Tuesday, February 27, 2007

La fe de Abraham y la Transfiguración de Jesús

Comentarios de P. Roberto Mena, S.T.
Para Domingo, 4 de Marso, 2007
LECTURAS
Lucas 9, 28b-36


El Domingo anterior recordamos las tentaciones de nuestro señor, y vimos que nuestra fe no es aceptada en nuestro entorno porque las creencias del mundo difieren de la predicación que nuestro señor hizo del Evangelio en su tiempo. En esta ocasión vamos a tener en cuenta el Evangelio del Domingo anterior en nuestra meditación, dado que los textos que meditaremos en esta celebración eucarística, de alguna forma, están vinculados a la significación de las lecturas cuya interpretación meditamos el Domingo siguiente al Miércoles de ceniza.


Abram y Sara eran de edad avanzada y no tenían hijos, por lo que sus bienes habrían de ser heredados cuando Abram falleciera por su esclavo Eliezer el damasceno. Abram podría decir que no se sentía desdichado porque dios lo había bendecido, pero estaba muy triste porque no tenía hijos.


Dios le dijo a Abraham: "Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia" (GN. 15, 5). Imaginemos que dios le dice a un enfermo incurable que le va a restablecer la salud, y el mismo considera que ello no es posible, porque siempre ha vivido con la enfermedad que le acompañará hasta que concluya su existencia mortal. Abram era muy mayor, estaba seguro de que él no podía tener hijos porque nunca pudo tenerlos, y, en esa circunstancia en que su fe había de ser probada para ser fortalecida, dios le dijo que sería incapaz de contar su descendencia.


San pablo escribió: "Esperando en Dios cuando parecía cerrado todo camino a la esperanza, creyó Abraham que llegaría a convertirse en padre de pueblos numerosos, según lo que dios le había prometido: Tal será tu descendencia" (ROM. 4, 18). San Pablo les escribió a sus lectores hebreos: "Por lo cual también, de uno, y ese ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar" (HEB. 11, 12).


"Y (Abraham) creyó a Jehová, y le fue contado por justicia" (GN. 15, 6). Sería muy grato para nuestro Padre común el hecho de que nosotros creyéramos en El hasta el punto de ver que nuestro sufrimiento se alivia cuando nos encontramos ante situaciones que no podemos resolver por nuestros propios medios, por lo cual lo único que podemos hacer en esos casos es confiar en nuestro Padre común, dado que si sucede lo contrario a lo que nosotros deseamos, lo que ocurra será lo que nuestro Criador estime más conveniente, tanto para nosotros como para nuestros prójimos.


En la Profecía de Isaías encontramos el siguiente texto: "Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia" (IS. 41, 8-10).


Es importante que nos percatemos de que dios le hizo una promesa a Abram que no se cumplió instantáneamente. No podemos pretender que nuestro criador solvente nuestros problemas en el mismo instante en que le pedimos ayuda, ya que el sabe en qué momento ha de acudir en nuestro auxilio.


Al orar con el Salmo responsorial de la Eucaristía que estamos celebrando, le demostramos a nuestro Padre común nuestra fe, dado que le aceptamos como nuestra luz y nuestra salvación, como el Padre que nos amó hasta llegar al extremo de permitir el sacrificio cruento de su Hijo predilecto, como el Dios capacitado para librarnos del sufrimiento que atañe a nuestra vida, y como la vida eterna que esperamos compartir con nuestros hermanos de fe viviendo en la presencia de nuestro Padre común.


El señor es nuestra luz y nuestra salvación, El nos da los dones y virtudes que necesitamos para vivir intachablemente en su presencia, así pues, estas son las causas por las que podemos afirmar que nuestro Criador es la defensa de nuestra vida, por lo que sabemos que las tribulaciones que hallamos de padecer no nos harán perder la fe en El. Cuando le suplicamos a dios que escuche nuestras oraciones, cuando le pedimos a nuestro Criador que nos ayude a resolver nuestros problemas, El nos dice que busquemos su rostro, es decir, que le busquemos en nuestro interior, en nuestros prójimos, en nuestras vivencias ordinarias, en la naturaleza, en la Biblia, en la predicación de los religiosos y catequistas de nuestra Santa Iglesia, y en los Sacramentos, pues El no está lejos de nosotros.


Nosotros vivimos buscando el rostro del señor. Esperamos gozar la dicha eterna viviendo en la presencia de nuestro Padre común, pues El ya establecido su morada entre nosotros, es decir, El nos ha llamado a formar parte activa de la Iglesia peregrina que espera ser santificada, y se prepara ardientemente para encontrarse en la presencia de nuestro Padre común de la misma manera que se prepara cualquier novia que ansía ser feliz junto al hombre al que ama para celebrar su enlace conyugal.


El evangelio correspondiente a esta celebración litúrgica contiene la expresión de nuestra fe, así pues, de la misma forma que Jesús se transfiguró ante sus Apóstoles predilectos, nosotros esperamos ser transfigurados y configurados a imagen y semejanza espiritual de nuestro Hermano y señor. Sabemos que no está en nuestras manos el hecho de adoptar cuerpos con las propiedades que tenía el Cuerpo de nuestro señor Resucitado que podía traspasar paredes y no era vulnerable a la enfermedad ni a la muerte, pero podemos prepararnos haciendo obras de caridad, con el fin de que Dios nos haga aptos para que vivamos en su Reino.


Jesús, antes de transfigurarse, oró, se comunicó con nuestro Padre común, recibió la aprobación divina de que su fe le bastaba para ser transfigurado. Hace varios años algunos lectores de diversas listas de correo católicas llevamos a cabo una campaña de oración para que el abogado Juan Carlos González Leiva de cuba obtuviera la libertad, pues fue encarcelado gritando viva Cristo Rey junto a algunos periodistas independientes, los cuales fueron acusados de actuar inadecuadamente en un hospital.


Mientras más intensificábamos nuestras oraciones para que el citado fundador de una organización de derechos humanos y otra de ciegos fuera excarcelado, según algunos medios de comunicación cubanos, el citado abogado ciego sufría malos tratos más alarmantes. Juan Carlos Leiva le hizo escribir a su mujer una carta en la que afirmaba que si moría no sería por haberse suicidado, sino por haber sido asesinado. Cuando parecía que dios no escuchaba nuestros ruegos y la situación del citado invidente cubano era más insostenible, Juan Carlos obtuvo la libertad condicional.


Este no fue el final de sus problemas, pero al menos pudo volver a vivir junto a Marisa Calderín, su mujer, y el resto de sus familiares. Ojalá nosotros podamos decir que dios escucha nuestras oraciones porque nos ama, pero también que nuestro Padre se digna ayudarnos por causa de nuestra fe. Ojalá nuestra fe llegue a ser tan grande como lo es la de aquella mujer que le arrancó un milagro a su Hijo durante la celebración de una boda en Caná de Galilea, y les dijo a los camareros unas palabras que nos son muy útiles a quienes vivimos en lugares en los que se extingue nuestra fe universal: "Haced todo lo que El os diga" (JN. 2, 5).


Jesús habló en el monte Tabor con Moisés, el siervo de Yahveh que les dio la Ley a los hebreos, y con Elías, el Profeta que logró que dios llevara a cabo diversos prodigios por causa de la grandeza de su fe. Los tres testigos mencionados por el autor del Apocalipsis hablaron de la Pasión y la muerte de nuestro señor que tuvieron lugar aproximadamente un año después de que Jesús se transfigurara ante sus amigos predilectos.


Pedro y sus compañeros estaban rendidos por causa del cansancio que les producía el hecho de trabajar sirviendo a Jesús durante un periodo de tiempo muy largo que no les permitía tener ningún descanso, ya que durante las horas que la luz bañaba la tierra servían a Dios en sus hermanos los hombres, y, durante las noches, eran instruidos por el Hijo de María en el conocimiento de la Palabra de dios. Ellos se negaban a entender que Jesús inició su Ministerio glorioso para acabar crucificado, dado que no es normal que nadie empiece a llevar a cabo una gran labor, sabiendo que sólo se va a ganar enemigos, y que nadie le va a reconocer su trabajo.
Pedro le dijo a Jesús que para ellos sería muy grato el hecho de vivir en aquel monte, pero él ignoraba que no podía vivir los años que le quedaran contemplando aquella visión, dado que ello habría de servirle para desempeñar la misión que Dios le encomendó. Muchos cristianos hemos tenido una sensación de paz tan grande al vivir unos ejercicios espirituales que, al finalizar los mismos, hemos sentido la necesidad de comunicarles nuestra fe a nuestros prójimos, y, al no estar preparados para ello, hemos visto cómo se debilitaba nuestra convicción religiosa rápidamente, al no saber responder a las preguntas que nos planteaban quienes veían alarmados que nos habían "metido" en una secta sin que nos percatáramos de ello.


Cuando Jesús le dio a entender a Pedro que no debía de preocuparse por causa de su traición, le dijo las siguientes palabras: "De cierto, de cierto te digo: cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras" (JN. 21, 18).


Jesús le dijo a Pedro que él tenía que saldar la deuda que tenía con su Maestro muriendo crucificado bocabajo, según la tradición porque no se consideraba digno de morir mirando al cielo como le sucedió al Mesías, y, según la Historia, porque quienes se proclamaban reyes debían morir con la sensación de que les partían el cuerpo en varios trozos, ya que Pedro era el sucesor de un Rey que había sido crucificado anteriormente. Jesús no murió como Pedro porque Pilato y el Sanedrín se favorecieron mutuamente, Pilato asesinando a un personaje que les resultaba molesto a las autoridades judías de Palestina, y los sanedritas consintiendo que Jesús muriera como un esclavo o un ladrón, no como un falso rey, a pesar de que en su cruz colgaba un letrero en el que se leía: Este es Jesús, el Rey de los judíos.


Las autoridades de Palestina querían que se leyeran las siguientes palabras en el citado cartel: Este dijo: Yo soy el rey de los judíos, pero Pilato no les hizo el favor de complacerlos la segunda vez, ya que no había sido capaz de ser más fuerte que los sanedritas, cuando los mismos le presionaron para que no le concediera la libertad a Jesús después de condenarlo a ser flagelado, para hacerles entender que un hombre que tenía escasas posibilidades de sobrevivir no podía pretender ser Rey.


En la Santisima Trinidad


Padre Roberto Mena, S.T.
Pastor Asociado
Nuestra Señora de la Victoria
Compton, California.


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