constatar nuevamente que las citadas mujeres no creyeron que Cristo había resucitado.

Entre los relatos paralelos de San Marcos y de San Lucas encontramos una disparidad con respecto al número de ángeles que se les aparecieron a las citadas mujeres en el sepulcro de nuestro Señor. El citado médico escribió en su segunda obra: "Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes" (LC. 24, 4). Mientras que San Marcos destacó la blancura del ángel del que nos habla en el capítulo 16 de su obra para resaltar la pureza divina, San Lucas nos habla del resplandor de los ángeles que se les aparecieron a las citadas mujeres, para hacernos reflexionar sobre la luz de Dios.


"Y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.


Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once (Apóstoles), y a todos los demás" (LC. 24, 5-9). Aquí encontramos otra disparidad con respecto al texto de San Marcos que meditamos anteriormente, dado que, mientras que el citado Evangelista nos dice que las santas mujeres no dijeron lo que habían visto y oído en el sepulcro de nuestro señor por temor a que las creyeran locas, el compañero de viaje de San Pablo nos dice que ellas, al creer que Cristo había resucitado al recordarles los ángeles los anuncios que Jesús hizo de su Pasión, muerte y Resurrección, corrieron a comunicarles la citada buena noticia a los Apóstoles.


A continuación nos encontramos con otra disparidad que diferencia los textos que estamos comparando. San Lucas escribió en su Evangelio con respecto a las santas mujeres: "Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles" (LC. 24, 10). Entre ambos autores no sólo se nos habla de un número de mujeres diferente que acudió a embalsamar a Jesús al sepulcro en que el Mesías había sido enterrado, sino que también existen diferencias entre el nombre de las mismas.


"Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían" (LC. 24, 11).


A continuación aparece otra disparidad con respecto al Evangelio de San Juan correspondiente a la Eucaristía de hoy, dado que en ambos textos se resalta la constatación por parte de san Pedro de la Resurrección del Mesías de una forma diferente, como tendremos la oportunidad de comprobar en esta reflexión. "Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro (miró antes de entrar, esto es importante), vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido" (LC. 24, 12).


En el evangelio de San Mateo encontramos otra disparidad con respecto al número de mujeres que fueron al sepulcro del señor en la mañana del domingo de Pascua. "Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra (que cerraba el paso al sepulcro), y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve" (MT. 28, 1-3).


Quizá nos da la impresión de que San Mateo quiso igualar los textos de San Marcos y de San Lucas, recogiendo en su obra las descripciones diferentes de los ángeles citadas por ambos y copiándolas en su Evangelio dedicado a los judíos conversos a la buena nueva de la salvación. San Mateo escribió el relato de la Resurrección de nuestro señor en el magnífico estilo característico del Judaísmo que nos hace entender que se produjo un terremoto un instante antes de que Cristo venciera a la muerte, haciéndonos entender que hemos de inclinarnos ante el hijo de María, de la misma forma que la tierra saludó a su Creador cuando El resucitó, de la misma manera que también pareció resquebrajarse y se cubrió de tinieblas cuando Jesús expiró, indicando un estado de frustración característico de los fieles del Mesías.


"Y de miedo de él los guardas (del sepulcro) temblaron y se quedaron como muertos" (MT. 28, 4). De esta forma, san Mateo explica en su obra que dichos soldados romanos no fueron testigos oculares de la Resurrección de nuestro Señor.


San Mateo le da la razón a San Lucas en su relato con respecto a la comunicación de las mujeres santas a los Apóstoles de lo que habían visto y escuchado, y corona su relato con un hecho que los citados autores psinópticos no nos transmitieron en sus relatos de la Resurrección del Hijo de María. "Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y con gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron.


Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán" (MT. 28, 8-10). Parece que Jesús, aunque se alegraba de ver a sus amigas, tenía mucha prisa con respecto a que sus creyentes conocieran la buena noticia de su Resurrección.


En la Santísima Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T

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