Sunday, August 21, 2011

el Papa envia un millon de jovenes

Benedicto XVI envía al mundo a más de un millón de jóvenes misioneros


Su consigna final: ser “fermento de nuevos cristianos”




CUATRO VIENTOS, domingo 21 de agosto de 2011 Benedicto XVI invitó a los más de un millón de jóvenes que participaron en la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud a convertirse en misioneros de Cristo en sus ciudades de origen.

Al concluir la misa, antes de mediodía de de este domingo, el pontífice se despidió de los chicos y chicas que en su gran mayoría habían pasado la noche en la explanada de Cuatro Vientos, dejándoles una consigna que ya les había preparado desde antes de salir de Roma.

“Ahora vais a regresar a vuestros lugares de residencia habitual --les dijo--. Vuestros amigos querrán saber qué es lo que ha cambiado en vosotros después de haber estado en esta noble Villa con el Papa y cientos de miles de jóvenes de todo el orbe: ¿Qué vais a decirles?”, preguntó.

Su propuesta fue la de dar “un audaz testimonio de vida cristiana ante los demás. Así seréis fermento de nuevos cristianos y haréis que la Iglesia despunte con pujanza en el corazón de muchos”.

Dejando espacio a confidencias, añadió: “¡Cuánto he pensado en estos días en aquellos jóvenes que aguardan vuestro regreso! Transmitidles mi afecto, en particular a los más desfavorecidos, y también a vuestras familias y a las comunidades de vida cristiana a las que pertenecéis”.

No tener miedo de ser católicos

En sus saludos finales, en francés, fue muy claro ante los jóvenes: “No tengáis miedo de ser católicos, dando siempre testimonio de ello a vuestro alrededor, con sencillez y sinceridad”.

A los jóvenes compatriotas y a quienes hablaban su idioma, les dijo en alemán: “La fe no es una teoría. Creer significa entrar en una relación personal con Jesús y vivir la amistad con Él en comunión con los demás, en la comunidad de la Iglesia. Confiad a Cristo toda vuestra vida, y ayudad a vuestros amigos a alcanzar la fuente de la vida: Dios”.

Y para que la Jornada Mundial no sea simplemente un evento de pocos días, también se dirigió a los obispos y sacerdotes presentes para agradecerles los esfuerzos que han hecho para venir con los grupos de jóvenes, y animarles “a seguir cultivando la pastoral juvenil con entusiasmo y dedicación”.


el Papa Benedicto a los voluntarios

El Papa Benedicto XVI mantuvo un breve encuentro con los alrededor de 12.000 jóvenes voluntarios de la JMJ Madrid 2011, dos horas antes de partir de vuelta hacia Roma.

El Papa quiso agradecer la labor de los voluntarios, destacando sobre todo la importancia del gesto de servir a los demás: “Con vuestro servicio habéis dado a la Jornada Mundial el rostro de la amabilidad, la simpatía y la entrega a los demás”.

El servicio que estos jóvenes han realizado, afirmó, ha supuesto “renunciar a participar de un modo directo en los actos, al tener que ocuparos de otras tareas de la organización”. Sin embargo, esta renuncia “os ha enriquecido a todos en vuestra vida cristiana, que es fundamentalmente un servicio de amor”.

“Amar es servir y el servicio acrecienta el amor. Pienso que es este uno de los frutos más bellos de vuestra contribución a la Jornada Mundial de la Juventud. Pero esta cosecha no la recogéis solo vosotros, sino la Iglesia entera”, añadió.

Para terminar, les instó a “ofrecerse como voluntarios” al servicio de Cristo. “Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada”, añadió.

“Quien valora su vida desde esta perspectiva sabe que al amor de Cristo solo se puede responder con amor, y eso es lo que os pide el Papa en esta despedida: que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por vosotros”, concluyó.

Olivier y Alexandra

Mientras esperaban al Papa, los voluntarios participaron en una fiesta amenizada por varios grupos musicales, y escucharon el testimonio de algunos de sus compañeros.

Entre ellos hablaron Olivier y Alexandra Richard, una pareja de recién casados que dejaron sus respectivos trabajos hace un año para que él pudiera trabajar como voluntario internacional en la Jornada Mundial de la Juventud.

Su vivencia personal fue hecha pública durante el almuerzo del Papa con los jóvenes voluntarios ( ver www.zenit.org/article-40122?l=spanish), ya que uno de los invitados era el propio Olivier. Al final de la comida, su esposa Alexandra pudo saludar también al Papa, y ambos recibieron su bendición.

Decidieron casarse hace un año y medio, y lo hicieron el pasado mes de julio, pocas semanas antes de la JMJ. Ambos habían visto importantes comprometer su vida en alguna labor de la Iglesia, posiblemente en África.

En una reciente entrevista a la revista española Vida Nueva, Olivier destacaba que para él la JMJ “es una experiencia de la Iglesia universal, con muchos espejos, que ayuda a alcanzar el encuentro personal con Cristo. El cristiano del siglo XXI debe tener este encuentro; si no lo tiene, no será cristiano”.

“La JMJ es un signo para nuestra generación, un signo de que existe algo distinto, una manera de vivir en la que el ser no venga dado por el consumo. Se trata de construir una sociedad del ser y no del tener”, añadía.

homilia de clausura de la jmj

Ofrecemos a continuación la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy durante la Misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, en el aeródromo de Cuatro Vientos de Madrid.

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Queridos jóvenes:

Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido. Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?

En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.

Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.

Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.

En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.

Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.

Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.

De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.

Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.

Saturday, August 20, 2011

Discurso de Benedicto a universitarios

Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy a un nutrido grupo de profesores universitarios participantes en la JMJ, reunidos en la basílica del Monasterio del Escorial.

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Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,

Queridos Hermanos en el Episcopado,

Queridos Padres Agustinos,

Queridos Profesores y Profesoras,

Distinguidas Autoridades,

Amigos todos

Esperaba con ilusión este encuentro con vosotros, jóvenes profesores de las universidades españolas, que prestáis una espléndida colaboración en la difusión de la verdad, en circunstancias no siempre fáciles. Os saludo cordialmente y agradezco las amables palabras de bienvenida, así como la música interpretada, que ha resonado de forma maravillosa en este monasterio de gran belleza artística, testimonio elocuente durante siglos de una vida de oración y estudio. En este emblemático lugar, razón y fe se han fundido armónicamente en la austera piedra para modelar uno de los monumentos más renombrados de España.

Saludo también con particular afecto a aquellos que en estos días habéis participado en Ávila en el Congreso Mundial de Universidades Católicas, bajo el lema: "Identidad y misión de la Universidad Católica".

Al estar entre vosotros, me vienen a la mente mis primeros pasos como profesor en la Universidad de Bonn. Cuando todavía se apreciaban las heridas de la guerra y eran muchas las carencias materiales, todo lo suplía la ilusión por una actividad apasionante, el trato con colegas de las diversas disciplinas y el deseo de responder a las inquietudes últimas y fundamentales de los alumnos. Esta "universitas" que entonces viví, de profesores y estudiantes que buscan juntos la verdad en todos los saberes, o como diría Alfonso X el Sabio, ese "ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes" (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI), clarifica el sentido y hasta la definición de la Universidad.

En el lema de la presente Jornada Mundial de la Juventud: "Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe" (cf. Col 2, 7), podéis también encontrar luz para comprender mejor vuestro ser y quehacer. En este sentido, y como ya escribí en el Mensaje a los jóvenes como preparación para estos días, los términos "arraigados, edificados y firmes" apuntan a fundamentos sólidos para la vida (cf. n. 2).

Pero, ¿dónde encontrarán los jóvenes esos puntos de referencia en una sociedad quebradiza e inestable? A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación, también la universitaria, difundida especialmente desde ámbitos extrauniversitarios. Sin embargo, vosotros que habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivís ahora como docentes, sentís sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a todas las dimensiones que constituyen al hombre. Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano.

En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho (cf. Jn1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad. La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor.

He ahí vuestra importante y vital misión. Sois vosotros quienes tenéis el honor y la responsabilidad de transmitir ese ideal universitario: un ideal que habéis recibido de vuestros mayores, muchos de ellos humildes seguidores del Evangelio y que en cuanto tales se han convertido en gigantes del espíritu. Debemos sentirnos sus continuadores en una historia bien distinta de la suya, pero en la que las cuestiones esenciales del ser humano siguen reclamando nuestra atención e impulsándonos hacia adelante. Con ellos nos sentimos unidos a esa cadena de hombres y mujeres que se han entregado a proponer y acreditar la fe ante la inteligencia de los hombres. Y el modo de hacerlo no solo es enseñarlo, sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó para poner su morada entre nosotros. En este sentido, los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad. La juventud es tiempo privilegiado para la búsqueda y el encuentro con la verdad. Como ya dijo Platón: "Busca la verdad mientras eres joven, pues si no lo haces, después se te escapará de entre las manos" (Parménides, 135d). Esta alta aspiración es la más valiosa que podéis transmitir personal y vitalmente a vuestros estudiantes, y no simplemente unas técnicas instrumentales y anónimas, o unos datos fríos, usados sólo funcionalmente.

Por tanto, os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza.

Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues "no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor" (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador.

En segundo lugar, hay que considerar que la verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva. En el ejercicio intelectual y docente, la humildad es asimismo una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad. No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor, que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15).

Todo esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos con su amor. Arraigados en Él, seréis buenos guías de nuestros jóvenes. Con esa esperanza, os pongo bajo el amparo de la Virgen María, Trono de la Sabiduría, para que Ella os haga colaboradores de su Hijo con una vida colmada de sentido para vosotros mismos y fecunda en frutos, tanto de conocimiento como de fe, para vuestros alumnos.

El Papa Benedicto durante el via crucis de la jmj

Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy a los jóvenes al concluir el rezo del Via Crucis, en la Plaza de Cibeles de Madrid.

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Queridos jóvenes:

Con piedad y fervor hemos celebrado este Vía Crucis, acompañando a Cristo en su Pasión y Muerte. Los comentarios de las Hermanitas de la Cruz, que sirven a los más pobres y menesterosos, nos han facilitado adentrarnos en el misterio de la Cruz gloriosa de Cristo, que contiene la verdadera sabiduría de Dios, la que juzga al mundo y a los que se creen sabios (cf. 1 Co 1,17-19). También nos ha ayudado en este itinerario hacia el Calvario la contemplación de estas extraordinarias imágenes del patrimonio religioso de las diócesis españolas. Son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión. Cuando la mirada de la fe es limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio y es capaz de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón, como sucedió a Santa Teresa de Jesús al contemplar una imagen de Cristo muy llagado (cf. Libro de la vida, 9,1).

Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el Calvario, nos venían a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué respuesta le daremos? San Juan lo dice claramente: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Al contrario, se hizo uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre… Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (Spe salvi, 39).

Queridos jóvenes, que el amor de Cristo por nosotros aumente vuestra alegría y os aliente a estar cerca de los menos favorecidos. Vosotros, que sois muy sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer. Las diversas formas de sufrimiento que, a lo largo del Vía Crucis, han desfilado ante nuestros ojos son llamadas del Señor para edificar nuestras vidas siguiendo sus huellas y hacer de nosotros signos de su consuelo y salvación. «Sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo» (ibid.).

Que sepamos acoger estas lecciones y llevarlas a la práctica. Miremos para ello a Cristo, colgado en el áspero madero, y pidámosle que nos enseñe esta sabiduría misteriosa de la cruz, gracias a la cual el hombre vive. La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor. La cruz en su forma y significado representa ese amor del Padre y de Cristo a los hombres. En ella reconocemos el icono del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo que Dios ama y como Él lo hace: esta es la Buena Noticia que devuelve la esperanza al mundo.

Volvamos ahora nuestros ojos a la Virgen María, que en el Calvario nos fue entregada como Madre, y supliquémosle que nos sostenga con su amorosa protección en el camino de la vida, en particular cuando pasemos por la noche del dolor, para que alcancemos a mantenernos como Ella firmes al pie de la cruz.

mensaje del Papa a los seminaristas

El Papa subraya la importancia del discernimiento en el seminario
A los futuros sacerdotes: “No os dejéis intimidar por un entorno contrario a Dios”
MADRID, sábado 20 de agosto de 2011 El Papa Benedicto XVI se encontró hoy con cerca de mil seminaristas de todo el mundo, reunidos en la catedral de la Almudena de Madrid, a quienes insistió en la importancia de que su futuro ministerio sea coherente con su testimonio de vida.

El camino del sacerdocio “requiere valentía y autenticidad”, explicó el Papa, subrayando la necesidad de que avancen hacia el sacerdocio solamente si están “firmemente persuadidos” de que Dios les llama “a ser sus ministros y plenamente decididos a ejercerlo obedeciendo las disposiciones de la Iglesia”.

El Pontífice insistió en que estos años de preparación sean vividos en el “silencio interior”, “permanente oración”, “constante estudio” e “inserción paulatina en las acciones y estructuras pastorales de la Iglesia”.

“Nosotros debemos ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar”, afirmó.

Por ello, les exhortó a vivir el tiempo del seminario “con profunda alegría, en actitud de docilidad, de lucidez y de radical fidelidad evangélica, así como en amorosa relación con el tiempo y las personas en medio de las que vivís”.

No temer al mundo

Por otro lado, el Papa exhortó a los futuros sacerdotes a “no tener miedo” a una sociedad que se muestra contraria a los valores cristianos.

“Nadie elige el contexto ni a los destinatarios de su misión. Cada época tiene sus problemas, pero Dios da en cada tiempo la gracia oportuna para asumirlos y superarlos con amor y realismo”, afirmó.

Por eso, añadió, “en cualquier circunstancia en la que se halle, y por dura que esta sea, el sacerdote ha de fructificar en toda clase de obras buenas, guardando para ello siempre vivas en su interior las palabras del día de su Ordenación”.

Les exhortó a “no dejarse intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios y en el que el poder, el tener o el placer a menudo son los principales criterios por los que se rige la existencia”.

“Puede que os menosprecien, como se suele hacer con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante los que hoy muchos se postran. Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia”.

Se refirió también a la cuestión del celibato, el cual, afirmó, está enraizado en la disponibilidad del sacerdote a la llamada divina.

“Esta disponibilidad, que es don del Espíritu Santo, es la que inspira la decisión de vivir el celibato por el Reino de los cielos, el desprendimiento de los bienes de la tierra, la austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo”.

El Papa exhortó también a los presentes a la “caridad hasta el extremo para con todos, sin rehuir a los alejados y pecadores”, así como a la cercanía “de los enfermos y de los pobres, con sencillez y generosidad”.

“Afrontad este reto sin complejos ni mediocridad, antes bien como una bella forma de realizar la vida humana en gratuidad y en servicio, siendo testigos de Dios hecho hombre, mensajeros de la altísima dignidad de la persona humana y, por consiguiente, sus defensores incondicionales”, concluyó.

homilia en la vigilia de la jmj

Por su interés, ofrecemos la homilía que el Papa Benedicto XVI no pudo pronunciar, debido a una repentina tormenta, en la Vigilia con los jóvenes en el aeródromo de Cuatro Vientos (Madrid), durante la Jornada Mundial de la Juventud.

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Queridos amigos:

Os saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado sus preguntas, y les agradezco la sinceridad con que han planteado sus inquietudes, que expresan en cierto modo el anhelo de todos vosotros por alcanzar algo grande en la vida, algo que os dé plenitud y felicidad.

Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9).

Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.

Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo.

Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.

Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.

En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.

A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial.

A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14).

Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8).

Os invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente presente en la Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él vuestras preguntas y a escucharlo. Queridos amigos, yo rezo por vosotros con toda el alma. Os suplico que recéis también por mí. Pidámosle al Señor en esta noche que, atraídos por la belleza de su amor, vivamos siempre fielmente como discípulos suyos. Amén.

Thursday, August 18, 2011

Discurso del Papa en la fiesta de acogida de los jóvenes
"Arraigados en Cristo damos alas a nuestra libertad"
Aqui el discurso que Benedicto XVI pronunció este jueves por la tarde durante la fiesta de acogida de los jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en la Plaza de Cibeles de Madrid.

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Queridos amigos:

Agradezco las cariñosas palabras que me han dirigido los jóvenes representantes de los cinco continentes. Y saludo con afecto a todos los que estáis aquí congregados, jóvenes de Oceanía, África, América, Asia y Europa; y también a los que no pudieron venir. Siempre os tengo muy presentes y rezo por vosotros. Dios me ha concedido la gracia de poder veros y oíros más de cerca, y de ponernos juntos a la escucha de su Palabra.

En la lectura que se ha proclamado antes, hemos oído un pasaje del Evangelio en que se habla de acoger las palabras de Jesús y de ponerlas en práctica. Hay palabras que solamente sirven para entretener, y pasan como el viento; otras instruyen la mente en algunos aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida. Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras. No nos acercan a Él. Y, de este modo, Cristo sigue siendo lejano, como una voz entre otras muchas que nos rodean y a las que estamos tan acostumbrados. El Maestro que habla, además, no enseña lo que ha aprendido de otros, sino lo que Él mismo es, el único que conoce de verdad el camino del hombre hacia Dios, porque es Él quien lo ha abierto para nosotros, lo ha creado para que podamos alcanzar la vida auténtica, la que siempre vale la pena vivir en toda circunstancia y que ni siquiera la muerte puede destruir. El Evangelio prosigue explicando estas cosas con la sugestiva imagen de quien construye sobre roca firme, resistente a las embestidas de las adversidades, contrariamente a quien edifica sobre arena, tal vez en un paraje paradisíaco, podríamos decir hoy, pero que se desmorona con el primer azote de los vientos y se convierte en ruinas.

Queridos jóvenes, escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros «espíritu y vida» (Jn 6,63), raíces que alimentan vuestro ser, pautas de conducta que nos asemejen a la persona de Cristo, siendo pobres de espíritu, hambrientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, amantes de la paz. Hacedlo cada día con frecuencia, como se hace con el único Amigo que no defrauda y con el que queremos compartir el camino de la vida. Bien sabéis que, cuando no se camina al lado de Cristo, que nos guía, nos dispersamos por otras sendas, como la de nuestros propios impulsos ciegos y egoístas, la de propuestas halagadoras pero interesadas, engañosas y volubles, que dejan el vacío y la frustración tras de sí.

Aprovechad estos días para conocer mejor a Cristo y cercioraros de que, enraizados en Él, vuestro entusiasmo y alegría, vuestros deseos de ir a más, de llegar a lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser. Hacedla crecer con la gracia divina, generosamente y sin mediocridad, planteándoos seriamente la meta de la santidad. Y, ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman, contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la Penitencia.

Al edificar sobre la roca firme, no solamente vuestra vida será sólida y estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A tantos que se contentan con seguir las corrientes de moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.

Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios. Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido creados libres, a imagen de Dios, precisamente para que seamos protagonistas de la búsqueda de la verdad y del bien, responsables de nuestras acciones, y no meros ejecutores ciegos, colaboradores creativos en la tarea de cultivar y embellecer la obra de la creación. Dios quiere un interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre?

Queridos amigos: sed prudentes y sabios, edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados, dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de Cristo, vuestro amigo, hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, que da consistencia a todo el universo. Él murió por nosotros y resucitó para que tuviéramos vida, y ahora, desde el trono del Padre, sigue vivo y cercano a todos los hombres, velando continuamente con amor por cada uno de nosotros.

Encomiendo los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud a la Santísima Virgen María, que supo decir «sí» a la voluntad de Dios, y nos enseña como nadie la fidelidad a su divino Hijo, al que siguió hasta su muerte en la cruz. Meditaremos todo esto más detenidamente en las diversas estaciones del Via crucis. Y pidamos que, como Ella, nuestro «sí» de hoy a Cristo sea también un «sí» incondicional a su amistad, al final de esta Jornada y durante toda nuestra vida. Muchas gracias.

Tuesday, August 16, 2011

Jornada mundial de la juventud para evangelizar

Las Jornadas de las Juventud, escuelas de la nueva evangelización

A lo largo de su pontificado, el Papa Juan Pablo II gozó de una increíble popularidad entre los jóvenes católicos. Una de las grandes razones fue el énfasis que puso en las Jornadas Mundiales de la Juventud, una iniciativa que comenzó en 1985. A través de estos encuentros nacionales e internacionales, Juan Pablo II lo dejó muy claro: los jóvenes no sólo son el futuro de la Iglesia, sino también su presente.

Ante el cinismo, la desesperación y la falta de sentido que prevalecen en el mundo de hoy, la base de la nueva evangelización en el corazón de la enseñanza de Juan Pablo II es inspirar esperanza y vitalidad en la Iglesia. El Papa sabía muy bien que el mundo a menudo se caracteriza por la separación, la fragmentación y la soledad. A través del don de las Jornadas Mundiales de la Juventud, ofreció grandes oportunidades para convertirse en portadores de esperanza, agentes de la comunidad e instrumentos de una globalización moral.

La beatificación del Papa Juan Pablo II nos invita a hacer un balance de los dones que hemos recibido de él y a examinar la forma en que su visión y esperanza han afectado nuestros propios esfuerzos en el ministerio pastoral con adultos jóvenes.

La formación de una generación

Entre los elementos centrales de las Jornadas Mundiales de la Juventud se encuentran el culto, la Sagrada Escritura, la catequesis, los sacramentos, la cruz, los santos, la peregrinación, el servicio y las vocaciones. Cada uno de estos componentes contribuye en gran medida a un ministerio pastoral eficaz con los jóvenes, y debe encontrar su lugar en ese ministerio.

La preparación para las Jornadas Mundiales de la Juventud ofrece a la Iglesia grandes momentos para profundizar en la piedad cristiana y la devoción. En todo Canadá, es poco probable que se olviden las poderosas imágenes de la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud durante su histórico peregrinaje en 2002. Con la ayuda de los Caballeros de Colón, la cruz viajó a través de más de 350 ciudades, pueblos y aldeas de costa a costa. Finalmente, durante el Día Mundial de la Juventud en Toronto, la magnífica presentación de las Estaciones de la Cruz fue un profundo testimonio de la historia cristiana en el corazón de una ciudad moderna.

Los jóvenes adultos necesitan héroes y heroínas de hoy, y el Papa Juan Pablo II nos ha dejado excepcionales modelos de santidad y humanidad. Durante su pontificado canonizó a 482 santos y proclamó a otros 1,338 beatos. Qué apropiado que uno de los principales patrones del Día Mundial de la Juventud en Madrid en agosto de 2011 sea el beato Juan Pablo II.

Muchos sacerdotes y religiosas jóvenes han dicho “sí” a su vocación gracias al testimonio personal de Juan Pablo II, quien les dijo, “¡No tengáis miedo!”. Muchos hombres y mujeres jóvenes han descubierto el sentido de su teología del cuerpo y han llegado al matrimonio con profunda fe y convicción. Y mucha gente común ha hecho cosas extraordinarias gracias a su influencia, su enseñanza y hasta sus gestos.

El extraordinario impacto que Juan Pablo II tuvo en las generaciones más jóvenes felizmente continuó con su sucesor. Durante la Misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud en 2008, el cardenal George Pell de Sydney, agradeció al Papa Benedicto XVI con estas palabras: “Su Santidad, las Jornadas Mundiales de la Juventud fueron el invento del Papa Juan Pablo el Grande. La Jornada Mundial de la Juventud en Colonia ya se había anunciado antes de su elección. Decidió seguir con las Jornadas Mundiales de la Juventud y celebrar ésta en Sydney. Estamos profundamente agradecidos por esta decisión, lo que indica que las Jornadas Mundiales de la Juventud no pertenecen a un Papa, o incluso a una generación, sino que ahora forman parte normal de la vida de la Iglesia. La generación de Juan Pablo II — jóvenes y viejos por igual — se enorgullece de ser hijos e hijas fieles del Papa Benedicto XVI”.

Una iglesia joven

Una persona puede optar por hablar acerca de su experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud como algo del pasado que iluminó las sombras y la monotonía de la vida en un brillante momento en la historia. Hay, sin embargo, otra perspectiva. La historia del Evangelio no trata de momentos de “Camelot”, sino de momentos “Magnificat”, invitando constantemente a los cristianos a aceptar el himno de María de alabanza y acción de gracias por las formas en que Dios Todopoderoso transita por la historia humana, aquí y ahora. En otras palabras, la vida cristiana no se nutre sólo de recuerdos por muy buenos y hermosos que sean. La resurrección de Jesús no es el recuerdo de un acontecimiento lejano, sino que es la Buena Nueva que se sigue cumpliendo.

Debemos ser honestos y admitir que las Jornadas Mundiales de la Juventud no ofrecen una panacea o una solución rápida a los problemas de nuestro tiempo, tampoco a los desafíos que enfrenta la Iglesia de hoy cuando nos acercamos a las generaciones más jóvenes. En cambio, estos eventos ofrecen un nuevo cristal a través del cual miramos a la Iglesia y al mundo y construimos nuestro futuro común. Una cosa está clara: Nadie podría retirarse de Toronto, Colonia o Sydney pensando que es posible dividir su fe en secciones o reducirla a unas pocas reglas y celebraciones del domingo.

No puedo dejar de recordar las palabras conmovedoras del cardenal James Francis Stafford al dirigirse a la multitud de jóvenes reunidos en los alrededores de la Plaza de San Pedro en la ceremonia de inauguración de la Jornada Mundial de la Juventud del Jubileo el 15 de agosto de 2000. Dirigiéndose al Papa Juan Pablo II, visiblemente emocionado y envejecido, el cardenal Stafford dijo: “Santo Padre, a medida que transitaba por la década de los años 1960 a las sesiones del Concilio [Vaticano II] para expresar una vez más el misterio de la siempre joven Iglesia, experimentó muchas veces el abrazo de estas grandiosas columnatas. Hoy todos oramos para que su felicidad pueda ser completa. Porque estas multitudes juveniles, ahora también rodeadas por los brazos de San Pedro, son testigos vivos de la esperanza del Concilio y de la suya”.

Así, el cardenal expresó de la forma más bella la misión y el propósito de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que son una foto instantánea de la alegría, la esperanza y la unidad a la que está llamada la Iglesia. Como dijo el Papa Benedicto XVI en su homilía inaugural en 2005, “La Iglesia está viva y es joven; lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro”. Las Jornadas Mundiales de la Juventud son un recordatorio de esta verdad.

Tuesday, August 09, 2011

¿De verdad se puede dialogar con Dios? ¿Cómo? El artículo de este miércoles se plantea la pregunta de si es posible dialogar con Dios y cómo. Espero que te ayude. Pongo un ejemplo que me ha ayudado mucho a mí.

¿De verdad se puede dialogar con Dios? ¿Cómo?





Nos dicen que busquemos a Dios en todas las cosas, pero en realidad no lo vemos de la misma manera en que vemos a las demás personas. Nos explican que orar es escuchar a Dios, pero a Dios no le escuchamos como oímos los sonidos, ni como escuchamos las palabras de un amigo en una conversación.





Efectivamente, sólo vemos y escuchamos a Dios mediante la fe y el amor.



Alcanzar lo invisible a través de medios visibles



Dios se vale de algunos medios para le alcancemos a Él, que es invisible, a través de algunas realidades visibles y tangibles. Él se nos revela a través de algunos medios, como son Su Palabra, la Sagrada Eucaristía, las creaturas, la historia, los símbolos e imágenes, etc. De diversas maneras descubrimos Su presencia y escuchamos Su voluntad a través de estos medios. Alcanzamos lo invisible mediante lo visible.





La Palabra de Dios

Me refiero ahora a uno de estos medios que tenemos a nuestro alcance para escuchar a Dios y dialogar con Él: la Palabra de Dios. En ella lo veneramos y en ella lo vamos conociendo cada día más, tal y como Él quiso revelarse.





“La novedad de la revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros. (…) Dios se nos da a conocer como misterio de amor infinito en el que el Padre expresa desde la eternidad Su Palabra en el Espíritu Santo. (…) El Verbo, que desde el principio está junto a Dios y es Dios, nos revela al mismo Dios en el diálogo de amor de las Personas divinas y nos invita a participar en él.” (Verbum Domini, 6)





Dios ha hablado y sigue hablando



Pero la Palabra de Dios no es estática o muerta. La Palabra de Dios encierra una riqueza y una virtualidad inmensas que el Espíritu Santo nos va descubriendo a cada uno personalmente en la oración. Se nos revela, se nos da a conocer a lo largo de la historia, de nuestra historia y en el interior de nuestra conciencia cuando hacemos de la Palabra de Dios objeto privilegiado de nuestra meditación diaria. La oración centrada en la Palabra de Dios tiene sello de garantía y autenticidad.



“Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2)



Interiorizar y actualizar la Palabra



Cuando meditamos la Palabra de Dios y la hacemos materia de nuestra oración en la intimidad del propio corazón, se da una conversación personal entre Dios y cada uno de sus hijos. Es como una carta que Dios me escribe personalmente a mí. Nuestra tarea en la oración consiste en leerla con atención, meditarla y contemplarlo a Él interiorizando la Sagrada Escritura en nuestra conciencia y nuestro corazón y actualizándola en el aquí y el ahora de nuestra historia.



Al interiorizar la Palabra de Dios, el Espíritu Santo me habla a mí personalmente. Al actualizar la Palabra de Dios, se aplica y toma sentido en mi existencia. Se convierte en vida. Es así como se da el diálogo entre Dios y sus hijos.



“En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual.” Dei Verbum, 21.





Un ejemplo: carta de amor del Padre



Vamos a poner un ejemplo, valiéndonos de esta “Carta de amor del Padre” que cayó en mis manos hace algunos meses. Es una recopilación de textos y referencias de la Sagrada Escritura en clave del amor del Padre.



Esta carta de amor del Padre ofrece materia de meditación y contemplación para muchas horas de oración. A mí me ha servido para dialogar con Dios de manera íntima, profunda y provechosa. Su Palabra me interpela personalmente conforme la voy interiorizando y actualizando, sin prisas.




Es probable que no me conozcas, pero yo te conozco perfectamente bien... Salmos 139,1

Sé cuando te sientas y cuando te levantas... Salmos 139,2

Todos tus caminos me son conocidos... Salmos 139,3

Pues aún tus cabellos están todos contados... Mateo 10,29-31

Porque fuiste creado a mi imagen... Génesis 1,27

En mi vives, te mueves y eres… Hechos 17,28

Porque linaje mío eres... Hechos 17,28

Antes que te formase en el vientre, te conocí… Jeremías 1,4-5

Fuiste predestinado conforme a mi propósito… Efesios 1,11-12

No fuiste un error... Salmo 139,15

En mi libro estaban escritos tus días… Salmos 139,16

Yo determiné el momento exacto de tu nacimiento y donde vivirías… Hechos 17,26

Tu creación fue maravillosa… Salmos 139,14

Te hice en el vientre de tu madre… Salmos 139,13

Te saqué de las entrañas de tu madre… Salmos 71,6

He sido mal representado por aquellos que no me conocen… Juan 8,41-44

No estoy enojado ni distante de ti; soy la manifestación perfecta del amor… 1 Juan 4,16

Y deseo derramar mi amor sobre ti... 1 Juan 3,1

Simplemente porque eres mi hijo y yo soy tu padre… 1 Juan 3,1

Te ofrezco mucho más de lo que te podría dar tu padre terrenal… Mateo 7,11

Porque soy el Padre perfecto… Mateo 5,48

Toda buena dádiva que recibes viene de mi… Santiago 1,17

Porque yo soy tu proveedor que suple tus necesidades… Mateo 6,31-33

Mi plan para tu futuro está lleno de esperanza… Jeremías 29,11

Porque te amo con amor eterno… Jeremías 31,3

Mis pensamientos sobre ti se multiplican más que la arena en la orilla del mar… Sal 139,17-18

Y me regocijo sobre ti con cánticos… Sofonías 3,17

Nunca me volveré atrás de hacerte bien… Jeremías 32,40

Tú eres mi especial tesoro… Éxodo 19,5

Deseo afirmarte de todo corazón y con toda mi alma… Jeremías 32,41

Y te quiero enseñar cosas grandes y ocultas que tú no conoces… Jeremías 33,3

Me hallarás, si me buscas de todo corazón… Deuteronomio 4,29

Deléitate en m í y te concederé las peticiones de tu corazón… Salmo 37,4

Porque yo inspiro tus deseos… Filipenses 2,13

Yo puedo hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pides o entiendes… Efesios 3,30

Porque yo soy quien más te alienta… 2 Tesalonicenses 2,16-17

Soy también el Padre que te consuela en todos tus problemas… 2 Corintios 1,3-4

Cuando tu corazón está quebrantado, yo estoy cerca a ti… Salmos 34,18

Como el pastor lleva en sus brazos a un cordero, yo te llevo cerca de mi corazón… Isaías 40,11

Un día enjugaré toda lágrima de tus ojos… Apocalipsis 21,3-4

Y quitaré todo el dolor que has sufrido en esta tierra… Apocalipsis 21,3-4

Yo soy tu Padre, y te he amado como a mi hijo, Jesucristo… Juan 17.23

Porque te he dado a conocer mi amor en Jesús… Juan 17,26

Él es la imagen misma de mi sustancia... Hebreos 1,3

Él vino a demostrar que yo estoy por ti y no contra ti… Romanos 8,31

Y para decirte que no tomaré en cuenta tus pecados… 2 Corintios 5,18-19

Porque Jesús murió para reconciliarnos... 2 Corintios 5,18-19

Su muerte fue mi máxima expresión de amor por ti… 1 Juan 4,10

Entregué todo lo que amaba para ganar tu amor… Romanos 8,31-32

Si recibes el regalo de mi Hijo Jesucristo, me recibes a mí… 1 Juan 2,23

Y nada te podrá volver a separar de mi amor… Romanos 8,38-39

Vuelve a casa y participa en la fiesta más grande que el Cielo ha celebrado… Lucas 15,7

Siempre he sido y por siempre seré tu Padre… Efesios 3,14-15

Mi pregunta es... ¿Quieres ser mi hijo? Juan 1,12-13

Aquí te espero… Lucas 15,11-32



Con amor, tu Padre Dios






Wednesday, August 03, 2011

Que significa no juzgar?

Cuando se habla de la caridad en los escritos apostólicos, no se habla de ella nunca en abstracto, de modo genérico. El trasfondo es siempre la edificación de la comunidad cristiana. En otras palabras, el primer ámbito de ejercicio de la caridad debe ser la Iglesia, y más concretamente aún la comunidad en la que se vive, las personas con las que se mantienen relaciones cotidianas. Así debe suceder también hoy, en particular en el corazón de la Iglesia, entre aquellos que trabajan en estrecho contacto con el Sumo Pontífice.

Durante un cierto tiempo en la antigüedad se quiso designar con el término caridad, agape, no sólo la comida fraterna que los cristianos tomaban juntos, sino también a toda la Iglesia[1]. El mártir san Ignacio de Antioquía saluda a la Iglesia de Roma como la que “preside en la caridad (agape)”, es decir, en la “fraternidad cristiana”, el conjunto de todas las iglesias[2]. Esta frase no afirma sólo el hecho del primado, sino también su naturaleza, o el modo de ejercerlo: es decir, en la caridad.

La Iglesia tiene necesidad urgente de una llamarada de caridad que cure sus fracturas. En un discurso suyo, Pablo VI decía: “La Iglesia necesita sentir refluir por todas sus facultades humanas la ola del amor, de ese amor que se llama caridad, y que precisamente ha sido difundida en nuestros corazones precisamente por el Espíritu Santo que se nos ha dado”[3]. Sólo el amor cura. Es el óleo del samaritano. Oleo también porque debe flotar por encima de todo, como hace precisamente el aceite respecto a los líquidos. “Que por encima de todo esté la caridad, que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Por encima de todo, super omnia! Por tanto también de la fe y de la esperanza, de la disciplina, de la autoridad, aunque, evidentemente, la propia disciplina y autoridad puede ser una expresión de la caridad. No hay unidad sin la caridad y, si la hubiese, sería sólo una unidad de poco valor para Dios.

Un ámbito importante sobre el que trabajar es el de los juicios recíprocos. Pablo escribía a los Romanos: “Entonces, ¿Con qué derecho juzgas a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? ... Dejemos entonces de juzgarnos mutuamente” (Rm 14, 10.13). Antes de él Jesús había dicho: “No juzguéis y no seréis juzgados [...] ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?” (Mt 7, 1-3). Compara el pecado del prójimo (el pecado juzgado), cualquiera que sea, con una pajita, frente al pecado de quien juzga (el pecado de juzgar) que es una viga. La viga es el hecho mismo de juzgar, tan grave es eso a los ojos de Dios.

El discurso sobre los juicios es ciertamente delicado y complejo y no se puede dejar a medias, sin que aparezca en seguida poco realista. ¿Cómo se puede, de hecho, vivir del todo sin juzgar? El juicio está dentro de nosotros incluso en una mirada. No podemos observar, escuchar, vivir, sin dar valoraciones, es decir, sin juzgar. Un padre, un superior, un confesor, un juez, quien tenga una responsabilidad sobre los demás, debe juzgar. Es más, a veces, como es el caso de muchos aquí en la Curia, el juzgar es, precisamente, el tipo de servicio que uno está llamado a prestar a la sociedad o a la Iglesia.

De hecho, no es tanto el juicio el que se debe quitar de nuestro corazón, ¡sino más bien el veneno de nuestro juicio! Es decir, el hastío, la condena. En el relato de Lucas, el mandato de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados” es seguido inmediatamente, como para explicitar el sentido de estas palabras, por el mandato: “No condenéis y no seréis condenados” (Lc 6, 37). De por sí, el juzgar es una acción neutral, el juicio puede terminar tanto en condena como en absolución y justificación. Son los prejuicios negativos los que son recogidos y prohibidos por la palabra de Dios, los que junto con el pecado condenan también al pecador, los que miran más al castigo que a la corrección del hermano.

Otro punto cualificador de la caridad sincera es la estima: “competid en estimaros mutuamente” (Rm 12, 10). Para estimar al hermano, es necesario no estimarse uno mismo demasiado; es necesario – dice el Apóstol – “no hacerse una idea demasiado alta de sí mismos” (Rm 12, 3). Quien tiene una idea demasiado alta de sí mismo es como un hombre que, de noche, tiene ante los ojos una fuente de luz intensa: no consigue ver otra cosa más allá de ella; no consigue ver las luces de los hermanos, sus virtudes y sus valores.

“Minimizar” debe ser nuestro verbo preferido, en las relaciones con los demás: minimizar nuestras virtudes y los defectos de los demás. ¡No minimizar nuestros defectos y las virtudes de los demás, como en cambio hacemos a menudo, que es la cosa diametralmente opuesta! Hay una fábula de Esopo al respecto; en la reelaboración que hace de ella La Fontaine suena así:

“Cuando viene a este valle
cada uno lleva encima
una doble alforja.
Dentro de la parte de delante
de buen grado todos
echamos los defectos ajenos,
y en la de atrás, los propios”[4].

Deberíamos sencillamente dar la vuelta a las cosas: poner nuestros defectos en la parte de delante y los defectos ajenos en la de detrás. Santiago advierte: “No habléis mal unos de otros” (St 4,11). El chisme ha cambiado de nombre, se llama comentario [gossip, n.d.t.] y parece haberse convertido en algo inocente, en cambio es una de las cosas que más contaminan el vivir juntos. No basta con no hablar mal de los demás; es necesario además impedir que otros lo hagan en nuestra presencia, hacerles entender, quizás silenciosamente, que no se está de acuerdo. ¡Qué aire distinto se respira en un ambiente de trabajo y en una comunidad cuando se toma en serio la advertencia de Santiago! En muchos locales públicos una vez se ponía: “Aquí no se fuma”, o también, “Aquí no se blasfema”. No estaría mal sustituirlas, en algunos casos, con el escrito: “¡Aquí no se hacen chismes!”

Terminemos escuchando como dirigida a nosotros la exhortación del Apóstol a la comunidad de Filipos, tan querida por él: “Os ruego que hagais perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tened un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagáis nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad os lleve a estimar a los otros como superiores a vosotros mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás” (Fil 2, 2-5).


[1] Lampe, A Patristic Greek Lexicon, Oxford 1961, p. 8
[2] S. Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, saludo inicial.
[3] Discurso en la audiencia general del 29 de noviembre de 1972 (Insegnamenti di Paolo VI, Tipografia Poliglotta Vaticana, X, pp. 1210s.).
[4] J. de La Fontaine, Fábulas, I, 7

la oracion nos permite respirar en nuestras vidas

Habrán visto la película “August Rush” donde encontramos a un niño, Evan, que sigue la música. No sabe tocar, no hay quién le enseñe; la música la lleva dentro, le atraen los sonidos, les encuentra un sentido, aún a los más caóticos. La música corre por sus venas. Su historia es una sinfonía. Para Evan, la música, más que una técnica o un arte que aprendió a base de mucha práctica, es un instinto, un reclamo interior, algo que supera lo racional, una vocación. Tocar o escuchar música no es una actividad para él, la música es su vida, su lenguaje.




Durante mis días de misiones me regalaron una vez tres gallinas, un gallo y un guajolote. Observando su comportamiento quedo sorprendido del instinto animal. El primer día lo usan las gallinas para ubicarse en su nuevo hogar y para conocerse entre sí. Al día siguiente, sin necesidad de ningún control ni de jaulas especiales, salieron juntas a buscar alimento sin sobrepasar los límites de la propiedad. Al final de la tarde, ellas solas, sin esperar ninguna señal se recogieron en el tendedero de ropa, en el mismo lugar donde las pusieron para pasar su primera noche. Me dijeron que era necesario colocar un palo para que durmieran. Apenas oscurece, la comunidad se sube al palo.

¿Por qué andan siempre juntas? ¿Por qué no se salen de la propiedad siendo que no hay barda por ningún lado? ¿Por qué al atardecer vuelven solas a su jaula? ¿Por qué se suben a un palo para dormir? Nadie les ha enseñado a hacer nada de esto. Es algo instintivo en ellas, como para los salmones es instintivo viajar hasta dos mil millas hasta el lugar donde nacieron para allí desovar y morir. Un instinto es un impulso de la naturaleza. Son formas de comportamiento que nacen de su misma naturaleza.

Como pez en el agua
Cuando los discípulos de Emaús caminaron junto a Jesús vivieron una experiencia muy especial, se sintieron profunda y radicalmente felices. Por eso dijeron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32) Vivieron la experiencia de la armonía y de la belleza.

Buscar a Dios y disfrutar de su presencia es algo connatural al ser humano. Para eso fuimos hechos y nos sentimos realizados cuando las cosas son conforme a nuestra identidad y naturaleza, de acuerdo con nuestras convicciones y aspiraciones más profundas. Orar es para hombres.

Como una brújula


Por naturaleza buscamos la felicidad, buscamos la paz, buscamos a Dios. Allá en lo más profundo de nuestro ser llevamos una aguja que apunta siempre hacia el Norte, como la brújula. Fuimos hechos para Dios, estamos llenos de Dios. Dios es la Vida y es el Creador de la vida, su vida corre por nuestras venas, estamos como impregnados de Él. Al margen de Él la vida es muerte. Por eso Jesucristo insistió: “Permaneced en mi amor”. Diez veces repitió en la última cena el mensaje de permanecer en Él. (Cf. de modo particular Jn 15, 1-19. Si lo desean, pueden leer todas las palabras de despedida de Jesús durante la última cena en el evangelio de Juan, capítulos 13 al 17.) Aquel día, la noche anterior a su Pasión, Jesús de una y otra manera quiso darnos a entender esto: Lo único que puede salvarte es que tengas una íntima unión conmigo, que haya entre tú y yo una amistad muy cercana, que vivas de mí. Yo soy la vid de Dios, tú tienes que ser las ramas unidas a mí. Si no, morirás.

Como la vid y los sarmientos
Y mientras nos pedía permanecer a su lado, dio un toque de intimidad a sus palabras, como diciendo que quien permaneciera unido a Él crecería en intimidad con Él y así alcanzaría la felicidad profunda. En ese pasaje, encontramos más de veinte expresiones de esta intimidad. El texto recuerda al Cantar de los cantares. Jesús invita al amado a vivir en la casa en su amor. Permaneced… a mi lado….



9 Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros

11 Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.

13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.

14 Vosotros sois mis amigos… todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

19 Yo os he elegido…

La oración como condición existencial
En mi vida personal y en mi trabajo sacerdotal he advertido que una de las deficiencias más frecuentes en la vida de oración es considerar la relación con Dios como una actividad y no como una condición existencial. Creo que es más propio hablar del hombre interior, del hombre de oración, de la vida de oración, y no de "hacer oración".

La mentalidad racionalista y pragmática occidental nos lleva a querer resolverlo todo con buenos métodos, con mejores técnicas, con más conocimientos y con la formación en habilidades especiales. Y por eso muchos se hacen ilusiones de encontrar un maestro que les enseñe a orar por medio de un curso. Se centra la atención en la actividad y se buscan técnicas eficaces, cuando lo más importante es buscar la realización profunda de la propia identidad como hombre, como hijo de Dios y como cristiano.

Clase de oración de Don Pablo
Tuve una conversación de lo más sabrosa con un pobre pastor que se llama Pablo. Me compartió más o menos estas ideas: “Desde joven busqué la tranquilidad, mi corazón así me lo pedía; disfrutaba la soledad. He sido pastor toda mi vida, soy pobre, pero me encuentro bien, siento que Dios está siempre a mi lado y me gusta estar con Él. Ahora que soy viejo estoy en paz. Las praderas, las montañas y las cascadas son bonitas, pero lo que más disfruto es lo que llevo dentro. Allá en el fondo soy muy feliz. Pida a Dios que tenga misericordia de este pobre pecador, que se apiade de mí y que me permita alcanzar el cielo.”

Don Pablo es feliz aún cuando carece de muchas cosas materiales indispensables, pasa frío y seguramente tendrá problemas personales y familiares como toda persona normal y que a algunos los llevan a la desesperación e incluso al suicidio. ¿A qué se debe? El no ha buscado la felicidad en las cosas exteriores, sino en la vida interior, y la vida interior la ha buscado en la intimidad, en el silencio y la soledad. La vida de oración es algo mucho más profundo que toca nuestra identidad y nuestra existencia. Don Pablo nos enseña que la felicidad y la oración no hay que buscarla fuera de nosotros. La oración no está en buenos libros, no está en las ideas, no está en buenos métodos. Está en lo más profundo de nuestro corazón. En la médula de nuestra existencia y en nuestra misma condición de bautizados.

En virtud de la gracia bautismal que corre por sus venas, Don Pablo presintió desde niño que no estaba solo, que Alguien que le supera y que es su principio vital le llama continuamente y le acompaña siempre desde dentro. Escuchó esa voz interior y la siguió, como Evan seguía la música. Don Pablo experimentó y experimenta una honda nostalgia de eternidad; esto es algo propio del ser humano, y Don Pablo se ha comportado como un verdadero hombre. No se lo enseñó nadie, siguió la voz de su conciencia, el reclamo de un corazón profundo.



De los dos señores con sombrero, el más bajito que está a mi lado, es Don Pablo. Les celebré la misa y en las ofrendas mandó a su nieto a traer el gallo que está cargando para presentarlo al Señor.

Seguir la música que llevamos dentro
Hay que tomar conciencia de esta energía vital que llevamos dentro: allí está la fuente de la oración. Los animales no tienen conciencia de sus instintos. Los hombres podemos hacerlo y para realizarnos como hombres de verdad hay que seguir las inclinaciones del hombre interior y entrar en el ritmo de esa música que permanece siempre viva, como un eco, desde el día de nuestro bautismo.

“La oración procede de un instinto que se da en nosotros; no se trata de fabricarlo, se trata de seguirlo. Es preciso aprender a dejar hablar en uno mismo la vida trinitaria, como un niño aprende a llamar papá al que le ha dado la vida.” (Jean Lafrance)

No puede venir nadie desde fuera a instruirte, a formarte en la vida de oración. Es más una semilla que debe crecer, una voz que hay que seguir, la del Espíritu. No es difícil seguirla, como no es difícil caminar, porque fuimos hechos para ello. Pero por más natural que sea hay que ponerse de pié y caminar, hay que querer orar.

oremos por la jornada mundial de la juventud jmj

En estos días hemos visto a jóvenes asesinados por otro joven enloquecido en una isla junto a Oslo, en Noruega. Otros se han acampado en medio de las plazas de ciudades para reivindicar su particular decálogo, que oscila entre la justa y fresca aspiración a que las cosas sean distintas, y la revolución en nombre de la nada y del hastío. Otros se mueven de acá para allá buscadores inquietos pero tal vez sin norte y sin maestros, y como decía el Quijote deambulan sin saber de dónde vienen y sin saber a dónde van. Pero también hay otros que no van segando la vida de nadie, ni están en las movidas ácratas que terminan por llenarte de vacío, ni tampoco se agitan por entusiasmos de corto recorrido con dichas que duran lo que tarda un suspiro bebido, movido o fumado.

Sí, hay otros jóvenes, no pocos, están en los últimos momentos de preparación para el encuentro con el Papa Benedicto XVI en la JMJ, la Jornada Mundial de la Juventud. ¡Qué contraste de vaivenes, de posturas, de ideales! Siempre impresiona el hecho de que un grupo de más de un millón y medio de jóvenes, vengan a escuchar a un anciano octogenario que no les va a cantar ningún rap, ni a demostrar su resistencia física en un deporte de moda, ni a engatusar con una ocurrencia de revolución de medio pelo, sino que les va a hablar del Evangelio, de Jesucristo vivo, de la Iglesia de Dios.

Hay algo en el corazón del joven que se resiste y hasta se rebela. Benedicto XVI recuerda en su mensaje para la JMJ de este año en Madrid dentro de unos días ya, que el «tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos lo que era grande, nuevo. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza».

Sí esta es la gran diferencia que hace distintos a unos jóvenes y a otros de una misma generación. No censurar la grandeza que les palpita por dentro, no acabar en un aburguesamiento que termina por domesticar las revoluciones que eran mentira. Con toda su inmensidad bella, con toda su grandeza nueva, hay algo que en el joven de cualquier edad, siempre se manifiesta como un reclamo que le surge de lo más verdadero y puro del corazón.

Porque ¿cuáles son los valores, las aspiraciones, las metas de una juventud diferente? El Papa lo apunta en ese mensaje con toda una carga de humilde realismo y de apasionada confesión: «Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”. Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva».

Me resuenan estas palabras tan verdaderas como un respetuoso diálogo que sale al encuentro de las auténticas inquietudes de los jóvenes de todas las épocas. Una invitación a acompañar la búsqueda de las certezas desde el testimonio de quien ya ha encontrado la Verdad: Jesucristo. Estamos de enhorabuena. En agosto nos encontramos con Benedicto XVI en Madrid. Firmes en la fe y arraigados en Cristo, este año agosto no nos agosta, sino que florece. Vuelve la esperanza. No tengamos miedo de abrir las puertas al Redentor.

Padre Roberto Mena

el Papa nos anima a leer la Biblia diariamente

Al retomar este miércoles la habitual audiencia general, desde la residencia pontificia de Castelgandolfo, el Papa Benedicto XVI alentó a los católicos a "sumergirse" en los libros de la Biblia en vacaciones, para que el tiempo de descanso también sirva para la oración y la amistad con Dios.

El Papa señaló que cuando la persona tiene un espacio de pausa de las actividades cotidianas, en especial en vacaciones "a menudo tenemos entre manos un libro para leer. Precisamente este es el primer aspecto sobre el cual quiero detenerme. Cada uno de nosotros tiene necesidad de tiempo y espacio para el recogimiento, la meditación, la calma. Gracias a Dios esto es así".

"En efecto, esta exigencia nos confirma que no estamos hechos solamente para trabajar, sino también para pensar, reflexionar, o sencillamente para seguir con la mente y con el corazón un relato, una historia en la que sumergirse, en cierta manera ’perderse’ para salir después enriquecidos".

Benedicto XVI comentó luego que muchos de estos libros suelen ser de evasión, ante lo cual hizo una propuesta: "¿por qué no descubrir algunos libros de la Biblia, que normalmente son menos conocidos? ¿O de los que a lo mejor hemos escuchado algún fragmento durante la liturgia, pero que no hemos leído en su totalidad?"

"En efecto, muchos cristianos no leen nunca la Biblia, y tienen de ella un conocimiento muy limitado y superficial. La Biblia –como dice el nombre– es un conjunto de libros, una pequeña ‘biblioteca’, nacida en el curso de un milenio".

Seguidamente, señala la nota de Radio Vaticano, enumeró algunos libros "desconocidos" del Antiguo Testamento "que pueden leerse en una hora", como el de Tobías "una narración que contiene un sentido muy amplio de la familia y del matrimonio. O el libro de Esther, en el que la Reina judía, con la fe y la oración, salva a su pueblo del exterminio; o, todavía más breve, el libro de Ruth, una extranjera que conoce a Dios y experimenta su providencia".

"Más laboriosos, y auténticas obras de arte, son el libro de Job, que afronta el gran problema del dolor inocente. El Eclesiastés que asombra por la desconcertante modernidad con la que pone en discusión el sentido de la vida y del mundo; el Cantar de los Cantares, estupendo poema simbólico del amor humano. Como veis estos son libros del Antiguo Testamento".

El Santo Padre dijo luego que ciertamente los libros del Nuevo Testamento son más conocidos "y los géneros literarios están menos diversificados. Hay que descubrir la belleza de leer un Evangelio de corrido, o los Hechos de los Apóstoles o una de las Cartas".

"En conclusión, queridos amigos, os sugiero que tengáis a mano durante el periodo estivo, o en los momentos de pausa, la Sagrada Biblia para disfrutarla de una nueva manera, leyendo de seguido algunos de sus Libros, tanto los menos conocidos como los que más, como los Evangelios, pero de manera continuada".

De esa manera, explicó el Papa, "los momentos de distensión podrán ser, además de enriquecimiento cultural, alimento del espíritu capaz de alimentar el conocimiento de Dios y propiciar el diálogo con Él, la oración".

"Y así parece más bien una bonita ocupación para las vacaciones: tomar un libro de la biblia y –de esta manera– tener un poco de distensión. Asimismo, tener tiempo para entrar en el gran espacio de la Palabra de Dios, profundizar nuestro contacto con lo eterno, precisamente, como objetivo del tiempo libre que el Señor nos da", concluyó.

En español el Santo Padre reiteró su pedido de leer la Biblia "descubriendo así, poco a poco la inmensa riqueza de este tesoro que es la Palabra de Dios. Gracias por vuestra presencia y oración. Que el Señor vaya siempre con vosotros".

el secreto de confesion

El secreto de confesión
Hay casos en los que una parte de la confesión puede ser revelada a otros, pero siempre con el permiso del penitente y sin descubrir la identidad del mismo


La confesión es, desde hace siglos, uno de los rasgos característicos de la Iglesia Católica y de alguna de las Iglesias Ortodoxas; los otros credos cristianos la practican de modo muy diferente del modo establecido por Roma. Con el pasar de los siglos ha sido considerada como un instrumento formidable: tanto para la salvación de las almas como para el «control de las conciencias» (según los críticos). Benedicto XVI en uno de sus libros autobiográficos se refiere a ella como un instrumento de justicia social; en su país se arrodillaban todos, pobres y peces gordos, para contarle a la persona que estaba detrás de la rejilla sus malas acciones; y los pobres se consolaban viendo a los que tenían una posición más favorable arrodillándose en el mismo lugar que ellos.

En nuestros días la confesión y, sobre todo, el sigilo sacramental que impone el secreto total por parte del sacerdote, están siendo atacados. En Irlanda se quiere hacer una propuesta de ley que obligue a los sacerdotes a que rompan el secreto de confesión si alguien confiesa un delito de pedofilia. En Australia, el gobierno federal fue invitado a seguir el ejemplo de la isla que se encuentra al otro lado del mundo, para obligar a los sacerdotes a denunciar a los que confiesen un pecado sexual contra menores. La iniciativa parte del senador independiente Nick Xenophon. «No hay dudas sobre lo que hay que hacer cuando nos toca elegir entre la inocencia de un niño o la preservación de una práctica religiosa», ha declarado. «¿Por qué habría que absolver de sus pecados a una persona, incluso cuando se trata de abusos sexuales contra niños, con una palmadita en la espalda?»

Naturalmente la posición del Vaticano es completamente diferente. El artículo 983 del Código de Derecho Canónico advierte que el sigilo sacramental es inviolable; por lo tanto está terminantemente prohibido que el confesor denuncie al penitente, ni siquiera en parte, por ningún motivo. La violación no está permitida tampoco en caso de amenaza de muerte al confesor u otras personas. Para proteger el secreto algunos moralistas, como Tomás Sánchez (1550-1610), consideran moralmente legítima también la reserva mental, una forma de engaño en la que no es necesaria la pronunciación explícita de una falsedad. «El confesor que viola directamente el sigilo sacramental, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica; quien lo viola sólo indirectamente, ha de ser castigado en proporción con la gravedad del delito; si violan el secreto, deben ser castigados con una pena justa, sin excluir la excomunión» (“Código de Derecho Canónico”, 1388, §1,2). Esto implica que se le prohibirá celebrar el sacramento y además un largo periodo de penitencia, por ejemplo en un monasterio.

¿Y si el penitente se presenta a confesar su responsabilidad en un acto criminal? En este caso la experiencia enseña que el sacerdote pueda ponerle como condición indispensable para la absolución que se presente ante las autoridades para autodenunciarse. Pero no puede hacer otra cosa, y sobre todo no puede informar personalmente a las autoridades, ni siquiera indirectamente.

Hay casos en los que una parte de la confesión puede ser revelada a otros, pero siempre con el permiso del penitente y sin descubrir la identidad del mismo. Esto sucede, por ejemplo, con algunos pecados que no pueden ser perdonados sin la autorización del Obispo o del Papa. En dichos casos, el confesor pide al penitente la autorización para escribir una solicitud al Obispo o a la Penitenciaría Apostólica (un cardenal delegado por el Papa para estos asuntos), utilizando seudónimos y comunicando sólo los detalles indispensables. La solicitud es sigilada y enviada a la Penitenciaría por medio del Nuncio Apostólico (el embajador del Papa en el país en cuestión); así la transferencia se sirve de la protección que se asegura a la correspondencia diplomática.

Por lo tanto no hay que sorprenderse si la respuesta a las propuestas irlandesa y australiana es seca y clara. Graham Greene en su libro "El poder y la gloria" traza el perfil de un sacerdote indigno, el "sacerdote esponja" en el México de las persecuciones anticatólicas, que conscientemente se arriesga a caer en una trampa que lo conducirá a la muerte por ir a confesar a un moribundo. Ficción, cierto, pero como todos los mitos, si no ha sucedido nunca, es algo que sucede siempre. El secretario de la Conferencia Episcopal Australiana, el Padre Brian Lucas, ha tratado de manera glacial la propuesta presentada por el senador: «Su proposición no protege a los niños y choca frontalmente con el derecho fundamental de la gente a practicar su religión», ha declarado. «Ningún sacerdote católico traicionaría nunca la confesión. Hay sacerdotes que han preferido morir antes que hacerlo». Monseñor Pierre Pican, obispo de Bayeux, en septiembre de 2001 fue condenado a tres meses de cárcel por no haber denunciado ante la magistratura a un sacerdote de su diócesis, acusado de pedofilia, invocando el secreto profesional. Monseñor Pican le había impuesto después de la revelación un periodo de cura en una institución especializada. Por su defensa del secreto había recibido una carta de felicitación del cardenal Castrillón Hoyos, cumpliendo el mandato de Juan Pablo II.

Pero en realidad, las propuestas irlandesa y australiana, impulsadas por el ímpetu de la emoción, además de representar un precedente extraordinario (ni siquiera en la Francia de la Revolución, que de seguro no fue amable con los sacerdotes católicos, se pensó en un ley parecida) serían simplemente inútiles. Porque no llevarían ni siquiera a una incriminación y harían menos libre al país. Quizás existe la posibilidad de que alguno, responsable de un crimen (y no sólo de pedofilia) pueda ser convencido o empujado por el sacerdote que se encuentra al otro lado de la rejilla a actuar de la forma más justa. Pero seguramente nadie iría a confesar su crimen, si supiera que haciéndolo sería denunciado. Además sería necesario que el confesor conociera el nombre, el apellido y la dirección del penitente. Algo que, en la mayor parte de los casos no sucede. Sin embargo, se han dado casos en los que las palabras pronunciadas por el sacerdote del confesionario han llevado a los criminales al arrepentimiento. Un resultado que seguramente las propuestas de ley, irlandesa o australiana, no podrían alcanzar.
Padre Roberto Mena ST