Wednesday, July 27, 2011

el sacerdote es confesor y director espiritual

El sacerdote, confesor y director espiritual, ministro de la misericordia divina



Donde hay un confesor disponible, antes o después llega un penitente; y donde persevera, incluso de manera obstinada, la disponibilidad del confesor, ¡llegarán muchos penitentes!

Presentación

« Es preciso volver al confesionario, como lugar en el cual celebrar el sacramento de la Reconciliación, pero también como lugar en el que “habitar” más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la Misericordia divina, junto a la presencia real en la Eucaristía » [1] .

Con estas palabras, el Santo Padre Benedicto XVI se dirigía durante el reciente Año sacerdotal a los confesores, indicando a todos y cada uno la importancia y la consiguiente urgencia apostólica de redescubrir el Sacramento de la Reconciliación, tanto en calidad de penitentes, como en calidad de ministros.

Junto a la Celebración eucarística diaria, la disponibilidad a la escucha de las confesiones sacramentales, a la acogida de los penitentes y, cuando sea requerido, al acompañamiento espiritual, son la medida real de la caridad pastoral del sacerdote y, con ella, testimonian que se asume con gozo y certeza la propia identidad, redefinida por el Sacramento del Orden y que nunca se puede limitar a mera función.

El sacerdote es ministro, es decir, siervo y a la vez administrador prudente de la divina Misericordia. A él queda confiada la gravísima responsabilidad de “perdonar o retener los pecados” (cfr. Jn 20, 23); a través de él, los fieles pueden vivir, en el presente de la Iglesia, por la fuerza del Espíritu, que es el Señor y da la vida, la gozosa experiencia del hijo pródigo, el cual, cuando regresa a la casa del padre por vil interés y como esclavo, es acogido y reconstituido en su dignidad filial.

Donde hay un confesor disponible, antes o después llega un penitente; y donde persevera, incluso de manera obstinada, la disponibilidad del confesor, ¡llegarán muchos penitentes!

Redescubrir el Sacramento de la Reconciliación, como penitentes y como ministros, es la medida de la auténtica fe en la acción salvífica de Dios, que se manifiesta con más eficacia en el poder de la gracia que en las estrategias humanas organizadoras de iniciativas, incluidas las pastorales, que a veces olvidan lo esencial.

Acogiendo con intensa motivación la llamada del Santo Padre y traduciendo su intención profunda, queremos ofrecer con este material, fruto maduro del Año sacerdotal, un instrumento útil para la formación permanente del Clero y una ayuda para redescubrir el valor imprescindible de la celebración del Sacramento de la Reconciliación y de la dirección espiritual.

La nueva evangelización y la renovación permanente de la Iglesia, semper reformanda, obtienen dinámica linfa vital de la santificación real de cada miembro; santificación que precede, postula y es condición de toda eficacia apostólica y de la invocada reforma del Clero.

En la generosa celebración del Sacramento de la divina Misericordia, cada sacerdote está llamado a hacer experiencia constante de la unicidad y de la indispensabilidad del Ministerio que se le ha encomendado; esta experiencia contribuirá a evitar esas “fluctuaciones de identidad”, que no pocas veces caracterizan la existencia de algunos presbíteros, favoreciendo el estupor agradecido que, necesariamente, colma el corazón de quien, sin mérito propio, ha sido llamado por Dios, en la Iglesia, a partir el Pan eucarístico y a dar el Perdón a los hombres.

Con estos deseos encomendamos la difusión y los frutos del presente material a la Santísima Virgen María, Refugio de los pecadores y Madre de la divina Gracia.

Vaticano, 9 de marzo de 2011
Miércoles de Ceniza

Mauro Card. Piacenza
Prefecto

X Celso Morga Iruzubieta
Arzobispo tit. de Alba marítima
Secretario

Eventos eclesiales promovidos en internet

Eventos catolicos son promovidos en el Internet.


Los dos grandes eventos católicos programados para 2012, el Congreso Eucarístico Internacional y el Encuentro Mundial de las Familias, ya tienen un portal on line para favorecer y facilitar la promoción, la participación y el acceso a las informaciones relacionadas con esas dos magnas citas de la fe.

El portal para el Encuentro Mundial de las Familias (http://www.family2012.com) que se tendrá en Milán, Italia, del 30 de mayo al 3 de junio de 2012, está disponible en italiano –sección con mayor cantidad de material hasta el momento–, inglés, francés, español, portugués y alemán. El último encuentro de este tipo se tuvo en Ciudad de México en 2009 y, antes, en Valencia, España, con la presencia del Santo Padre Benedicto XVI.

El Congreso Eucarístico Internacional (CEI) que se desarrollará en Dublín, Irlanda, del 10 al 17 de junio de 2012, ofrece una web en siete idiomas (http://www.iec2012.ie/, en inglés, irlandés, polaco, español, italiano, francés y alemán) y la posibilidad de suscribirse a un boletín electrónico gratuito para conocer las últimas novedades en preparación para el gran congreso

Como se dice en la web del CEI, un congreso eucarístico «es una encuentro internacional de gente que busca: 1) promover la toma de conciencia del lugar central que tiene la Eucaristía en la vida y la misión de la Iglesia Católica; 2) ayudar a mejorar nuestra comprensión y celebración de la liturgia; y 3) llamar la atención de la dimensión social de la Eucaristía». El último congreso eucarístico se tuvo en la ciudad canadiense de Quebec, en 2008; el anterior fue en 2004 en Guadalajara, México.

Resulta llamativo y positivo que en las iniciativas católicas para eventos de este tipo se haya vuelto una característica común la incorporación de aplicaciones o perfiles de redes sociales, además de la diversidad idiomática. En el caso del portal para Congreso Eucarístico Internacional hay perfiles en YouTube, Facebook, Twitter, Flickr y Audioboo; en el caso de la web Encuentro Mundial de las Familias hay aplicaciones de Facebook para compartir el material disponible.

Padre Roberto Mena ST

miedo a la soledad

Miedo a la soledad…tu propio desierto

¿Quién no ha sentido soledad alguna vez? La soledad, para la mayoría de las personas es algo insoportable sobre todo esa forma de soledad crónica y depresiva. Muchos en su soledad han visto hundirse sus vidas, hasta han llegado al manicomio, o al suicidio. Sin embargo, muchos también, en su soledad..., han buscado a Dios y le han hallado.

En las Escrituras encontramos a muchos siervos de Dios que fueron llevados por Dios al desierto (desierto físico y también espiritual), porque allí Él les quería hablar al corazón. Moisés fue uno de ellos; David fue otro; Pablo también estuvo allí. En el silencio, en la quietud, lejos del mundanal ruido, Dios les habló, y ellos aprendieron las lecciones más importantes de su vida. "Sólo en el silencio, el corazón puede esperar y escuchar a Dios."

Cuando tú te quedas solo, entonces se caen las caretas, las falsas posturas, y te quedas tal como eres. Y entonces puedes sentir que la mirada escrutadora de Dios te atraviesa hasta adentro. Entonces ves cosas que nunca antes habías visto. ¡Qué importante es este escrutinio de Dios! ¡Cuánto bien hace al alma del creyente! ¿Huirías de la soledad, si allí Dios puede examinarte y hablar a tu corazón?

Muchos temen a la soledad, porque le temen a Dios y temen su juicio. Sin embargo, ¿no tenemos nosotros paz con Dios? ¿No conocemos nosotros a Dios, quien es nuestro Padre? En la soledad crecemos en profundidad, como cuando un árbol echa raíces para luego resistir el vendaval.

Un hijo de Dios -sea joven o adulto- difícilmente va a caer en la soledad crónica y depresiva, porque tiene a su lado a los hermanos, a través de los cuales Dios va a dosificar cuidadosamente la cantidad de soledad necesaria para su alma. En la iglesia nosotros nunca vamos a experimentar esa soledad que destruye. Somos bienaventurados, porque nunca estaremos solos más de lo que Dios considera necesario. Luego de estar allí, en el silencio, el tiempo preciso; luego de crecer en el conocimiento de nosotros mismos y en el conocimiento de Dios, podremos volver, un poco más sabios, algo más crecidos, y con renovadas fuerzas, para seguir avanzando en el camino de la fe.

Por tanto, la soledad -como la tristeza- es una ocasión para crecer en Dios, para esperar en Él, para que se temple en nosotros el dulce y precioso carácter de nuestro amado Señor Jesucristo.
Así que, la soledad, tu soledad, no debe ser tanto "vencida", sino "aprovechada", para la gloria de Dios. Te deseo paz y bien, Dios te bendiga y la santísima Virgen te cubra con su manto.

Wednesday, July 20, 2011

Nunca podemos complacer a todo mundo

Seguramente muchos habremos escuchado en nuestra infancia, de labios de nuestros padres y abuelos, aquel sabio cuento que tenía como protagonistas a un padre y a su hijo. Los dos viajaban con su burro atravesando diversos pueblos, suscitando comentarios muy dispares entre los lugareños.

Al pasar por el primer pueblo, el padre montaba sobre el burro y el hijo caminaba a su vera. Los comentarios no se hicieron esperar: "¡Qué padre tan inmisericorde! ¡El pobre niño caminando y él encima del jumento, como si fuera un sultán!"

Al escuchar las murmuraciones, decidieron cambiarse antes de llegar a la siguiente población, de forma que ahora el padre caminaba y el hijo era quien montaba el borrico. Pero, sin embargo, las críticas no hicieron sino cambiar de signo: "¡Mira qué juventud tenemos hoy en día! ¡El anciano padre caminando, y un muchacho tan ágil, sentado a lomos del burro!"

Visto lo visto, pensaron que lo mejor sería montar los dos sobre el asno al pasar por el tercero de los pueblos. Pero las cosas se pusieron todavía peor: "¡Pobre burro! ¡Los que van montados en él demuestran ser más bestias que el desdichado animal!"

Aturdidos por tanta crítica, decidieron entrar al cuarto pueblo, ambos a pie, junto al burro. Pero, ni por esas...: "Pero, ¡qué tontos! ¿Para eso se han comprado un burro?, ¿para ir andando?".

La moraleja que se nos transmitía con la narración de este cuento, era tan evidente como importante: Necesitamos ser libres del juicio ajeno, para poder obrar en justicia y en verdad. Quien tiene su referente en las críticas de los demás o en los aplausos cosechados, está condenado a no actuar en conciencia.

Pasados ya muchos años, he ido comprendiendo que aquella sabia narración que mi difunto padre nos contaba de pequeños, tiene más aplicaciones de las que él mismo hubiese supuesto. ¿Acaso no le ocurre a la Iglesia hoy en día, lo mismo que a los protagonistas del cuento? ¿No tenemos también nosotros que extraer la enseñanza de conquistar la necesaria libertad interior, para que la vida de la Iglesia sea lo que Dios quiere de ella, sin dejarnos amedrentar por tantas burlas, sátiras y comentarios ligeros?


El padre sobre el burro y el hijo caminando

A veces se le acusa a la Iglesia de paternalismo y/o de autoritarismo: "¡Míralos..., hablan ex cátedra y se creen que están en posesión de la verdad!". En medio de una sociedad en la que la figura del padre, e incluso el mismo sentido de autoridad están en plena crisis, existe una reacción alérgica hacia el Magisterio de la Iglesia.


El hijo montado y el padre a pie

Es de sobra conocida la predicación moral de Iglesia respecto a los más débiles: enfermos, pobres, ancianos, niños no nacidos, huérfanos e hijos de familias desestructuradas, embriones congelados, etc. Pero, sin embargo, tampoco aquí nos libramos de la incomprensión: "¡Cada uno decide los valores que cree que deben ser respetados!". En efecto, la opción cristiana "pro vida", se presenta como enemiga de la mentalidad "pro libre elección".


Los dos montados sobre el asno

Cuando la Iglesia se sirve de los medios modernos para la evangelización -televisión, radio, Internet, presencia en foros públicos, etc-, con mucha frecuencia es percibida y criticada como una intrusa en la vida pública: "¿Por qué tienen que sermonearnos fuera del púlpito?". Y es que, con frecuencia se nos quiere hacer creer que el ámbito de las creencias religiosas se circunscribe únicamente al interior de la conciencia y a la sacristía.


Ambos a pie, junto al burro

Paradójicamente, otras veces la Iglesia es criticada, precisamente, por no dirigirse al hombre de hoy en su propio lenguaje: "¿Cuándo se darán cuenta de que se están quedando anquilosados con esa forma tan obsoleta de evangelizar?". Frente a estas contradicciones, nosotros no podemos perder la conciencia de que los métodos modernos de evangelización, han de ser acompañados con la oración y la penitencia, para que puedan ser eficaces y fecundos.


Moraleja: Nuestro público es Dios

Evidentemente, la moraleja del cuento no puede ni debe ser que, tengamos que hacernos sordos a las correcciones y a las críticas, incluso cuando sean formuladas desde el desamor. Así lo decía sabiamente Unamuno: "Toma consejo del enemigo". Pero, ciertamente, una conclusión necesaria es que no perdamos la paz por causa del ambiente de juicios ligeros y críticas sistemáticas, en el que estamos envueltos. Esta es la moraleja: ¡Nuestro público es Dios! La Iglesia necesita la libertad interior para poder realizar la voluntad de Dios, que es justicia, amor y esperanza para todos los hombres.

Friday, July 15, 2011

El Valor de la Amistad

El Verdadero Valor de la Amistad" Como amigos podemos sentir empatía y solidarizarnos especialmente con el sufrimiento de quienes queremos de verdad. Los verdaderos y auténticos amigos tienen la capacidad de entender y compa...rtir los problemas, los sentimientos, las alegrías, en fin, las emociones en sí mismas, pero sin hacer juicios. Cualquier alegría es mucho más grande, cuando se comparte con alguien; cualquier tristeza es más llevadera cuando se puede descargar en un amigo ó una amiga. Muchas personas tienen amigos sólo para su beneficio propio. El interés genuino se manifiesta en las personas, no en las cosas materiales. Es muy común que cuando una persona vive en la prosperidad le sobren amigos. Esto es fácilmente observable entre los artistas de cine, los deportistas famosos, y otras personas que hacen vida pública y ganan por supuesto mucho dinero. Pero, ¿qué sucede cuando se acaba el dinero? La gran mayoría de los pseudo amigos desaparecen de la faz de la tierra. En una verdadera amistad no hay interés material, el único interés que prevalece es el que se tiene por la persona misma. Interés por disfrutar juntos lo positivo de la vida; interés por crecer juntos; interés por aprender juntos; interés por disfrutar de la compañía de los amigos sin importar si son ricos ó pobres, si te pueden dar algo ó no. También se demuestra la lealtad estando con nuestros amigos ó amigas en las buenas ó en las malas. Especialmente si están enfermas. Es más, la verdadera amistad se demuestra en los momentos de prueba, en los momentos más difíciles. Quizás la forma clásica de demostrar lealtad hacia nuestros amigos, es impedir a toda costa que otras personas hablen mal de nuestros amigos, cuando no están presentes y no se pueden defender de ese ataque. Esto no es fácil. Es necesario armarse de valor para decirle a quien habla mal, que se detenga en ese momento, y que si tiene que decir algo de nuestro amigo ó amiga, que lo diga de frente a las personas que insultó. La lealtad es quizás la característica, por excelencia, de una buena amistad. Algunas veces, por trabajo, estudios u otras preocupaciones, no es posible muchas veces ver a los amigos con la frecuencia que quisiéramos. Llamar a nuestros amigos por lo menos para saludarlos ó escribirles, y saber cómo están tanto de salud como por su familia, es una forma de lealtad; obviamente olvidarnos de ellos es una deslealtad de nuestra parte. Es importante entender que todos somos diferentes y que la verdadera amistad consiste en armonizar nuestras diferencia y apreciar más a fondo lo mejor de nuestros amigos, aceptando aquello que no es placentero, pero que forma parte de su carácter y personalidad. Muchas de las grandes amistades que han existido se han formado entre personas totalmente diferentes tanto en carácter como en pensamiento, y muy diferentes entre sí. El cine y la televisión, a través de su historia, han creado a los personajes de muchas de sus series basados en este simple principio. Todos tenemos defectos. Muchos de nuestros defectos son productos de la herencia de nuestros padres y abuelos, la educación, el medio. Cuando una persona confía en nosotros y nos demuestra su afecto, debemos ver lo positivo que hay en ella y la oportunidad de enriquecernos aprendiendo de sus virtudes y aceptándola con sus defectos, que son muchos. Hay seres humanos que no tienen amigos, porque quieren que las personas con quienes se relacionan sean perfectas, pero, hasta donde se sabe, aún no nace la persona perfecta, solamente el ente perfecto es Dios. Es cierto que debemos ser una influencia positiva para los demás; no hay nada malo que imitemos lo bueno de ellos y que ellos, a su vez, imiten lo bueno de nosotros, pero los cambios que se realizan en una persona deben hacerse porque ella así lo desea y no por nuestro afán de cambiarla. Ninguna relación puede funcionar si no aceptamos a las personas como realmente son en su vida pública. Como seres humanos tendemos a querer cambiar a los demás y hacerlos a la manera que a nosotros nos parecen que debe ser.
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Monday, July 11, 2011

Sacramento de la Reconciliacion

La pérdida de la confesión Donde el sacerdote ya no es confesor, se convierte en un trabajador social religioso. Le falta, de hecho, la experiencia del éxito pastoral más grande confesión Ciertamente no trataré de brindar una nueva exposición sobre la teología de la penitencia y de la misión. Pero quisiera dejarme guiar por el Evangelio hacia la conversión, para luego ser enviados por el Espíritu Santo a llevar a los hombres la buena noticia de Cristo, dijo a los sacerdotes que peregrinaron a Roma con motivo del fin del AñoSacerdotal. En este camino, quisiera ahora recorrer 15 puntos dereflexión. 1. Debemos convertirnos nuevamente en una “Iglesia en camino a los hombres” (Geh-hin-Kirche), como le gustaba decir a mi predecesor, el entonces Arzobispo de Colonia, el cardenal Joseph Höffner. Esto, sin embargo, no puede ocurrir por un mandato. A esto nos debe mover el EspírituSanto. Una de las pérdidas más trágicas que nuestra Iglesia ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX es la pérdida del Espíritu Santo en el sacramento de la Reconciliación. Para nosotros, los sacerdotes, esto ha causado una tremenda pérdida de perfil interior. Cuando los fieles cristianos me preguntan: “¿Cómo podemos ayudar a nuestros sacerdotes?”, entonces siempre respondo: “¡Id a confesaros con ellos!”. Allí donde el sacerdote ya no es confesor, se convierte en un trabajador social religioso. Le falta, de hecho, la experiencia del éxito pastoral más grande, es decir, cuando puede colaborar para que un pecador, también gracias a su ayuda, deje el confesionario siendo nuevamente una persona santificada. En el confesionario, el sacerdote puede echar una mirada al corazón de muchas personas y de esto le surgen impulsos, estímulos e inspiraciones parael propio seguimiento de Cristo. 2. A las puertas de Damasco, un pequeño hombre enfermo, san Pablo, es tirado al suelo y queda ciego. En la segunda Carta a los Corintios, él mismo nos habla de la impresión que sus adversarios tenían de su persona: era físicamente insignificante y de retórica débil (cfr. 2 Cor 10,10). A las ciudades del Asia Menor y de Europa, sin embargo, a través de este pequeño hombre enfermo, será anunciado, en los años venideros, el Evangelio. Las maravillas de Dios no ocurren nunca bajo los “reflectores” de la historia mundial. Estas se realizan siempre a un lado; precisamente, a las puertas de la ciudad como también en el secreto del confesionario. Esto debe ser para todos nosotros un gran consuelo, para nosotros que tenemos grandes responsabilidades pero, al mismo tiempo, somos conscientes de nuestras, a menudo limitadas, posibilidades. Forma parte de la estrategia de Dios: obtener, mediante pequeñas causas, efectos de grandes dimensiones. Pablo, derrotado a las puertas de Damasco, se convierte en el conquistador de las ciudades del Asia Menor y de Europa. Su misión es la de reunir a los llamados en la Iglesia, dentro de la “Ecclesia” de Dios. Aún si —vista desde fuera— es sólo una pequeña y oprimida minoría, es impulsada desde dentro, y Pablo la compara al cuerpo de Cristo, más aún, la identifica con el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Esta posibilidad de “recibir de las manos del Señor”, en nuestra experiencia humana, se llama “conversión”. La Iglesia es la “Ecclesia semper reformanda” y, en ella, tanto el sacerdote como el obispo son un “semper reformandus” que, como Pablo en Damasco, deben ser tirados a tierra desde el caballo siempre de nuevo para caer en losbrazos de Dios misericordioso, que luego nos envía al mundo. 3. Por eso no es suficiente que en nuestro trabajo pastoral queramos aportar correcciones sólo a las estructuras de nuestra Iglesia para poder mostrarla más atractiva. ¡No basta! Tenemos necesidad de un cambio del corazón, de mi corazón. Sólo un Pablo convertido pudo cambiar el mundo, no un ingeniero de estructuras eclesiásticas. El sacerdote, a través de su ser en el estilo de vida de Jesús, está de tal modo habitado por Él que el mismo Jesús, en el sacerdote, se hace perceptible para los otros. En Juan 14, 23, leemos: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”. ¡Esto no es sólo una bella imagen! Si el corazón del sacerdote ama a Dios y vive en la gracia, Dios uno y trino viene personalmente a habitar en el corazón del sacerdote. Ciertamente, Dios es omnipresente. Dios habita en todos lados. El mundo es como una gran iglesia de Dios, pero el corazón del sacerdote es como un tabernáculo en la iglesia. Allí, Dios habita de un modo misterioso yparticular. 4. El mayor obstáculo para permitir que Cristo sea percibido por los otros a través nuestro es el pecado. Este impide la presencia del Señor en nuestra existencia y, por eso, para nosotros no hay nada más necesario que la conversión, también en orden a la misión. Se trata, por decirlo sintéticamente, del sacramento de la Penitencia. Un sacerdote que no se encuentra, con frecuencia, tanto de un lado como del otro de la rejilla del confesionario, sufre daños permanentes en su alma y en su misión. Aquí vemos ciertamente una de las principales causas de la múltiple crisis en la que el sacerdocio ha estado en los últimos cincuenta años. La gracia especialmente particular del sacerdocio es aquella por la que el sacerdote puede sentirse “en su casa” en ambos lados de la rejilla del confesionario: como penitente y como ministro del perdón. Cuando el sacerdote se aleja del confesionario, entra en una grave crisis de identidad. El sacramento de la Penitencia es el lugar privilegiado para la profundización de la identidad del sacerdote, el cual está llamado a hacer que él mismo y loscreyentes se acerquen a la plenitud de Cristo. En la oración sacerdotal, Jesús habla a los suyos y a nuestro Padre celestial de esta identidad: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad” (Jn. 17,15-17). En el sacramento de la Penitencia, se trata de la verdad en nosotros. ¿Cómo es posible que no nos guste enfrentar laverdad? 5. Ahora debemos preguntarnos: ¿no hemos experimentado todavía la alegría de reconocer un error, admitirlo y pedir perdón a quien hemos ofendido? “Me levantaré e iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti” (Lc 15,18). ¿No conocemos la alegría de ver, entonces, cómo el Otro abre los brazos como el padre del hijo pródigo: “su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó” (Lc 15,20)? ¿No podemos imaginar, entonces, la alegría del padre, que nos ha vuelto a encontrar: “Y comenzó la fiesta” (Lc 15,24)? Si sabemos que esta fiesta es celebrada en el Cielo cada vez que nos convertimos, ¿por qué, entonces, no nos convertimos más frecuentemente? ¿Por qué – y aquí hablo de un modo muy humano – somos tan mezquinos con Dios y con los santos del Cielo al punto de dejarlos tan raramente celebrar una fiesta por el hecho de que nos hemos dejado abrazar porel corazón del Señor, del Padre? 6. A menudo no amamos este perdón explícito. Y, sin embargo, Dios nunca se muestra tanto como Dios como cuando perdona. ¡Dios es amor! ¡Él es el donarse en persona! Él da la gracia del perdón. Pero el amor más fuerte es aquel amor que supera el obstáculo principal al amor, es decir, el pecado. La gracia más grande es el ser perdonados (die Begnadigung), y el don más precioso es el darse (die Vergabung), es el perdón. Si no hubiese pecadores, que tuvieran más necesidad del perdón que del pan cotidiano, no podríamos conocer la profundidad del Corazón divino. El Señor lo subraya de modo explícito: “Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc. 15,7). ¿Cómo es posible – preguntémonos una vez más – que un sacramento, que evoca tan gran alegría en el Cielo, suscita tanta antipatía sobre la tierra? Esto se debe a nuestra soberbia, a la constante tendencia de nuestro corazón a atrincherarse, a satisfacerse a sí mismo, a aislarse, a cerrarse sobre sí. En realidad, ¿qué preferimos?: ¿ser pecadores, a los que Dios perdona, o aparentar estar sin pecado, viviendo en la ilusión de presumirnos justos, dejando de lado la manifestación del amor de Dios? ¿Basta realmente con estar satisfechos de nosotros mismos? ¿Pero qué somos sin Dios? Sólo la humildad de un niño, como la han vivido los santos, nos deja soportar con alegría la diferencia entre nuestra indignidad y la magnificenciade Dios. 7. El fin de la confesión no es que nosotros, olvidando los pecados, no pensemos más en Dios. La confesión nos permite el acceso a una vida donde no se puede pensar en nada más que en Dios. Dios nos dice en el interior: “La única razón por la que has pecado es porque no puedes creer que yo te amo lo suficiente, que estás realmente en mi corazón, que encuentras en mí la ternura de la que tienes necesidad, que me alegro por el mínimo gesto que me ofreces, como testimonio de tu consentimiento, para perdonarte todo aquello que me traes en la confesión”. Sabiendo de tal perdón, de tal amor, entonces seremos inundados de alegría y de gratitud. De este modo, perderemos progresivamente el deseo del pecado, y el sacramento de la Reconciliación se convertirá en una cita fija de la alegría en nuestra vida. Ir a confesarse significa hacer un poco más cordial el amor a Dios, sentir, decir y experimentar eficazmente, una vez más – porque la confesión no es estímulo sólo desde el exterior -, que Dios nos ama; confesarse significa recomenzar a creer – y, al mismo tiempo, a descubrir – que hasta ahora nunca hemos confiado de modo suficientemente profundo y que, por eso, debemos pedir perdón. Frente a Jesús, nos sentimos pecadores, nos descubrimos pecadores, que hemos dejado de lado las expectativas del Señor.Confesarse significa dejarse elevar por el Señor a su nivel divino. 8. El hijo pródigo abandona la casa paterna porque se ha vuelto incrédulo. Ya no tiene confianza en el amor del Padre, que lo satisface, y exige su parte de herencia para resolver por sí sólo todo lo que a él concierne. Cuando se decide a volver y pedir perdón, su corazón está aún muerto. Cree que ya no será amado, que ya no será considerado hijo. Vuelve sólo para no morir de hambre. ¡Esto es lo que llamamos contrición imperfecta! Pero hacía tiempo que el padre lo esperaba. Hacía tiempo que no tenía pensamiento que le diera más alegría que el de creer que el hijo podría volver un día a casa. Tan pronto lo ve, corre al encuentro, lo abraza, no le da tiempo ni siquiera para terminar su confesión, y llama a los sirvientes para hacerlo vestir, alimentar y curar. Dado que se le muestra un amor tan grande, el hijo, en ese momento, comienza también a sentirlo nuevamente, dejándose colmar. Un arrepentimiento inesperado le sobreviene. Esta es la contrición perfecta. Sólo cuando el padre lo abraza, él mide toda su ingratitud, su insolencia y su injusticia. Sólo entonces retorna verdaderamente, se vuelve a convertir en hijo, abierto y confidente con el padre, reencuentra la vida: “Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado” (Lc. 15,32), dice elpadre, al respecto, al hijo que había permanecido en la casa. 9. El hijo mayor, “el justo”, ha vivido un cambio similar – así, al menos, quisiéramos esperar que continúe la parábola. El caso de este hijo es, sin embargo, mucho más difícil. ¡No se puede decir que Dios ama a los pecadores más que a los justos! Una madre ama a su niño enfermo, al que dirige sus cuidados particulares, no más que a los niños sanos, a los que deja jugar solos, a los que expresa su amor – no ciertamente menor – pero de modo diverso. Mientras las personas rechazan reconocer y confesar los propios pecados, mientras siguen siendo pecadores orgullosos, Dios prefiere a los humildespecadores. Tiene paciencia con todos. El Padre tiene paciencia también con el hijo que se ha quedado en la casa. Le ruega y le habla con bondad: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo” (Lc. 15,31). El perdón de la insensibilidad del hijo mayor no es expresado aquí pero está implícito. ¡Qué grande debe ser la vergüenza del hijo mayor frente a tal clemencia! Había previsto todo pero no ciertamente esta humilde ternura del padre. De repente, se encuentra desarmado, confundido, copartícipe de la alegría común. Y se pregunta cómo pudo pensar en quedarse a un lado, cómo pudo, aunque por un solo instante, preferir ser infeliz solo mientras todos los otros se amaban y se perdonaban mutuamente. Afortunadamente, el padre está allí y lo trata a tiempo. Afortunadamente, ¡el padre no es como él! Afortunadamente, el padre es mucho mejor que todos los otros juntos. Sólo Dios puede perdonar los pecados. Sólo Él puede realizar este gesto de gracia, de alegría y de abundancia de amor. Por eso, el sacramento de la Penitencia es la fuente de permanente renovación y derevitalización de nuestra existencia sacerdotal. 10. Por eso, para mí, la madurez espiritual de un candidato al sacerdocio, para recibir la ordenación sacerdotal, se hace evidente en el hecho de que reciba regularmente —al menos, en la frecuencia de una vez al mes— el sacramento de la Reconciliación. De hecho, es en el sacramento de la Penitencia donde encuentro al Padre misericordioso con los dones más preciosos que ha de dar, y esto es el donarse (Vergabung), el perdón y la gracia. Pero cuando alguno, a causa de su falta de frecuencia de confesión, dice al Padre: “¡Ten para ti tus preciosos dones! Yo no tengo necesidad de ti y de tus dones”, entonces deja de ser hijo porque se excluye de la paternidad de Dios, porque ya no quiere recibir sus preciosos dones. Y si ya no es más hijo del Padre celestial, entonces no puede convertirse en sacerdote, porque el sacerdote, a través del bautismo, es antes que nada hijo del Padre y, luego mediante la ordenación sacerdotal, es con Cristo, hijo con elHijo. Sólo entonces podrá ser realmente hermano de los hombres. 11. El paso de la conversión a la misión puede mostrarse, en primer lugar, en el hecho de que yo paso de un lado al otro de la rejilla del confesionario, de la parte del penitente a la parte del confesor. La pérdida del sacramento de la Reconciliación es la raíz de muchos males en la vida de la Iglesia y en la vida del sacerdote. Y la así llamada crisis del sacramento de la Penitencia no se debe sólo a que la gente no vaya más a confesarse sino a que nosotros, sacerdotes, ya no estamos presentes en el confesionario. Un confesionario en que el está presente un sacerdote, en una iglesia vacía, es el símbolo más conmovedor de la paciencia de Dios que espera. Así es Dios. Él nos espera toda la vida. En mis treinta y cinco años de ministerio episcopal conozco ejemplos conmovedores de sacerdotes presentes cotidianamente en el confesionario, sin que viniera un penitente; hasta que, un día, el primer o la primera penitente, después de meses o años de espera, se hizo finalmente presente. De este modo, por así decir, se ha desbloqueado la situación. Desde ese momento, el confesionario empezó a ser muy frecuentado. Aquí el sacerdote está llamado a poner de su parte todos los trabajos exteriores de planificación de la pastoral de grupo para sumergirse en las necesidades personales de cada uno. Y aquí debe, sobre todo, escuchar más que hablar. Una herida purulenta en el cuerpo sólo puede sanar si puede sangrar hasta el final. El corazón herido del hombre puede sanar sólo si puede sangrar hasta el final, si puede desahogar todo. Y se puede desahogar sólo si hay alguien que escucha, en la absoluta discreción del sacramento de la Reconciliación. Para el confesor es importante, primero que nada, no hablar sino escuchar. ¡Cuántos impulsos interiores experimenta y recibe el sacerdote, precisamente en la administración del sacramento de la confesión, que le sirven para su seguimiento de Cristo! Aquí puede sentir y constatar cuánto más avanzados que él, en el seguimiento de Cristo, están los simplesfieles católicos, hombres, mujeres y niños. 12. Si nos falta en gran parte este ámbito esencial del servicio sacerdotal, entonces caemos fácilmente en una mentalidad funcionalista o en el nivel de una mera técnica pastoral. Nuestro estar a ambos lados de la rejilla del confesionario nos lleva, a través de nuestro testimonio, a permitir que Cristo se haga perceptible para el pueblo. Para decirlo claramente, con un ejemplo negativo: quien entra en contacto con el material radioactivo, también él se vuelve radioactivo. Si luego se pone en contacto con otro, entonces también -éste quedará igualmente infectado por la radioactividad. Pero ahora volvamos al ejemplo positivo: aquellos que entran en contacto con Cristo, se vuelven “Cristo-activos”. Y si, entonces, el sacerdote, siendo “Cristo-activo”, se pone en contacto con otras personas, éstas ciertamente serán “infectadas” por su “Cristo-actividad”. Ésta es la misión, así como fue concebida y estuvo presente desde el comienzo del cristianismo. La gente se reunía en torno a la persona de Jesús para tocarlo, aunque sólo fuera el borde de su manto. Y quedaban sanados incluso cuando esto ocurría mientras Él estaba de espaldas: “porque salía de él una fuerza que sanaba a todos” (Lc.6,19). 13. Con nosotros, en cambio, con frecuencia las personas huyen, ya no buscan nuestra cercanía para entrar en contacto con nosotros. Por el contrario, como dije, se nos escapan. Para evitar que esto suceda, debemos plantearnos la pregunta: ¿con quién entran en contacto cuando se ponen en contacto conmigo? ¿Con Jesucristo, en su infinito amor por la humanidad, o bien con alguna privada opinión teológica o alguna queja sobre la situación de la Iglesia y del mundo? A través de nosotros, ¿entran en contacto con Jesucristo? Si este es el caso, entonces las personas tendrán vida. Hablarán entre ellas de tal sacerdote. Se expresarán sobre él con términos similares: “Con él sí se puede hablar. Me entiende. Realmente puede ayudar”. Estoy profundamente convencido de que la gente tiene una profunda nostalgia de tales sacerdotes, en los cuales pueden encontrar auténticamente a Cristo, que los hace libres detodos los lazos y los vincula a su Persona. 14. Para poder perdonar realmente, tenemos necesidad de mucho amor. El único perdón que podemos conceder realmente es el que hemos recibido de Dios. Sólo si experimentamos al Padre misericordioso, podemos hacernos hermanos misericordiosos para los otros. Aquel que no perdona, no ama. Aquel que perdona poco, ama poco. Quien perdona mucho, ama mucho. Cuando dejamos el confesionario, que es el punto de partida de nuestra misión, tanto de un lado como del otro de la rejilla, entonces se quisiera abrazar a todos, para pedirles perdón y esto ocurre especialmente después de habernos confesado. Yo mismo he experimentado de forma tan gratificante el amor de Dios que perdona, como para poder solamente pedir con urgencia: “¡Acoge también tú su perdón! Toma una parte del mío, que ahora he recibido en sobreabundancia. ¡Y perdóname que te lo ofrezca tan mal!”. Con la confesión se vuelve dentro del mismo movimiento del amor de Dios y del amor fraterno, en la unión con Dios y con la Iglesia, del cual nos había excluido el pecado. Si Dios nos ha enseñado a amar de un modo nuevo, podemos y debemos amar a todos los hombres. Si no fuese así, sería un signo de que no nos hemos confesado bien y que, por lo tanto, deberíamos confesarnos denuevo. Probablemente, el más grande sacerdote confesor de nuestra Iglesia es el Santo Cura de Ars. Gracias a él tenemos el Año Sacerdotal y, por lo tanto, nuestro actual encuentro como sacerdotes y obispos con el Santo Padre aquí en Roma. Con este santo párroco he reflexionado sobre el misterio de la santa confesión ya que su ministerio cotidiano de la reconciliación, en el confesionario de Ars, ha hecho que se convirtiera en un gran misionero para el mundo. Se ha dicho que, como sacerdote confesor, ha vencido espiritualmente a la Revolución francesa. Lo que me ha inspirado este diálogo espiritual con Juan María Vianney, lo he dicho aquí. Sin embargo, me ha recordado también algo muyimportante. 15. ¡Amamos a todos, perdonamos a todos! ¡Hay que prestar atención, sin embargo, a no olvidar a una persona! Existe un ser, de hecho, que nos desilusiona y nos pesa, un ser con el que estamos constantemente insatisfechos. Y somos nosotros mismos. Con frecuencia tenemos bastante de nosotros. Estamos hartos de nuestra mediocridad y cansados de nuestra misma monotonía. Vivimos en un estado de ánimo frío e incluso con una increíble indiferencia hacia este prójimo más próximo que Dios nos ha confiado para que le hagamos tocar el perdón divino. Y este prójimo más próximo somos nosotros mismos. Está dicho, de hecho, que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (cfr. Lv. 19,18). Por lo tanto, debemos amarnos también a nosotros mismos así como tratamos de amar a nuestro prójimo. Entonces debemos pedir a Dios que nos enseñe que debemos perdonarnos: la rabia de nuestro orgullo, las desilusiones de nuestra ambición. Pidamos que la bondad, la ternura, la paciencia y la confianza indecible con la que Él nos perdona, nos conquiste hasta el punto de que nos liberemos del cansancio de nosotros mismos, que nos acompaña por todas partes, y con frecuencia incluso nos causa vergüenza. No somos capaces de reconocer el amor de Dios por nosotros sin modificar también la opinión que tenemos de nosotros mismos, sin reconocer a Dios mismo el derecho de amarnos. El perdón de Dios nos reconcilia con Él, con nosotros, con nuestros hermanos y hermanas, y con todo el mundo. Nos hace auténticosmisioneros. ¿Lo creéis, queridos hermanos? ¡Probadlo, hoy mismo!

Saturday, July 02, 2011

inmaculado corazon de Maria

MARÍA NOS AMA CON CORAZÓN DE MADRE !!!

Hoy celebra la Iglesia el amor que nos tiene la Madre de Dios y Madre nuestra representado en su Inmaculado Corazón. Quizá de nada estamos tan seguros como del amor que nos tiene nuestra propia madre. ¡Cuánto más seguros estaremos y cómo será de inmenso su amor, tratándose de María Santísima, la... Madre que Jesús nos entregó desde la Cruz.

Decimos en este día que María nos quiere con un corazón inmaculado, sin mancha. Nos ama con un corazón que jamás ha querido algo desordenadamente, porque, en todo momento, dirige sus afectos a través de Dios. Siendo María la llena de Gracia, hay en Ella una sintonía máxima con Dios. Por el singular privilegio de su concepción sin pecado, no padece las consecuencias del apartamiento de Dios y en todo momento goza de una visión clara de la verdad, con la que descubre de modo inmediato el atractivo y el bien de amar a Dios.

María siempre ama. Cada instante de su existencia es para nuestra Madre una clara ocasión de intimidad con su Creador, que va concretando al actualizar la conducta que más agrada a Dios. De un modo o de otro, las suyas son de continuo actitudes maternales, actitudes, por tanto, de servicio, entregada a su Hijo Jesucristo y a todos los demás hombres –sus hijos adoptivos–, destinados por la Encarnación y la Redención a la Vida Eterna.

El Corazón de María no tiene experiencia sino de amar. No hay en Ella relación con el diablo, padre de la mentira, por eso su corazón no está viciado de egoismo. María no es como nosotros, que con frecuencia –engañados– preferimos un interés particular –no lo que Dios espera– antes que amar a nuestro Creador.

La singular claridad de inteligencia de María le permitía reconocer a Dios junto a sí, que aguardaba a cada paso su amor. Nada aparecía como indiferente para la Llena de Gracia. Hasta lo que resultaba más insignificante para sus contemporáneos, era para Ella una valiosa ocasión de entregarse generosamente y agradecida a su Creador.

Así, no veía María con desagrado el esfuerzo de buscar una y otra vez lo más perfecto en el trabajo, lo más generoso en el servicio, la perseverancia cotidiana y continua en la oración –todo es oración para María, que no pierde la presencia actual de Dios–; por el contrario, contempla a su Señor más cercano a cada instante, por eso, cada vez –a cada instante– es más feliz aunque le cueste.

Confiando en este amor que ha puesto totalmente en Dios y por Él en la humanidad, nos acogemos a su maternal cariño. No puede defraudarnos, ya que nos ama con el mismo corazón inmaculado con el que quiere a Dios como nadie más le ha querido ni le puede querer. Su gran amor al Creador, de quien quiso ser esclava y a quien se entregó deseosa de que se cumpliera en Ella su palabra, manifiesta –por la calidad de su entrega– la perfección y generosidad de su corazón lleno de Gracia.

Animada de esas mismas disposiciones acogió la petición de su Hijo al pie de la Cruz de ser Madre nuestra. Por eso, aunque la Sagrada Escritura narre pocos detalles de la entrega maternal de María a los discípulos de su Hijo, estamos seguros de su desvelo por los Apóstoles y de la eficacia de su intercesión en favor de la Iglesia naciente. Su amor por los hombres brota del mismo amor con que sirvió a Dios como corredentora en los días de su vida mortal. Y ahora, como siempre, prodiga su protección sobre la Iglesia Universal. Se hace más patente, en todo caso, para quienes se acogen acogen de modo especial a su protección, y confiados acuden como niños buscando su auxilio, persuadidos de que será por los siglos apoyo infalible de los hombres en el camino hasta la eterna bienaventuranza.

Tampoco faltarán en la historia futura de la humanidad esas intervenciones extraordinarias de la Madre de Dios y Madre nuestra, de las que tenemos ya repetida experiencia. ¡Cuántos santuarios de la Virgen conmemoran por el mundo su maternal protección a lo largo de los siglos! El suyo es un corazón permanentemente a nuestro favor; que nos ama, aunque, demasiado pendientes de nuestras cosas, casi no nos acordemos de Ella. También entonces vigilará María. Querrá salir al paso de las penas y dolores de sus hijos, y fácilmente notaremos su cariño a poco que fomentemos su devoción.

Del mismo modo que se adelantó, aliviando el problema que por un descuido iban a tener los jóvenes esposos de Caná de Galilea –según narra san Juan–, también sale al paso de los hombres de hoy. Hasta el final de los tiempos, además del amor que siente por la humanidad, siendo Llena de Gracia, María tiene asumido el encargo de su Hijo, que quiso que nos hiciéramos niños y que no nos faltara nunca una protección maternal.

Acudir, en fin, a Santa María, es señal infalible de gloriosa predestinación. Con su corazón de Madre, no sólo nos quiere bienaventurados en el Cielo, sino también –como lo fueron los santos– felices en la tierra.

Friday, July 01, 2011

optimismo

No es el calor del verano. No es lo empinado del camino tras cumplir los cuarenta. No son las canas que ya ornan mi cabeza. Cada vez veo más claro que nuestra civilización da muestras de cansancio.

Cada vez se me hace más evidente que hay signos de grietas aquí y allí, de tensiones que se acrecientan sin resolverse. Estamos hacia el final de una época, y eso será más claro de día en día.

Las grandes desigualdades sociales que no van camino de corregirse, sino de acrecentarse, de cronificarse de una manera más radical. Esas desigualdades no importarían si todos viéramos que se van aminorando, que vamos por el camino correcto. Pero no es así.

El auge de un cierto anarquismo de nuevo cuño es otro elemento indudable que va sumando triunfos entre los jóvenes más desfavorecidos.

La no existencia de barreras morales en cada vez más individuos de la sociedad. Aumenta el porcentaje de ciudadanos carentes de forma absoluta de un código moral de cualquier tipo. Las aberraciones se hacen más frecuentes, más profundas.

Las relaciones entre moral y economía son indudables. Y lamentablemente los que están al mando del dinero carecen de escrúpulos. También está el problema de la degradación de la democracia que todos los países están viviendo desde hace muchos decenios.

Desde hace algún tiempo, me siento como si andara en una sociedad que puede estallar. No mañana, pero sí en un plazo de años no muy largo. Que Dios nos asista. Pero me veo como testigo en el futuro de los mismos errores de tiempos pretéritos. Si alguien considera que este post es un poco pesimista, le doy toda la razón. Pero las cosas no van ciertamente a mejor.

La Ciencia avanza, pero los individuos están retrocediendo.

Padre Roberto Mena ST