Pedir al Señor «la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que... dé un paso adelante». Y pedir el «valor apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos».
Esta es la doble recomendación con la que el Papa Francisco concluyó, el martes 28 de abril por la mañana, la homilía de la Misa en la capilla de la Casa Santa Marta.
Al comentar las lecturas del día, el Pontífice se centró especialmente en la primera, tomada de los Hechos de los Apóstoles (11, 19-26), que narra cómo «después de los primeros días de gozo, después de la efusión del Espíritu Santo, había en la Iglesia momentos bellos, pero también muchos problemas».
Uno de éstos era el hecho de que algunos predicaran «el Evangelio a los griegos, a los paganos, a los que no eran israelitas». En efecto, explicó el Papa Francisco, ya «el episodio de Pedro en la casa de Cornelio» había suscitado indignación: «Pero tú fuiste allí, entraste en una casa pagana, has quedado impuro», reprocharon a Pedro.
Ahora sucedía algo parecido: «Tras la persecución, tras el martirio de Esteban» los discípulos se habían dispersado y en Jerusalén quedaban solamente los apóstoles. Algunos de los discípulos habían «llegado a Antioquía y predicaban en las sinagogas, a los judíos».
Pero «otros, llegados de Chipre y de Cirene, comenzaron a hablar también a los griegos, anunciando que Jesús es el Señor: “Y la mano del Señor estaba con ellos y así un gran número creyó y se convirtió”».
Así, cuando «la noticia llegó a los oídos de la Iglesia de Jerusalén, creó inquietud». Hasta el punto que los apóstoles «enviaron una especie de “visita canónica”, diciendo a Bernabé: “Ve, visítalos y luego veremos qué se hace». Sin embargo, «cuando Bernabé llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y llevó tranquilidad y paz a la Iglesia de Jerusalén».
Para el Papa, el episodio narrado en los Hechos de los Apóstoles habla una vez más de «novedad», que irrumpe «en esa mentalidad» según la cual Jesús había venido solamente «para salvar a su pueblo, el pueblo elegido por el Padre». Una mentalidad incapaz incluso de percibir «cómo otros pueblos también forman parte» del plan divino de salvación.
El Santo Padre recordó que en las profecías estaba escrito que el Señor habría venido a salvar a todos los pueblos, tal como lo refiere el capítulo 60 de Isaías. Y sin embargo – dijo – muchos no comprendían estas palabras:
«No entendían que Dios es el Dios de las novedades: 'Yo hago todo nuevo', nos dice»; no comprendían «que el Espíritu Santo vino precisamente a esto, a renovarnos y obra continuamente para renovarnos».
«Un poco da miedo, esto. En la historia de la Iglesia podemos ver, desde ese momento hasta ahora, cuántos miedos hacia las sorpresas del Espíritu Santo».
«Pero ¡hay novedades y novedades!», exclamó el Papa. Algunas novedades «se ve que son de Dios», mientras que otras no. Y se preguntó cómo hacer para distinguirlas.
En este punto, el Papa recordó las palabras de Pedro a los hermanos de Jerusalén, cuando le reprocharon por haber entrado en la casa de Cornelio: «Cuando vi que se les había dado lo que nosotros recibimos, ¿quién era yo para negar el bautismo?».
Es la misma idea presente en el pasaje de la liturgia del día acerca de Bernabé. Tanto de Bernabé como de Pedro se dice que son hombres llenos del Espíritu Santo. «En ambos casos está el Espíritu Santo, que hace ver la verdad. Porque nosotros solos no podemos. Con nuestra inteligencia no podemos».
«Podemos estudiar toda la historia de la salvación, podemos estudiar toda la teología, pero sin el Espíritu no podemos entender. Es precisamente el Espíritu quien nos hace entender la verdad o –usando las palabras de Jesús– es el Espíritu quien nos hace conocer la voz de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen”».
«El ir adelante de la Iglesia es obra del Espíritu Santo. Es Él quien actúa». El mismo «Jesús dijo a los apóstoles: “Yo os enviaré el don del Padre, será Él quien os vaya recordando y os enseñe todo”».
Pero ¿cómo podemos estar seguros de que la voz que escuchamos es la de Jesús y que lo que oímos que se debe hacer es obra del Espíritu Santo? Es necesario rezar:
«Sin oración no hay lugar para el Espíritu. Debemos pedir a Dios que nos envíe este don: ‘Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en cada tiempo lo que debemos hacer’».
Y lo que tenemos que hacer no es siempre lo mismo. «El mensaje es el mismo; pero la Iglesia va hacia adelante, la Iglesia va adelante con estas sorpresas, con estas novedades del Espíritu Santo. Es necesario discernirlas, y para discernirlas es necesario rezar, pedir esta gracia» del discernimiento.
Como hizo Bernabé que «estaba lleno del Espíritu Santo y lo entendió de inmediato», y Pedro que «vio y dijo: “Pero, ¿quién soy yo para negar aquí el bautismo?”». De hecho, el Espíritu Santo «no nos deja equivocarnos».
También en este caso el Papa dijo ser consciente de las objeciones que podrían aducirse a su razonamiento: «Pero, padre, ¿por qué crearse tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, así estamos seguros».
Y la respuesta es que esta hipótesis podría ser «una alternativa», pero se trataría de «una alternativa estéril; una alternativa de “muerte”».
Mientras que es mucho mejor, concluyó, «asumir el riesgo, con la oración, con la humildad, de aceptar lo que el Espíritu nos pide que cambiemos según el tiempo en el que vivimos: este es el camino».
«El Señor nos ha dicho que si comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, tendremos vida. Ahora continuamos esta celebración, con esta palabra: ‘Señor, Tú que estás aquí con nosotros en la Eucaristía, Tú que estarás dentro de nosotros, danos la gracia del Espíritu Santo. Danos la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que dé un paso hacia adelante’».
«Y en esta Misa pidamos este coraje, este coraje apostólico de ser portadores de vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos».
Al comentar las lecturas del día, el Pontífice se centró especialmente en la primera, tomada de los Hechos de los Apóstoles (11, 19-26), que narra cómo «después de los primeros días de gozo, después de la efusión del Espíritu Santo, había en la Iglesia momentos bellos, pero también muchos problemas».
Uno de éstos era el hecho de que algunos predicaran «el Evangelio a los griegos, a los paganos, a los que no eran israelitas». En efecto, explicó el Papa Francisco, ya «el episodio de Pedro en la casa de Cornelio» había suscitado indignación: «Pero tú fuiste allí, entraste en una casa pagana, has quedado impuro», reprocharon a Pedro.
Ahora sucedía algo parecido: «Tras la persecución, tras el martirio de Esteban» los discípulos se habían dispersado y en Jerusalén quedaban solamente los apóstoles. Algunos de los discípulos habían «llegado a Antioquía y predicaban en las sinagogas, a los judíos».
Pero «otros, llegados de Chipre y de Cirene, comenzaron a hablar también a los griegos, anunciando que Jesús es el Señor: “Y la mano del Señor estaba con ellos y así un gran número creyó y se convirtió”».
Así, cuando «la noticia llegó a los oídos de la Iglesia de Jerusalén, creó inquietud». Hasta el punto que los apóstoles «enviaron una especie de “visita canónica”, diciendo a Bernabé: “Ve, visítalos y luego veremos qué se hace». Sin embargo, «cuando Bernabé llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y llevó tranquilidad y paz a la Iglesia de Jerusalén».
Para el Papa, el episodio narrado en los Hechos de los Apóstoles habla una vez más de «novedad», que irrumpe «en esa mentalidad» según la cual Jesús había venido solamente «para salvar a su pueblo, el pueblo elegido por el Padre». Una mentalidad incapaz incluso de percibir «cómo otros pueblos también forman parte» del plan divino de salvación.
El Santo Padre recordó que en las profecías estaba escrito que el Señor habría venido a salvar a todos los pueblos, tal como lo refiere el capítulo 60 de Isaías. Y sin embargo – dijo – muchos no comprendían estas palabras:
«No entendían que Dios es el Dios de las novedades: 'Yo hago todo nuevo', nos dice»; no comprendían «que el Espíritu Santo vino precisamente a esto, a renovarnos y obra continuamente para renovarnos».
«Un poco da miedo, esto. En la historia de la Iglesia podemos ver, desde ese momento hasta ahora, cuántos miedos hacia las sorpresas del Espíritu Santo».
«Pero ¡hay novedades y novedades!», exclamó el Papa. Algunas novedades «se ve que son de Dios», mientras que otras no. Y se preguntó cómo hacer para distinguirlas.
En este punto, el Papa recordó las palabras de Pedro a los hermanos de Jerusalén, cuando le reprocharon por haber entrado en la casa de Cornelio: «Cuando vi que se les había dado lo que nosotros recibimos, ¿quién era yo para negar el bautismo?».
Es la misma idea presente en el pasaje de la liturgia del día acerca de Bernabé. Tanto de Bernabé como de Pedro se dice que son hombres llenos del Espíritu Santo. «En ambos casos está el Espíritu Santo, que hace ver la verdad. Porque nosotros solos no podemos. Con nuestra inteligencia no podemos».
«Podemos estudiar toda la historia de la salvación, podemos estudiar toda la teología, pero sin el Espíritu no podemos entender. Es precisamente el Espíritu quien nos hace entender la verdad o –usando las palabras de Jesús– es el Espíritu quien nos hace conocer la voz de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen”».
«El ir adelante de la Iglesia es obra del Espíritu Santo. Es Él quien actúa». El mismo «Jesús dijo a los apóstoles: “Yo os enviaré el don del Padre, será Él quien os vaya recordando y os enseñe todo”».
Pero ¿cómo podemos estar seguros de que la voz que escuchamos es la de Jesús y que lo que oímos que se debe hacer es obra del Espíritu Santo? Es necesario rezar:
«Sin oración no hay lugar para el Espíritu. Debemos pedir a Dios que nos envíe este don: ‘Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en cada tiempo lo que debemos hacer’».
Y lo que tenemos que hacer no es siempre lo mismo. «El mensaje es el mismo; pero la Iglesia va hacia adelante, la Iglesia va adelante con estas sorpresas, con estas novedades del Espíritu Santo. Es necesario discernirlas, y para discernirlas es necesario rezar, pedir esta gracia» del discernimiento.
Como hizo Bernabé que «estaba lleno del Espíritu Santo y lo entendió de inmediato», y Pedro que «vio y dijo: “Pero, ¿quién soy yo para negar aquí el bautismo?”». De hecho, el Espíritu Santo «no nos deja equivocarnos».
También en este caso el Papa dijo ser consciente de las objeciones que podrían aducirse a su razonamiento: «Pero, padre, ¿por qué crearse tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, así estamos seguros».
Y la respuesta es que esta hipótesis podría ser «una alternativa», pero se trataría de «una alternativa estéril; una alternativa de “muerte”».
Mientras que es mucho mejor, concluyó, «asumir el riesgo, con la oración, con la humildad, de aceptar lo que el Espíritu nos pide que cambiemos según el tiempo en el que vivimos: este es el camino».
«El Señor nos ha dicho que si comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, tendremos vida. Ahora continuamos esta celebración, con esta palabra: ‘Señor, Tú que estás aquí con nosotros en la Eucaristía, Tú que estarás dentro de nosotros, danos la gracia del Espíritu Santo. Danos la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que dé un paso hacia adelante’».
«Y en esta Misa pidamos este coraje, este coraje apostólico de ser portadores de vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos».
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