Uno de los debates culturales más serios del momento actual es el que mantienen
entre sí el laicismo y religión. Dos fuerzas que aspiran a asumir la hegemonía
cultural de nuestra sociedad, dos polos contrapuestos sobre los que gravita el
pensamiento contemporáneo y en medio de estos dos frentes nos encontramos
nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI obligados a tomar una postura en
consonancia con nuestras aspiraciones personales. El humanismo sin Dios aspira a
sustituir al humanismo religioso.
Desde h ace tiempo un secularismo
sectario nos invade por todas las partes su mensaje no es nada alentador: la
religión tiene que desaparecer del ámbito público y quedar relegada a la
sacristía, como si se tratara de una amenaza para la sociedad. Su voz debe ser
silenciada, sus manifestaciones públicas prohibidas, sus signos y símbolos
retirados de los lugares públicos, si algún derecho tiene a existir sería única
y exclusivamente en el ámbito estrictamente privado ¿Por qué?... pues porque un
Estado debe ser laico que es tanto como decir neutral y la neutralidad es
ausencia de religión.
Estamos cansado de oír decir por ahí que para ser
libre no hay que creer en nada... Falacias y más falacias. “¿Qué se va a poner
donde estaba el tradicional Cristo agonizante? Se preguntaba Unamuno ¿Una hoz y
un martillo? ¿Un compás y una escuadra? O ¿qué otro emblema confesional? Porque
hay que decirlo claro, y de ello tendremos que ocuparnos: la campaña es de
origen confesional. Claro que de confesión anticatólica y anticristiana. Porque
lo de la neutralidad es una engañifa”. Lo decía Unamuno y lo dice también
Benedicto XVI “El laicismo ha dejado de constituir un elemento de neutralidad
capaz de abrir espacios de libertad para todos”. , El laicista, cuando habla de
religión, no le da igual una cosa u otra, claro que no, se muestra abiertamente
en contra de ella y esto no es neutralidad.
El laicismo no es neutral
cuando trata de excluir al creyente de la vida publica y trata de relegarle a la
sacristía. No es neutral cuando se comporta como lo viene haciendo el Parlamento
Europeo acusando tendenciosamente a unos y exculpando a otros o el Tribunal de
Derechos Humanos de Estrasburgo al prohibir la presencia de crucifijos en las
escuelas. No se es neutral cuando al creyente se le coarta y restringe sus
derechos y libertades.
No se es neutral cuando a través de los medios de
comunicación se manipulan las noticias, aireando lo que perjudica y silenciando
lo que favorece a la Iglesia. El presunto neutralismo laicista , no es tal, ni
nunca lo ha sido. En realidad, los hombres y las mujeres, necesitan creer en
algo, lo que sea. Sucede que hay una confesionalidad sin Dios; pero al fin y al
cabo confesionalidad y los dogmas religiosos de los que se prescinde, acaban
siendo sustituidos por otros. La aconfesionalidad ligada a la inocencia
política, en la práctica, no existe, lo que sucede hoy es que el celo laicista
por hacer olvidar a Dios, es bastante más intolerante que el celo del creyente
por hacerle presente.
Hemos afrontado al tercer milenio con grandes
incertidumbres. A estas alturas hay quien se dispone a vivir una época
definitivamente posreligiosa, mientras que otros aseguran que el futuro de la
humanidad será religioso o no será. De lo que no hay duda es de que tanto
creyentes como no creyentes tendrán que hacer frente a un mismo destino porque
pertenecen a la misma familia humana, comparten los mismos miedos, se sienten
agitados por las mismas ansias de felicidad. Todos se ven en la necesidad de
tener que admitir que la muerte es parte de la vida. Sobre unos y otros gravita
el mismo interrogante, no exento de dramatismo: ¿Qué nos queda después de haber
vivido? La inmanencia o la trascendencia son las dos posibles respuestas a esta
pregunta, hay que elegir entre el más acá o el más allá, entre la nada o la
infinitud, dos abismos sin fondo ambos estremecedores; pero no hay más
alternativas posibles y es aquí donde los caminos de unos y de otros se
separan
Hubo un tiempo en que la gente estaba preo cupados por el futuro,
hoy no, hoy se vive con intensidad el presente, al más puro estilo del “Carpe
diem”. Los hombres y mujeres de hoy quieren ser felices aquí abajo, siguiendo la
consigna de Nietzsche. “Os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra
y no deis crédito a los que os hablan de fe en esperanzas sobrenaturales”. El
actual laicismo ha sabido traducir bien este mensaje nietzschiano en un slogan
publicitario que colgado de los autobuses ha deambulando por acá y por allá
haciéndose visible en plazas y calles de nuestras ciudades y que reza así:
“PROBABLEMENTE DIOS NO EXISTE. DEJA DE PREOCUPARTE Y DISFRUTA DE LA VIDA”. Se
trata de una llamada dirigida a las personas. Se nos invita a comer de todos los
frutos prohibidos de un huerto que ya no tiene dueño. La estrategia laicista se
pone así de de manifiesto; no se pretende ya sólo expulsar a Dios de la sociedad
y del estado, también de las familias y de las conciencias.
¿Por qué
así? Sencillamente porque Dios es considerado el enemigo de la vida y de todo lo
humano; se piensa que mientras Él esté presente, los hombres no podrán nunca ser
felices y libres. La afirmación del hombre conlleva la negación de Dios, en
consecuencia para poder disfrutar de la vida, previamente hemos de liberarnos de
unos mandatos y preceptos divinos opresivos que la religión se ha encargado de
imponer a las conciencias. La última razón en la que el laicismo se fundamenta
para combatir a la moral religiosa, es la de que mata los anhelos de las
aspiraciones humanas; pero habría que preguntarse; una vez removido Dios del
horizonte moral ¿ qué queda ya? no más que el vacío, así lo reconocen los mismos
ateos.
Se comenzó pensando que una humanidad huérfana de Dios ensalzaría
al hombre, le haría dueño de su propio destino; pero la experiencia nos ha ido
demostrando que una humanidad sin Dios ni es más grande, ni es más libre, ni es
más feliz. Del desencanto hemos ido pasando a la indignación, de la indignación
a la resignación después de haber constatado que el estado del bienestar es
frágil y huidizo como la propia vida y es aquí donde ahora nos encontramos.
¿Cómo habrá de ser el humanismo para siglo XXI? A nivel mundial se
perciben signos que apuntan en la dirección de una religiosidad renovada capaz
de devolver a los hombres y mujeres esa esperanza abierta a la trascendencia que
tanto necesita. Presiento que el cristianismo volverá ser en Occidente lo que
nunca debió de dejar de ser. Creo sinceramente que el hombre moderno tarde o
temprano volverá sus ojos al humanismo de la esperanza, porque es en él donde
podrá encontrar la razón última para seguir viviendo. Sólo Dios puede ser la
última respuesta de un mundo desesperanzado como el nuestro que se está quedando
sin horizonte.
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