3 de junio de 2015.- (13 TV / Radio Vaticano / Camino Católico) En su catequesis de la audiencia general – celebrada el primer miércoles de junio en la Plaza de San Pedro y ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países – el Papa Francisco, prosiguió sus reflexiones sobre la familia y la vida real, considerando, en esta ocasión, la vulnerabilidad de la familia, en las condiciones de vida que la ponen a prueba.
El Santo Padre explicó que una de estas pruebas es la pobreza. Y, de hecho, invitó a los fieles presentes a pensar en las tantas familias que pueblan las periferias de las megalópolis, pero también de las zonas rurales… ¡Cuánta miseria, cuánto degrado!, exclamó el Obispo de Roma. Y añadió que en algunos lugares llega también la guerra a agravar la situación. Porque como dijo el Papa la guerra es siempre una cosa terrible, que perjudica de modo especial a las poblaciones civiles, y a las familias. Verdaderamente dijo el Papa Francisco, la guerra es la “madre de todas las pobrezas”, una gran predadora de vidas, de almas, y de los afectos más sagrados y más queridos.
Francisco haa reafirmado la necesidad de que se destinen los medios públicos en favor de un orden social, que rompa la espiral perversa entre familia y pobreza que lleva a la ruina a la sociedad. En el vídeo se visualiza y escucha toda la catequesis y el resumen que el Papa ha hecho en español, cuyo texto completo es el siguiente:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos miércoles hemos reflexionado sobre la familia. Y vamos adelante con este tema. Reflexionar sobre la familia. Y desde hoy nuestras catequesis se abren con la reflexión de la consideración de las vulnerabilidades que tiene la familia, en las condiciones de vida que la ponen a prueba. La familia tiene muchos problemas que le ponen a prueba. Hoy comenzaremos por una.
Una de estas pruebas es la pobreza. Pensemos en tantas familias que pueblan las periferias de las megalópolis, también en las zonas rurales… ¡Cuánta miseria, cuánto degrado! Y además, para agravar la situación, en algunos lugares llega también la guerra. La guerra es siempre algo terrible. Además golpea especialmente a las poblaciones civiles, las familias. Realmente la guerra es la madre de todas las pobrezas, la guerra empobrece la familia. Una gran depredadora de vidas, de almas, y de los afectos más sagrados y más queridos.
A pesar de todo esto, hay muchas familias pobres que con dignidad buscan conducir su vida cotidiana, a menudo confiando abiertamente en la bendición de Dios. Esta lección, sin embargo, no debe justificar nuestra indiferencia, ¡sino aumentar nuestra vergüenza! que haya tanta pobreza. Es casi un milagro que, también en la pobreza, la familia continúa formándose, e incluso que hasta conserve --como puede-- la humanidad especial de sus uniones. El hecho irrita a esos planificadores del bienestar que consideran los afectos, la generación, las uniones familiares, como una variable secundaria de la calidad de vida. No entienden nada. Sin embargo, tendremos que arrodillarnos delante de estas familias, que son una verdadera escuela de humanidad que salva las sociedades de la barbarie.
¿Qué queda, entonces, si cedemos al chantaje de César y dinero, de la violencia y del dinero, y renunciamos también a los afectos familiares? Una nueva ética civil llegará solamente cuando los responsables de la vida pública reorganicen la unión social a partir de la lucha a la espiral perversa entre familia y pobreza, que nos lleva al abismo.
La economía actual a menudo se ha especializado en el goce del bienestar individual, pero practica ampliamente la explotación de las uniones familiares. ¡Esta es una contradicción grave! ¡El inmenso trabajo de la familia no aparece en los balances, naturalmente! De hecho, la economía y la política son avaras en el reconocer esto. Además, la formación interior de la persona y la circulación social de los afectos tienen precisamente allí su pilar. Si lo quitas, se cae todo.
No es solo cuestión de pan. Hablamos de trabajo, instrucción, sanidad. Es importante entender esto. Nos conmueve siempre cuando vemos las imágenes de niños desnutridos y enfermos que se nos muestran en tantas partes del mundo. Al mismo tiempo, nos conmueve también mucho la mirada brillante de muchos niños, privados de todos, que están en escuelas hechas de nada, cuando muestran con orgullo su lápiz y su cuaderno. ¡Y cómo miran con amor a su maestro o su maestra! ¡Realmente los niños saben que el hombre no vive solo de pan! También el afecto familiar está. Cuando hay miseria sufren los niños porque ellos quieren el amor, la unión familiar.
Nosotros los cristianos tenemos que estar cada vez más cerca de las familias que están a prueba por la pobreza. Pesemos todos si conocemos a alguno. Papá sin trabajo, mamá sin trabajo. La familia sufre. Las uniones se debilitan. Es feo esto. De hecho, la miseria social golpea la familia y a veces la destroza. La falta o la pérdida de trabajo, o su fuerte precariedad, inciden pesadamente sobre la vida familiar, poniendo a dura prueba las relaciones. Las condiciones de vida de los barrios más desfavorecidos, con problemas de vivienda y de transporte, como también la reducción de los servicios sociales, sanitarios, escolares, causan más dificultades. A estos factores materiales se añade el daño causado a la familia por los pseudo-modelos, difundidos por los medios de comunicación basados en el consumismo y el culto del aparentar, que afectan a las clases sociales más pobres e incrementan la desintegración de las uniones familiares. Cuidar las familias, cuidar el afecto, pero la miseria pone a prueba a la familia.
La Iglesia es madre, y no debe olvidar este drama de sus hijos. También ella debe ser pobre, para hacerse fecunda y responder a tanta miseria. Una Iglesia pobre es una Iglesia que practica une sencillez voluntaria en la propia vida --en sus instituciones, en el estilo de vida de sus miembros-- para abatir cada muro de separación, sobre todo de los pobres. Es necesaria la oración y la acción. Recemos intensamente al Señor, que nos sacuda, para hacer a nuestras familias cristianas protagonistas de esta revolución de la proximidad familiar, que ahora es tan necesaria. De esta proximidad familiar, desde el principio, está hecha la Iglesia. Y no olvidemos que nuestro juicio sobre los necesitados, de los pequeños y de los pobres anticipa al juicio de Dios. No olvidemos esto.
Y hagamos todo, todo lo que podamos para ayudar a las familias a ir adelante en la prueba de la pobreza y la miseria, que golpean los afectos y las uniones familiares.
Yo quisiera leer otra vez el texto de la Biblia que hemos escuchado al principio. Y que cada uno de nosotros piense en las familias que pasan por la prueba, que son probados por la miseria y la pobreza. La Biblia dice así: “Hijo mío, no prives al pobre de su sustento ni hagas languidecer los ojos del indigente” Pero pensemos cada palabra. “No hagas sufrir al que tiene hambre ni irrites al que está en la miseria. No exasperes más aún al que está irritado ni hagas esperar tu don al que lo necesita. No rechaces la súplica del afligido ni apartes tu rostro del pobre. No apartes tus ojos del indigente ni des lugar a que alguien te maldiga”. Porque esto será lo que haga el Señor, lo dice el Evangelio, si no hacemos estas cosas. Gracias.
(El Papa ha dicho en español:)
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy nos referimos a la pobreza, como condición de vida que pone a prueba la familia y la hace vulnerable. La pobreza azota a muchas familias en las periferias de las grandes ciudades y también en las zonas rurales. Muchas veces se ve agravada por la guerra, que es sin duda la madre de todas las pobrezas, depredadora de vidas, de almas y de los afectos más queridos.
En medio de estas situaciones, muchas familias intentan vivir con dignidad, confiando en la bendición de Dios, convirtiéndose así en una auténtica escuela de humanidad que salva a la sociedad de la barbarie. Pero este reconocimiento no nos exime de nuestra obligación de velar con la oración y con la acción para que a nadie falte el pan, el trabajo, la educación y la sanidad.
Es necesario que desde todas las instancias de la vida pública se pongan los medios para un nuevo orden social, que rompa la espiral perversa entre familia y pobreza que lleva la sociedad a la ruina. También nosotros cristianos debemos estar cada vez más cerca de las familias que sufren la pobreza. La Iglesia madre no debe olvidar nunca este drama de sus hijos. Ella también está llamada a ser pobre, practicando la simplicidad en su propia vida, de manera que llegue a ser fecunda y pueda dar una respuesta a tanta miseria.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, Venezuela, Guatemala, y Uruguay, así como a los venidos de otros países latinoamericanos. Pidamos a Dios que sostenga a las familias sometidas a la dura prueba de la pobreza, para que puedan seguir siendo en el mundo lugar de acogida y escuelas de auténtica humanidad. Que Dios los bendiga
(Luego, el Papa ha dicho:)
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. De manera particular me dirijo hoy a los jóvenes que se reúnen nuevamente en Lednica para expresar su adhesión a Cristo y a su Iglesia.
Queridos amigos jóvenes, con todo el corazón comparto su alegría, entusiasmo y anhelo de recibir el Espíritu Santo. Es Él el que los anima y les dona su amor. Es creativo, dona la vida, las fuerzas necesarias y el impulso. ¡Todos tenemos una gran necesidad de Él!
La vida de ustedes, como la vida de los hermanos y hermanas de Jesús, como la de sus discípulos, no puede ser vacía, banal, sin objetivos. ¡Abran sus corazones al Espíritu Santo, para que los colme de sus dones! Acójanlo como huésped especial, llenen sus corazones con la presencia del Espíritu Santo. Pídanle que los acompañe cada día en el trabajo, mientras estudian, en la oración, en las decisiones, en la superación de sí mismos y en el hacer el bien. ¡Sean fuertes con su poder! ¡Con Él transformen el mundo!
Es el Espíritu Santo el que dona la verdadera vida, sana nuestra soledad, nos acompaña constantemente y nos guía. Propónganse llegar a ser maduros en la plenitud de la vida, en la plenitud del amor. Asuman la responsabilidad de sus vidas, no se conformen con las apariencias.
Reciban al Espíritu Consolador como en la confirmación. ¡Abran sus corazones a su santidad y poder! Que Él los fortalezca en la fe, en la esperanza y los lleve a un amor maduro y responsable, que es más fuerte que la muerte. Que los ayude a asumir el gran diálogo con Dios, con el hombre y con el mundo, en nuestra etapa de la historia. Llenos con el poder del Espíritu Santo id donde los envíe. ¡Ánimo! ¡Emprenderán el camino con Él! ¡Que Él los conduzca! Los bendigo de corazón.
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