Tuesday, January 09, 2007

La libertad, un Valor Imprescindible

de P. Roberto Mena, ST

Pocos valores tienen un atractivo tan universal como la libertad. Esta palabra ha sido tan traída y llevada como el birdie en un juego de bádminton. Organizaciones de muy diversa índole -partidos políticos, frentes revolucionarios, movimientos juveniles, etc.-se sirven de ella para enarbolarla en sus estatutos y presentaciones públicas. Los protagonistas de la revolución francesa la adoptaron como una de las piedras fundamentales de su credo: Liberté! Egalité! Fraternité! Algunos años antes, los colonos americanos revolucionarios tomaron las armas contra Gran Bretaña bajo la misma bandera, asumida en la famosa frase de Patrick Henry: «Dame la libertad o dame la muerte».

El ideal de la libertad parece que jamás estará fuera de moda. Es difícil encontrar una campaña revolucionaria o una constitución nacional que no proponga la libertad como uno de sus máximos logros.

Hoy día, con la caída del comunismo, la expansión de la democracia, el fácil acceso a la información y el progreso tecnológico el género humano está desarrollando un agudo sentido de la libertad. La cultura occidental rinde homenaje a la libertad en todos los sectores de la civilización. Existen estatuas y naves espaciales que llevan su nombre, monedas acuñadas en su honor, champús y dentífricos que prometen más libertad a quien los compra.

La palabra libertad casi tiene un talismán adherido. Hay ciertas palabras que poseen una especie de carga positiva o negativa, como los iones. Términos como «opción», «creatividad», «nuevo», «original» y «libertad» llevan una carga positiva: de antemano estamos predispuestos favorablemente a ellos, aunque no sepamos a qué se refieren. Otras palabras nos provocan aversión, y desde fuera tiñen negativamente nuestra actitud ante alguna frase. Si hemos de ser objetivos, debemos superar el impacto emocional para considerar el verdadero valor que puede haber detrás de una expresión.

Tomemos, por ejemplo, la palabra «nuevo». El hecho de que una idea sea nueva no nos dice prácticamente nada acerca de ella, y no podemos discernir si se trata de una idea valiosa o ridícula. A veces ocurre que lo nuevo es inferior a lo antiguo. ¿Recuerdas lo que pasó cuando salió la «nueva Coca-Cola»? Su éxito se extendió con más rapidez que un incendio forestal, hasta que la gente se dio cuenta de que en realidad la «vieja Coca-Cola» era mejor. O fijémonos ahora en la palabra «opción», que es muy atractiva, pero que en realidad tiene una valencia ambigua. Lo que importa no es la «opción» en abstracto, sino las «opciones» concretas que hacemos.

A menudo se entiende hoy la libertad en términos de total autonomía. Se la ve como la base única e indiscutible de nuestras opciones personales y como autoafirmación a cualquier precio. Algunos, como Jean Paul Sartre, creen que nuestra libertad crea los valores, y que la libertad misma es el valor supremo. Esta teoría tiene dos contradicciones implícitas. En primer lugar, Sartre dice que la libertad en un valor absoluto, mientras sostiene que todos los valores son relativos. En segundo lugar, considera que el individuo es el creador de todos los valores y, al mismo tiempo, que la libertad debe ser el valor más alto para todos. Si alguno no está de acuerdo con esto, obviamente está equivocado. Como siempre, el relativismo degenera infaliblemente y se convierte en dogmatismo.

Cabe una distinción más. No es lo mismo ser libre que usar correctamente la libertad. Apreciamos, con razón, la libertad en sí misma y reconocemos que es bueno ser libres. La libertad nos ennoblece como seres humanos y nos permite participar en cierto modo de la libertad de Dios. Sin embargo, podemos también abusar de la libertad. Si existen leyes, policías y prisiones es porque existe la posibilidad real de que usemos mal nuestra libertad. En cierto momento, estas instituciones se colocan delante de uno y le dicen: «Lo siento, amigo, has ido demasiado lejos. Te has pasado de los límites».

Resulta extraño ver cómo muchos traen a cuento el mismo concepto como fuente e inspiración de actividades muy dispares. Los pecadores pecan en nombre de la libertad, mientras que los santos ejercitan su santidad precisamente bajo esta misma bandera. Charles Manson fue capaz de asesinar un buen número de personas inocentes porque era libre. Y por esta misma razón, Juana de Arco dio su vida en lugar de renunciar a la misión que Dios le había encomendado. De hecho, no puede haber pecado, ni crimen, ni violencia si no hay libertad, como tampoco puede haber santidad, ni virtud, ni bondad, ni amor.

Sin embargo, la libertad no es, en realidad, la inspiración de horribles crímenes, ni tampoco de heroicos gestos de virtud. Sólo es la condición necesaria que permite que estos actos se realicen. Cuando se ve la libertad como un absoluto, desligada de todo principio, puede llevar a los más graves abusos. Como dijo Juan Pablo II en un discurso en Polonia en enero de 1993: «La libertad entendida como algo arbitrario, separada de la verdad y de la bondad, la libertad separada de los mandamientos de Dios, se vuelve una amenaza para el hombre, y conduce a la esclavitud; se vuelve contra el individuo y contra la sociedad».

La libertad necesita de los valores. Ella sola me ofrece únicamente la posibilidad de actuar, mientras que los valores me dan la razón o el motivo para actuar. Si soy totalmente libre, pero carezco de valores, ¿qué haré? Mi libertad no me lo dirá. Simplemente me responderá: «Puedes hacer cualquier cosa». Mis valores son los que me moverán, los que me dirán: «Haz esto. Esto es bueno; es correcto; es importante». Los valores son los que atraen mi voluntad; la libertad permite que mi voluntad se mueva hacia esos valores. Mi voluntad desea y, porque es libre, es capaz de ir en busca de sus deseos.

También es útil distinguir entre libertad y derechos. La libertad no es una especie de calcomanía cósmica que certifica que todas mis acciones son buenas y lícitas en la medida en que son libres. La libertad no es lo mismo que el derecho de hacer algo, aunque los dos se confunden con frecuencia. «¡Puedo hacer lo que me plazca! ¡Este es un país libre y soberano!». El hecho de que sea libre para hacer algo (sin constricción) no me da derecho para hacerlo. Soy libre para matar a una persona -tal vez nadie me lo podrá impedir físicamente-, pero no tengo derecho de matar.

La libertad, en sí misma no justifica nada. Si Antonio dice a su hermano: «Francisco, no debes cometer adulterio. Debes ser fiel a tu esposa»; y Francisco le contesta: «¡Puedo hacer lo que yo quiera! ¡Para eso soy libre!», esta respuesta está fuera de lugar, y tiene muy poco que ver con el consejo de su hermano. Nadie está poniendo en duda la capacidad de Francisco para hacer esto o aquello. Todos somos capaces de obrar como bestias, pero no debemos actuar como bestias, ni tenemos derecho de hacerlo.

Libertad y límite

A pesar de nuestra grandeza por llevar el sello de la imagen y semejanza de Dios, somos limitados. Desentrañamos progresivamente los secretos de la naturaleza y aprendemos cómo sacar provecho de las fuerzas del cosmos, y, sin embargo, ¡cuánto queda aún fuera de nuestro control! La libertad humana no es infinita o absoluta. Tenemos que trabajar juntamente con nuestra naturaleza. Esta limitación fundamental de la existencia humana se manifiesta en cuatro dimensiones:

-Limitaciones lógicas: Hay ciertas cosas que no podemos hacer simplemente porque no se pueden hacer. Esto no se debe a la flaqueza del hombre, sino a la realidad misma de las cosas. No puedes construir, diseñar, ni siquiera concebir, un círculo cuadrado; es una imposibilidad lógica. Tampoco puedes componer un soneto clásico en cinco líneas. Estas limitaciones se dan, pues, en toda situación que es intrínsecamente contradictoria.

-Limitaciones físicas: Podemos hacer muchas cosas, pero siempre dentro de las posibilidades de nuestra naturaleza. Ella no consiente que tú y yo salgamos volando por la ventana sin necesidad de instrumento alguno, ni tampoco que alcancemos una edad de 529 años, o que aumentemos nuestra estatura unos 10 centímetros después de los 20 años. Las leyes físicas y biológicas no dependen de nuestra voluntad, y nos señalan con claridad un límite real.

-Limitaciones intelectuales: Ninguna persona humana es omnisciente. Por cada segmento de información que logramos asimilar, hay una cantidad infinita de datos que se nos escapan. Como dijo un filósofo: «Cuanto más sé, más me doy cuenta de lo poco que sé». Nuestro conocimiento de las cosas jamás es completo.

-Limitaciones morales: En sentido propio, esta limitación se refiere a nuestra incapacidad para escoger siempre el bien, si no es con la ayuda de una gracia sobrenatural. En un sentido secundario, quiere decir que estamos sujetos a la ley moral, y no por encima de ella. Somos libres para optar por el bien o por el mal, pero no podemos dictaminar según nuestro capricho que algo sea bueno o malo. Somos libres para robar, pero no podemos convertir el robo en un acto de virtud por pura fuerza de voluntad. Seguirá siendo un acto malo, sea que lo reconozcamos o no. El bien y el mal no son invención del hombre. La moralidad corresponde al bien y al mal objetivos. De nosotros depende solamente el adherirnos a uno o a otro.

La presencia de restricciones es una condición indispensable para el ejercicio de la libertad. Soy libre para jugar béisbol en la medida en que existen unos límites que constriñen mi libertad, es decir, unas reglas que debo seguir. Si pudiera poner un número variable de jugadores en el campo, por ejemplo, 34, en lugar de nueve, se arruinaría el juego; ya no sería libre para jugar béisbol. Sería, además, ridículo ir cambiando las reglas a lo largo del partido.

La libertad sin restricciones es como un cuerpo sin esqueleto o como una compañía que no acaba de decidir si su objetivo es hacer dinero o perderlo. Todo carece de sentido cuando no hay una estructura, unos objetivos claros o una dirección. La libertad necesita unos límites, como todo río necesita sus riberas, o todo rifle su cañón.

En la Trinidad:
Padre Roberto Mena, S.T.

Algunos de estos extractos fueron tomados de : "La libertad y los valores y el valor de la libertad"Thomas Williams

2 comments:

Anonymous said...

Estoy de acuerdo con la mayor parte de la reflexión. Estamos viviendo una época en que la sacralización de la libertad como valor absoluto ha llegado a desvirtuarse.
La libertad tiene un límite y se halla en la responsabilidad. En la consideración del otro.
No considero que el actuar bien o mal sean fruto de una gracia sobrenatural. Adherirme a esa opinión sería dejar de creer en la confianza plena de Dios en el hombre.
Dios invita a superar la moralidad, el amor es un bien mayor que el deber. Un amor cristiano es a todas luces injusto: "ama a tu enemigo, haz el bien a quien te hace daño."
Gracias por el blog, estaré siguiéndolo de cerca.

Anonymous said...

Una interesante reflexion ante el valor de la libertad...Me quedo con el parrafo siguiente>

Resulta extraño ver cómo muchos traen a cuento el mismo concepto como fuente e inspiración de actividades muy dispares. Los pecadores pecan en nombre de la libertad, mientras que los santos ejercitan su santidad precisamente bajo esta misma bandera... De hecho, no puede haber pecado, ni crimen, ni violencia si no hay libertad, como tampoco puede haber santidad, ni virtud, ni bondad, ni amor...

Este es uno de los parrafos que debe llevarnos a una profunda reflexion. Bendiciones,Luisa.