Wednesday, March 26, 2014

San Juan XXIII,“patrón” de la unidad de los cristianos"

San Juan XXIII, ¿“patrón” de la unidad de los cristianos?
Desde la época del Concilio, varios exponentes de las Iglesias ortodoxas veían en Roncalli al protector del ecumenismo. Una intuición, desmenuzada en el libro de Falasca, de enorme actualidad
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
Durante los años del Concilio Vaticano II, entre los primeros que reconocieron la santidad de Juan XXIII había algunos de los más autorizados representantes de las Iglesias cristianas y ortodoxas, que, incluso, querían proclamarlo Santo “patrón” del camino ecuménico. Lo atestigua, con base en los documentos procesuales recopilados durante la causa de canonización, el volumen que acaba de publicar en Italia la estudiosa y periodista Stefania Falasca (“Juan XXIII, la revolución en una caricia”), en el que se recorre la historia de la canonización de Papa Roncalli, indicando los motivos y las oportunidades pastorales que hicieron posible en el presente la proclamación “pro gratia” de la plena santidad del “Papa bueno”.

Juan XXIII, al convocar el Concilio Vaticano, asumió, como sucesor de Pedro, la tarea de indicar a todas las Iglesias lo que se había convertido en una necesidad improrrogable: emprender el camino para volver a encontrar la unidad plena entre todos los bautizados. No se trataba, escribe Falasca, «de un ecumenismo ideológico, que quiere sobrevolar todas las diferencias heredadas del pasado, sino de un ecumenismo en la verdad y en la caridad». La preocupación por el regreso a la unidad no se configuraba como una homologación forzada, sino como el trabajo «del futuro de la Iglesia». No era «algo emotivo y sentimental», sino una perspectiva basada «en el único Bautismo común y en la misma fe en Cristo».

Entre los primeros que identificaron en esta pasión por la unidad de los cristianos un reflejo de la santidad personal del “Papa bueno”, según documenta Falasca, hubo justamente algunos de los más lúcidos exponentes de las Iglesias ortodoxas, interlocutores privilegiados en la incipiente nueva estación ecuménica que llegó tras el Concilio.

Uno de los que cuentan la sensibilidad precoz que floreció en el mundo ortodoxo con respecto al don de la santidad de Angelo Giuseppe Roncalli fue el cardenal holandés Johannes Willebrands (1909-2006), gran protagonista del ecumenismo católico en la época del Concilio. Desde 1960 trabajó, por voluntad del mismo Juan XXIII, en la recién nacida Secretaría para la unidad de los cristianos, presidida por el cardenal jesuita Augustin Bea. En su testimonio como parte del proceso de canonización de Papa Roncalli, citado por Falasca, Willebrands recuerda que el mismo Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, fue el primero que «aplicó a la persona de Juan XXIII el pasaje evangélico: “Fuit homo missus a Deo cui nomen erat Johannes”».
El cardenal también indicó «la respuesta de los hermanos separados a la misión, que Papa Juan extendió abriendo los brazos de la Iglesia, se había vuelto concreta en un sentimiento común, primero de estima y después de auténtica veneración por el Siervo de Dios». Además señalaba como expresión de gran veneración hacia Juan XXIII «la práctica consolidada de la visita de las delegaciones de las Iglesias ortodoxas a su tumba en el Vaticano». Tras la muerte de Juan XXIII, Atenágoras reconoció que «como líder de la Iglesia, animado por el amor de Cristo, el Papa difunto, a pesar de la breve duración de su encargo, trazó una nueva vía conduciendo al diálogo ecuménico que es, para la Iglesia, el prólogo de la realización de la oración sacerdotal de Cristo».
Willebrands, en su testimonio, también habló sobre el momento en el que los católicos y los hermanos separados hablaron sobre «escoger a un patrón para el movimiento hacia la unidad de los cristianos»; los católicos propusieron a San Josafat (el obispo greco-católico ucraniano recordado como mártir de la unidad con el sucesor de Pedro) y los «mismos observadores rusos pidieron que se considerara como patrón del movimiento ecuménico al mismo Papa Juan».

Algunos años después, el Metropolita de Leningrado Nikodim, figura profética de la Ortodoxia rusa, tradujo la doctrina y la obra de Roncalli para la unidad de los cristianos como parte de sus estudios de teología. Nikodim defendió el 15 de abril de 1970 su disertación final, titulada: “Juan XXIII Papa de Roma” en la Academia teológica de Moscú. En su tesis, el Metropolita ruso dijo que Juan XXIII era un “Prepadovine”, un santo, reconocible, según las categorías teológico-canónicas propias de la Iglesia ortodoxa, por su conformidad a Jesús, el Manso del Evangelio.

Nikodim falleció por un infarto el 5 de septiembre de 1978 en Roma, en donde se encontraba para visitar a Juan Pablo I. Tenía solamente 49 años y estaba representando al Patriarcado de Moscú en las ceremonias y en los encuentros protocolarios para el inicio del ministerio de Papa Luciani. Antes de morir, dijo al nuevo obispo de Roma algunas palabras sobre la Iglesia que el mismo Juan Pablo I habría recordado durante una audiencia al clero romano: «Les aseguro», dijo Luciani, «que nunca en mi vida había escuchado cosas tan hermosas...». El intérprete de aquel encuentro, el jesuita Miguel Arranz, en una entrevista de 2006, definió aquel encuentro como «un momento de gracia que pasó, un momento que perdió la Iglesia». En ese entonces, sin proclamaciones (como explicó el mismo Arranz), «el papel del sucesor de Pedro era reconocido en los hechos por los obispos de Oriente. Sus viajes a Roma eran visitas “ad limina Petri”. Los regímenes los oprimían y venían a ver al Papa con la confianza de los hijos, hijos de una Iglesia hermana. Tal vez el vínculo del sucesor de Pedro con los cristianos de esas tierras habría podido encontrado un camino para afirmarse. Tal vez era una ilusión, pero el regreso a la unidad en ciertos momentos parecía tan fácil...».
Ahora, Papa Francisco quiso que Juan XXIII fuera proclamado santo “pro gratia”, con base en elementos y motivos que sustituyen un milagro científica y teológicamente comprobado. Entre las consideraciones de carácter pastoral con las que el Papa argentino eleva a los altares a su predecesor destaca el reconocimiento de la actualidad de la perspectiva ecuménica sugerida y puesta en marcha por Roncalli. Papa Francisco, de cuya afinidad con Juan XXIII se ocupa un libro editado por Ezio Bolis, en varias intervenciones ha manifestado una opción preferencial que lo impulsa hacia los hermanos ortodoxos.

En la entrevista a “La Stampa”, refiriéndose a los encuentros que ha tenido con muchos exponentes de las Iglesias de Oriente, Francisco confesó: «Me sentí su hermano. Tienen la sucesión apostólica, los recibí como hermanos obispos. Es un dolor no poder celebrar juntos todavía la eucaristía, pero la amistad existe. Creo que el camino es este: la amistad, el trabajo en común y rezar por la unidad. Nos bendijimos los unos a los otros; un hermano bendice al otro, un hermano se llama Pedro y el otro se llama Andrés, Marco, Tomás…». En la exhortación apostólica “Evangelii gaudium”, Papa Bergoglio incluso llega a sugerir la oportunidad de «recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros», subrayando que de los hermanos ortodoxos « los católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad» (246).

El próximo viaje a la Tierra Santa (durante el que el Papa se reunirá con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomeo I, rememorando el abrazo entre Pablo VI y el Patriarca Atenágoras de hace 50 años), según Falasca no fue concebido como una visita apostólica que llevará a cabo Bergoglio “solitariamente”, sino como «un peregrinaje emprendido, desde el inicio, por dos, entre hermanos, que marca un paso decisivo hacia el reconocimiento común para “seguir los pasos de Cristo en la santa y gloriosa Sion, madre de todas las Iglesias”». Un peregrinaje que permitirá invocar el “patrocinio” de San Juan XXIII, canonizado un mes antes, con la esperanza de ver florecer en el horizonte la plena unidad eclesial y sacramental que los ortodoxos y los católicos pueden encontras solamente dejando a un lado las estrategias de política eclesiástica y volviendo, como sugería Papa Roncalli, a la fuente común del Evangelio.

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