Wednesday, March 14, 2007

“Cuestión de vida o muerte”


“La oración no es algo accesorio u opcional, sino una cuestión de vida o muerte”, dice el Papa Benedicto XVI.

Escuchar y aprender -y agradecerlo- son las recientes lecciones que brotan veladamente del papa Benedicto XVI. No es fácil imaginarlo ocupando un asiento más en la Capilla del Vaticano para escuchar día a día, durante una semana, los ejercicios espirituales que predicó al Papa y a sus colaboradores más cercanos el afortunado cardenal Giacomo Biffi, arzobispo emérito de Bolonia. Ocurrió durante esta primera semana de marzo.

“Aprender a hacer el bien” nos está aconsejando Isaías en la liturgia de Cuaresma. Es grande la capacidad de aprender del que se hace voluntariamente pequeño. ¡Gran cosa es saber escuchar y aprender a hacer el bien! A servir como el otro desea ser servido; a poner en el centro a Dios y comprender y ayudar a los demás, sin límites, en lo que cada uno necesita.

Menos imaginable aún fue escuchar el agradecimiento del Papa al predicador en nombre de todos, al final de aquellos días de silenciosa oración. Agradeció que en esa semana les había enseñado "a elevar nuestro corazón -le dijo- (…), a subir hacia la verdadera realidad. Y nos ha dado también la clave para responder cada día a los desafíos de esta realidad". Los propósitos son los frutos sazonados de unos días de retiro.Benedicto XVI agradeció al cardenal Biffi "el diagnóstico tan agudo y preciso -son sus palabras- sobre nuestra situación actual, y sobre todo el haber mostrado cómo detrás de tantos fenómenos de nuestro tiempo, aparentemente muy lejanos de la religión y de Cristo, existe una esperanza, un deseo; y que la única verdadera respuesta a este deseo, omnipresente en nuestro tiempo, es Cristo. De este modo, nos ha ayudado a seguir con mayor valentía a Cristo y a amar más a la Iglesia".

"Finalmente -terminó el Papa- quisiera darle gracias por su realismo, por su humor y por su concisión. (...) En definitiva, hemos aprendido y sus ideas nos acompañarán no sólo en las próximas semanas".

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Terminaron sus días de retiro en los que el Papa suspendió los despachos de trabajo y la audiencia de los miércoles. Al dirigirse de nuevo el domingo pasado a los miles de peregrinos de todo el mundo, congregados durante una estupenda mañana romana en la plaza de San Pedro con motivo de la oración mariana del Ángelus, el Papa sacó esta lección del pasaje evangélico de la liturgia del día, en el que se revive el misterio de la Transfiguración de Jesús: “La oración no es algo accesorio u opcional, sino una cuestión de vida o muerte”. Traduciendo su idea, la oración del cristiano es un problema de “supervivencia”. Todo lo noble se apoya en nuestra vida de oración. El Papa lo sabe muy buen.

Fue por cierto un alemán, Federico Nietzsche, quien exclamó con enojo: “¡Es vergonzoso orar!”. Y así le fue a Nietzsche... En realidad, es necesario orar como es necesario respirar, le contestó el premio Nóbel francés Alexis Carrel. Orar y respirar son necesidades de supervivencia vital. Igual que las formaciones en cuña de las aves migratorias, donde el ave más fuerte ocupa la punta, y las más jóvenes y débiles los últimos lugares. Así es como los pequeños francolines -según refiere Dröschner en “Sobrevivir”- recorren los cuatro mil kilómetros que separan Alaska de Hawai, en un vuelo directo de ochenta y ocho horas. La sociedad se despliega en un inmenso y creciente vuelo. En nuestro viaje terreno la fortaleza se mide en la oración, porque nuestro viaje -el de todos y el de cada uno- debe culminar sin falla en la vida eterna o se frustró. “Sólo quien reza, es decir, quien se encomienda a Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo”, la felicidad definitiva, explica el obispo de Roma al revivir los momentos en que Jesús subió al monte “a orar” con Pedro, Santiago y Juan; “mientras oraba” tuvo lugar su luminosa transfiguración.

“Subir al monte para los tres apóstoles supuso quedar involucrados en la oración de Jesús, que se retiraba con frecuencia para orar, especialmente al amanecer o después del atardecer, y en ocasiones durante toda la noche”, recordó Benedicto XVI.

“En esa ocasión, en el monte, quiso manifestar a sus amigos la luz interior que le invadía cuando rezaba”, añadió, explicando el sentido del fenómeno narrado por el evangelista: “su rostro se iluminó y sus vestidos dejaron traslucir el esplendor de la Persona divina del Verbo encarnado”.
“En su diálogo íntimo con el Padre”, consideró el pontífice, Cristo “no se sale de la historia, no huye de la misión para la que vino al mundo, a pesar de que sabe que para llegar a la gloria tendrá que pasar a través de la Cruz”. Y es fuerte para nosotros la tentación de huir de la realidad de nuestro compromiso.

“Es más -recalcó-, Cristo entra más profundamente en esta misión, adhiriéndose con todo su ser a la voluntad del Padre, y nos demuestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad con la de Dios”. Es el único cimiento válido de esa obra bella y grande que es nuestra vida.

“Para un cristiano, por tanto, rezar no es evadirse de la realidad y de las responsabilidades que ésta comporta, sino asumirlas hasta el fondo, confiando en el amor fiel e inagotable del Señor”, concluyó. Nos invitó con sencillez a pedir a María en este tiempo de Cuaresma “que nos enseñe a rezar como hacía su Hijo para que nuestra existencia quede transformada por la luz de su presencia”.

En la Santísima Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.

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