* «¡Nunca más la guerra! Es el grito apremiante que, desde nuestros corazones y de los corazones de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, se eleva al Príncipe de la paz»
El Papa Francisco en esta nueva audiencia general del miércoles realizada en la Plaza de San Pedro, ingresó en el Jeep blanco entre los pasillos para saludar a la gente, que aplaudía y voceaba ¡Viva Francisco!
Se trata de la catequesis 25 del ciclo abierto el 10 de diciembre pasado, y la segunda audiencia después de la pausa del verano europeo, encuentros durante los cuales la familia y los temas relacionados con ella estuvieron en el centro. Hoy habló sobre la transmisión de la fe gracias a la familia, tema que será central en el próximo Sínodo sobre la Familia que se realizará el mes próximo y cuyo debate inició con el Sínodo Extraordinario de 2014.
El Papa recordó el primado de Dios sobre los afectos familiares y al mismo tiempo que el amor de Dios no encuentra un paragón más significativo que en estos afectos existentes en la familia. Y que el cariño no se compra ni se vende y es el mejor patrimonio del genio familiar. Precisó que el timón de la Historia está en las manos de la alianza entre el hombre y la mujer, e invitó a oponerse a la desertificación comunitaria en las ciudades modernas.
El Papa Francisco renovó también su ferviente ruego al Príncipe de la paz, por intercesión de María Reina de la paz, para que nunca más el mundo vuelva a sufrir el horror de la guerra. Reiteró, su oración y su llamamiento, junto con el anhelo de los hombres y mujeres de buena voluntad, recordando que hace 70 años concluía la tragedia que dejó el mundo en escombros, a los pueblos que en la actualidad padecen la crueldad de diversos conflicto. En el vídeo se visualiza y escucha toda la catequesis y el resumen que el Papa ha hecho en español, cuyotexto completo es el siguiente:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este último tramo de nuestro camino de catequesis sobre la familia, abrimos la mirada sobre el modo en que ella vive la responsabilidad de comunicar la fe, de transmitir la fe, sea en su interior como al exterior.
En un primer momento, se nos pueden venir a la mente algunas expresiones evangélicas que parecen contraponer los vínculos de la familia y el seguimiento de Jesús. Por ejemplo, aquellas palabras fuertes que todos conocemos y hemos escuchado: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí» (Mt10, 37-38).
Naturalmente, ¡Jesús no quiere cancelar el cuarto mandamiento con esto! Que es el primer gran mandamiento hacia las personas. Los tres primeros son en relación a Dios, éste en relación a las personas… ¡es grande!. Y ni siquiera podemos pensar que el Señor, después de haber realizado su primer milagro para los esposos de Caná, después de haber consagrado el vínculo conyugal entre el hombre y la mujer, después de haber restituido hijos e hijas a la vida familiar, ¡nos pida ser insensibles a estos vínculos! Esa no es la explicación, no. Al contrario, cuando Jesús afirma la primacía de la fe en Dios, no encuentra una comparación más significativa que los afectos familiares. Y por otro lado, estos mismos vínculos familiares dentro de la experiencia de fe y del amor de Dios, se transforman, vienen “completados” de un sentido más grande y se convierten en capaces de ir más allá de sí mismos, para crear una paternidad y una maternidad más amplias y para acoger como hermanos y hermanas también aquellos que están al margen de cada ligamen. Un día, a quien le dice que afuera estaban su madre y sus hermanos que lo buscaban, Jesús respondió, indicando a sus discípulos: «¡Estos son mi madre y mis hermanos! Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 34-35).
La sabiduría de los afectos, que no se compran y no se venden, es la mejor dote del genio familiar. Especialmente en la familia aprendemos a crecer en aquella atmósfera de la sabiduría de los afectos. Su “gramática” se aprende allí, de otra manera es muy difícil aprenderla. Y es especialmente éste lenguaje a través del cual, Dios se da a entender a todos.
La invitación a poner los vínculos familiares en el ámbito de la obediencia de la fe y de la alianza con el Señor no los mortifica; al contrario, los protege, los desvincula del egoísmo, los protege del deterioro, los lleva a un lugar seguro para la vida que no muere. El flujo de un estilo familiar en las relaciones humanas es una bendición para los pueblos: trae nuevamente la esperanza a la tierra. Cuando los afectos familiares se dejan convertir al testimonio del Evangelio, se transforman capaces de cosas impensables, que hacen tocar con la mano las obras de Dios, aquellas obras que Dios realiza en la historia, como aquellas que Jesús ha hecho para los hombres, las mujeres, los niños que ha encontrado. Una sola sonrisa milagrosamente arrancada a la desesperación de un niño abandonado, que recomienza a vivir, nos explica el actuar de Dios en el mundo más que mil tratados teológicos. Un solo hombre o una sola mujer, capaces de arriesgar y de sacrificarse por un hijo de otros, y no solo por el propio, nos explican cosas del amor que muchos científicos no comprenden más.
Donde están estos afectos familiares brotan estos gestos del corazón que nos hablan más fuerte que las palabras, el gesto del amor, esto hace pensar.
La familia que responde a la llamada de Jesús devuelve la dirección del mundo a la alianza del hombre y de la mujer con Dios. Piensen en el desarrollo de este testimonio, hoy. Imaginemos que el timón de la historia (de la sociedad, de la economía, de la política) sea entregado - ¡finalmente! - a la alianza del hombre y de la mujer, para que lo gobiernen con la mirada dirigida a la generación que viene. Los temas de la tierra y de la casa, de la economía y del trabajo, ¡tocarían una música muy diferente!
Si volvemos a dar protagonismo – a partir de la Iglesia – a la familia que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, nos transformaremos como el vino bueno de las bodas de Caná, ¡fermentaremos como la levadura de Dios!
En efecto, la alianza de la familia con Dios está llamada hoy a contrastar la desertificación comunitaria de la ciudad moderna. Pero nuestras ciudades se han transformado en desertificadas por falta de amor, por falta de sonrisas. Muchas diversiones, muchas, muchas cosas para perder el tiempo, para hacer reír, pero falta el amor. Y es especialmente la familia, y es ¡especialmente la familia! aquel papá, aquella mamá que trabajan y con los niños… La sonrisa de una familia es capaz de vencer esta desertificación de nuestras ciudades y esta es la victoria del amor de la familia.
Ninguna ingeniería económica y política está en grado de sustituir esta aportación de las familias. El proyecto de Babel edifica rascacielos sin vida. El Espíritu de Dios, en cambio, hace florecer los desiertos (cfr Is 32, 15). Debemos salir de las torres y de las bóvedas blindadas de las élites, para frecuentar de nuevo las casas y los espacios abiertos a las multitudes, abiertas al amor de la familia.
La comunión de los carismas – aquellos dados al Sacramento del matrimonio y aquellos concedidos a la consagración para el Reino de Dios – está destinada a transformar la Iglesia en un lugar plenamente familiar para el encuentro con Dios. Vamos hacia adelante en este camino, no perdamos la esperanza, donde hay una familia con amor, esa familia es capaz de calentar el corazón de toda una ciudad, con su testimonio de amor.
Recen por mí, recemos los unos por los otros, para que seamos capaces de reconocer y de sostener las visitas de Dios. El Espíritu traerá el alegre desorden en las familias cristianas y la ciudad del hombre saldrá de la depresión. Gracias.
(El Papa ha dicho en español:)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy abordamos el tema de la familia como transmisora de la fe. Tanto en sus palabras como en sus signos, el Señor pone con frecuencia los lazos familiares como ejemplo de nuestra relación con Dios. La sabiduría encerrada en esos afectos familiares, que ni se compran ni se venden, es el mejor legado del espíritu familiar y Dios se revela, quiere revelarse a través de este lenguaje.
Por otro lado, la fe y el amor de Dios purifican los afectos familiares del egoísmo y los protegen del degrado. Los abre a un nuevo horizonte que nos hace capaces de ver más allá, de ver a todos los hombres como una sola familia. De ese modo, quien hace la voluntad de Dios y vive en su amor, es capaz de ver a Jesús en el otro y de ser para él un verdadero hermano.
Queridos hermanos, llevar este estilo familiar a todas las relaciones humanas nos haría capaces de cosas impensables, sería una bendición para todos los pueblos y un signo de esperanza sobre la tierra. Se da ahí una comunicación del misterio de Dios más profunda e incisiva que mil tratados de teología.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor nos ayude a que las familias sean fermento evangelizador de la sociedad, ese vino bueno que lleve la alegría del Evangelio a todas las gentes. Muchas gracias.
(Luego, el Papa ha dicho:)
Queridos hermanos y hermanas:
En estos días, también en Extremo Oriente, se recuerda la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Renuevo mi ferviente oración al Señor de todos para que, por intercesión de la Virgen María, el mundo de hoy no experimente nunca más los horrores y los espantosos sufrimientos de semejantes tragedias. Pero las experimenta. Éste es el anhelo permanente de los pueblos, en particular de los que son víctimas de sangrientos conflictos en curso. Las minorías perseguidas, los cristianos perseguidos, la locura de la destrucción. Y los que fabrican armas y los traficantes de armas, armas ensangrentadas, bañadas con la sangre de tantos inocentes ¡Nunca más la guerra! Es el grito apremiante que, desde nuestros corazones y de los corazones de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, se eleva al Príncipe de la paz.
Saludo finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los esposos recién casados. Mañana celebraremos la memoria litúrgica de San Gregorio Magno. Queridos jóvenes, la grandeza moral de este Papa los impulse a opciones valientes en favor del bien; que su fortaleza en la enfermedad los sostenga a ustedes, queridos enfermos, al llevar su cruz en unión espiritual con el corazón de Cristo; que sus lazos con la Iglesia los ayude a ustedes, queridos recién casados, a unir a sus familias en el amor.
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