Para curar la chismeadicción
La adicción a los chismes se da en diversas formas entre los seres humanos. Seguramente las dos formas más graves de adicción son la activa y la pasiva. En la activa, uno se convierte en promotor de chismes. En la pasiva, uno alimenta su corazón continuamente con chismes.
Las dos formas viven e interactúan conjuntamente: no hay narrador de chismes si no hay quienes escuchan chismes. Por lo mismo, las dos adicciones pueden ser sanadas simultáneamente.
Para curar la chismeadicción, lo primero es entender cómo funciona, de dónde surge y se alimenta. Hay chismes porque el ser humano tiene un deseo irrenunciable de conocer. Queremos saber los nombres de las estrellas y las distintas clases de mamíferos que existen; y también queremos conocer lo que ocurre detrás de las paredes del vecino o cuál es la última novia de un importante jugador de fútbol.
Algunos conocimientos son sanos, pero no siempre útiles. Otros son neutros: da igual saber o no saber algo sobre temas sin mayor transcendencia. Y otros conocimientos son malsanos: dañan a quien los difunde, a quien los “consume”, y a las víctimas que ven cómo se divulgan hechos de su vida privada que nadie debería difundir.
La curiosidad, por lo tanto, es el caldo de cultivo más fecundo para el mundo de los chismes. Normalmente es una curiosidad adaptada a cada uno: saber detalles de la vida privada de los vecinos me interesa más a mí que a quienes viven tres calles más abajo. Otras veces se trata de curiosidades promovidas por la fama de las personas: millones de personas siguen con avidez cualquier rumor, aunque sea falso, de su cantante favorito, o de aquel gran tenista, o de un político que tiene muchos amigos y muchos enemigos.
El camino que destruye la chismeadicción pasa, por lo tanto, por un sano control de la propia curiosidad. Ese control permite dejar de lado aquello que no es necesario saber para dedicar lo mejor del propio tiempo y de la inteligencia para temas serios, valiosos, exigentes, útiles, urgentes.
Llegar a ese control significa, por un lado, no iniciar el fuego incontenible de los chismes. A veces por casualidad, o porque nos dejamos llevar por la curiosidad malsana, o porque otros llegaron para contarnos “la última novedad”, llegamos a conocer un chisme nuevo e innecesario. En esos casos, y con un poco de esfuerzo, podemos ser como esas paredes que impiden la difusión del ruido: lo que llega a mis ojos o a mis oídos muere allí mismo, cuando se trata de algo que no debe ser divulgado, de un chisme que daña injustamente a los que son objeto del mismo.
Por otro lado, se puede aplicar a los chismes lo que se dice en Internet sobre los trolls (o troles, según el neologismo que se prefiera): cuanto más caso se hace a un chismoso tanto más fuerte se siente y se agrava en su enfermedad. Por lo mismo, para no “alimentar al chismoso”, lo mejor es no hacerle sentir que es importante. Cuesta ser tajante, pero una palabra sincera con la que digamos a quien ha caído en la chismoadicción que no queremos escuchar sus “noticias” puede llegar a ser el inicio de su curación (y una buena vacuna para no llegar a contagiarnos de una enfermedad sumamente agresiva).
Afrontar el tema de la chismeadicción sólo en clave represiva es una estrategia insuficiente. Lo mejor para no tener tiempo para difundir o para consumir chismes, como ya dijimos, es ocupar el corazón, la mente y el tiempo en actividades útiles, en lecturas provechosas, en temas importantes.
En un mundo donde la usura destruye miles de vidas, donde cada año son eliminados millones de hijos en el seno materno, donde hay banqueros que especulan sobre la pobreza de los pueblos, donde millones de personas viven sin esperanza, donde la droga destruye la psicología de jóvenes y adultos, ¿podemos permitirnos la curiosidad malsana que gasta nuestro tiempo en seguir las aventuras románticas de un cantante de moda?
Ciertamente, no podemos pasar toda la vida en temas serios. Conocer en qué tienda compró un familiar su corbata puede ser sano y hasta útil para ahorrar un poco. Pero estar un día sí y otro también a la caza de chismes, verdaderos o falsos, que absorben nuestras mentes y agotan nuestro tiempo, significa haber perdido el rumbo y caer en las redes de curiosidades destructivas.
Curar la chismeadicción es un trabajo ingente, pero vale la pena. Romper con los chismes será una gran conquista para muchos: para quienes han perdido parte de su tiempo en la tarea de divulgar “noticias” que no eran más que chismes dañinos; para quienes han nutrido su alma con bagatelas que en nada les ayudaban; y para tantos hombres y mujeres que han perdido su buena fama por culpa de chismosos sin escrúpulos.
Desde esa curación, de un modo bellamente sorprendente, descubriremos un enorme potencial de tiempo disponible para el bien, para la verdad, para la justicia. Con ese tiempo a disposición no sólo repararemos el daño hecho en otros por culpa de chismes venenosos, sino que tendremos más conocimientos y más energías para afrontar necesidades urgentes de familiares, amigos, y de tantos hombres y mujeres que esperan manos amigas para salir de situaciones graves de miseria y de abandono.
Padre Roberto Mena ST
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