1. Pocas veces somos ofendidos; muchas veces nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado? El que es odiado vive feliz,
generalmente en su mundo. El que cultiva el rencor se parece a aquél que agarra
una braza ardiente o al que atiza una llama. Pareciera que la llama. Pareciera
que la llama quemara al enemigo; pero no se quema uno mismo. El resentimiento
sólo destruye al resentido.
El amor propio es ciego y suicida: prefiere la satisfacción de la venganza que
el alivio del perdón. Pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las
entrañas. El rencoroso vive una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que
se siente al perdonar; así como hay fatiga más desagradable que la que produce
el rencor. Vale la pena perdonar, auque sea solo por interés, porque no hay
terapia más liberadora que el perdón.
No es necesario pedir perdón o perdonar con palabras. Muchas veces basta un
saludo, una mirada benevolente, una aproximación, una conversación. Son los
mejores signos de perdón.
A veces esto sucede esto: la gente perdona y siente el perdón; pero después de
un tiempo, renace la aversión. No asustarse. Una profunda necesita muchas
curaciones. Vuelve a perdonar una y otra vez hasta que la herida quede curada
por completo.
Ejercicios de perdón
1.- Ponte en el espíritu de Jesús, en la fe. Asume sus sentimientos. Enfrenta
(mentalmente) al “enemigo” mirándolo con los ojos de Jesús, sintiéndolo con los
sentimientos de Jesús, abrazándolo con los brazos de Jesús como si “fueras”
Jesús.
Concentrado, en plena intimidad con el Señor Jesús (colocando el “enemigo” en el
rincón de la memoria), di al Señor: “Jesús, entra dentro de mí. Toma posesión de
mi ser. Calma mis hostilidades. Dame tu corazón pobre y humilde. Quiero sentir
por ese “enemigo” lo que Tú sientes por él; lo que tu sentías al morir por él.
Puestos en alta fusión tus sentimientos con los míos, yo perdono (juntamente
contigo), yo amo, yo abrazo a esa persona. Ella-Tú-Yo, una misma cosa.
Yo-Tú-ella, una misma unidad”.
Repetir estas o semejantes palabras durante treinta minutos.
2.- Si comprendiéramos, no haría falta perdonar. Trae a la memoria al “enemigo”
y aplícale las siguientes reflexiones:
Fuera de casos excepcionales, nadie actúa con mala intención. ¿No estarás tú
atribuyendo a esa persona intenciones perversas que ella nunca las tuvo? Al
final, ¿quién es el equivocado? Si él te hace sufrir, ¿ya pensaste cómo tú le
harás sufrir a él?¿Quién sabe si no dijo lo que te dijeron que dijo?¿Quién sabe
si lo dijo en otro tono o en otro contexto?
El parece orgulloso; no es orgulloso, es timidez. Parece un tipo obstinado; no
es obstinación, es un mecanismo de autoafirmación. Su conducta parece agresiva
contigo; no es agresividad, es autodefensa, un modo de darse seguridad, no te
está atacando, se está defendiendo. Y tú estás suponiendo perversidades en su
corazón. ¿Quién es el injusto y el equivocado?
Ciertamente. Él es difícil para ti, más difícil es para sí mismo. Con su modo de
ser sufres tú, es verdad; más sufre él mismo. Si hay alguien interesado en este
mundo en no ser así, no eres tú; es él mismo. Le gustaría agradar a todos; no
puede. Le gustaría vivir en paz con todos; no puede. Le gustaría ser encantador;
o puede. Si él hubiera escogido su modo de ser, sería la criatura más agradable
del mundo. ¿Qué sentido tiene irritarse contra un modo de ser que él no escogió?
¿Tendrá él tanta culpa como tú presupones? En fin de cuentas, ¿no serás tú, con
tus suposiciones y repulsas, más injusto que él?
Si supiéramos comprender, no haría falta perdonar
Padre Roberto Mena ST
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