La enfermedad representa un aspecto muy común en la familia, el Papa en su catequesis
(RV).- En su catequesis de la audiencia general – celebrada el segundo miércoles de junio en una soleada Plaza de San Pedro y ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países – el Papa Francisco, prosiguió sus reflexiones sobre la familia y la vida real, centrándose, en esta ocasión, en la enfermedad que representa un aspecto muy común en la vida familiar.
Se trata de una experiencia de nuestra fragilidad – dijo el Obispo de Roma hablando en italiano – que vivimos generalmente en la familia, desde niños y después, sobre todo, cuando somos ancianos.
Al respecto el Papa explicó que en el ámbito de las relaciones familiares, la enfermedad de las personas que amamos se siente con mayor sufrimiento y angustia, porque el amor nos lo hace sentir así, dado que tantas veces, para una madre o un padre, es más difícil soportar la enfermedad de un hijo, de una hija e incluso la propia.
El Papa Bergoglio añadió que se puede afirmar que la familia desde siempre ha sido el “hospital” más cercano, mientras aún hoy, en tantas partes del mundo, el hospital es un privilegio para pocos, que además, frecuentemente está lejos. De ahí que haya afirmado que son la mamá, el papá, los hermanos y las hermanas quienes suelen garantizar la atención necesaria para ayudar a las personas enfermas de su propia familia.
El Pontífice también explicó que en general, el tiempo de la enfermedad hace que aumente la fuerza de las relaciones familiares. Y dirigió su pensamiento a la importancia de educar a los hijos desde pequeños a la solidaridad en el tiempo de la enfermedad. Porque como dijo el Santo Padre, una educación que deja de lado la sensibilidad por la enfermedad humana, endurece el corazón y hace que los chicos sean “anestesiados” ante el sufrimiento de los demás, incapaces de confrontarse con el sufrimiento y de vivir la experiencia del límite.
Hacia el final de su catequesis el Papa afirmó que la debilidad y el sufrimiento de nuestros seres queridos pueden ser, para nuestros hijos y nietos, una escuela de vida, especialmente cuando los momentos de la enfermedad están acompañados con la oración y la cercanía afectuosa y atenta de los familiares.
La comunidad cristiana – concluyó Francisco – sabe bien que a la familia, en la prueba de la enfermedad, no se la debe abandonar. Y debemos dar gracias al Señor – dijo – por esas bellas experiencias de fraternidad eclesial que ayudan a las familias a atravesar el difícil momento del dolor y del sufrimiento. Esta cercanía cristiana, de familia a familia, es un verdadero tesoro para una parroquia; un tesoro de sabiduría, que ayuda a las familias en los momentos difíciles y hace que se entienda el Reino de Dios mejor que con tantos razonamientos.
“Pidamos al Señor – invitó el Santo Padre al final de sus saludos en nuestro idioma – para que con su gracia la enfermedad sea una ocasión de fortalecimiento de los vínculos familiares; y que las familias puedan vivir los momentos difíciles del dolor y del sufrimiento sostenidas por la cercanía y oración de la comunidad cristiana. Muchas gracias”.
Texto y audio del resumen de esta catequesis que el Papa Francisco leyó en nuestro idioma:
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy, sobre los temas de la familia, tratamos de la enfermedad, que es una experiencia común en la vida de las familias. En muchas partes del mundo, donde el hospital todavía es un privilegio para unos pocos, la familia se considera desde siempre como el “hospital” más cercano, donde gracias a sus cuidados amorosos, se garantiza al enfermo la atención y la ayuda necesarias.
Los Evangelios nos narran muchos encuentros de Jesús con enfermos y su voluntad de sanarlos. Cristo lucha contra la enfermedad y cura al hombre de todos sus males. Ésta es también la misión que ha dado a su Iglesia: hacerse cargo de los enfermos, hasta sus últimas consecuencias, siguiendo su ejemplo. Por eso, la preocupación, la asistencia y la oración por los enfermos forman parte fundamental de la vida de la Iglesia y de todo cristiano.
En la familia es importante educar a los hijos desde pequeños para que sean sensibles y solidarios ante la enfermedad. Asimismo, la comunidad cristiana tiene que acompañar a las familias para que vivan la enfermedad desde una perspectiva de fe, de oración y de cercanía afectuosa.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, República Dominicana, Argentina, México y otros países latinoamericanos.
Pidamos al Señor para que con su gracia la enfermedad sea una ocasión de fortalecimiento de los vínculos familiares; y que las familias puedan vivir los momentos difíciles del dolor y del sufrimiento sostenidas por la cercanía y oración de la comunidad cristiana. Muchas gracias.
Texto completo de la Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la familia, y en esta catequesis me gustaría tocar un aspecto muy común en la vida de nuestras familias, el de la enfermedad. Es una experiencia de nuestra fragilidad, que vivimos principalmente en la familia, desde niños, y luego sobre todo como ancianos, cuando llegan los “achaques”. En el ámbito de los lazos familiares, la enfermedad de las personas que amamos se padece con mayor sufrimiento y angustia. Es el amor que nos hace sentir esto. Muchas veces para un padre y una madre, es más difícil soportar el dolor de un hijo, de una hija, que el suyo propio. La familia, podemos decir, siempre ha sido el “hospital” más cercano. Aún hoy, en muchas partes del mundo, el hospital es un privilegio para pocos, y con frecuencia se encuentra lejos. Son la mamá, el papá, los hermanos, las hermanas, las abuelas, quienes garantizan los cuidados y ayudan a sanar.
En los Evangelios, muchas páginas hablan de los encuentros de Jesús con los enfermos y su compromiso de sanarlos. Él se presenta públicamente como uno que lucha contra la enfermedad y que ha venido para curar al hombre de todo mal: el mal del espíritu y el mal del cuerpo. Es verdaderamente conmovedora la escena evangélica apenas indicada en el Evangelio de Marcos. Dice así: «Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados» (1,32). Si pienso en las grandes ciudades contemporáneas, me pregunto dónde están las puertas ante las cuales llevar a los enfermos esperando que sean sanados. Jesús nunca huyó de sus cuidados. Nunca pasó de largo, nunca volvió la cara hacia otro lado. Y cuando un padre o una madre, o incluso gente amiga lo llevaban delante de un enfermo para que lo tocase y lo sanase, no dejaba de hacerlo; la sanación estaba antes que la ley, también de aquella tan sagrada como la del descanso del sábado (Mc 3,1-6). Los doctores de la ley reprendían a Jesús porque Él sanaba el sábado, hacia el bien el sábado. Pero el amor de Jesús era dar la salud, hacer el bien: ¡y esto está siempre en primer lugar!
Jesús envía a sus discípulos a cumplir su propia obra y les dona el poder de sanar, es decir, de acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el fondo (cfr. Mt 10,1). Hay que tener en cuenta lo que Jesús dijo a sus discípulos en el episodio del ciego de nacimiento (Jn 9,1-5). Los discípulos - ¡con el ciego ahí adelante! - discutían sobre quién había pecado porque había nacido ciego, si él o sus padres, para causar su ceguera. El Señor dijo claramente, ni él, ni sus padres; es así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Y lo sanó. ¡Esa es la gloria de Dios! ¡Esa es la tarea de la Iglesia! Ayudar a los enfermos, no perderse en habladurías, ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los enfermos; ésta es la tarea.
La Iglesia invita a la oración continua por los propios seres queridos afectados por la enfermedad. Nunca debe faltar la oración por los enfermos. Aún más, debemos impulsar cada vez más la oración, tanto personal como en la comunidad. Pensemos en el episodio evangélico de la mujer cananea (cfr Mt 15,21-28). Es una mujer pagana, no es del pueblo de Israel, sino una pagana, que le suplica a Jesús que le cure a su hija. Jesús, para poner a prueba su fe, primero le responde duramente: ‘No puedo, debo pensar primero en la ovejas de Israel’. La mujer no retrocede – una mamá, cuando pide ayuda para su criatura, nunca cede: todos sabemos que las mamás luchan por sus hijos – y responde: ‘¡También a los perritos, cuando sus dueños han comido, se les da algo!’. Como queriendo decir: ‘¡Por lo menos, trátame como a una perrita!’. Entonces Jesús le dice: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!».
Ante la enfermedad, también en familia surgen dificultades, debido a la debilidad humana. Pero, en general, el tiempo de la enfermedad fortalece los lazos familiares. Y pienso en cuán importante es educar a los hijos, desde pequeños, a la solidaridad en el tiempo de la enfermedad. Una educación que deja de lado la sensibilidad hacia la enfermedad humana, hace que los corazones se vuelvan áridos. Hace que los chicos se queden ‘anestesiados’ hacia el sufrimiento de los demás, incapaces de afrontar el sufrimiento y de vivir la experiencia del límite. ¡Cuántas veces, vemos llegar al trabajo a un hombre, a una mujer con la cara cansada, con cansancio, y cuando se le pegunta ‘¿qué pasa?’, responde: ‘he dormido sólo dos horas porque en casa nos turnamos para estar cerca del niño, de la niña, del enfermo, del abuelo, de la abuela’. Y la jornada prosigue con el trabajo. ¡Estas cosas son heroicas, son la heroicidad de las familias! Esas heroicidades escondidas que se realizan con ternura y con valentía, cuando en casa hay alguien que está enfermo.
La debilidad y el sufrimiento de nuestros seres más queridos y más sagrados, pueden ser, para nuestros hijos y nuestros nietos, una escuela de vida – es importante educar a los hijos, a los nietos a comprender esta cercanía en la enfermedad, en familia – y ello sucede cuando los momentos de la enfermedad están acompañados por la oración y por la cercanía cariñosa y solícita de los familiares. La comunidad cristiana sabe bien que no se debe dejar sola a la familia, en la prueba de la enfermedad. Y debemos decirle gracias al Señor por esas experiencias bellas de fraternidad eclesial, que ayudan a las familias a afrontar el difícil momento del dolor y del sufrimiento. Esta cercanía cristiana, de familia a familia, es un verdadero tesoro para la parroquia; un tesoro de sapiencia, que ayuda a las familias en los momentos difíciles y ¡hace comprender el Reino de Dios mejor que tantas palabras! ¡Son caricias de Dios!
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