CONVERSIÓN. a) Convertirse significa volverse. Conversión, en sentido religioso, es sinónimo de vuelta a Dios. En la forma de comprensión más habitual, se suele entender la conversión como conversión moral. Se trataría, en ese caso, de una actitud de arrepentimiento por los pecados cometidos, que han alejado de Dios al hombre o la mujer.
Jesús envía a sus discípulos a predicar la conversión (...Mc 6,12). Incluso después de la resurrección, el Resucitado renueva este envío (Le 24,47). A quien se arrepiente y pone su vida en camino de vuelta hacia Dios, le ofrece su perdón (He 2,38; 3,19; 5,31). El signo que celebra este encuentro salvador es, en unos casos, el bautismo, con el don del Espíritu (He 2,38); en otros casos, es el signo de la reconciliación: «A quienes perdonéis los pecados...» (Jn 20,23). Esta es la conversión moral.
b) Pero hay otro modo de comprender el significado de la conversión, que hace referencia principalmente al caso de los paganos y, por extensión, al caso de aquellos bautizados que nunca han vivido una relación personal con Dios y que incluso desconocen prácticamente la dimensión teológica del pecado. Se trata de personas que fueron bautizadas de niños, que han vivido un largo trecho de su vida sin ninguna referencia a Dios y que, por consiguiente, no son capaces de comprender que sus comportamientos éticamente incorrectos tienen una repercusión en Dios; desconocen, por tanto, el sentido teológico del pecado.
Estas personas pueden experimentar en un momento dado, o al final de un proceso de búsqueda, una especial iluminación de Dios, que les llama ala conversión. En este supuesto hablaríamos, sí, de una conversión total, pero más propiamente entenderíamos esta conversión como una adhesión a Jesucristo y al Dios de Jesucristo (DGC 56b). Es la conversión de carácter religioso.
Esta es la conversión que va incluida en el acto de fe y a la cual nos referimos explícitamente en este artículo. No es un volverse a Dios de quien se alejó por el pecado, sino una respuesta a la llamada de Dios que el no creyente –o el creyente débil– expresa en un acto de fe que pone a la persona frente al Dios vivo (He 14,15) y que propicia un cambio de mentalidad, un nuevo estilo de vida ante Dios y ante los hombres.
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