En efecto el Obispo de Roma afirmó que se sabe que en ninguna historia familiar faltan los momentos en los que la intimidad de los afectos más queridos resulta ofendida por el comportamiento de sus miembros. Palabras, acciones y omisiones que, en lugar de expresar amor lo mortifican. Y añadió que estas heridas se gravan si no se les pone remedio a tiempo, hasta transformarse en prepotencia, hostilidad y desprecio, y hasta el punto de llegar a laceraciones profundas que dividen a los esposos, e inducen a buscar en otro lugar compresión, apoyo y consuelo, sin pensar en el bien de la familia. En el vídeo se visualiza y escucha toda la catequesis y el resumen que el Papa ha hecho en español, cuyotexto completo es el siguiente:
En las últimas catequesis hemos hablado de la familia que vive las fragilidades de la condición humana, la pobreza, la enfermedad, la muerte. Hoy, en cambio, reflexionamos sobre las heridas que se abren precisamente en el interior de la convivencia familiar. Es decir, cuando en la misma familia, nos hacemos mal. ¡Es la cosa más fea!
Sabemos bien que en ninguna historia familiar faltan los momentos en los cuales la intimidad de los afectos más queridos es ofendida por el comportamiento de sus miembros. Palabras y acciones ¡y omisiones! que en vez de expresar amor, lo quitan o, peor todavía, lo mortifican. Cuando estas heridas, que son todavía remediables se descuidan, se agravan: se transforman en prepotencia, hostilidad, desprecio. Y a este punto pueden transformarse en laceraciones profundas, que dividen a marido y mujer e inducen a buscar en otro lado comprensión, apoyo y consuelo. ¡Pero a menudo estos “apoyos” no piensan en el bien de la familia!
El vaciamiento del amor conyugal difunde resentimiento en las relaciones. Y a menudo la desunión “cae” encima de los hijos.
Los hijos. Quisiera detenerme un poco sobre este punto. No obstante nuestra sensibilidad aparentemente evolucionada, y todos nuestros refinados análisis psicológicos, me pregunto si no nos hemos anestesiado también con respecto a las heridas del alma de los niños. Cuanto más se trata de compensar con regalos y dulces, más se pierde el sentido de las heridas – más dolorosas y profundas – del alma. Hablamos mucho de trastornos comportamentales, de salud psíquica, de bienestar del niño, de ansia de los padres y de los hijos. ¿Pero sabemos todavía qué es una herida del alma? ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma del niño, en las familias en las cuales se tratan mal y se hacen mal, hasta romper el vínculo de fidelidad conyugal? ¿Qué peso tiene, en nuestras elecciones – elecciones equivocadas, por ejemplo – qué peso tiene el alma de los niños? Cuando los adultos pierden la cabeza, cuando cada uno piensa sólo en sí mismo, cuando papá y mamá se hacen mal, el alma de los niños sufre mucho, prueba una sensación de desesperación. Y son heridas que dejan una marca para toda la vida.
En la familia, todo está relacionado junto: cuando su alma está herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se han comprometido a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensan obsesivamente en las propias exigencias de libertad y de gratificación, esta distorsión carcome la vida de los hijos. Tantas veces los niños se esconden para llorar solos… Debemos entender bien todo esto. Marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos a la dureza con la cual Jesús exhorta a los adultos a no escandalizar a los pequeños – hemos escuchado el pasaje del Evangelio (cfr. Mt 18,6), podemos comprender mejor también su palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar el vínculo conyugal que da comienzo a la familia humana (cfr. Mt 19,6-9). Cuando el hombre y la mujer se transformaron en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos.
Por otra parte, es verdad que hay casos en los cuales la separación es inevitable. A veces puede volverse incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil o a los hijos pequeños, a las heridas más graves causadas por la prepotencia y por la violencia, por el desaliento y por la explotación, por la ajenidad y la indiferencia.
No faltan, gracias a Dios, aquellos que sostenidos por la fe y por el amor a los hijos, dan testimonio de su fidelidad a un vínculo en el cual han creído, aunque parezca imposible hacerlo revivir. Pero no todos los separados sienten esta vocación. No todos reconocen, en la soledad, un llamado del Señor dirigido a ellos. Entorno a nosotros encontramos diversas familias en situaciones así llamadas irregulares – no me gusta esta palabra - y nos hacemos tantas preguntas. ¿Cómo ayudarlas? ¿Cómo acompañarlas? ¿Cómo acompañarlas para que los niños no se vuelvan rehenes del papá o de la mamá?
Pidamos al Señor una fe grande, para mirar la realidad con la mirada de Dios; y una gran caridad, para acercarnos a las personas con su corazón misericordioso.
(El Papa ha dicho en español:)
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy reflexionamos sobre las heridas que se producen en la misma convivencia familiar. Se trata de palabras, acciones y omisiones que, en vez de expresar amor, hieren los afectos más queridos, provocando profundas divisiones entre sus miembros, sobre todo entre el marido y la mujer.
Si estas heridas no se curan a tiempo se agravan y se transforman en resentimiento y hostilidad, que recae sobre los hijos. Cuando los adultos pierden la cabeza y cada uno piensa en sí mismo; cuando los padres se hacen daño, el alma de los niños sufre marcándolos profundamente.
En la familia todo está entrelazado. Los esposos son “una sola carne”, de tal manera que todas las heridas y abandonos afectan a la carne viva que son sus hijos. Así se entienden las palabras de Jesús sobre la grave responsabilidad de custodiar el vínculo conyugal, que da origen a la familia.
En algunos casos, la separación es inevitable, precisamente para proteger al cónyuge más débil o a los hijos pequeños. Pero no faltan los casos en que los esposos, por la fe y el amor a los hijos, siguen dando testimonio de su fidelidad al vínculo en el que han creído.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.
Pidamos, pidamos a la Virgen María que interceda por nuestras familias, especialmente por los que pasan por dificultades, para que sepan superar y sanar siempre las heridas que causan división y amargura. Muchas gracias y que Dios los bendiga.
(Luego, el Papa ha dicho:)
Al volver recién de Turín, quisiera dirigir un sentido agradecimiento a la gente turinesa y piamontesa por su calurosa bienvenida. Agradezco en particular a Mons. Cesare Nosiglia, Arzobispo de Turín, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a todos los obispos piamonteses por su participación. En especial, mi pensamiento se dirige a los enfermos del Cottolengo, que con el ofrecimiento de sus sufrimientos sostienen la vida de la Iglesia. Agradezco de corazón a los numerosos jóvenes por su audacia, testimonio y sus ganas de vivir los valores del Evangelio. Quisiera agradecer también a las autoridades civiles, a las fuerzas del orden, a los voluntarios, a las asociaciones, los movimientos, las administraciones regionales, provinciales y comunales, al mundo del trabajo y a todas las personas que han contribuido a la realización de esta visita mía, en ocasión de la ostensión de la Sábana Santa y del bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco.
¡Me he sentido verdaderamente en casa, abrazado por el afecto de todos ustedes y por su hospitalidad! ¡Que el Señor los bendiga a todos ustedes a su bella ciudad!
Queridos jóvenes, en especial ustedes, confirmandos de Saluzzo y los del Movimiento juvenil San Francisco, de Plaza Armerina, que la radicalidad evangélica del Precursor los impulse a opciones valientes en favor del bien; queridos enfermos, que su fortaleza los sostenga en llevar la cruz en unión espiritual con el corazón de Cristo; queridos recién casados, que sus lazos con el Cordero los ayuden a unir a sus familias en el amor
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