Conoce el itinerario de la visita del Papa: arranca con mariachis
Benedicto XVI permanecerá en México desde el 23 de marzo hasta el 26 del mismo mes, cuando se desplazará hasta Santiago de Cuba
Un grupo de mariachis y un ballet folclórico recibirán al sumo pontífice Benedicto XVI el próximo 23 de marzo a su llegada a México, según el programa oficial de la visita al estado mexicano de Guanajuato publicado hoy.
Según el programa, que apareció en los principales diarios de León, la recepción oficial al papa se efectuará a las 16:30 horas del viernes 23 en el Aeropuerto Internacional de Guanajuato, en el municipio de Silao.
En la recepción están previstos saludos, honores militares, himnos, unas palabras del presidente mexicano, Felipe Calderón, un mensaje del Papa, así como la presentación del Ballet Folclórico de la Universidad de Guanajuato y de un grupo de mariachis.
La jornada concluirá con un recorrido en el papamóvil desde el aeropuerto al Colegio Miraflores, donde pernoctará las tres noches de la visita.
El sábado 24 a las 17:30 horas, Benedicto XVI recibirá las llaves de la ciudad de Guanajuato en la Glorieta Santa Fe, donde comienza la ciudad, con la participación del gobernador del estado, Juan Manuel Oliva, y el alcalde de la urbe, Edgar Castro.
La alcaldía de Guanajuato dio a conocer hoy en un comunicado la llave oficial que será entregada al papa, una obra diseñada por el artista Jesús Hernández y que está elaborada en níquel con figuras doradas incrustadas.
En la manija está tallada una Virgen de Guadalupe y la palabra " México", mientras que del otro lado se aprecia un águila.
Después de recibir la llave, Benedicto XVI hará un recorrido en el papamóvil de la Glorieta Santa Fe a la Casa del Conde Rul.
Esa tarde habrá un encuentro oficial entre el Papa y el presidente Calderón y unos minutos después desde el balcón, Benedicto XVI dirigirá un mensaje a los niños que se congreguen en la Plaza de la Paz.
En esta actividad al Papa lo acompañarán el presidente Calderón, el gobernador Oliva, el arzobispo de León, José Guadalupe Martín Rábago, y del nuncio apostólico Christophe Pierre.
De acuerdo con esta agenda, esa noche se trasladará en vehículo cerrado a León, donde será recibido en la Puerta del Milenio, monumento que marca el comienzo de la ciudad.
En este punto le serán entregadas las llaves de la ciudad por parte de las autoridades del estado y la alcaldía, jornada que concluirá con un recorrido en papamóvil desde la Puerta del Milenio hasta el Colegio Miraflores.
Durante la mañana del domingo 25, Benedicto XVI será trasladado al Parque Guanajuato Bicentenario en Silao, donde también se le entregarán las llaves de la ciudad y donde ofrecerá la misa masiva.
El Papa Benedicto XVI permanecerá en México desde el 23 de marzo hasta el 26 del mismo mes, cuando se desplazará hasta Santiago
P. Roberto Mena S.T. es un Siervo Misionero de la Santisima Trinidad, originario de Guatemala, Centroamérica. Es el Director Hispano de Comunicaciones de los Siervos Misioneros en Silver Spring, Maryland. Ayuda los fines de semana como Pastor Asistente en la Parroquia San Bernardo de Riverdale Park, Maryland. Tiene programas radiales en www.esneradio.com y ewtn radio www.ewtn.com
Thursday, March 22, 2012
el Papa Benedicto en Mexico
El papa Benedicto XVI, guardián de la doctrina de la fe
Identificado con el ala conservadora de la Iglesia, el Pontífice ha generado polémica por sus posturas; mañana llega a México, en su primera visita
Custodio de la fe, sucesor del apóstol Pedro, escritor, filósofo, humanista y teólogo. Es el papa alemán Benedicto XVI, actual líder de la Iglesia católica, quien, a partir de este viernes y hasta el lunes 26, realizará su primera visita pastoral a nuestro país.
A decir de Saulo Hernández, especialista en temas religiosos y catolicismo, Benedicto XVI es una de las figuras más importantes para el mundo católico y el cristianismo. Se trata del antiguo encargado de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe durante el pontificado de Juan Pablo II y también uno de los personajes más conservadores del clero.
Es un religioso que, desde su época de obispo cuando participó en el Concilio Vaticano II, ha combatido constantemente las ideas “modernistas” dentro de la Iglesia católica, como la llamada teología de la liberación.
Sin embargo, a pesar de las “enormes” diferencias entre Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, el pontificado de Benedicto XVI representa continuidad en el fondo en lo realizado por su antecesor y diversidad en la forma en que ha sido conducida la Iglesia en los últimos seis años, según Hernández.
Acusado injustamente: experto
Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en Marktl am Inn, Alemania. Cuando cumplió 12 años sintió la vocación de ser sacerdote y decidió ingresar al seminario de Traunstein, donde realizó sus estudios eclesiásticos. Cuatro años más tarde, en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, él y sus compañeros seminaristas, como miles de jóvenes alemanes, fueron reclutados al denominado Flak, un escuadrón antiaéreo del ejército alemán.
En 1945, cuando las fuerzas aliadas se acercaban a Alemania, Ratzinger dejó el ejército y volvió a casa para continuar sus estudios religiosos y ser ordenado sacerdote seis años después, el 29 de junio de 1952, junto con su hermano Georg.
Que en su juventud haya militado en las milicias alemanas le ha traído a Ratzinger numerosas críticas de diversos sectores; sin embargo, para Andrés Balmori, historiador de la Iglesia, el que se hable constantemente sobre este episodio de la vida del Papa tiene por único objetivo perjudicar su imagen con mentiras y sin argumentos sustentados.
“No es que Benedicto XVI haya deseado formar parte de las Juventudes de Hitler, sino que en esa época pertenecer a éstas era una obligación para todo joven alemán, era como el Servicio Militar en México.
“Sin lugar a duda son unos ignorantes quienes toman como supuesto argumento el que el Papa perteneció a las Juventudes (Hitlerianas) para atacarlo e intentar dañar con ello su imagen y a la Iglesia”, explicó el experto a Excélsior.
Posteriormente, las labores pastorales de Joseph rindieron frutos: participó como consultor teológico en el Concilio Vaticano II convocado por el entonces papa Juan XXIII y en marzo de 1977 fue consagrado, por el entonces pontífice Pablo VI, arzobispo de Münich y Freising, Alemania, para luego ser nombrado cardenal, eligiendo “cooperador de la verdad”, como su lema episcopal.
“Durante 1978, en el verano conocido como el de los tres papas, el ya cardenal Ratzinger participó en las exequias de Pablo VI, en el cónclave que eligió a Juan Pablo I y, posteriormente, en el que resultó electo su gran amigo y predecesor Juan Pablo II”, resumió el especialista.
En 1981, Joseph Ratzinger aceptó la invitación de Juan Pablo II para asumir el cargo, dentro de la curia vaticana, de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Desde esa posición asumió la responsabilidad de custodiar la pureza de la fe católica de ideologías contrarias a la doctrina plasmada en el Evangelio, como la llamada teología de la liberación, entonces de moda.
Presidió también la Comisión para la preparación del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, el cual fue presentado en 1992.
Años después y poco antes de buscar el retiro “para dedicarse a escribir e impartir clases en su natal Alemania”, Juan Pablo II falleció y en el cónclave de cardenales de abril de 2005 para elegir al futuro líder de la Iglesia, Joseph Ratzinger fue designado como el Papa número 265 de la historia, bajo el nombre de Benedicto XVI.
Durante casi siete años de pontificado, Benedicto XVI ha efectuado 23 viajes apostólicos internacionales, ninguno de ellos a México, hasta el de este viernes, y ha publicado tres encíclicas.
Los temas controversiales
El discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, en el cual hizo alusión al Islam; sus declaraciones con respecto del condón, en su viaje a África; la solicitud de mayor apertura religiosa; sus constantes mensajes en contra del aborto y el matrimonio homosexual; los casos de abuso sexual contra niños por parte de sacerdotes de la Iglesia católica; sus escritos sobre temas económicos en su encíclica La caridad en la verdad, son sólo algunos de los temas abordados por el Papa que han causado polémica internacional.
A esto se suman los denominados VatiLeaks, informaciones surgidas del interior de la Santa Sede, en las que se auguraba una futura dimisión de Benedicto XVI, un posible complot para asesinarlo y acusaciones de desvío de recursos de organizaciones del Vaticano.
“Todo Papa, cuando se pronuncia sobre temas delicados, genera controversias, y Benedicto XVI no es la excepción, pues no todos están de acuerdo con lo que dice la Iglesia católica (...) como el matrimonio gay o el aborto”, dijo Rivera Díaz.
Para Balmori Laguna, uno de los mayores retos para el pontificado de Ratzinger, y que ha sido enfrentado con “total valor y determinación”, son los abusos sexuales cometidos contra niños por sacerdotes.
Un vicario bien informado
Especialistas consideran que si bien el papa Benedicto XVI no había visitado anteriormente nuestro país, el máximo pontífice está muy al pendiente de lo que sucede en México:
De acuerdo con el religioso Pedro Agustín Rivera Díaz, rector de la Antigua Basílica de Guadalupe, a pesar de que el Papa Benedicto XVI no ha visitado México como máximo jerarca de la Iglesia católica, Joseph Ratzinger está muy bien informado sobre la realidad que se vive en el país.
De acuerdo con su perspectiva, el sumo Pontífice alemán está muy consciente de lo que actualmente vive el pueblo mexicano y “conoce profundamente los problemas, dolores y las penas que nuestra nación sufre día a día.
“El Vicario de Cristo viene para alentarnos”, consideró Rivera Díaz.
A lo largo de su pontificado, iniciado el 19 de abril de 2005, el sumo Pontífice se ha referido en numerosas ocasiones a nuestro país.
El tema del narcotráfico y la violencia provocados por el crimen organizado ha sido referido por el jefe de la Iglesia católica; también ha pronunciado discursos refiriéndose a la necesidad de libertad religiosa, el laicismo, el aborto, la familia, los procesos democraticos.
Identificado con el ala conservadora de la Iglesia, el Pontífice ha generado polémica por sus posturas; mañana llega a México, en su primera visita
Custodio de la fe, sucesor del apóstol Pedro, escritor, filósofo, humanista y teólogo. Es el papa alemán Benedicto XVI, actual líder de la Iglesia católica, quien, a partir de este viernes y hasta el lunes 26, realizará su primera visita pastoral a nuestro país.
A decir de Saulo Hernández, especialista en temas religiosos y catolicismo, Benedicto XVI es una de las figuras más importantes para el mundo católico y el cristianismo. Se trata del antiguo encargado de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe durante el pontificado de Juan Pablo II y también uno de los personajes más conservadores del clero.
Es un religioso que, desde su época de obispo cuando participó en el Concilio Vaticano II, ha combatido constantemente las ideas “modernistas” dentro de la Iglesia católica, como la llamada teología de la liberación.
Sin embargo, a pesar de las “enormes” diferencias entre Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, el pontificado de Benedicto XVI representa continuidad en el fondo en lo realizado por su antecesor y diversidad en la forma en que ha sido conducida la Iglesia en los últimos seis años, según Hernández.
Acusado injustamente: experto
Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en Marktl am Inn, Alemania. Cuando cumplió 12 años sintió la vocación de ser sacerdote y decidió ingresar al seminario de Traunstein, donde realizó sus estudios eclesiásticos. Cuatro años más tarde, en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, él y sus compañeros seminaristas, como miles de jóvenes alemanes, fueron reclutados al denominado Flak, un escuadrón antiaéreo del ejército alemán.
En 1945, cuando las fuerzas aliadas se acercaban a Alemania, Ratzinger dejó el ejército y volvió a casa para continuar sus estudios religiosos y ser ordenado sacerdote seis años después, el 29 de junio de 1952, junto con su hermano Georg.
Que en su juventud haya militado en las milicias alemanas le ha traído a Ratzinger numerosas críticas de diversos sectores; sin embargo, para Andrés Balmori, historiador de la Iglesia, el que se hable constantemente sobre este episodio de la vida del Papa tiene por único objetivo perjudicar su imagen con mentiras y sin argumentos sustentados.
“No es que Benedicto XVI haya deseado formar parte de las Juventudes de Hitler, sino que en esa época pertenecer a éstas era una obligación para todo joven alemán, era como el Servicio Militar en México.
“Sin lugar a duda son unos ignorantes quienes toman como supuesto argumento el que el Papa perteneció a las Juventudes (Hitlerianas) para atacarlo e intentar dañar con ello su imagen y a la Iglesia”, explicó el experto a Excélsior.
Posteriormente, las labores pastorales de Joseph rindieron frutos: participó como consultor teológico en el Concilio Vaticano II convocado por el entonces papa Juan XXIII y en marzo de 1977 fue consagrado, por el entonces pontífice Pablo VI, arzobispo de Münich y Freising, Alemania, para luego ser nombrado cardenal, eligiendo “cooperador de la verdad”, como su lema episcopal.
“Durante 1978, en el verano conocido como el de los tres papas, el ya cardenal Ratzinger participó en las exequias de Pablo VI, en el cónclave que eligió a Juan Pablo I y, posteriormente, en el que resultó electo su gran amigo y predecesor Juan Pablo II”, resumió el especialista.
En 1981, Joseph Ratzinger aceptó la invitación de Juan Pablo II para asumir el cargo, dentro de la curia vaticana, de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Desde esa posición asumió la responsabilidad de custodiar la pureza de la fe católica de ideologías contrarias a la doctrina plasmada en el Evangelio, como la llamada teología de la liberación, entonces de moda.
Presidió también la Comisión para la preparación del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, el cual fue presentado en 1992.
Años después y poco antes de buscar el retiro “para dedicarse a escribir e impartir clases en su natal Alemania”, Juan Pablo II falleció y en el cónclave de cardenales de abril de 2005 para elegir al futuro líder de la Iglesia, Joseph Ratzinger fue designado como el Papa número 265 de la historia, bajo el nombre de Benedicto XVI.
Durante casi siete años de pontificado, Benedicto XVI ha efectuado 23 viajes apostólicos internacionales, ninguno de ellos a México, hasta el de este viernes, y ha publicado tres encíclicas.
Los temas controversiales
El discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, en el cual hizo alusión al Islam; sus declaraciones con respecto del condón, en su viaje a África; la solicitud de mayor apertura religiosa; sus constantes mensajes en contra del aborto y el matrimonio homosexual; los casos de abuso sexual contra niños por parte de sacerdotes de la Iglesia católica; sus escritos sobre temas económicos en su encíclica La caridad en la verdad, son sólo algunos de los temas abordados por el Papa que han causado polémica internacional.
A esto se suman los denominados VatiLeaks, informaciones surgidas del interior de la Santa Sede, en las que se auguraba una futura dimisión de Benedicto XVI, un posible complot para asesinarlo y acusaciones de desvío de recursos de organizaciones del Vaticano.
“Todo Papa, cuando se pronuncia sobre temas delicados, genera controversias, y Benedicto XVI no es la excepción, pues no todos están de acuerdo con lo que dice la Iglesia católica (...) como el matrimonio gay o el aborto”, dijo Rivera Díaz.
Para Balmori Laguna, uno de los mayores retos para el pontificado de Ratzinger, y que ha sido enfrentado con “total valor y determinación”, son los abusos sexuales cometidos contra niños por sacerdotes.
Un vicario bien informado
Especialistas consideran que si bien el papa Benedicto XVI no había visitado anteriormente nuestro país, el máximo pontífice está muy al pendiente de lo que sucede en México:
De acuerdo con el religioso Pedro Agustín Rivera Díaz, rector de la Antigua Basílica de Guadalupe, a pesar de que el Papa Benedicto XVI no ha visitado México como máximo jerarca de la Iglesia católica, Joseph Ratzinger está muy bien informado sobre la realidad que se vive en el país.
De acuerdo con su perspectiva, el sumo Pontífice alemán está muy consciente de lo que actualmente vive el pueblo mexicano y “conoce profundamente los problemas, dolores y las penas que nuestra nación sufre día a día.
“El Vicario de Cristo viene para alentarnos”, consideró Rivera Díaz.
A lo largo de su pontificado, iniciado el 19 de abril de 2005, el sumo Pontífice se ha referido en numerosas ocasiones a nuestro país.
El tema del narcotráfico y la violencia provocados por el crimen organizado ha sido referido por el jefe de la Iglesia católica; también ha pronunciado discursos refiriéndose a la necesidad de libertad religiosa, el laicismo, el aborto, la familia, los procesos democraticos.
Viaje de Benedicto XVI a Mexico y Cuba 2012
Esos polémicos viajes del Papa
Benedicto XVI ha hecho un estilo propio de pontificado y esa huella ha quedado reflejada también en sus viajes internacionales. En todos los casos han estado acompañados de una polémica previa a su llegada y México y Cuba no son excepción. En los dos casos algunos los han querido presentar como visitas con tintes políticos.
México tiene elecciones presidenciales a mitad de 2012 y no faltan quienes, aduciendo la laicidad del Estado, cavilan sobre la intromisión que el Papa pudiera hacer en la vida política del país a través de sus homilías y discursos. Hay quienes también se oponen a la visita rechazando que con sus impuestos se subvencione cualquier forma de ayuda a la buena marcha del encuentro de Benedicto XVI con los católicos mexicanos (que, por cierto, son mayoría en ese país). No faltan, por último, los que repiten los eslóganes de panfleto que presentan al Santo Padre como «nazi», intolerante, apoyo de los pederastas e intransigente.
Cuba sigue siendo un país polarizado por quienes siguen soportando una forma de dictadura comunista y los que apoyan ese régimen todavía vigente. En unos y otros hay quienes contestan la llegada del Papa: algunos de los primeros porque quieren ser recibidos a toda costa en audiencias especiales por Benedicto XVI; los segundos, porque no logran concebir que un sistema ateo facilite la realización de la visita misma. Entre ambos, grupos de exiliados cubanos, sobre todo de los Estados Unidos, contestan la visita del Papa a la que llegan a calificar de «ratificación» del sistema castrista.
Los pequeños grupos de personas opuestas a la llegada del Papa, tanto en Cuba como en México, han tomado como altavoz inicial las redes sociales. Desde ellas, no pocas veces incluso de forma anónima y con mensajes más bien violentos, hacen sentir sus opiniones. Llama la atención el hecho de que, siendo numéricamente minoritarias, encuentren amplio eco en la gran prensa. Ciertamente no falta el columnista o presentador de ocasión que abandera la «lucha» contra la Iglesia y su pastor universal.
Es natural que haya objeciones condicionas por prejuicios, por experiencias negativas luego universalizadas; por pareceres que difieren de la posición de la Iglesia propagada por el Papa y también por ignorancia. El problema no es eso. El problema es que se caricaturice y quiera asfixiar la voz de quien habiendo razonado su postura la presenta con la fuerza de la verdad que cautiva.
La experiencia de viajes internacionales precedentes ha evidenciado que los resultados de impacto positivo en torno a la figura del Papa son completamente distintos. La posibilidad de ver en primera persona quién es y cómo es Benedicto XVI difumina preconcepciones. Pero, ¿cómo toma esas reacciones contrarias Benedicto XVI? «Ante todo diría que es algo normal que en una sociedad libre y en un tiempo secularizado existan oposiciones a una visita del Papa. Es justo que se exprese —respeto a todos—, que expresen esta contrariedad suya: forma parte de nuestra libertad y debemos tomar nota de que el secularismo y también la oposición precisamente al catolicismo en nuestras sociedades es fuerte. Cuando estas oposiciones se manifiestan de modo civil, no hay nada que objetar. Por otro lado, es igualmente cierto que existe mucha expectativa y mucho amor por el Papa», respondía el Santo Padre a los periodistas en el vuelo rumbo a Alemania, el pasado mes de septiembre de 2011.
Leer un poco ayudaría a enterarse quién es y cómo piensa realmente Joseph Ratzinger; escucharlo y verlo, desde luego también. Los típicos tópicos recurrentes en torno a personalidades de la Iglesia y a la Iglesia misma suelen ser generalizaciones de los errores puntuales de algunos y repeticiones de pretéritas leyendas urbanas difícilmente aplicables, de modo arbitrario, a cualquiera (cuando no incluso raramente comprobables en sí mismas).
Una persona cuerda estará de acuerdo en que con intolerancia no se «combate» la supuesta «intolerancia» de la Iglesia, ni alguno se va a molestar porque con los impuestos que también pagan los ciudadanos de naciones con elevado número de católicos como Cuba y, sobre todo, México se ayude a que la seguridad de un evento de esta magnitud sea la que precisan las personas presentes.
Habrá que escuchar al Papa antes de juzgar lo que se cree que va a decir. El director del conocido periódico español El Mundo, incluso no siendo católico, confesó que seguía lo que Benedicto XVI decía. No fuera a ser que el Papa tuviera razón. Por lo demás, no habría que espantarse o hacer aspavientos por lo que el Papa refiera. Ya lo recordó hace algunos años Pilar Rahola, otra periodista española –también no católica–: «¿Qué nos esperábamos? ¿Un papa hippy? Escandalizarse porque el líder de una gran religión preserva su ortodoxia más allá de los tiempos es no entender nada de su papel».
Más bien quizá debamos preguntarnos si lo que realmente temen algunos, sobre todo los líderes de algunos partidos anti cristianos, es que los votantes conozcan la verdad y les suceda lo que san Juan dice que les pasa a los que la verdad conocen: que se vuelven libres… Una pregunta y una respuesta que tal vez sea la base de muchos miedos a veces maquillados con polémicas.
Benedicto XVI ha hecho un estilo propio de pontificado y esa huella ha quedado reflejada también en sus viajes internacionales. En todos los casos han estado acompañados de una polémica previa a su llegada y México y Cuba no son excepción. En los dos casos algunos los han querido presentar como visitas con tintes políticos.
México tiene elecciones presidenciales a mitad de 2012 y no faltan quienes, aduciendo la laicidad del Estado, cavilan sobre la intromisión que el Papa pudiera hacer en la vida política del país a través de sus homilías y discursos. Hay quienes también se oponen a la visita rechazando que con sus impuestos se subvencione cualquier forma de ayuda a la buena marcha del encuentro de Benedicto XVI con los católicos mexicanos (que, por cierto, son mayoría en ese país). No faltan, por último, los que repiten los eslóganes de panfleto que presentan al Santo Padre como «nazi», intolerante, apoyo de los pederastas e intransigente.
Cuba sigue siendo un país polarizado por quienes siguen soportando una forma de dictadura comunista y los que apoyan ese régimen todavía vigente. En unos y otros hay quienes contestan la llegada del Papa: algunos de los primeros porque quieren ser recibidos a toda costa en audiencias especiales por Benedicto XVI; los segundos, porque no logran concebir que un sistema ateo facilite la realización de la visita misma. Entre ambos, grupos de exiliados cubanos, sobre todo de los Estados Unidos, contestan la visita del Papa a la que llegan a calificar de «ratificación» del sistema castrista.
Los pequeños grupos de personas opuestas a la llegada del Papa, tanto en Cuba como en México, han tomado como altavoz inicial las redes sociales. Desde ellas, no pocas veces incluso de forma anónima y con mensajes más bien violentos, hacen sentir sus opiniones. Llama la atención el hecho de que, siendo numéricamente minoritarias, encuentren amplio eco en la gran prensa. Ciertamente no falta el columnista o presentador de ocasión que abandera la «lucha» contra la Iglesia y su pastor universal.
Es natural que haya objeciones condicionas por prejuicios, por experiencias negativas luego universalizadas; por pareceres que difieren de la posición de la Iglesia propagada por el Papa y también por ignorancia. El problema no es eso. El problema es que se caricaturice y quiera asfixiar la voz de quien habiendo razonado su postura la presenta con la fuerza de la verdad que cautiva.
La experiencia de viajes internacionales precedentes ha evidenciado que los resultados de impacto positivo en torno a la figura del Papa son completamente distintos. La posibilidad de ver en primera persona quién es y cómo es Benedicto XVI difumina preconcepciones. Pero, ¿cómo toma esas reacciones contrarias Benedicto XVI? «Ante todo diría que es algo normal que en una sociedad libre y en un tiempo secularizado existan oposiciones a una visita del Papa. Es justo que se exprese —respeto a todos—, que expresen esta contrariedad suya: forma parte de nuestra libertad y debemos tomar nota de que el secularismo y también la oposición precisamente al catolicismo en nuestras sociedades es fuerte. Cuando estas oposiciones se manifiestan de modo civil, no hay nada que objetar. Por otro lado, es igualmente cierto que existe mucha expectativa y mucho amor por el Papa», respondía el Santo Padre a los periodistas en el vuelo rumbo a Alemania, el pasado mes de septiembre de 2011.
Leer un poco ayudaría a enterarse quién es y cómo piensa realmente Joseph Ratzinger; escucharlo y verlo, desde luego también. Los típicos tópicos recurrentes en torno a personalidades de la Iglesia y a la Iglesia misma suelen ser generalizaciones de los errores puntuales de algunos y repeticiones de pretéritas leyendas urbanas difícilmente aplicables, de modo arbitrario, a cualquiera (cuando no incluso raramente comprobables en sí mismas).
Una persona cuerda estará de acuerdo en que con intolerancia no se «combate» la supuesta «intolerancia» de la Iglesia, ni alguno se va a molestar porque con los impuestos que también pagan los ciudadanos de naciones con elevado número de católicos como Cuba y, sobre todo, México se ayude a que la seguridad de un evento de esta magnitud sea la que precisan las personas presentes.
Habrá que escuchar al Papa antes de juzgar lo que se cree que va a decir. El director del conocido periódico español El Mundo, incluso no siendo católico, confesó que seguía lo que Benedicto XVI decía. No fuera a ser que el Papa tuviera razón. Por lo demás, no habría que espantarse o hacer aspavientos por lo que el Papa refiera. Ya lo recordó hace algunos años Pilar Rahola, otra periodista española –también no católica–: «¿Qué nos esperábamos? ¿Un papa hippy? Escandalizarse porque el líder de una gran religión preserva su ortodoxia más allá de los tiempos es no entender nada de su papel».
Más bien quizá debamos preguntarnos si lo que realmente temen algunos, sobre todo los líderes de algunos partidos anti cristianos, es que los votantes conozcan la verdad y les suceda lo que san Juan dice que les pasa a los que la verdad conocen: que se vuelven libres… Una pregunta y una respuesta que tal vez sea la base de muchos miedos a veces maquillados con polémicas.
Friday, March 09, 2012
la nueva evangelizacion inicia en el confesionario
NUEVA EVANGELIZACIÓN COMIENZA TAMBIÉN EN EL CONFESIONARIO
El Santo Padre ha recibido esta mañana a los 1.300 sacerdotes y diáconos que participan en el “Curso sobre el fuero interno” que organiza anualmente la Penitenciaría Apostólica.
En su discurso, Benedicto XVI ha subrayado la importancia de una adecuada preparación teológica, espiritual y canónica para ser confesor, dado que el sacramento de la Reconciliación es esencial para la vida de fe y está estrechamente ligado al anuncio del Evangelio. “Los sacramentos y el anuncio de la Palabra -ha dicho el Papa- no deben concebirse como separados, sino todo lo contrario (…) El sacerdote representa a Cristo, el enviado del Padre, y continúa su misión mediante la 'palabra' y el 'sacramento' en una totalidad de cuerpo y alma, de signo y palabra”.
La confesión sacramental es así un camino privilegiado para la nueva evangelización: “La conversión real de los corazones, que significa abrirse a la acción transformadora y renovadora de Dios, es el 'motor' de toda reforma, y se traduce en una verdadera fuerza evangelizadora. En la confesión, el pecador arrepentido es justificado, perdonado y santificado por la acción gratuita de la misericordia divina (…). Sólo quien se deja renovar profundamente por la Gracia divina puede llevar en sí mismo la novedad del Evangelio y, por tanto, anunciarla”. Todos los santos de la historia testimonian esta estrecha relación entre la santidad y el sacramento de la reconciliación. Y la nueva evangelización “extrae la linfa vital de la santidad de los hijos de la Iglesia, del camino cotidiano de conversión personal y comunitaria para conformarse cada vez más profundamente con Cristo”.
El Papa ha recordado que, cuando administran el sacramento de la reconciliación, los sacerdotes son instrumentos para el encuentro de los hombres con Dios. El pecador arrepentido siente un profundo deseo de cambio y de misericordia, de volver a experimentar, mediante el Sacramento, “el encuentro y el abrazo con Cristo”.
“Por ello -ha dicho el Pontífice a los sacerdotes presentes- sois colaboradores y protagonistas de numerosos 'nuevos comienzos', tantos cuantos sean los penitentes que se os acerquen. (…) La nueva evangelización, entonces, comienza también en el confesionario; parte del misterioso encuentro entre la inagotable pregunta del hombre (…) y la misericordia de Dios, única respuesta adecuada a la necesidad humana de infinito”. Si los fieles experimentan realmente la misericordia de Cristo en el sacramento, “se convertirán en testigos creíbles de esa santidad que es la finalidad de la nueva evangelización”.
Todo ello adquiere una relevancia aún mayor cuando se refiere a los propios sacerdotes, que, para colaborar en la nueva evangelización, han de ser los primeros en renovar la conciencia de ser ellos mismos penitentes, y de la necesidad de acercarse al perdón sacramental para renovar el encuentro con Cristo.
Para concluir, Benedicto XVI exhortó a los sacerdotes: “Que la novedad de Cristo sea siempre el centro y la razón de vuestra existencia sacerdotal, para que quien os encuentra pueda, mediante vuestro ministerio, proclamar como Andrés y Juan: 'Hemos encontrado al Mesías' (Jn, 1, 41). De este modo, cada confesión, de la que cada cristiano saldrá renovado, representará un paso adelante en la nueva evangelización”.
El Santo Padre ha recibido esta mañana a los 1.300 sacerdotes y diáconos que participan en el “Curso sobre el fuero interno” que organiza anualmente la Penitenciaría Apostólica.
En su discurso, Benedicto XVI ha subrayado la importancia de una adecuada preparación teológica, espiritual y canónica para ser confesor, dado que el sacramento de la Reconciliación es esencial para la vida de fe y está estrechamente ligado al anuncio del Evangelio. “Los sacramentos y el anuncio de la Palabra -ha dicho el Papa- no deben concebirse como separados, sino todo lo contrario (…) El sacerdote representa a Cristo, el enviado del Padre, y continúa su misión mediante la 'palabra' y el 'sacramento' en una totalidad de cuerpo y alma, de signo y palabra”.
La confesión sacramental es así un camino privilegiado para la nueva evangelización: “La conversión real de los corazones, que significa abrirse a la acción transformadora y renovadora de Dios, es el 'motor' de toda reforma, y se traduce en una verdadera fuerza evangelizadora. En la confesión, el pecador arrepentido es justificado, perdonado y santificado por la acción gratuita de la misericordia divina (…). Sólo quien se deja renovar profundamente por la Gracia divina puede llevar en sí mismo la novedad del Evangelio y, por tanto, anunciarla”. Todos los santos de la historia testimonian esta estrecha relación entre la santidad y el sacramento de la reconciliación. Y la nueva evangelización “extrae la linfa vital de la santidad de los hijos de la Iglesia, del camino cotidiano de conversión personal y comunitaria para conformarse cada vez más profundamente con Cristo”.
El Papa ha recordado que, cuando administran el sacramento de la reconciliación, los sacerdotes son instrumentos para el encuentro de los hombres con Dios. El pecador arrepentido siente un profundo deseo de cambio y de misericordia, de volver a experimentar, mediante el Sacramento, “el encuentro y el abrazo con Cristo”.
“Por ello -ha dicho el Pontífice a los sacerdotes presentes- sois colaboradores y protagonistas de numerosos 'nuevos comienzos', tantos cuantos sean los penitentes que se os acerquen. (…) La nueva evangelización, entonces, comienza también en el confesionario; parte del misterioso encuentro entre la inagotable pregunta del hombre (…) y la misericordia de Dios, única respuesta adecuada a la necesidad humana de infinito”. Si los fieles experimentan realmente la misericordia de Cristo en el sacramento, “se convertirán en testigos creíbles de esa santidad que es la finalidad de la nueva evangelización”.
Todo ello adquiere una relevancia aún mayor cuando se refiere a los propios sacerdotes, que, para colaborar en la nueva evangelización, han de ser los primeros en renovar la conciencia de ser ellos mismos penitentes, y de la necesidad de acercarse al perdón sacramental para renovar el encuentro con Cristo.
Para concluir, Benedicto XVI exhortó a los sacerdotes: “Que la novedad de Cristo sea siempre el centro y la razón de vuestra existencia sacerdotal, para que quien os encuentra pueda, mediante vuestro ministerio, proclamar como Andrés y Juan: 'Hemos encontrado al Mesías' (Jn, 1, 41). De este modo, cada confesión, de la que cada cristiano saldrá renovado, representará un paso adelante en la nueva evangelización”.
crisis del matrimonio y de la familia
PAPA HABLA A LOS OBISPOS AMERICANOS DE LA CRISIS DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA
Benedicto XVI recibió esta mañana a un grupo de prelados de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos (regiones VII-IX) al final de su visita “ad limina”. Siguen extractos del discurso que les dirigió:
“Me gustaría hablar (…) de la crisis contemporánea del matrimonio y la familia, y, en general, de la visión cristiana de la sexualidad humana. De hecho, es cada vez más evidente que el deprecio de la indisolubilidad de la alianza matrimonial, y el rechazo generalizado de una ética sexual responsable y madura basada en la práctica de la castidad, han dado lugar a graves problemas sociales que acarrean un inmenso costo humano y económico”.
“En este sentido, mención especial debe hacerse de las poderosas corrientes políticas y culturales que buscan modificar la definición legal del matrimonio. Los concienzudos esfuerzos de la Iglesia para resistir esta presión requieren una defensa razonada del matrimonio como institución natural, que consiste en la comunión específica de personas, esencialmente enraizada en la complementariedad de los sexos y orientada a la procreación. Las diferencias sexuales no pueden descartarse como irrelevantes para la definición de matrimonio. La defensa de la institución del matrimonio como una realidad social es, en última instancia, una cuestión de justicia, ya que implica salvaguardar el bien de toda la comunidad humana y los derechos de los padres y niños por igual”.
“En nuestras conversaciones, habéis señalado con preocupación las dificultades crecientes en la comunicación de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia en su integridad, y la disminución en el número de jóvenes que se acercan al sacramento del matrimonio. Ciertamente, debemos reconocer las deficiencias en la catequesis de las últimas décadas, que en algunas ocasiones no han logrado comunicar el rico patrimonio de la doctrina católica sobre el matrimonio como institución natural, elevada por Cristo a la dignidad de sacramento, la vocación de los esposos cristianos en la sociedad y en la Iglesia, y la práctica de la castidad conyugal”.
“A nivel práctico, los programas de preparación para el matrimonio deben ser revisados cuidadosamente para asegurar más énfasis en su componente catequética y en la presentación de las responsabilidades sociales y eclesiales que conlleva el matrimonio cristiano. En este contexto no podemos olvidar el grave problema pastoral que presenta la práctica generalizada de la convivencia, a menudo por parejas que parecen no darse cuenta de que es un pecado grave, por no hablar de sus perjuicios para la estabilidad de la sociedad. Aliento vuestros esfuerzos para establecer normas claras, pastorales y litúrgicas, para la celebración digna del matrimonio, que encarnen un testimonio inequívoco de las exigencias objetivas de la moral cristiana, demostrando al mismo tiempo sensibilidad y preocupación por las parejas jóvenes”.
“En este gran esfuerzo pastoral hay una necesidad urgente de que toda la comunidad cristiana recupere el aprecio de la virtud de la castidad. (...) No es simplemente una cuestión de presentar argumentos, sino de apelar a una visión integral, coherente y estimulante de la sexualidad humana. La riqueza de esta visión es más sólida y atractiva que la de las ideologías permisivas exaltadas en algunos sectores que, de hecho, constituye una forma poderosa y destructiva de anti-catequesis para los jóvenes (...) La castidad, como enseña el Catecismo: 'Implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana'. En una sociedad que cada vez mas tiende a malinterpretar e incluso ridiculizar esta dimensión esencial de la doctrina cristiana, los jóvenes necesitan estar seguros de que 'si dejamos entrar a Cristo en nuestras vidas no perdemos nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande'”.
“Para concluir, quisiera recordar que todos nuestros esfuerzos en este sector apuntan, en última instancia al bien de los niños, que tienen un derecho fundamental a crecer con una sana comprensión de la sexualidad y de su lugar apropiado en las relaciones humanas. Los niños son el tesoro más grande y el futuro de toda sociedad: preocuparse por ellos significa reconocer nuestra responsabilidad de enseñar, defender y vivir las virtudes morales que son la clave de la realización humana. Espero que la Iglesia en los Estados Unidos, no obstante su pesadumbre por los acontecimientos de la última década, persevere en su misión histórica de educar a los jóvenes contribuyendo así a la consolidación de esa sana vida familiar, que representa la garantía más segura de la solidaridad inter-generacional y de la salud de la sociedad en su conjunto”.
Benedicto XVI recibió esta mañana a un grupo de prelados de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos (regiones VII-IX) al final de su visita “ad limina”. Siguen extractos del discurso que les dirigió:
“Me gustaría hablar (…) de la crisis contemporánea del matrimonio y la familia, y, en general, de la visión cristiana de la sexualidad humana. De hecho, es cada vez más evidente que el deprecio de la indisolubilidad de la alianza matrimonial, y el rechazo generalizado de una ética sexual responsable y madura basada en la práctica de la castidad, han dado lugar a graves problemas sociales que acarrean un inmenso costo humano y económico”.
“En este sentido, mención especial debe hacerse de las poderosas corrientes políticas y culturales que buscan modificar la definición legal del matrimonio. Los concienzudos esfuerzos de la Iglesia para resistir esta presión requieren una defensa razonada del matrimonio como institución natural, que consiste en la comunión específica de personas, esencialmente enraizada en la complementariedad de los sexos y orientada a la procreación. Las diferencias sexuales no pueden descartarse como irrelevantes para la definición de matrimonio. La defensa de la institución del matrimonio como una realidad social es, en última instancia, una cuestión de justicia, ya que implica salvaguardar el bien de toda la comunidad humana y los derechos de los padres y niños por igual”.
“En nuestras conversaciones, habéis señalado con preocupación las dificultades crecientes en la comunicación de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia en su integridad, y la disminución en el número de jóvenes que se acercan al sacramento del matrimonio. Ciertamente, debemos reconocer las deficiencias en la catequesis de las últimas décadas, que en algunas ocasiones no han logrado comunicar el rico patrimonio de la doctrina católica sobre el matrimonio como institución natural, elevada por Cristo a la dignidad de sacramento, la vocación de los esposos cristianos en la sociedad y en la Iglesia, y la práctica de la castidad conyugal”.
“A nivel práctico, los programas de preparación para el matrimonio deben ser revisados cuidadosamente para asegurar más énfasis en su componente catequética y en la presentación de las responsabilidades sociales y eclesiales que conlleva el matrimonio cristiano. En este contexto no podemos olvidar el grave problema pastoral que presenta la práctica generalizada de la convivencia, a menudo por parejas que parecen no darse cuenta de que es un pecado grave, por no hablar de sus perjuicios para la estabilidad de la sociedad. Aliento vuestros esfuerzos para establecer normas claras, pastorales y litúrgicas, para la celebración digna del matrimonio, que encarnen un testimonio inequívoco de las exigencias objetivas de la moral cristiana, demostrando al mismo tiempo sensibilidad y preocupación por las parejas jóvenes”.
“En este gran esfuerzo pastoral hay una necesidad urgente de que toda la comunidad cristiana recupere el aprecio de la virtud de la castidad. (...) No es simplemente una cuestión de presentar argumentos, sino de apelar a una visión integral, coherente y estimulante de la sexualidad humana. La riqueza de esta visión es más sólida y atractiva que la de las ideologías permisivas exaltadas en algunos sectores que, de hecho, constituye una forma poderosa y destructiva de anti-catequesis para los jóvenes (...) La castidad, como enseña el Catecismo: 'Implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana'. En una sociedad que cada vez mas tiende a malinterpretar e incluso ridiculizar esta dimensión esencial de la doctrina cristiana, los jóvenes necesitan estar seguros de que 'si dejamos entrar a Cristo en nuestras vidas no perdemos nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande'”.
“Para concluir, quisiera recordar que todos nuestros esfuerzos en este sector apuntan, en última instancia al bien de los niños, que tienen un derecho fundamental a crecer con una sana comprensión de la sexualidad y de su lugar apropiado en las relaciones humanas. Los niños son el tesoro más grande y el futuro de toda sociedad: preocuparse por ellos significa reconocer nuestra responsabilidad de enseñar, defender y vivir las virtudes morales que son la clave de la realización humana. Espero que la Iglesia en los Estados Unidos, no obstante su pesadumbre por los acontecimientos de la última década, persevere en su misión histórica de educar a los jóvenes contribuyendo así a la consolidación de esa sana vida familiar, que representa la garantía más segura de la solidaridad inter-generacional y de la salud de la sociedad en su conjunto”.
Wednesday, March 07, 2012
Tres errores modernos
Tres obstáculos a superar
Raniero Cantalamessa, en su calidad de predicador pontificio, ha tratado recientemente sobre algunos de los obstáculos que se oponen a la evangelización en no pocos países de vieja tradición cristiana. Los obstáculos por él considerados son el cientificismo, el secularismo y el racionalismo. En este artículo se reflexiona sobre estos obstáculos y el modo de superarlos.
El cientificismo ateo
Por cientificismo ateo entendemos aquella corriente de pensamiento que afirma que el único conocimiento válido es el de las ciencias positivas, excluyendo pues de dicha validez al pensamiento religioso, al teológico, al ético y al estético. Así, "2+2=4" es conocimiento válido, pero "Dios existe" y "no es lícito asesinar" no son conocimientos válidos. El cientificismo ateo presenta los rasgos siguientes: 1) únicamente la ciencia positiva es un conocimiento objetivo y serio de la realidad, 2) el conocimiento científico es incompatible con la fe, ya que ésta se basa en presupuestos indemostrables y no falsables (esto es, no susceptibles de ser demostrada su falsedad), 3) la ciencia ha demostrado que es innecesaria la hipótesis de la existencia de Dios y 4) la gran mayoría de los científicos son ateos.
El cientificismo ateo es insostenible. Al prejuicio cientificista objetamos su falta de memoria y de realismo, ya que muchísimos científicos de primera línea son creyentes. Además, no pertenece al objeto de la ciencia positiva afirmar ni negar la existencia de Dios, ni decir si se ha de asesinar o no. Es necio pues asentar que la ciencia positiva afirma que podemos prescindir de la existencia de Dios. A su vez, es de sentido común afirmar que e xiste algo más allá de la ciencia positiva. Así, por ejemplo, sabemos que "hemos de respetarnos", aunque al respecto nada pueda decirnos la ciencia positiva. Además, ¿por qué dicen que lo "serio·" es afirmar que "2=2" y que no lo es decir que "debemos respetarnos"? La inaceptabilidad del cientificismo ateo coexiste con la gran valía de la ciencia positiva, la cual es compatible con la fe católica, porque la verdad no puede contradecir a la verdad.
Propiedad importantísima del cientificismo ateo es su gran infravaloración de la persona humana. El hombre queda convertido en un mero punto inextenso que es engullido por un magnífico Cosmos "infinito". El hombre Cristo es entonces una insignificancia marginal en el impresionante mar de la historia. Así se llega a anteponer el gigantesco macrocosmos al infinitesimal ser humano. Así se desemboca en un océano sin fondo, cuya s aguas son las de un penoso anti-humanismo ateo.
La belleza, bondad y valor extraordinario de la verdad cristiana resulta mucho más importante que la refutación del cientificismo ateo. En efecto: Dios, -Bondad y Amor infinitos-, ha creado al hombre a imagen de un ser de Belleza infinita, Dios. El todopoderoso Hijo de Dios se abaja, encarna, nace, se hace niño que no habla... y muere, por el hombre, por su salvación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga "Dios". Esto es, el hombre, aunque infinitamente superado por Dios, por la gracia santificante participa de la naturaleza divina, habita en su alma la Trinidad, vive vida sobrenatural y es heredero de la vida de la gloria eterna. El ideal máximo es la santidad.
Se constata que la contraposición entre religión católica y cientificismo ateo es un shock o choque super-impactante. Por un lado, en el cientificismo ateo, el padre Cosmos devora a su diminuto hijo, ser humano. Por otro, en la religión católica, un Hombre, Cristo, es el centro del Cosmos y de la historia, Dios, Ser supremo e infinito, persona divina, Creador del cielo y de la tierra, redentor que deifica, alfa y omega, fin supremo. Así el super-vértigo mortecino del cientificismo ateo tiene ante sí al humanismo teocéntrico del cristianismo, canto a la vida, resplandor refulgente y amable afirmación super-sobrecogedora de la inmensa dignidad de la persona humana.
El secularismo
Distinguimos entre secularidad y secularismo. Una legítima secularidad sostiene equilibradamente una legítima autonomía del ámbito terreno. Esta justa mesura conlleva que la religión no se entremete en el ámbito terreno y que éste, a su vez, no se excede, respetando lo religioso. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Distinción ésta que no olvida que también el César es de Dios. Por secularismo entenderemos aquí la afirmación del siglo temporal por oposición al siglo futuro o eternidad. El secularismo opone lo secular (mundo) a lo religioso o más allá. Las consecuencias del secularismo son dramáticas. El secularismo daña gravemente a la religión, pues sin el horizonte de la eternidad la fe se apaga. Sin la existencia del cielo los cristianos seríamos los más desgraciados de los hombres (cf. 1 Cor. 15, 19).
Por la fe poseemos un gran conocimiento del más allá. El proceso histórico de la revelación del más allá es progresivo, es decir, ascendente, alcanzando en el Nuevo Testamento la cumbre de su ascensión o plenitud de la revelación. En este itinerario histórico lo primero es la afirmación de la existencia de Dios, sólo después está la del más allá. Se cree en el más allá porque se cree en Dios, no viceversa. Así, pues, en este iter la creencia en Dios no surge como necesidad de creer en un premio ultraterreno, como afirmaban Marx, Feuerbach y Freud. A su vez, en la revelación neotestamentaria el cielo se funda en el poder divino y la resurrección de la carne en la de Cristo Dios. Consideraré ahora el encuentro entre las concepciones cristiana y pagana sobre el más allá. Pitágoras concebía la muerte como liberación de la cárcel del cuerpo. Platón heredó esta doctrina y la fundó en la espiritualidad e inmortalidad del alma. Pero esta filosofía platónica era únicamente patrimonio intelectual de una minoría. La concepción pagana generalizada era la de la vida mortal como vida verdadera, a la que sucedía una vida de sombras, oscura, no verdadera. El gozoso anuncio cristiano de la existencia de una vida eterna inmensamente superior impresionó a los paganos y triunfó.
La concepción del más allá que triunfó sobre el paganismo, ha conocido un retroceso en la mentalidad actual. ¿Qué ha ocurrido? Los ateísmos decimonónicos, particularmente el marxista, afirmaron que la creencia en el más allá aliena al hombre de ocuparse en lo terreno. La eternidad se hizo sospechosa. De la sospecha, por el materialismo y el consumismo, se pasó al olvido y al silencio de la eternidad. Incluso se menospreciará que un hombre culto considere la eternidad. La fe en la eternidad devendrá tímida y reticente. No pocos creyentes dejarán de tomarse en serio la eternidad. ¡Trágico! Suprimido el horizonte de la eternidad, el deseo natural de vivir siempr e, ya distorsionado, se convierte en el deseo de vivir bien, aún a costa de los demás y, entonces, el sufrimiento se hace más doloroso (cf. 1 Cor. 15, 32).
Más importante que la refutación del secularismo es el resplandor de la creencia en la eternidad, especialmente cuando ésta va acompañada del testimonio de vida. Todo hombre posee un deseo natural de felicidad. "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti", escribió San Agustín. Este deseo de Dios, del más allá, es el deseo del hombre. Este deseo es un correlato del más allá. Este deseo no aliena, sino al revés. Pues no desprecia el mundo quién desea la eternidad, sino que no desea la vida quién no quiere vivir siempre. Pero, ¿cómo a una vida temporal puede corresponder una remuneración eterna? Ante esta objeción afirm amos que Cristo, Dios eterno y hombre temporal, Verbo encarnado, es lo eterno en lo temporal y ante Él cabe tomar una decisión de alcance eterno. Además, lo eterno no se limita a lo lejano, lo eterno no es sólo esperanza, es también presencia. Los creyentes, aunque inmersos en la temporalidad, poseemos ya la vida eterna, porque ésta consiste en conocer a Jesucristo. En el cielo se goza, ama y contempla a Dios, simultánea, eterna e intensamente. La gracia es ya el inicio de la gloria, su semilla, poseemos ya incoada la vida eterna, aunque aún no su plenitud. La presencia de la eternidad en el tiempo se llama Espíritu, Dios. Y el Espíritu habita en nosotros por la gracia santificante.
La fe en el más allá es muy importante para la evangelización. Sólo el cristianismo da respuesta a las grandes preguntas, particularmente a la siguiente: "¿A dónde vamos?". Porque el cristianismo dio una respuesta más plena a esta pregunta pudo interesar e introducirse en Inglaterra. Tal vez de manera análoga podrá reintroducirse en Europa. A este respecto los funerales suponen una ocasión de oro para la evangelización. Pero, la fe en la eternidad, no sólo es importante para la evangelización, importa también mucho para la propia vida como acicate o empujón hacia la santidad. Desde el horizonte de la eternidad, el peso de la tribulación es pequeño porque es pasajero, el peso de la eternidad es desmesurado, porque es eterno. La esperanza nos dice que la muerte es paso de las sombras a la realidad y no viceversa. ¡Vamos a la casa del Padre! Por el contrario, el debilitamiento de la idea de la eternidad nos debilita ante las pruebas de la vida y ante el sufrimiento. Sin creer en la eternidad incluso resulta duro cerrar los ojos ante un espectáculo inmoral.
El racionalismo
El racionalismo es una corriente de pensamiento que acentúa de tal modo el papel de la razón que llega a ser usurpadora, erigiéndose incluso en el juez último en materia de fe. Pero, la razón no es juez de la fe, sino que hay armonía entre ambas. La fe, como la conciencia moral, es racional sin necesidad de ser demostrada por la razón. Es una cerrazón dictatorial pensar que no ha de aceptarse otra cosa que lo que diga la razón. Es mucho más sensato afirmar que hay algo más que lo que ve la razón.
El racionalismo es inaceptable, pues el entendimiento finito y puramente humano, que no es otra cosa que la mente de un ser que es siempre niño, no es juez del entendimiento divino, infinito, omnisciente. Dios sabe más que el hombre. El hombre no vence a Dios. La balanza siempre se inclina del lado de Dios, el saber divino siempre pesa más que el saber humano. La fe católica es enseñanza verdadera. Afirmado de manera más breve: La fe es la verdad. La razón no es juez de la Verdad, sino que la verdadera razón es la que se somete a la verdad, la verdadera razón es razón verdadera, pero Cristo es la Verdad. La razón verdadera es la que se somete a la Verdad, la que se subordina a Dios, la que está rendida a los pies de Cristo Dios. Más es la Palabra que el hombre, más es la palabra divina e infalible que la palabra humana. En otras palabras, el fulgor y el esplendor de Cristo, brilla inmensamente por encima de la tenue luz encendida en la diminuta caña pensante.
Para convencer de la fe conviene no reducirse a un puro intelectualismo; mucho convendrá acompañar el argumento racional con la experiencia y el testimonio de vida. Experiencia de vida que comunicada es también camino hacia la fe. La sorpresa y lo numinoso son vías hacia la fe. El sentimiento de lo numinoso acompaña a todo hombre: hay un estremecimiento que embarga al encontrarse ante la revelación del misterio (tremendo y fascinante) de lo sobrenatural. También la misma creación, al ser signo divino, al ser contemplada puede provocar la experiencia de lo numinoso y de lo divino. Análogamente, consideraciones como el enamoramiento, una gran alegría y el nacimiento del primer hijo, pueden levantarnos a una nueva dimensión. Si recuperásemos la capacidad de sorprendernos ante estas realidades, estaríamos mejor dispuestos para recuperar el sentido de lo sagrado.
La experiencia de la irrupción repentina e inesperada de lo sagrado si es acogida como vivencia profunda dará lugar a los testigos de Dios. Entre los santos testigos de Dios merecen particular atención los místicos. Estos son los que han padeci do a Dios, es decir, han tenido una experiencia especialísima de Dios Amor. Los místicos se han encontrado con el Dios vivo, han experimentado al Dios real, realísimo, y son testimonios de habérselo encontrado, pruebas vivas de Dios, gracias a ellos recibimos fulgores de la vida eterna. El hombre contemporáneo escucha con mayor gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan. Así, a Edith Stein, atea, la lectura de una obra de un testimonio místico la llevó al inmediato descubrimiento del Dios vivo.
A modo de conclusión: el esplendor de la fe
Hemos visto como brilla la fe sobre tres obstáculos: cientificismo, secularismo y racionalismo. En estos tiempos apasionantes en los que vivimos la existencia de estos grandes obstáculos no ha de ser un motivo de pesimismo, sino de optimismo. En el atletismo cristiano los obstáculos son medios para sup erarse, las cumbres son para conquistarlas; cuanto más altas sean, más esplendorosa será la victoria. La historia de la Iglesia nos muestra como no hay reto en el que Dios pierda. Un pequeño puñado de hombres, que en comparación con el inmenso mundo, eran como un reducido grupo de enanos o de hormigas bajo los pies de un gigante, lograron cambiarlo. No lo cambiaron ellos, sino el Espíritu Santo, el poder infinito de Dios, su energía incomparable. La Iglesia ha vencido frente a innumerables ideologías, herejías, sufrimientos y martirios. De aquel pequeño puñado de hombres, empapados en la herida ensangrentada de la mano de Cristo, se ha llegado a que en la actualidad hay mil doscientos millones de católicos, la cifra más grande de católicos desde la Creación del mundo. Los católicos estamos en compañía del Invencible, del Todopoderoso. Para vencer los obstáculos mencionados lo que necesitamos es dejar hacer a Dios, ser otros Cristos, estar muy unidos a Dios, ser santos. El mundo lo que necesita son santos. Unidos a Dios por el fervor de la oración. Unidos a Dios por la frecuencia de los santos sacramentos, Eucaristía y Penitencia. Unidos a Dios, siendo instrumentos de Dios y apóstoles de Cristo, lograremos grandes maravillas. Unidos a Cristo por el amor a Dios, un amor dispuesto a darlo todo por Él, dispuesto a alcanzar la plenitud. Entonces no sólo se superarán estos obstáculos, sino que el fruto será inmensamente superior. Brillará entonces la maravillosa, dichosa, cálida e incomparable antorcha de la fe amorosa, la fe que hace santos, apóstoles, hombres piadosos, enamorados, ¡Luz de Cristo, luz de Dios!
Raniero Cantalamessa, en su calidad de predicador pontificio, ha tratado recientemente sobre algunos de los obstáculos que se oponen a la evangelización en no pocos países de vieja tradición cristiana. Los obstáculos por él considerados son el cientificismo, el secularismo y el racionalismo. En este artículo se reflexiona sobre estos obstáculos y el modo de superarlos.
El cientificismo ateo
Por cientificismo ateo entendemos aquella corriente de pensamiento que afirma que el único conocimiento válido es el de las ciencias positivas, excluyendo pues de dicha validez al pensamiento religioso, al teológico, al ético y al estético. Así, "2+2=4" es conocimiento válido, pero "Dios existe" y "no es lícito asesinar" no son conocimientos válidos. El cientificismo ateo presenta los rasgos siguientes: 1) únicamente la ciencia positiva es un conocimiento objetivo y serio de la realidad, 2) el conocimiento científico es incompatible con la fe, ya que ésta se basa en presupuestos indemostrables y no falsables (esto es, no susceptibles de ser demostrada su falsedad), 3) la ciencia ha demostrado que es innecesaria la hipótesis de la existencia de Dios y 4) la gran mayoría de los científicos son ateos.
El cientificismo ateo es insostenible. Al prejuicio cientificista objetamos su falta de memoria y de realismo, ya que muchísimos científicos de primera línea son creyentes. Además, no pertenece al objeto de la ciencia positiva afirmar ni negar la existencia de Dios, ni decir si se ha de asesinar o no. Es necio pues asentar que la ciencia positiva afirma que podemos prescindir de la existencia de Dios. A su vez, es de sentido común afirmar que e xiste algo más allá de la ciencia positiva. Así, por ejemplo, sabemos que "hemos de respetarnos", aunque al respecto nada pueda decirnos la ciencia positiva. Además, ¿por qué dicen que lo "serio·" es afirmar que "2=2" y que no lo es decir que "debemos respetarnos"? La inaceptabilidad del cientificismo ateo coexiste con la gran valía de la ciencia positiva, la cual es compatible con la fe católica, porque la verdad no puede contradecir a la verdad.
Propiedad importantísima del cientificismo ateo es su gran infravaloración de la persona humana. El hombre queda convertido en un mero punto inextenso que es engullido por un magnífico Cosmos "infinito". El hombre Cristo es entonces una insignificancia marginal en el impresionante mar de la historia. Así se llega a anteponer el gigantesco macrocosmos al infinitesimal ser humano. Así se desemboca en un océano sin fondo, cuya s aguas son las de un penoso anti-humanismo ateo.
La belleza, bondad y valor extraordinario de la verdad cristiana resulta mucho más importante que la refutación del cientificismo ateo. En efecto: Dios, -Bondad y Amor infinitos-, ha creado al hombre a imagen de un ser de Belleza infinita, Dios. El todopoderoso Hijo de Dios se abaja, encarna, nace, se hace niño que no habla... y muere, por el hombre, por su salvación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga "Dios". Esto es, el hombre, aunque infinitamente superado por Dios, por la gracia santificante participa de la naturaleza divina, habita en su alma la Trinidad, vive vida sobrenatural y es heredero de la vida de la gloria eterna. El ideal máximo es la santidad.
Se constata que la contraposición entre religión católica y cientificismo ateo es un shock o choque super-impactante. Por un lado, en el cientificismo ateo, el padre Cosmos devora a su diminuto hijo, ser humano. Por otro, en la religión católica, un Hombre, Cristo, es el centro del Cosmos y de la historia, Dios, Ser supremo e infinito, persona divina, Creador del cielo y de la tierra, redentor que deifica, alfa y omega, fin supremo. Así el super-vértigo mortecino del cientificismo ateo tiene ante sí al humanismo teocéntrico del cristianismo, canto a la vida, resplandor refulgente y amable afirmación super-sobrecogedora de la inmensa dignidad de la persona humana.
El secularismo
Distinguimos entre secularidad y secularismo. Una legítima secularidad sostiene equilibradamente una legítima autonomía del ámbito terreno. Esta justa mesura conlleva que la religión no se entremete en el ámbito terreno y que éste, a su vez, no se excede, respetando lo religioso. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Distinción ésta que no olvida que también el César es de Dios. Por secularismo entenderemos aquí la afirmación del siglo temporal por oposición al siglo futuro o eternidad. El secularismo opone lo secular (mundo) a lo religioso o más allá. Las consecuencias del secularismo son dramáticas. El secularismo daña gravemente a la religión, pues sin el horizonte de la eternidad la fe se apaga. Sin la existencia del cielo los cristianos seríamos los más desgraciados de los hombres (cf. 1 Cor. 15, 19).
Por la fe poseemos un gran conocimiento del más allá. El proceso histórico de la revelación del más allá es progresivo, es decir, ascendente, alcanzando en el Nuevo Testamento la cumbre de su ascensión o plenitud de la revelación. En este itinerario histórico lo primero es la afirmación de la existencia de Dios, sólo después está la del más allá. Se cree en el más allá porque se cree en Dios, no viceversa. Así, pues, en este iter la creencia en Dios no surge como necesidad de creer en un premio ultraterreno, como afirmaban Marx, Feuerbach y Freud. A su vez, en la revelación neotestamentaria el cielo se funda en el poder divino y la resurrección de la carne en la de Cristo Dios. Consideraré ahora el encuentro entre las concepciones cristiana y pagana sobre el más allá. Pitágoras concebía la muerte como liberación de la cárcel del cuerpo. Platón heredó esta doctrina y la fundó en la espiritualidad e inmortalidad del alma. Pero esta filosofía platónica era únicamente patrimonio intelectual de una minoría. La concepción pagana generalizada era la de la vida mortal como vida verdadera, a la que sucedía una vida de sombras, oscura, no verdadera. El gozoso anuncio cristiano de la existencia de una vida eterna inmensamente superior impresionó a los paganos y triunfó.
La concepción del más allá que triunfó sobre el paganismo, ha conocido un retroceso en la mentalidad actual. ¿Qué ha ocurrido? Los ateísmos decimonónicos, particularmente el marxista, afirmaron que la creencia en el más allá aliena al hombre de ocuparse en lo terreno. La eternidad se hizo sospechosa. De la sospecha, por el materialismo y el consumismo, se pasó al olvido y al silencio de la eternidad. Incluso se menospreciará que un hombre culto considere la eternidad. La fe en la eternidad devendrá tímida y reticente. No pocos creyentes dejarán de tomarse en serio la eternidad. ¡Trágico! Suprimido el horizonte de la eternidad, el deseo natural de vivir siempr e, ya distorsionado, se convierte en el deseo de vivir bien, aún a costa de los demás y, entonces, el sufrimiento se hace más doloroso (cf. 1 Cor. 15, 32).
Más importante que la refutación del secularismo es el resplandor de la creencia en la eternidad, especialmente cuando ésta va acompañada del testimonio de vida. Todo hombre posee un deseo natural de felicidad. "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti", escribió San Agustín. Este deseo de Dios, del más allá, es el deseo del hombre. Este deseo es un correlato del más allá. Este deseo no aliena, sino al revés. Pues no desprecia el mundo quién desea la eternidad, sino que no desea la vida quién no quiere vivir siempre. Pero, ¿cómo a una vida temporal puede corresponder una remuneración eterna? Ante esta objeción afirm amos que Cristo, Dios eterno y hombre temporal, Verbo encarnado, es lo eterno en lo temporal y ante Él cabe tomar una decisión de alcance eterno. Además, lo eterno no se limita a lo lejano, lo eterno no es sólo esperanza, es también presencia. Los creyentes, aunque inmersos en la temporalidad, poseemos ya la vida eterna, porque ésta consiste en conocer a Jesucristo. En el cielo se goza, ama y contempla a Dios, simultánea, eterna e intensamente. La gracia es ya el inicio de la gloria, su semilla, poseemos ya incoada la vida eterna, aunque aún no su plenitud. La presencia de la eternidad en el tiempo se llama Espíritu, Dios. Y el Espíritu habita en nosotros por la gracia santificante.
La fe en el más allá es muy importante para la evangelización. Sólo el cristianismo da respuesta a las grandes preguntas, particularmente a la siguiente: "¿A dónde vamos?". Porque el cristianismo dio una respuesta más plena a esta pregunta pudo interesar e introducirse en Inglaterra. Tal vez de manera análoga podrá reintroducirse en Europa. A este respecto los funerales suponen una ocasión de oro para la evangelización. Pero, la fe en la eternidad, no sólo es importante para la evangelización, importa también mucho para la propia vida como acicate o empujón hacia la santidad. Desde el horizonte de la eternidad, el peso de la tribulación es pequeño porque es pasajero, el peso de la eternidad es desmesurado, porque es eterno. La esperanza nos dice que la muerte es paso de las sombras a la realidad y no viceversa. ¡Vamos a la casa del Padre! Por el contrario, el debilitamiento de la idea de la eternidad nos debilita ante las pruebas de la vida y ante el sufrimiento. Sin creer en la eternidad incluso resulta duro cerrar los ojos ante un espectáculo inmoral.
El racionalismo
El racionalismo es una corriente de pensamiento que acentúa de tal modo el papel de la razón que llega a ser usurpadora, erigiéndose incluso en el juez último en materia de fe. Pero, la razón no es juez de la fe, sino que hay armonía entre ambas. La fe, como la conciencia moral, es racional sin necesidad de ser demostrada por la razón. Es una cerrazón dictatorial pensar que no ha de aceptarse otra cosa que lo que diga la razón. Es mucho más sensato afirmar que hay algo más que lo que ve la razón.
El racionalismo es inaceptable, pues el entendimiento finito y puramente humano, que no es otra cosa que la mente de un ser que es siempre niño, no es juez del entendimiento divino, infinito, omnisciente. Dios sabe más que el hombre. El hombre no vence a Dios. La balanza siempre se inclina del lado de Dios, el saber divino siempre pesa más que el saber humano. La fe católica es enseñanza verdadera. Afirmado de manera más breve: La fe es la verdad. La razón no es juez de la Verdad, sino que la verdadera razón es la que se somete a la verdad, la verdadera razón es razón verdadera, pero Cristo es la Verdad. La razón verdadera es la que se somete a la Verdad, la que se subordina a Dios, la que está rendida a los pies de Cristo Dios. Más es la Palabra que el hombre, más es la palabra divina e infalible que la palabra humana. En otras palabras, el fulgor y el esplendor de Cristo, brilla inmensamente por encima de la tenue luz encendida en la diminuta caña pensante.
Para convencer de la fe conviene no reducirse a un puro intelectualismo; mucho convendrá acompañar el argumento racional con la experiencia y el testimonio de vida. Experiencia de vida que comunicada es también camino hacia la fe. La sorpresa y lo numinoso son vías hacia la fe. El sentimiento de lo numinoso acompaña a todo hombre: hay un estremecimiento que embarga al encontrarse ante la revelación del misterio (tremendo y fascinante) de lo sobrenatural. También la misma creación, al ser signo divino, al ser contemplada puede provocar la experiencia de lo numinoso y de lo divino. Análogamente, consideraciones como el enamoramiento, una gran alegría y el nacimiento del primer hijo, pueden levantarnos a una nueva dimensión. Si recuperásemos la capacidad de sorprendernos ante estas realidades, estaríamos mejor dispuestos para recuperar el sentido de lo sagrado.
La experiencia de la irrupción repentina e inesperada de lo sagrado si es acogida como vivencia profunda dará lugar a los testigos de Dios. Entre los santos testigos de Dios merecen particular atención los místicos. Estos son los que han padeci do a Dios, es decir, han tenido una experiencia especialísima de Dios Amor. Los místicos se han encontrado con el Dios vivo, han experimentado al Dios real, realísimo, y son testimonios de habérselo encontrado, pruebas vivas de Dios, gracias a ellos recibimos fulgores de la vida eterna. El hombre contemporáneo escucha con mayor gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan. Así, a Edith Stein, atea, la lectura de una obra de un testimonio místico la llevó al inmediato descubrimiento del Dios vivo.
A modo de conclusión: el esplendor de la fe
Hemos visto como brilla la fe sobre tres obstáculos: cientificismo, secularismo y racionalismo. En estos tiempos apasionantes en los que vivimos la existencia de estos grandes obstáculos no ha de ser un motivo de pesimismo, sino de optimismo. En el atletismo cristiano los obstáculos son medios para sup erarse, las cumbres son para conquistarlas; cuanto más altas sean, más esplendorosa será la victoria. La historia de la Iglesia nos muestra como no hay reto en el que Dios pierda. Un pequeño puñado de hombres, que en comparación con el inmenso mundo, eran como un reducido grupo de enanos o de hormigas bajo los pies de un gigante, lograron cambiarlo. No lo cambiaron ellos, sino el Espíritu Santo, el poder infinito de Dios, su energía incomparable. La Iglesia ha vencido frente a innumerables ideologías, herejías, sufrimientos y martirios. De aquel pequeño puñado de hombres, empapados en la herida ensangrentada de la mano de Cristo, se ha llegado a que en la actualidad hay mil doscientos millones de católicos, la cifra más grande de católicos desde la Creación del mundo. Los católicos estamos en compañía del Invencible, del Todopoderoso. Para vencer los obstáculos mencionados lo que necesitamos es dejar hacer a Dios, ser otros Cristos, estar muy unidos a Dios, ser santos. El mundo lo que necesita son santos. Unidos a Dios por el fervor de la oración. Unidos a Dios por la frecuencia de los santos sacramentos, Eucaristía y Penitencia. Unidos a Dios, siendo instrumentos de Dios y apóstoles de Cristo, lograremos grandes maravillas. Unidos a Cristo por el amor a Dios, un amor dispuesto a darlo todo por Él, dispuesto a alcanzar la plenitud. Entonces no sólo se superarán estos obstáculos, sino que el fruto será inmensamente superior. Brillará entonces la maravillosa, dichosa, cálida e incomparable antorcha de la fe amorosa, la fe que hace santos, apóstoles, hombres piadosos, enamorados, ¡Luz de Cristo, luz de Dios!
El vicepresidente de EEUU visita Basilica de Guadalupe
El vicepresidente de Estados Unidos, el católico Joseph Biden, visitó ayer a la Virgen de Guadalupe en su Basílica en el Distrito Federal, en donde rezó ante la imagen y recordó que su madre era una ferviente devota de la Patrona de América.
El vicepresidente, que llegó aproximadamente a las 6:45 p.m. acompañado del embajador de Estados Unidos en México, Anthony Wayne, depositó un ramo de flores ante la Virgen y rezó de rodillas durante unos minutos, tras lo cual sacó un pañuelo para secarse las lágrimas.
En declaraciones a la prensa, un emocionado Biden señaló que "mi madre es muy devota de la Santísima Madre; ella le inculcó a sus hijos, nietos y bisnietos que hay que buscar la intercesión con la santísima Madre. Lamento que no esté aquí con nosotros".
Biden dijo además que fue "preferiría no hablar de los candidatos. Tuve un día grandioso con los candidatos, pero tuve un día mejor aquí. Hubiera venido sólo por ver esto. Es un gran tesoro".
El funcionario acababa de sostener encuentros privados y por separado con los tres principales candidatos a la presidencia para las elecciones de julio: Andrés Manuel López Obrador, Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota. También tuvo un encuentro con el presidente de México, Felipe Calderón.
El recorrido por la Basílica fue encabezado por Eugenio Glennier, rector de la Basílica, que estuvo acompañado por Monseñor Eduardo Chávez y Monseñor Pedro Tapia.
Biden realiza una gira por México y Honduras para impulsar la cooperación regional con el fin de reforzar la seguridad y combatir al crimen organizado.
El vicepresidente, que llegó aproximadamente a las 6:45 p.m. acompañado del embajador de Estados Unidos en México, Anthony Wayne, depositó un ramo de flores ante la Virgen y rezó de rodillas durante unos minutos, tras lo cual sacó un pañuelo para secarse las lágrimas.
En declaraciones a la prensa, un emocionado Biden señaló que "mi madre es muy devota de la Santísima Madre; ella le inculcó a sus hijos, nietos y bisnietos que hay que buscar la intercesión con la santísima Madre. Lamento que no esté aquí con nosotros".
Biden dijo además que fue "preferiría no hablar de los candidatos. Tuve un día grandioso con los candidatos, pero tuve un día mejor aquí. Hubiera venido sólo por ver esto. Es un gran tesoro".
El funcionario acababa de sostener encuentros privados y por separado con los tres principales candidatos a la presidencia para las elecciones de julio: Andrés Manuel López Obrador, Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota. También tuvo un encuentro con el presidente de México, Felipe Calderón.
El recorrido por la Basílica fue encabezado por Eugenio Glennier, rector de la Basílica, que estuvo acompañado por Monseñor Eduardo Chávez y Monseñor Pedro Tapia.
Biden realiza una gira por México y Honduras para impulsar la cooperación regional con el fin de reforzar la seguridad y combatir al crimen organizado.
Aumenta el intereses por el sacramento de reconciliacion
El oficial de la Penitenciaría Apostólica, Mons. Gianfranco Girotti, aseguró que el Sacramento de la Confesión vive un nuevo resurgir y cada día aumenta el número de fieles que decide reconciliarse con Dios.
Con ocasión de la XXIII edición del "Curso sobre el Fuero Interno", que se celebra del 5 al 9 de marzo en el Palacio de la Cancillería de Roma, Mons. Girotti , junto al Penitenciario Mayor, Cardenal Manuel Monteiro de Castro, intervienen en un seminario de especialización en la confesión donde participan más de 700 sacerdotes llegados desde 84 países.
En una entrevista concedida a Radio Vaticana, Mons. Girotti afirmó que cada vez más aumenta el número de fieles que deciden reconciliarse con el Señor y recorrer "nuevos caminos penitenciales que evidencian su voluntad de caminar, acercarse al Sacramento de la reconciliación como al final de un camino en el que deben escuchar sus actos no como declaraciones de buena voluntad, sino como la presencia de la Gracia en sus vidas".
Según el Prelado, a pesar de que la sociedad experimenta un persistente debilitamiento del sentido del pecado, "en los últimos tiempos muchos fieles viven el sacramento dentro de una nueva dimensión".
En el curso vaticano se ofrece a los sacerdotes la posibilidad de reforzar su labor en este Sacramento, se procura que no haya disparidades de juicio en las confesiones, y se apliquen correctamente los principios del Magisterio de la Iglesia.
"Un buen confesor debe mostrarse siempre hospitalario, tranquilo, sin prisa ante todo; debe tener siempre la máxima cortesía posible y no olvidar que desarrolla una tarea paterna, porque revela a los hombre el corazón del Padre: representa justamente la imagen del Cristo Buen Pastor", explicó.
Mons. Girotti consideró que el tiempo de Cuaresma es ideal para acercarse a la Iglesia y pedir la confesión.
Recordó que el Beato Papa Juan Pablo II decía que los sacerdotes "al impartir a los fieles la Gracia del perdón con los Sacramentos de la Penitencia, cumplen el acto más alto de su sacerdocio después de la celebración eucarística".
Con ocasión de la XXIII edición del "Curso sobre el Fuero Interno", que se celebra del 5 al 9 de marzo en el Palacio de la Cancillería de Roma, Mons. Girotti , junto al Penitenciario Mayor, Cardenal Manuel Monteiro de Castro, intervienen en un seminario de especialización en la confesión donde participan más de 700 sacerdotes llegados desde 84 países.
En una entrevista concedida a Radio Vaticana, Mons. Girotti afirmó que cada vez más aumenta el número de fieles que deciden reconciliarse con el Señor y recorrer "nuevos caminos penitenciales que evidencian su voluntad de caminar, acercarse al Sacramento de la reconciliación como al final de un camino en el que deben escuchar sus actos no como declaraciones de buena voluntad, sino como la presencia de la Gracia en sus vidas".
Según el Prelado, a pesar de que la sociedad experimenta un persistente debilitamiento del sentido del pecado, "en los últimos tiempos muchos fieles viven el sacramento dentro de una nueva dimensión".
En el curso vaticano se ofrece a los sacerdotes la posibilidad de reforzar su labor en este Sacramento, se procura que no haya disparidades de juicio en las confesiones, y se apliquen correctamente los principios del Magisterio de la Iglesia.
"Un buen confesor debe mostrarse siempre hospitalario, tranquilo, sin prisa ante todo; debe tener siempre la máxima cortesía posible y no olvidar que desarrolla una tarea paterna, porque revela a los hombre el corazón del Padre: representa justamente la imagen del Cristo Buen Pastor", explicó.
Mons. Girotti consideró que el tiempo de Cuaresma es ideal para acercarse a la Iglesia y pedir la confesión.
Recordó que el Beato Papa Juan Pablo II decía que los sacerdotes "al impartir a los fieles la Gracia del perdón con los Sacramentos de la Penitencia, cumplen el acto más alto de su sacerdocio después de la celebración eucarística".
el poder de tus palabras o acciones
Nunca subestimes el poder de tus palabras o acciones
Hoy puedes dar una palabra de ánimo, de consuelo y de apoyo, no pierdas la oportunidad de hacerlo, puede marcar la vida de otros.
Dickens fue un gran observador de la naturaleza humana, y me atrevo a decir, que un gran amante del hombre, por ello desvela con tanta precisión sentimientos y pensamientos ocultos, con los que de alguna manera uno acaba encontrándose e identificándose.
Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, no puedo menos que pensar que cada una de aquellas casas envueltas en la sombra, guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto; que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que más cerca de él late.
Hoy podemos constatar, que en el corazón de nosotros se almacenan muchos secretos y muchos sentimientos, tal vez hoy te toque dar una palabra de ánimo, de consuelo y de apoyo, no pierdas la oportunidad de hacerlo, este pequeño acto de amor y de respeto puede marcar la vida de los otros y tu propia vida.
Un día me contaron una historia: cuando era estudiante de secundaria, vieron a un muchacho caminando de regreso a su casa, se llamaba Kyle. Iba cargando todos sus libros y pensé: ¿Por qué se estará llevando a su casa todos los libros el viernes? Debe ser un "empollón". Yo ya tenía planes para todo el fin de semana, fiestas y un partido de futbol con mis amigos el sábado por la tarde, así que me encogí de hombros y seguí mi camino.
Mientras caminaba, vio a un montón de chicos corriendo hacia él. Cuando lo alcanzaron le tiraron todos sus libros y le hicieron una zancadilla que lo tiró al suelo. Vio que sus gafas volaron y cayeron al suelo como a tres metros de él. Miró hacia arriba y pude ver una tremenda tristeza en sus ojos. Mi corazón se estremeció, así que corrí hacia él mientras gateaba buscando sus gafas. Un anciano vio sus lágrimas correr por el rostro, le acerqué a sus manos sus gafas y le dije: "Esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto". Me miró y me dijo: "¡Gracias!". Había una gran sonrisa en su cara; una de esas sonrisas que mostraban verdadera gratitud.
Le ayudé con sus libros, vivía cerca de mi casa. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Yo nunca había conocido a alguien que fuera a una escuela privada. Caminamos hasta casa. Le ayudé con sus libros; parecía un buen chico. Le pregunté si quería jugar al futbol el sábado conmigo y mis amigos, y aceptó.
Estuvimos juntos todo el fin de semana. Mientras más conocía a Kyle, mejor nos caía, tanto a mí como a mis amigos.
Llegó el lunes por la mañana y ahí estaba Kyle, con aquella enorme pila de libros de nuevo. Me paré y le dije: "Hola, vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días", se rió y me dio la mitad para que le ayudara.
Durante los siguientes cuatro años, nos convertimos en los mejores amigos. Cuando ya estábamos por terminar la secundaria, Kyle decidió ir a la Universidad de Georgetown y yo a la de Duke. Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema. Él estudiaría medicina y yo administración, con una beca de futbol.
Llegó el gran día de la Graduación, él preparó el discurso; yo estaba feliz de no ser el que tenía que hablar y Kyle se veía realmente bien. Era uno de esas personas que se había encontrado a sí mismo durante la secundaria, había mejorado en todos los aspectos, se veía bien con sus gafas; tenía más citas con chicas que yo, y todas lo adoraban. ¡Caramba! Algunas veces hasta me sentía celoso... hoy era uno de esos días.
Pude ver que él estaba nervioso por el discurso, así que le di una palmadita en la espalda y le dije: "Vas a estar genial, amigo". Me miró con una de esas miradas (realmente de agradecimiento) y me sonrió: "Gracias", me dijo. Limpió su garganta y comenzó su discurso:
"La graduación es un buen momento para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a través de estos años difíciles: tus padres, tus maestros, tus hermanos, quizá algún entrenador..., pero principalmente, a tus amigos. Yo estoy aquí para decirles que ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir y, a este propósito, les voy a contar una historia". Yo miraba a mi amigo incrédulo cuando comenzó a contar la historia del primer día que nos conocimos.
Aquel fin de semana él tenía planeado suicidarse. Habló de cómo limpió su armario y por qué llevaba todos sus libros con él: para que su madre no tuviera que ir después a recogerlos a la escuela. Me miraba fijamente y me sonreía. "Afortunadamente fui salvado. Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable". Yo escuchaba con asombro cómo este apuesto y popular chico contaba a todos ese momento de debilidad.
Sus padres también me miraban y me sonreían con esa misma sonrisa de gratitud. En ese momento, me di cuenta de lo profundo de sus palabras: "Nunca subestimes el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la vida de otra persona, para bien o para mal. Dios nos pone a cada uno frente a la vida de otros para impactarlos de alguna manera".
"Los amigos son ángeles que nos llevan en sus brazos cuando nuestras alas tienen problemas para recordar cómo volar". Hay personas que se dedican a iluminar las vidas de otros con su alegría y su cariño, y eso a veces vale mucho.
Muchas veces omitimos hacer el bien, porque nos da pena, nos asusta el qué dirán; y esa acción y omisión, puede determinar el futuro de una persona, no pierdas la oportunidad...
Padre Roberto Mena ST
Hoy puedes dar una palabra de ánimo, de consuelo y de apoyo, no pierdas la oportunidad de hacerlo, puede marcar la vida de otros.
Dickens fue un gran observador de la naturaleza humana, y me atrevo a decir, que un gran amante del hombre, por ello desvela con tanta precisión sentimientos y pensamientos ocultos, con los que de alguna manera uno acaba encontrándose e identificándose.
Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, no puedo menos que pensar que cada una de aquellas casas envueltas en la sombra, guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto; que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que más cerca de él late.
Hoy podemos constatar, que en el corazón de nosotros se almacenan muchos secretos y muchos sentimientos, tal vez hoy te toque dar una palabra de ánimo, de consuelo y de apoyo, no pierdas la oportunidad de hacerlo, este pequeño acto de amor y de respeto puede marcar la vida de los otros y tu propia vida.
Un día me contaron una historia: cuando era estudiante de secundaria, vieron a un muchacho caminando de regreso a su casa, se llamaba Kyle. Iba cargando todos sus libros y pensé: ¿Por qué se estará llevando a su casa todos los libros el viernes? Debe ser un "empollón". Yo ya tenía planes para todo el fin de semana, fiestas y un partido de futbol con mis amigos el sábado por la tarde, así que me encogí de hombros y seguí mi camino.
Mientras caminaba, vio a un montón de chicos corriendo hacia él. Cuando lo alcanzaron le tiraron todos sus libros y le hicieron una zancadilla que lo tiró al suelo. Vio que sus gafas volaron y cayeron al suelo como a tres metros de él. Miró hacia arriba y pude ver una tremenda tristeza en sus ojos. Mi corazón se estremeció, así que corrí hacia él mientras gateaba buscando sus gafas. Un anciano vio sus lágrimas correr por el rostro, le acerqué a sus manos sus gafas y le dije: "Esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto". Me miró y me dijo: "¡Gracias!". Había una gran sonrisa en su cara; una de esas sonrisas que mostraban verdadera gratitud.
Le ayudé con sus libros, vivía cerca de mi casa. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Yo nunca había conocido a alguien que fuera a una escuela privada. Caminamos hasta casa. Le ayudé con sus libros; parecía un buen chico. Le pregunté si quería jugar al futbol el sábado conmigo y mis amigos, y aceptó.
Estuvimos juntos todo el fin de semana. Mientras más conocía a Kyle, mejor nos caía, tanto a mí como a mis amigos.
Llegó el lunes por la mañana y ahí estaba Kyle, con aquella enorme pila de libros de nuevo. Me paré y le dije: "Hola, vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días", se rió y me dio la mitad para que le ayudara.
Durante los siguientes cuatro años, nos convertimos en los mejores amigos. Cuando ya estábamos por terminar la secundaria, Kyle decidió ir a la Universidad de Georgetown y yo a la de Duke. Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema. Él estudiaría medicina y yo administración, con una beca de futbol.
Llegó el gran día de la Graduación, él preparó el discurso; yo estaba feliz de no ser el que tenía que hablar y Kyle se veía realmente bien. Era uno de esas personas que se había encontrado a sí mismo durante la secundaria, había mejorado en todos los aspectos, se veía bien con sus gafas; tenía más citas con chicas que yo, y todas lo adoraban. ¡Caramba! Algunas veces hasta me sentía celoso... hoy era uno de esos días.
Pude ver que él estaba nervioso por el discurso, así que le di una palmadita en la espalda y le dije: "Vas a estar genial, amigo". Me miró con una de esas miradas (realmente de agradecimiento) y me sonrió: "Gracias", me dijo. Limpió su garganta y comenzó su discurso:
"La graduación es un buen momento para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a través de estos años difíciles: tus padres, tus maestros, tus hermanos, quizá algún entrenador..., pero principalmente, a tus amigos. Yo estoy aquí para decirles que ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir y, a este propósito, les voy a contar una historia". Yo miraba a mi amigo incrédulo cuando comenzó a contar la historia del primer día que nos conocimos.
Aquel fin de semana él tenía planeado suicidarse. Habló de cómo limpió su armario y por qué llevaba todos sus libros con él: para que su madre no tuviera que ir después a recogerlos a la escuela. Me miraba fijamente y me sonreía. "Afortunadamente fui salvado. Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable". Yo escuchaba con asombro cómo este apuesto y popular chico contaba a todos ese momento de debilidad.
Sus padres también me miraban y me sonreían con esa misma sonrisa de gratitud. En ese momento, me di cuenta de lo profundo de sus palabras: "Nunca subestimes el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la vida de otra persona, para bien o para mal. Dios nos pone a cada uno frente a la vida de otros para impactarlos de alguna manera".
"Los amigos son ángeles que nos llevan en sus brazos cuando nuestras alas tienen problemas para recordar cómo volar". Hay personas que se dedican a iluminar las vidas de otros con su alegría y su cariño, y eso a veces vale mucho.
Muchas veces omitimos hacer el bien, porque nos da pena, nos asusta el qué dirán; y esa acción y omisión, puede determinar el futuro de una persona, no pierdas la oportunidad...
Padre Roberto Mena ST
Wednesday, February 29, 2012
Por que confesarnos con un hombre como nosotros?
Confesarse con un hombre?
El otro día, hablando de la confesión alguien me dijo: «¿Cómo se le ocurre que yo me voy a confesar con un pecador como yo? Yo me confieso con Dios y punto. Entro en mi habitación, oro con fervor y Dios me perdona». Le contesté que el asunto no es tan simple. Muchas veces acomodamos la religión a nuestra manera, y así pasa también con la confesión. La confesión
no es solamente «pecar, orar y listo». Hay que buscar a un sacerdote. Hacer un gran acto de humildad. Decirle sus pecados. Y luego recibir una corrección fraterna y la absolución del sacerdote de la Iglesia. Eso no lo han inventado los curas. Hay claras indicaciones en la Biblia acerca de la confesión delante de un ministro de la Iglesia.
Queridos hermanos católicos, en esta carta quiero explicarles primero lo que nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados, y luego voy a contestar algunas dudas acerca de la confesión que algunos hermanos de otra religión nos plantean. Muchos católicos, sin mayor formación religiosa, fácilmente se dejan influenciar por estas inquietudes y sin darse cuenta se les van los grandes tesoros que Jesús confió a su Iglesia. Con esta carta no quiero ofender a nadie, pero lo que me mueve a escribir estas líneas es el amor por la verdad. Ya que solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).
¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados?
1. Jesús perdona los pecados. En el Antiguo Testamento el perdón de los pecados era un derecho solamente de Dios. Ningún profeta y ningún sacerdote del Antiguo Testamento pronunció absolución de pecados. Sólo Dios perdonaba el pecado.
En el Nuevo Testamento, por primera vez, aparece alguien, al lado de Dios Padre, que perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc. 2, 10).
Y en verdad Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc. 2, 5).
Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados, sus numerosos pecados le quedan perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc. 7, 47).
Y en la cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).
2. Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles. Jesús quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su vida y en sus obras, fueran signo e instrumento de perdón. Y pidió a sus discípulos que siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt.
18, 15-17). Sin embargo, Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de la reconciliación con la Iglesia. Lo expresó particularmente en las palabras solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mat. 16, 19). Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su comunión, será excluido de la comunión con Dios.
Aquel a quien ustedes reciben de nuevo en su comunión, será también acogido por Dios. Es decir, la reconciliación con Dios pasa inseparablemente por la reconciliación con la Iglesia.
El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles, sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a
quienes se los retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Y en la Iglesia primitiva ya existía el ministerio de la reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18).
3. Los apóstoles comunicaron el poder divino de perdonar pecados a sus sucesores.
Las palabras de Jesucristo sobre el perdón de los pecados no fueron sólo para los Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus sucesores. Los apóstoles las comunicaron con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios
que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6).
Los apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de que Jesús quería una institución que no podía desaparecer con la muerte de los apóstoles. El Maestro les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las promesas de Jesús a Pedro y a los apóstoles, no sólo valen para sus personas, sino también para sus legítimos sucesores.
Como conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18). Los obispos, o sucesores de los apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ahora ejerciendo este ministerio. Ellos tienen el poder de
perdonar los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Dudas que plantean otras iglesias acerca de la confesión.
1. ¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes pueden perdonar los
pecados? La Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta la autoridad divina que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos sucesores. Esto ya está explicado. El poder divino de perdonar pecados está claramente expresado en lo que hizo y dijo Jesús ante sus
apóstoles: El Señor sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengan les quedan retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a
«presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» y nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su amistad.
2. ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los perdonaba?
Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión. Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no. Jesús no necesitaba esta confesión de los pecados. Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad.
Además el hombre está hecho de tal manera que siente la necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas, aunque llegado el momento le cuesta. El sacerdote debe tener suficiente conocimiento de la situación de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador. Luego el sacerdote, guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y pronunciará la
absolución: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». La absolución es realmente un juicio que se pronuncia sobre el pecador arrepentido. Es mucho más que un sentirse liberado de sus pecados.
Es decir, a los ojos de Dios: no existen más esos pecados. Está realmente justificado. Y como consecuencia lógica, dada la delicadeza y la grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus penitentes.
3. «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán algunos.
Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no ha pecado, es un mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que
aclara todo es esta: Jesús lo quiso así y punto. Jesús fundamentó la Iglesia sobre Pedro sabiendo que Pedro era también pecador. Y Jesús dio el poder de perdonar, de consagrar su Cuerpo y de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente para que más aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres. Con razón nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos de barro y sentimos el deber de crecer día a día en santidad
para ser menos indignos de este ministerio.
El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo el poder de hacerlo. Además, durante la confesión aprovecha para hacer una corrección fraterna y para alentar al penitente. El confesor no es el dueño, sino el servidor del perdón de Dios.
Y otro punto importante es que el sacerdote concede el perdón «en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono…» no se refiere a la persona del sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él. Los que se escandalizan y dicen ¿cómo un sacerdote que es un hombre puede perdonar a otro hombre? es que no entienden nada de esto.
¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes acerca de la confesión?
El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado.
En cambio el católico, después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre…», queda con una gran seguridad de haber sido perdonado y con una paz en el alma que no encuentra por ningún otro camino.
Por eso decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no. En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra religión». En verdad, la confesión es el
mejor remedio para obtener la paz del alma.
El católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y listo». Pongamos un caso: Una mujer católica comete un aborto. No puede llegar a su pieza, rezar y decir que todo está arreglado. No. Ella tiene que ir a un sacerdote y confesarle su pecado. Y el sacerdote le hará ver lo grave de su pecado, un pecado que lleva a la excomunión de la Iglesia. El sacerdote le aconsejará una penitencia fuerte. Ella quizás hasta llorará en ese momento y antes del próximo aborto seguramente lo pensará tres veces… ¿Y ese señor que compra lo robado? ¿Y esa novia que no se hace respetar por el novio? ¿Y esa mujer que quita la fama con su lengua? ¿Y ese borracho?… Confesando sus pecados, se encontrarán con alguien que les habla en nombre de Dios y les hace
reflexionar y cambiar su vida.
Queridos hermanos, termino esta carta con una gran esperanza de que nosotros los católicos seamos capaces de descubrir de nuevo el gran tesoro de la confesión.
Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos». Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual.
Décima a lo Divino por el Hijo Pródigo:
Padre de mi corazón aquí estoy arrepentido, a tus pies estoy rendido, concédeme tu perdón. Póngame la bendición y olvide usted sus enojos como pisando entre abrojos hoy he llegado hasta aquí a hacerle correr por mí las lágrimas de sus ojos.
Cuestionario.
¿Quién podía perdonar los pecados en el Antiguo Testamento?
¿Quién puede perdonarlos en el Nuevo Testamento?
¿A quiénes delegó Jesús este poder?
¿A quiénes lo delegaron los Apóstoles?
¿En nombre de quién perdonan los sacerdotes?
¿Qué significa que el sacerdote perdona en nombre de Cristo?
¿Puede un católico confesar sus pecados directamente a Dios?
¿Cuándo tiene seguridad el católico de que es perdonado por Dios?
¿La tiene igual elevangélico?
¿Cómo se confiesan ellos?
¿Por qué hay que decir los pecados al sacerdote?
El otro día, hablando de la confesión alguien me dijo: «¿Cómo se le ocurre que yo me voy a confesar con un pecador como yo? Yo me confieso con Dios y punto. Entro en mi habitación, oro con fervor y Dios me perdona». Le contesté que el asunto no es tan simple. Muchas veces acomodamos la religión a nuestra manera, y así pasa también con la confesión. La confesión
no es solamente «pecar, orar y listo». Hay que buscar a un sacerdote. Hacer un gran acto de humildad. Decirle sus pecados. Y luego recibir una corrección fraterna y la absolución del sacerdote de la Iglesia. Eso no lo han inventado los curas. Hay claras indicaciones en la Biblia acerca de la confesión delante de un ministro de la Iglesia.
Queridos hermanos católicos, en esta carta quiero explicarles primero lo que nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados, y luego voy a contestar algunas dudas acerca de la confesión que algunos hermanos de otra religión nos plantean. Muchos católicos, sin mayor formación religiosa, fácilmente se dejan influenciar por estas inquietudes y sin darse cuenta se les van los grandes tesoros que Jesús confió a su Iglesia. Con esta carta no quiero ofender a nadie, pero lo que me mueve a escribir estas líneas es el amor por la verdad. Ya que solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).
¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados?
1. Jesús perdona los pecados. En el Antiguo Testamento el perdón de los pecados era un derecho solamente de Dios. Ningún profeta y ningún sacerdote del Antiguo Testamento pronunció absolución de pecados. Sólo Dios perdonaba el pecado.
En el Nuevo Testamento, por primera vez, aparece alguien, al lado de Dios Padre, que perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc. 2, 10).
Y en verdad Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc. 2, 5).
Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados, sus numerosos pecados le quedan perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc. 7, 47).
Y en la cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).
2. Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles. Jesús quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su vida y en sus obras, fueran signo e instrumento de perdón. Y pidió a sus discípulos que siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt.
18, 15-17). Sin embargo, Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de la reconciliación con la Iglesia. Lo expresó particularmente en las palabras solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mat. 16, 19). Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su comunión, será excluido de la comunión con Dios.
Aquel a quien ustedes reciben de nuevo en su comunión, será también acogido por Dios. Es decir, la reconciliación con Dios pasa inseparablemente por la reconciliación con la Iglesia.
El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles, sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a
quienes se los retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Y en la Iglesia primitiva ya existía el ministerio de la reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18).
3. Los apóstoles comunicaron el poder divino de perdonar pecados a sus sucesores.
Las palabras de Jesucristo sobre el perdón de los pecados no fueron sólo para los Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus sucesores. Los apóstoles las comunicaron con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios
que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6).
Los apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de que Jesús quería una institución que no podía desaparecer con la muerte de los apóstoles. El Maestro les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las promesas de Jesús a Pedro y a los apóstoles, no sólo valen para sus personas, sino también para sus legítimos sucesores.
Como conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18). Los obispos, o sucesores de los apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ahora ejerciendo este ministerio. Ellos tienen el poder de
perdonar los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Dudas que plantean otras iglesias acerca de la confesión.
1. ¿En qué se basan los católicos para decir que los sacerdotes pueden perdonar los
pecados? La Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta la autoridad divina que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos sucesores. Esto ya está explicado. El poder divino de perdonar pecados está claramente expresado en lo que hizo y dijo Jesús ante sus
apóstoles: El Señor sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retengan les quedan retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a
«presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» y nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su amistad.
2. ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los perdonaba?
Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión. Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no. Jesús no necesitaba esta confesión de los pecados. Ahora bien, como el pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad.
Además el hombre está hecho de tal manera que siente la necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas, aunque llegado el momento le cuesta. El sacerdote debe tener suficiente conocimiento de la situación de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador. Luego el sacerdote, guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y pronunciará la
absolución: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». La absolución es realmente un juicio que se pronuncia sobre el pecador arrepentido. Es mucho más que un sentirse liberado de sus pecados.
Es decir, a los ojos de Dios: no existen más esos pecados. Está realmente justificado. Y como consecuencia lógica, dada la delicadeza y la grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus penitentes.
3. «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán algunos.
Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no ha pecado, es un mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que
aclara todo es esta: Jesús lo quiso así y punto. Jesús fundamentó la Iglesia sobre Pedro sabiendo que Pedro era también pecador. Y Jesús dio el poder de perdonar, de consagrar su Cuerpo y de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente para que más aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres. Con razón nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos de barro y sentimos el deber de crecer día a día en santidad
para ser menos indignos de este ministerio.
El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo el poder de hacerlo. Además, durante la confesión aprovecha para hacer una corrección fraterna y para alentar al penitente. El confesor no es el dueño, sino el servidor del perdón de Dios.
Y otro punto importante es que el sacerdote concede el perdón «en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono…» no se refiere a la persona del sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él. Los que se escandalizan y dicen ¿cómo un sacerdote que es un hombre puede perdonar a otro hombre? es que no entienden nada de esto.
¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes acerca de la confesión?
El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado.
En cambio el católico, después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre…», queda con una gran seguridad de haber sido perdonado y con una paz en el alma que no encuentra por ningún otro camino.
Por eso decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos. Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no. En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra religión». En verdad, la confesión es el
mejor remedio para obtener la paz del alma.
El católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y listo». Pongamos un caso: Una mujer católica comete un aborto. No puede llegar a su pieza, rezar y decir que todo está arreglado. No. Ella tiene que ir a un sacerdote y confesarle su pecado. Y el sacerdote le hará ver lo grave de su pecado, un pecado que lleva a la excomunión de la Iglesia. El sacerdote le aconsejará una penitencia fuerte. Ella quizás hasta llorará en ese momento y antes del próximo aborto seguramente lo pensará tres veces… ¿Y ese señor que compra lo robado? ¿Y esa novia que no se hace respetar por el novio? ¿Y esa mujer que quita la fama con su lengua? ¿Y ese borracho?… Confesando sus pecados, se encontrarán con alguien que les habla en nombre de Dios y les hace
reflexionar y cambiar su vida.
Queridos hermanos, termino esta carta con una gran esperanza de que nosotros los católicos seamos capaces de descubrir de nuevo el gran tesoro de la confesión.
Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos». Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual.
Décima a lo Divino por el Hijo Pródigo:
Padre de mi corazón aquí estoy arrepentido, a tus pies estoy rendido, concédeme tu perdón. Póngame la bendición y olvide usted sus enojos como pisando entre abrojos hoy he llegado hasta aquí a hacerle correr por mí las lágrimas de sus ojos.
Cuestionario.
¿Quién podía perdonar los pecados en el Antiguo Testamento?
¿Quién puede perdonarlos en el Nuevo Testamento?
¿A quiénes delegó Jesús este poder?
¿A quiénes lo delegaron los Apóstoles?
¿En nombre de quién perdonan los sacerdotes?
¿Qué significa que el sacerdote perdona en nombre de Cristo?
¿Puede un católico confesar sus pecados directamente a Dios?
¿Cuándo tiene seguridad el católico de que es perdonado por Dios?
¿La tiene igual elevangélico?
¿Cómo se confiesan ellos?
¿Por qué hay que decir los pecados al sacerdote?
La cuaresma es camino hacia la pascua
La Iglesia inicia el tiempo de Cuaresma, cuarenta días que culminan en la gran fiesta de la Resurrección de Cristo
No hay Cuaresma sin Pascua, ni Pascua sin Cuaresma. Así resumía el diácono permanente Josep Urdeix el año pasado, en una intervención radiofónica, el itinerario central del calendario cristiano: la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua de Resurrección. Este año el tiempo de Cuaresma empieza el 22 de febrero de 2012, miércoles de ceniza, un día en que el mensaje del texto evangélico (Mateo 6, 1-18) se refiere a la limosna, al ayuno y la plegaria que son, por otra parte, los tres pilares de estos cuarenta días. Pero el llamamiento a los cristianos es, sobre todo, no hacer las cosas para que nos vean, sino obrar con discreción, vida interior e intimidad. El primer día del tiempo cuaresmal, al final de las celebraciones eucarísticas, el sacerdote impone a cada persona un poco de ceniza haciendo la señal de la cruz sobre la frente, y recuerda normalmente esta frase: “¡Conviértete y cree en el Evangelio!”.
Y es que la Cuaresma es el tiempo en que la Iglesia de Jesucristo intensifica su llamamiento a la conversión personal de todos los creyentes. Recuerda los cuarenta días que Jesús, antes de sufrir la crucifixión, pasó ayunando en el desierto superando tentaciones y llenándose con mucha vida interior y reflexión. Actualmente, existe un precepto de ayuno, con una única comida fuerte y sin comida entre horas, para el miércoles de ceniza y también el viernes Santo. Por otra parte, se establece una abstinencia de carne el mismo miércoles de ceniza y todos los viernes hasta el viernes Santo. Estos gestos, sin embargo, no se piden para que los cristianos los sigan como una obligación, sino como un signo de comunión y de unión con la persona de Jesús. Más allá de eso, la Iglesia no quiere tampoco que nos quedemos con estas formas de vivir la Cuaresma. Quiere que vayamos más allá, con propósitos de rogar más y hacer mejores obras. Por ejemplo, sustituir la abstinencia de carne por una buena mariscada en un restaurante de lujo, como se hacía institucionalmente en tiempos del franquismo en España, no es vivir cristianamente este tiempo.
La Cuaresma, que se acaba el domingo de Ramos (este año el 11 de abril de 2012), es también preparación para el gozo de la Pascua. Por lo tanto, no es un tiempo de tristeza, sino de contemplación. Una buena opción para vivir estos días es participar regularmente en plegarias comunitarias y atender también la individual, así como leer textos bíblicos y especialmente el evangelio. Ciertamente, es una lástima que, en nuestro país, quiera olvidarse la Cuaresma mientras se anuncia de manera reiterada el inicio del Ramadán de los musulmanes, cada año más presente en casa nuestra. Respeto por otras confesiones no cristianas, sí; pero sin dejar que se olvide la nuestra, la católica.
La penitencia es la otra gran palabra que suena durante la Cuaresma. Es simplemente el llamamiento que todos los creyentes recibimos de reencontrarnos con Dios, mediante el sacramento de la reconciliación, la celebración comunitaria de la penitencia y también gestos de hermandad con los demás, entre ellos también la petición de perdón y la purificación de la memoria que tantas veces ha pedido el Papa Juan Pablo II. Todo da paso a la Semana Santa, que empieza el domingo de Ramos, con el recuerdo y la vivencia de la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén antes de la pasión, y se acaba el domingo de Pascua, la fiesta más importante para los cristianos. Es tan importante que no se celebra sólo un día, sino cincuenta. Durante la Semana Santa, también celebramos la institución de la Eucaristía y el amor fraterno, el jueves Santo, y la pasión y muerte de Jesús en la cruz con una intensa plegaria universal, en este caso el viernes Santo. En definitiva, nos encontramos un año más ante la mejor oportunidad de conocer las raíces y el sentido de nuestra fe.
No hay Cuaresma sin Pascua, ni Pascua sin Cuaresma. Así resumía el diácono permanente Josep Urdeix el año pasado, en una intervención radiofónica, el itinerario central del calendario cristiano: la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua de Resurrección. Este año el tiempo de Cuaresma empieza el 22 de febrero de 2012, miércoles de ceniza, un día en que el mensaje del texto evangélico (Mateo 6, 1-18) se refiere a la limosna, al ayuno y la plegaria que son, por otra parte, los tres pilares de estos cuarenta días. Pero el llamamiento a los cristianos es, sobre todo, no hacer las cosas para que nos vean, sino obrar con discreción, vida interior e intimidad. El primer día del tiempo cuaresmal, al final de las celebraciones eucarísticas, el sacerdote impone a cada persona un poco de ceniza haciendo la señal de la cruz sobre la frente, y recuerda normalmente esta frase: “¡Conviértete y cree en el Evangelio!”.
Y es que la Cuaresma es el tiempo en que la Iglesia de Jesucristo intensifica su llamamiento a la conversión personal de todos los creyentes. Recuerda los cuarenta días que Jesús, antes de sufrir la crucifixión, pasó ayunando en el desierto superando tentaciones y llenándose con mucha vida interior y reflexión. Actualmente, existe un precepto de ayuno, con una única comida fuerte y sin comida entre horas, para el miércoles de ceniza y también el viernes Santo. Por otra parte, se establece una abstinencia de carne el mismo miércoles de ceniza y todos los viernes hasta el viernes Santo. Estos gestos, sin embargo, no se piden para que los cristianos los sigan como una obligación, sino como un signo de comunión y de unión con la persona de Jesús. Más allá de eso, la Iglesia no quiere tampoco que nos quedemos con estas formas de vivir la Cuaresma. Quiere que vayamos más allá, con propósitos de rogar más y hacer mejores obras. Por ejemplo, sustituir la abstinencia de carne por una buena mariscada en un restaurante de lujo, como se hacía institucionalmente en tiempos del franquismo en España, no es vivir cristianamente este tiempo.
La Cuaresma, que se acaba el domingo de Ramos (este año el 11 de abril de 2012), es también preparación para el gozo de la Pascua. Por lo tanto, no es un tiempo de tristeza, sino de contemplación. Una buena opción para vivir estos días es participar regularmente en plegarias comunitarias y atender también la individual, así como leer textos bíblicos y especialmente el evangelio. Ciertamente, es una lástima que, en nuestro país, quiera olvidarse la Cuaresma mientras se anuncia de manera reiterada el inicio del Ramadán de los musulmanes, cada año más presente en casa nuestra. Respeto por otras confesiones no cristianas, sí; pero sin dejar que se olvide la nuestra, la católica.
La penitencia es la otra gran palabra que suena durante la Cuaresma. Es simplemente el llamamiento que todos los creyentes recibimos de reencontrarnos con Dios, mediante el sacramento de la reconciliación, la celebración comunitaria de la penitencia y también gestos de hermandad con los demás, entre ellos también la petición de perdón y la purificación de la memoria que tantas veces ha pedido el Papa Juan Pablo II. Todo da paso a la Semana Santa, que empieza el domingo de Ramos, con el recuerdo y la vivencia de la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén antes de la pasión, y se acaba el domingo de Pascua, la fiesta más importante para los cristianos. Es tan importante que no se celebra sólo un día, sino cincuenta. Durante la Semana Santa, también celebramos la institución de la Eucaristía y el amor fraterno, el jueves Santo, y la pasión y muerte de Jesús en la cruz con una intensa plegaria universal, en este caso el viernes Santo. En definitiva, nos encontramos un año más ante la mejor oportunidad de conocer las raíces y el sentido de nuestra fe.
Tuesday, February 28, 2012
cuaresma 40 d9ias de reconciliacion
Cuaresma: 40 días para la reconciliación
Tiempo litúrgico que recuerda los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto. Es un tiempo de reconciliación
Cuaresma: 40 días para la reconciliación
Origen y significado de la fiesta
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua.
Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
La Cuaresma dura 40 días, comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo.
También cabe decir que la liturgia considera el Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de resurrección, toda una celebridad junta llamada "Triduo Pascual".
Inicialmente, la Cuaresma iba desde el Primer Domingo de Cuaresma al Jueves Santo, pero a raíz de una reforma litúrgica, se descontaron los domingos por considerarlos pascuales y no penitenciales. Para "cuadrar", se añadió a la cuaresma los días que van del Miércoles de Ceniza hasta el Primer Domingo de Cuaresma. De esta manera salen los 40 días. Actualmente, y lo repito de nuevo, la Cuaresma va desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo
A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo.
El pecado nos aleja de Dios, rompe nuestra relación con Él, por eso debemos luchar contra él pecado y ésto sólo se logra a través de la conversión interna de mente y corazón.
Un cambio en nuestra vida. Un cambio en nuestra conducta y comportamiento, buscando el arrepentimiento por nuestras faltas y volviendo a Dios que es la verdadera razón de nuestro existir.
La Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos.
La Cuaresma es un camino hacia la Pascua, que es la fiesta más importante de la Iglesia por ser la resurrección de Cristo, el fundamento y verdad culminante de nuestra fe. Es la buena noticia que tenemos obligación de difundir.
En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.
El ayuno y la abstinencia en la Cuaresma
El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día.
La abstinencia consiste en no comer carne.
Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.
Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.
El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.
Cómo vivir la Cuaresma
1. Arrepintiéndome de mis pecados y confesándome.
2. Luchando por cambiar yo mismo.
3. Haciendo sacrificios.
4. Haciendo oración.
1.-Arrepintiéndome de mis pecados:
Pensar en qué he ofendido a Dios, Nuestro Señor, si me duele haberlo ofendido, si realmente estoy arrepentido. Este es un muy buen momento del año para llevar a cabo una confesión preparada y de corazón. Revisa los mandamientos de Dios y de la Iglesia para poder hacer una buena confesión. Ayúdate de un libro para estructurar tu confesión. Busca el tiempo para llevarla a cabo.
2. Luchando por cambiar:
Analiza tu conducta para conocer en qué estás fallando. Hazte propósitos para cumplir día con día y revisa en la noche si lo lograste. Recuerda no ponerte demasiados porque te va a ser muy difícil cumplirlos todos. Hay que subir las escaleras de un escalón en un escalón, no se puede subir toda de un brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz un plan para luchar contra éste. Tu plan debe ser realista, práctico y concreto para poderlo cumplir.
3. Haciendo sacrificios:
La palabra sacrificio viene del latín sacrum-facere, que significa “hacer sagrado”. Entonces, hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por amor. Hacer sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, cosas que te cuestan trabajo. Por ejemplo, ser amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a otro en su trabajo. A cada uno de nosotros hay algo que nos cuesta trabajo hacer en la vida de todos los días. Si esto se lo ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo sacrificio.
4. Haciendo oración:
Aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para decirle que lo quieres y que quieres estar con Él. Te puedes ayudar de un buen libro de meditación para Cuaresma. Puedes leer en la Biblia pasajes relacionados con la Cuaresma.
Sugerencias para vivir la Cuaresma:
Rezar la Oración de Cuaresma
Padre nuestro, que estás en el Cielo,
durante esta época de arrepentimiento,
ten misericordia de nosotros.
Con nuestra oración, nuestro ayuno y nuestras buenas obras, transforma nuestro egoísmo en generosidad.
Abre nuestros corazones a tu Palabra,
sana nuestras heridas del pecado,
ayúdanos a hacer el bien en este mundo.
Que transformemos la obscuridad y el dolor
en vida y alegría.
Concédenos estas cosas por Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Contar a los niños el sentido de la Cuaresma de una forma amena para que la entiendan y se motiven a cumplir con los propósitos del calendario de Cuaresma. Educarles en el sentido espiritual, sobre todo.
Tiempo litúrgico que recuerda los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto. Es un tiempo de reconciliación
Cuaresma: 40 días para la reconciliación
Origen y significado de la fiesta
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua.
Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
La Cuaresma dura 40 días, comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Jueves Santo.
También cabe decir que la liturgia considera el Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de resurrección, toda una celebridad junta llamada "Triduo Pascual".
Inicialmente, la Cuaresma iba desde el Primer Domingo de Cuaresma al Jueves Santo, pero a raíz de una reforma litúrgica, se descontaron los domingos por considerarlos pascuales y no penitenciales. Para "cuadrar", se añadió a la cuaresma los días que van del Miércoles de Ceniza hasta el Primer Domingo de Cuaresma. De esta manera salen los 40 días. Actualmente, y lo repito de nuevo, la Cuaresma va desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo
A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo.
El pecado nos aleja de Dios, rompe nuestra relación con Él, por eso debemos luchar contra él pecado y ésto sólo se logra a través de la conversión interna de mente y corazón.
Un cambio en nuestra vida. Un cambio en nuestra conducta y comportamiento, buscando el arrepentimiento por nuestras faltas y volviendo a Dios que es la verdadera razón de nuestro existir.
La Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos.
La Cuaresma es un camino hacia la Pascua, que es la fiesta más importante de la Iglesia por ser la resurrección de Cristo, el fundamento y verdad culminante de nuestra fe. Es la buena noticia que tenemos obligación de difundir.
En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.
El ayuno y la abstinencia en la Cuaresma
El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día.
La abstinencia consiste en no comer carne.
Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.
Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.
El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.
Cómo vivir la Cuaresma
1. Arrepintiéndome de mis pecados y confesándome.
2. Luchando por cambiar yo mismo.
3. Haciendo sacrificios.
4. Haciendo oración.
1.-Arrepintiéndome de mis pecados:
Pensar en qué he ofendido a Dios, Nuestro Señor, si me duele haberlo ofendido, si realmente estoy arrepentido. Este es un muy buen momento del año para llevar a cabo una confesión preparada y de corazón. Revisa los mandamientos de Dios y de la Iglesia para poder hacer una buena confesión. Ayúdate de un libro para estructurar tu confesión. Busca el tiempo para llevarla a cabo.
2. Luchando por cambiar:
Analiza tu conducta para conocer en qué estás fallando. Hazte propósitos para cumplir día con día y revisa en la noche si lo lograste. Recuerda no ponerte demasiados porque te va a ser muy difícil cumplirlos todos. Hay que subir las escaleras de un escalón en un escalón, no se puede subir toda de un brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz un plan para luchar contra éste. Tu plan debe ser realista, práctico y concreto para poderlo cumplir.
3. Haciendo sacrificios:
La palabra sacrificio viene del latín sacrum-facere, que significa “hacer sagrado”. Entonces, hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por amor. Hacer sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, cosas que te cuestan trabajo. Por ejemplo, ser amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a otro en su trabajo. A cada uno de nosotros hay algo que nos cuesta trabajo hacer en la vida de todos los días. Si esto se lo ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo sacrificio.
4. Haciendo oración:
Aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para decirle que lo quieres y que quieres estar con Él. Te puedes ayudar de un buen libro de meditación para Cuaresma. Puedes leer en la Biblia pasajes relacionados con la Cuaresma.
Sugerencias para vivir la Cuaresma:
Rezar la Oración de Cuaresma
Padre nuestro, que estás en el Cielo,
durante esta época de arrepentimiento,
ten misericordia de nosotros.
Con nuestra oración, nuestro ayuno y nuestras buenas obras, transforma nuestro egoísmo en generosidad.
Abre nuestros corazones a tu Palabra,
sana nuestras heridas del pecado,
ayúdanos a hacer el bien en este mundo.
Que transformemos la obscuridad y el dolor
en vida y alegría.
Concédenos estas cosas por Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Contar a los niños el sentido de la Cuaresma de una forma amena para que la entiendan y se motiven a cumplir con los propósitos del calendario de Cuaresma. Educarles en el sentido espiritual, sobre todo.
san Benito y la cuaresma
Aunque la vida del monje debería tener en todo tiempo una observancia cuaresmal, sin embargo, como son pocos los que tienen semejante fortaleza, los exhortamos a que en estos días de Cuaresma guarden su vida con suma pureza, y a que borren también en estos días santos todas las negligencias de otros tiempos. Lo cual haremos convenientemente, si nos apartamos de todo vicio y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia.
Por eso, añadamos en estos días algo a la tarea habitual de nuestro servicio, como oraciones particulares o abstinencia de comida y bebida, de modo que cada uno, con gozo del Espíritu Santo, ofrezca voluntariamente a Dios algo sobre la medida establecida, esto es, que prive a su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de bromas, y espere la Pascua con la alegría del deseo espiritual» (San Benito, Regla, Capítulo 49).
Uno de mis animales favoritos es el águila. Siempre lo ha sido. Ver sus alas extendidas en su majestuoso vuelo o la pose orgullosa y elegante de su cabeza ha constituido desde mi más tierna infancia objeto de admiración. Por ese motivo, no dudé en abrir una de las miles de presentaciones de Power Point que me llegaron esta semana con el título de "El reto del águila". Decía exactamente lo siguiente:
El águila es una de las aves de mayor longevidad. Llega a vivir 70 años. Pero para llegar a esa edad, en su cuarta década tiene que tomar una seria y difícil decisión.
A los 40 años, ya sus uñas se volvieron tan largas y flexibles que no puede sujetar a las presas de las cuales se alimenta. El pico alargado y en punta, se curva demasiado y ya no le sirve. Apuntando contra el pecho están las alas, envejecidas y pesadas en función del gran tamaño de sus plumas y, para entonces, ¡volar se vuelve tan difícil!
Entonces, tiene sólo dos alternativas: Dejarse estar y morir... o enfrentar un doloroso proceso de renovación que le llevará aproximadamente 150 días. Ese proceso consiste en volar a lo alto de una montaña y recogerse en un nido, próximo a un paredón donde ella no necesita volar y se siente más protegida.
Entonces, una vez encontrado el lugar adecuado, el águila comienza a golpear la roca con el pico ¡hasta arrancarlo! Luego espera que le nazca un nuevo pico con el cual podrá arrancar sus viejas uñas inservibles. Cuando las nuevas uñas comienzan a crecer, ella desprende una a una, sus viejas y sobrecrecidas plumas. Y después de todos esos largos y dolorosos cinco meses de heridas, cicatrizaciones y crecimiento, logra realizar su famoso vuelo de renovación, renacimiento y festejo para vivir otros 30 años más.
No sé si sea verdad o una mera ficción, pero a mí me ha recordado el período de Cuaresma que estamos viviendo, un tiempo que, para muchos, puede ser costoso. De hecho, lo era para San Benito.
El texto del santo que arriba he querido compartirles lo deja muy claro: no se puede vivir la Cuaresma durante todo el año. No todos tenemos las fuerzas para vivirlo. Pero también es verdad que la Cuaresma es necesaria, así como para el águila era necesario ese esconderse en su nido. Sin este período de renuncias, nuestra alma puede volverse vieja, rutinaria y no rejuvenecer.
Por ello, con este tiempo litúrgico que la Iglesia nos propone no es que se busque hacernos la vida imposible, sino que, con la oración y los pequeños sacrificios que uno realiza -«que prive a su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de bromas», para decirlo con las palabras de San Benito- se nos ayuda a fortalecer nuestro espíritu, a darle más fuerza y soportar, luego, los grandes vuelos que aún tengamos por delante en nuestra vida: vuelos que no estarán exentos de dificultades y tentaciones; vuelos que nos llevarán, si Dios quiere, al vuelo definitivo a la Eternidad, al abrazo con Dios.
¿Cuántas "uñas largas e inservibles" tengo yo en mi vida y que necesito arrancarme? ¿Cuál es mi lista de vicios o de pequeñas cosas que puedo ofrecer a Dios? Sería muy positivo, si no lo han hecho aún, trazarse unos objetivos, sencillos y claros, para estos 40 días de Cuaresma y ponerlos delante de Dios en la oración. Así, podremos renovar nuestra alma y, de esta manera, podremos ser también objetos de admiración...pero no de cualquiera, sino del mismo Dios.
Por eso, añadamos en estos días algo a la tarea habitual de nuestro servicio, como oraciones particulares o abstinencia de comida y bebida, de modo que cada uno, con gozo del Espíritu Santo, ofrezca voluntariamente a Dios algo sobre la medida establecida, esto es, que prive a su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de bromas, y espere la Pascua con la alegría del deseo espiritual» (San Benito, Regla, Capítulo 49).
Uno de mis animales favoritos es el águila. Siempre lo ha sido. Ver sus alas extendidas en su majestuoso vuelo o la pose orgullosa y elegante de su cabeza ha constituido desde mi más tierna infancia objeto de admiración. Por ese motivo, no dudé en abrir una de las miles de presentaciones de Power Point que me llegaron esta semana con el título de "El reto del águila". Decía exactamente lo siguiente:
El águila es una de las aves de mayor longevidad. Llega a vivir 70 años. Pero para llegar a esa edad, en su cuarta década tiene que tomar una seria y difícil decisión.
A los 40 años, ya sus uñas se volvieron tan largas y flexibles que no puede sujetar a las presas de las cuales se alimenta. El pico alargado y en punta, se curva demasiado y ya no le sirve. Apuntando contra el pecho están las alas, envejecidas y pesadas en función del gran tamaño de sus plumas y, para entonces, ¡volar se vuelve tan difícil!
Entonces, tiene sólo dos alternativas: Dejarse estar y morir... o enfrentar un doloroso proceso de renovación que le llevará aproximadamente 150 días. Ese proceso consiste en volar a lo alto de una montaña y recogerse en un nido, próximo a un paredón donde ella no necesita volar y se siente más protegida.
Entonces, una vez encontrado el lugar adecuado, el águila comienza a golpear la roca con el pico ¡hasta arrancarlo! Luego espera que le nazca un nuevo pico con el cual podrá arrancar sus viejas uñas inservibles. Cuando las nuevas uñas comienzan a crecer, ella desprende una a una, sus viejas y sobrecrecidas plumas. Y después de todos esos largos y dolorosos cinco meses de heridas, cicatrizaciones y crecimiento, logra realizar su famoso vuelo de renovación, renacimiento y festejo para vivir otros 30 años más.
No sé si sea verdad o una mera ficción, pero a mí me ha recordado el período de Cuaresma que estamos viviendo, un tiempo que, para muchos, puede ser costoso. De hecho, lo era para San Benito.
El texto del santo que arriba he querido compartirles lo deja muy claro: no se puede vivir la Cuaresma durante todo el año. No todos tenemos las fuerzas para vivirlo. Pero también es verdad que la Cuaresma es necesaria, así como para el águila era necesario ese esconderse en su nido. Sin este período de renuncias, nuestra alma puede volverse vieja, rutinaria y no rejuvenecer.
Por ello, con este tiempo litúrgico que la Iglesia nos propone no es que se busque hacernos la vida imposible, sino que, con la oración y los pequeños sacrificios que uno realiza -«que prive a su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de bromas», para decirlo con las palabras de San Benito- se nos ayuda a fortalecer nuestro espíritu, a darle más fuerza y soportar, luego, los grandes vuelos que aún tengamos por delante en nuestra vida: vuelos que no estarán exentos de dificultades y tentaciones; vuelos que nos llevarán, si Dios quiere, al vuelo definitivo a la Eternidad, al abrazo con Dios.
¿Cuántas "uñas largas e inservibles" tengo yo en mi vida y que necesito arrancarme? ¿Cuál es mi lista de vicios o de pequeñas cosas que puedo ofrecer a Dios? Sería muy positivo, si no lo han hecho aún, trazarse unos objetivos, sencillos y claros, para estos 40 días de Cuaresma y ponerlos delante de Dios en la oración. Así, podremos renovar nuestra alma y, de esta manera, podremos ser también objetos de admiración...pero no de cualquiera, sino del mismo Dios.
decalogo cuaresmal
El tiempo de Cuaresma es un momento de especial preparación interior este decálogo cuaresmal que puede ser una buena guía para cumplir con este propósito
Decálogo Cuaresmal
1. Romperás de una vez por todas con lo que tú bien sabes que Dios no quiere, aunque te agrade mucho, aunque te cueste “horrores” dejarlo. Lo arrancarás sin compasión como un cáncer que te está matando. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? (Mc 8, 36)
2. Compartirás tu pan con el hambriento, tus ropas con el desnudo, tus palabras con el que vive en soledad, tu tiempo y consuelo con el que sufre en el cuerpo o en el alma, tu sonrisa con el triste, tu caridad con TODOS. Examinarás esto con cuidado cada noche. "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt 25, 40)
3. Dedicarás un buen tiempo todos los días para estar a solas con Dios, para hablar con Él de corazón a Corazón. Será un tiempo de agradecer, de pedir perdón, de alabarle y adorarle, de suplicar por la salvación de TODOS. Este tiempo no es negociable. “Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.” (Lc 6, 12)
4. Confiarás en Dios a pesar de tus pecados y miserias. Creerás que Dios es más fuerte que todo el mal del mundo. No permitirás que ni dolor, ni pesar alguno, ni “tu negra suerte”, ni las injusticias y traiciones sufridas te hagan dudar ni por un momento del amor infinito que Dios te tiene. Él ha muerto en cruz para salvarte de tus pecados. “Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.” (Sal 23, 4)
5. Mirarás sólo a Dios y a tus hermanos. Mirarte tanto te hace daño, porque te envaneces viendo los dones que nos son tuyos o te desalientas viendo sin humildad tus miserias. Mira a Jesús y habrá paz en tu corazón. Mira las necesidades de tus hermanos y ya no tendrás tiempo de pensar en ti; te harás más humana, más cristiana. “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.” (Col 3, 1-2)
6. Ayunarás de palabras vanas: serás benedicente. Ayunarás de malos pensamientos: serás pura de corazón. Ayunarás de acciones egoístas: serás una mujer para los demás. Ayunarás de toda hipocresía: serás veraz. Ayunarás de lo superfluo: serás pobre de espíritu. “¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?” (Is 58, 6)
7. Perdonarás una y mil veces a quien te ha herido, con causa o sin ella, justa o injustamente, esté arrepentido o no. Un perdón que no será sólo tolerar o soportar sino que ha de brotar del amor sincero y sobrenatural. Los perdonarás uno por uno, primero en tu corazón y luego, si te es posible, también con tus palabras. No permitirás que el rencor ni el resentimiento envenenen tu corazón. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34)
8. Ofrecerás sacrificios agradables al Señor. Los harás en silencio, sin que nadie se dé cuenta. Buscarás con ello reparar por tus pecados y los de TODOS los hombres. Querrás con ello desprenderte de las cosas materiales, que tanto te agradan, para poder hacerte más libre y ser una mujer para Dios. Pero sobre todo ejercerás el sacrificio de vivir con perfección la caridad en todo momento con TODOS tus hermanos. “No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios.” (Heb 13, 16)
9. Amarás la humildad y procurarás vivirla de la siguiente manera: reconocerás tus pecados; considerarás a los demás mejores que tú; agradecerás las humillaciones sin dejarte arrastrar por el amor propio; no buscarás los honores, ni los puestos, ni el poder, ni la fama, que todo eso es de Dios; te harás servidora de todos. “el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos”. (Mc 10, 43-44)
10. Anunciarás a los hombres la verdad del Evangelio. Les dirás sin temor que Dios los ama, que se ha hecho hombre por ellos y ha muerto en la cruz para salvarlos. Les mostrarás que sólo Él los puede hacer plenamente felices. Les harás ver que la vida que tiene su origen en Dios, es muy corta, se pasa rápido y que Dios es su destino final; vivir por Dios, con Dios y en Dios es lo sensato y seguro. “Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» “ (Mc 16, 15)
Decálogo Cuaresmal
1. Romperás de una vez por todas con lo que tú bien sabes que Dios no quiere, aunque te agrade mucho, aunque te cueste “horrores” dejarlo. Lo arrancarás sin compasión como un cáncer que te está matando. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? (Mc 8, 36)
2. Compartirás tu pan con el hambriento, tus ropas con el desnudo, tus palabras con el que vive en soledad, tu tiempo y consuelo con el que sufre en el cuerpo o en el alma, tu sonrisa con el triste, tu caridad con TODOS. Examinarás esto con cuidado cada noche. "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt 25, 40)
3. Dedicarás un buen tiempo todos los días para estar a solas con Dios, para hablar con Él de corazón a Corazón. Será un tiempo de agradecer, de pedir perdón, de alabarle y adorarle, de suplicar por la salvación de TODOS. Este tiempo no es negociable. “Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.” (Lc 6, 12)
4. Confiarás en Dios a pesar de tus pecados y miserias. Creerás que Dios es más fuerte que todo el mal del mundo. No permitirás que ni dolor, ni pesar alguno, ni “tu negra suerte”, ni las injusticias y traiciones sufridas te hagan dudar ni por un momento del amor infinito que Dios te tiene. Él ha muerto en cruz para salvarte de tus pecados. “Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.” (Sal 23, 4)
5. Mirarás sólo a Dios y a tus hermanos. Mirarte tanto te hace daño, porque te envaneces viendo los dones que nos son tuyos o te desalientas viendo sin humildad tus miserias. Mira a Jesús y habrá paz en tu corazón. Mira las necesidades de tus hermanos y ya no tendrás tiempo de pensar en ti; te harás más humana, más cristiana. “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.” (Col 3, 1-2)
6. Ayunarás de palabras vanas: serás benedicente. Ayunarás de malos pensamientos: serás pura de corazón. Ayunarás de acciones egoístas: serás una mujer para los demás. Ayunarás de toda hipocresía: serás veraz. Ayunarás de lo superfluo: serás pobre de espíritu. “¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?” (Is 58, 6)
7. Perdonarás una y mil veces a quien te ha herido, con causa o sin ella, justa o injustamente, esté arrepentido o no. Un perdón que no será sólo tolerar o soportar sino que ha de brotar del amor sincero y sobrenatural. Los perdonarás uno por uno, primero en tu corazón y luego, si te es posible, también con tus palabras. No permitirás que el rencor ni el resentimiento envenenen tu corazón. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34)
8. Ofrecerás sacrificios agradables al Señor. Los harás en silencio, sin que nadie se dé cuenta. Buscarás con ello reparar por tus pecados y los de TODOS los hombres. Querrás con ello desprenderte de las cosas materiales, que tanto te agradan, para poder hacerte más libre y ser una mujer para Dios. Pero sobre todo ejercerás el sacrificio de vivir con perfección la caridad en todo momento con TODOS tus hermanos. “No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios.” (Heb 13, 16)
9. Amarás la humildad y procurarás vivirla de la siguiente manera: reconocerás tus pecados; considerarás a los demás mejores que tú; agradecerás las humillaciones sin dejarte arrastrar por el amor propio; no buscarás los honores, ni los puestos, ni el poder, ni la fama, que todo eso es de Dios; te harás servidora de todos. “el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos”. (Mc 10, 43-44)
10. Anunciarás a los hombres la verdad del Evangelio. Les dirás sin temor que Dios los ama, que se ha hecho hombre por ellos y ha muerto en la cruz para salvarlos. Les mostrarás que sólo Él los puede hacer plenamente felices. Les harás ver que la vida que tiene su origen en Dios, es muy corta, se pasa rápido y que Dios es su destino final; vivir por Dios, con Dios y en Dios es lo sensato y seguro. “Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» “ (Mc 16, 15)
Wednesday, February 22, 2012
Semana Santa en internet
Vive la Semana Santa también en internet
Cuando el proyecto nació se valió de un portal de internet que rápidamente se posicionó como una web de referencia sobre el tema al que estaba enteramente dedicado: la Cuaresma, Semana Santa y Pascua. Había sido, además, el primero en lengua española enfocado a esos periodos litúrgicos específicos mostrando así la riqueza de contenido que en torno a ellos se podía conocer y presentar.
¿El objetivo? Rescatar y promover los significados, valores y tradiciones de la fe y hacerlos presentes en la comunidad, invitando a vivir de una manera más plena esas importantes épocas del año.
Con el pasar de los años no sólo ha enriquecido la oferta de contenidos sino que también se ha expandido a redes sociales como Facebook (https://www.facebook.com/vivelasemanasanta) y Twitter (http://twitter.com/vivelasemanasan).
En el portal de http://www.vivelasemanasanta.com/ continúan siendo de especial valor las áreas de «campañas», con sus test y consejos para cuaresma; «vívela», con recomendaciones para aprovechar estos periodos en familia, en el trabajo, en la parroquia e incluso con recetas de cocina; o el área para medios masivos de comunicación con cápsulas de audio, video-spots, impresos, gráficos y presentaciones.
Este proyecto impulsado por laicos católicos evidencia que internet también puede ser el «pretexto» para ayudar a las personas a conocer mejor su fe, vivirla y compartirla
Cuando el proyecto nació se valió de un portal de internet que rápidamente se posicionó como una web de referencia sobre el tema al que estaba enteramente dedicado: la Cuaresma, Semana Santa y Pascua. Había sido, además, el primero en lengua española enfocado a esos periodos litúrgicos específicos mostrando así la riqueza de contenido que en torno a ellos se podía conocer y presentar.
¿El objetivo? Rescatar y promover los significados, valores y tradiciones de la fe y hacerlos presentes en la comunidad, invitando a vivir de una manera más plena esas importantes épocas del año.
Con el pasar de los años no sólo ha enriquecido la oferta de contenidos sino que también se ha expandido a redes sociales como Facebook (https://www.facebook.com/vivelasemanasanta) y Twitter (http://twitter.com/vivelasemanasan).
En el portal de http://www.vivelasemanasanta.com/ continúan siendo de especial valor las áreas de «campañas», con sus test y consejos para cuaresma; «vívela», con recomendaciones para aprovechar estos periodos en familia, en el trabajo, en la parroquia e incluso con recetas de cocina; o el área para medios masivos de comunicación con cápsulas de audio, video-spots, impresos, gráficos y presentaciones.
Este proyecto impulsado por laicos católicos evidencia que internet también puede ser el «pretexto» para ayudar a las personas a conocer mejor su fe, vivirla y compartirla
Monday, February 13, 2012
mensaje para las vocaciones 2012
MENSAJE PARA LA XLIX JORNADA DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES, “DON DE LA CARIDAD DE DIOS”
Ciudad del Vaticano, 13 febrero 2012 (VIS).-Hoy se ha hecho público el mensaje del Santo Padre para la XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 29 de abril de 2012, cuarto domingo de Pascua. En él, Benedicto XVI reflexiona sobre el tema: “Las vocaciones don de la caridad de Dios”. Ofrecemos a continuación amplios extractos de este mensaje.
“La fuente de todo don perfecto es Dios Amor - Deus caritas est -: «quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16). La Sagrada Escritura narra la historia de este vínculo originario entre Dios y la humanidad, que precede a la misma creación. (…) Somos amados por Dios incluso 'antes' de venir a la existencia. Movido exclusivamente por su amor incondicional, nos 'creó de la nada' (cf. 2M 7,28) para llevarnos a la plena comunión con Él”.
(…) “La verdad profunda de nuestra existencia está, pues, encerrada en ese sorprendente misterio: toda criatura, en particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de amor de Dios, amor inmenso, fiel, eterno (cf. Jr 31,3). El descubrimiento de esta realidad es lo que cambia verdaderamente nuestra vida en lo más hondo”. (...)
“Se trata de un amor sin reservas que nos precede, nos sostiene y nos llama durante el camino de la vida, y que tiene su raíz en la absoluta gratuidad de Dios. Refiriéndose en concreto al ministerio sacerdotal, mi predecesor, el beato Juan Pablo II, afirmaba que «todo gesto ministerial (...) ayuda a madurar cada vez más en el amor y en el servicio a Jesucristo (...); en un amor que se configura siempre como respuesta al amor precedente, libre y gratuito, de Dios en Cristo» (Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 25). En efecto, toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien da el 'primer paso' (…) en virtud de la presencia de su mismo amor «derramado en nuestros corazones por el Espíritu» (Rm 5,5)”.
“En todo momento, en el origen de la llamada divina está la iniciativa del amor infinito de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Como escribí en mi primera encíclica Deus caritas est, (…) «En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia»” (...).
“El amor de Dios permanece para siempre, es fiel a sí mismo (...). Es preciso, por tanto, volver a anunciar, especialmente a las nuevas generaciones, la belleza cautivadora de ese amor divino que precede y acompaña: es el resorte secreto, es la motivación que nunca falla, ni siquiera en las circunstancias más difíciles. (…) Tenemos que abrir nuestra vida a este amor; cada día Jesucristo nos llama a la perfección del amor del Padre (cf. Mt 5,48). La grandeza de la vida cristiana consiste en efecto en amar 'como' lo hace Dios; se trata de un amor que se manifiesta en el don total de sí mismo fiel y fecundo”. (...)
“En este terreno oblativo, en la apertura al amor de Dios y como fruto de este amor, nacen y crecen todas las vocaciones. Y bebiendo de este manantial mediante la oración, con el trato frecuente con la Palabra y los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, será posible vivir el amor al prójimo en el que se aprende a descubrir el rostro de Cristo Señor”.(...)
“Estas dos expresiones del único amor divino han de ser vividas con especial intensidad y pureza de corazón por quienes se han decidido a emprender un camino de discernimiento vocacional en el ministerio sacerdotal y la vida consagrada; constituyen su elemento determinante. En efecto, el amor a Dios, del que los presbíteros y los religiosos se convierten en imágenes visibles –aunque siempre imperfectas– es la motivación de la respuesta a la llamada de especial consagración al Señor a través de la ordenación presbiterial o la profesión de los consejos evangélicos. La fuerza de la respuesta de san Pedro al divino Maestro: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15), es el secreto de una existencia entregada y vivida en plenitud y, por esto, llena de profunda alegría”.
“La otra expresión concreta del amor, el amor al prójimo, sobre todo hacia los más necesitados y los que sufren, es el impulso decisivo que hace del sacerdote y de la persona consagrada alguien que suscita comunión entre la gente y un sembrador de esperanza. La relación de los consagrados, especialmente del sacerdote, con la comunidad cristiana es vital y llega a ser parte fundamental de su horizonte afectivo”.
“Queridos Hermanos en el episcopado, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, catequistas, agentes de pastoral y todos los que os dedicáis a la educación de las nuevas generaciones, os exhorto con viva solicitud a prestar atención a todos los que en las comunidades parroquiales, las asociaciones y los movimientos advierten la manifestación de los signos de una llamada al sacerdocio o a una especial consagración. Es importante que se creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos 'sí', en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios”.
“Será tarea de la pastoral vocacional ofrecer puntos de orientación para un camino fructífero. Un elemento central debe ser el amor a la Palabra de Dios, a través de una creciente familiaridad con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero, sobre todo, que la Eucaristía sea el 'centro vital' de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios nos toca en el sacrificio de Cristo (...) Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino”.
“Deseo que las Iglesias locales (...) sean un 'lugar' de discernimiento atento y de profunda verificación vocacional, ofreciendo a los jóvenes un sabio y vigoroso acompañamiento espiritual. (…) Esa dinámica (…) se puede llevar a cabo de manera elocuente y singular en las familias cristianas, cuyo amor es expresión del amor de Cristo que se entregó a sí mismo por su Iglesia (cf. Ef 5,32). En las familias, (...) las nuevas generaciones pueden tener una admirable experiencia de este amor oblativo. Ellas, efectivamente, no sólo son el lugar privilegiado de la formación humana y cristiana, sino que pueden convertirse en «el primer y mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios» (Exhort. ap. Familiaris consortio, 53), haciendo descubrir, precisamente en el seno del hogar, la belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada. Los pastores y todos los fieles laicos han de colaborar siempre para que en la Iglesia se multipliquen esas «casas y escuelas de comunión» siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, reflejo armonioso en la tierra de la vida de la Santísima Trinidad”.
(…) Imparto de corazón la Bendición Apostólica (…) en particular a los jóvenes que con corazón dócil se ponen a la escucha de la voz de Dios, dispuestos a acogerla con adhesión generosa y fiel”.
Ciudad del Vaticano, 13 febrero 2012 (VIS).-Hoy se ha hecho público el mensaje del Santo Padre para la XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 29 de abril de 2012, cuarto domingo de Pascua. En él, Benedicto XVI reflexiona sobre el tema: “Las vocaciones don de la caridad de Dios”. Ofrecemos a continuación amplios extractos de este mensaje.
“La fuente de todo don perfecto es Dios Amor - Deus caritas est -: «quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16). La Sagrada Escritura narra la historia de este vínculo originario entre Dios y la humanidad, que precede a la misma creación. (…) Somos amados por Dios incluso 'antes' de venir a la existencia. Movido exclusivamente por su amor incondicional, nos 'creó de la nada' (cf. 2M 7,28) para llevarnos a la plena comunión con Él”.
(…) “La verdad profunda de nuestra existencia está, pues, encerrada en ese sorprendente misterio: toda criatura, en particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de amor de Dios, amor inmenso, fiel, eterno (cf. Jr 31,3). El descubrimiento de esta realidad es lo que cambia verdaderamente nuestra vida en lo más hondo”. (...)
“Se trata de un amor sin reservas que nos precede, nos sostiene y nos llama durante el camino de la vida, y que tiene su raíz en la absoluta gratuidad de Dios. Refiriéndose en concreto al ministerio sacerdotal, mi predecesor, el beato Juan Pablo II, afirmaba que «todo gesto ministerial (...) ayuda a madurar cada vez más en el amor y en el servicio a Jesucristo (...); en un amor que se configura siempre como respuesta al amor precedente, libre y gratuito, de Dios en Cristo» (Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 25). En efecto, toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien da el 'primer paso' (…) en virtud de la presencia de su mismo amor «derramado en nuestros corazones por el Espíritu» (Rm 5,5)”.
“En todo momento, en el origen de la llamada divina está la iniciativa del amor infinito de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo. Como escribí en mi primera encíclica Deus caritas est, (…) «En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia»” (...).
“El amor de Dios permanece para siempre, es fiel a sí mismo (...). Es preciso, por tanto, volver a anunciar, especialmente a las nuevas generaciones, la belleza cautivadora de ese amor divino que precede y acompaña: es el resorte secreto, es la motivación que nunca falla, ni siquiera en las circunstancias más difíciles. (…) Tenemos que abrir nuestra vida a este amor; cada día Jesucristo nos llama a la perfección del amor del Padre (cf. Mt 5,48). La grandeza de la vida cristiana consiste en efecto en amar 'como' lo hace Dios; se trata de un amor que se manifiesta en el don total de sí mismo fiel y fecundo”. (...)
“En este terreno oblativo, en la apertura al amor de Dios y como fruto de este amor, nacen y crecen todas las vocaciones. Y bebiendo de este manantial mediante la oración, con el trato frecuente con la Palabra y los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, será posible vivir el amor al prójimo en el que se aprende a descubrir el rostro de Cristo Señor”.(...)
“Estas dos expresiones del único amor divino han de ser vividas con especial intensidad y pureza de corazón por quienes se han decidido a emprender un camino de discernimiento vocacional en el ministerio sacerdotal y la vida consagrada; constituyen su elemento determinante. En efecto, el amor a Dios, del que los presbíteros y los religiosos se convierten en imágenes visibles –aunque siempre imperfectas– es la motivación de la respuesta a la llamada de especial consagración al Señor a través de la ordenación presbiterial o la profesión de los consejos evangélicos. La fuerza de la respuesta de san Pedro al divino Maestro: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15), es el secreto de una existencia entregada y vivida en plenitud y, por esto, llena de profunda alegría”.
“La otra expresión concreta del amor, el amor al prójimo, sobre todo hacia los más necesitados y los que sufren, es el impulso decisivo que hace del sacerdote y de la persona consagrada alguien que suscita comunión entre la gente y un sembrador de esperanza. La relación de los consagrados, especialmente del sacerdote, con la comunidad cristiana es vital y llega a ser parte fundamental de su horizonte afectivo”.
“Queridos Hermanos en el episcopado, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, catequistas, agentes de pastoral y todos los que os dedicáis a la educación de las nuevas generaciones, os exhorto con viva solicitud a prestar atención a todos los que en las comunidades parroquiales, las asociaciones y los movimientos advierten la manifestación de los signos de una llamada al sacerdocio o a una especial consagración. Es importante que se creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos 'sí', en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios”.
“Será tarea de la pastoral vocacional ofrecer puntos de orientación para un camino fructífero. Un elemento central debe ser el amor a la Palabra de Dios, a través de una creciente familiaridad con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero, sobre todo, que la Eucaristía sea el 'centro vital' de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios nos toca en el sacrificio de Cristo (...) Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino”.
“Deseo que las Iglesias locales (...) sean un 'lugar' de discernimiento atento y de profunda verificación vocacional, ofreciendo a los jóvenes un sabio y vigoroso acompañamiento espiritual. (…) Esa dinámica (…) se puede llevar a cabo de manera elocuente y singular en las familias cristianas, cuyo amor es expresión del amor de Cristo que se entregó a sí mismo por su Iglesia (cf. Ef 5,32). En las familias, (...) las nuevas generaciones pueden tener una admirable experiencia de este amor oblativo. Ellas, efectivamente, no sólo son el lugar privilegiado de la formación humana y cristiana, sino que pueden convertirse en «el primer y mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios» (Exhort. ap. Familiaris consortio, 53), haciendo descubrir, precisamente en el seno del hogar, la belleza e importancia del sacerdocio y de la vida consagrada. Los pastores y todos los fieles laicos han de colaborar siempre para que en la Iglesia se multipliquen esas «casas y escuelas de comunión» siguiendo el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret, reflejo armonioso en la tierra de la vida de la Santísima Trinidad”.
(…) Imparto de corazón la Bendición Apostólica (…) en particular a los jóvenes que con corazón dócil se ponen a la escucha de la voz de Dios, dispuestos a acogerla con adhesión generosa y fiel”.
Thursday, February 09, 2012
Caminar juntos en la santidad para la cuaresma
Caminar juntos en la santidad
Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2012
Autor: S.S. Benedicto XVI | Fuente: www.vatican.va
La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.
Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que , en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.
1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.
El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf . 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es cri atura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.
El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para c on los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna -elenchein-es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensi& oacute;n de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos haci a la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.
2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.
Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.
Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia est á relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna -una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno-, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atenci&oacut e;n a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).
3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.
Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma 2012
Autor: S.S. Benedicto XVI | Fuente: www.vatican.va
La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.
Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que , en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.
1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.
El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf . 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es cri atura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.
El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para c on los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna -elenchein-es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensi& oacute;n de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos haci a la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.
2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.
Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.
Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia est á relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna -una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno-, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atenci&oacut e;n a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).
3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.
Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
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