"Invito a todos a descubrir la belleza de la oración en familia para que rezando unos por otros seamos protegidos por el amor de Dios", dijo el Papa Francisco este miércoles 26 de agosto de 2015, en la plaza de San Pedro durante la catequesis de la audiencia general número 100 de su Pontificado, ante miles de fieles venidos de todo el mundo, después de fundamentar que "el espíritu de la oración se fundamenta en el gran mandamiento: «amaras al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas".
La oración en la familia es el tercer aspecto desarrollado por Francisco después de haber hablado de la fiesta y el trabajo en la familia. “La oración se alimenta del afecto por Dios. Un corazón lleno de amor a Dios sabe transformar en oración un pensamiento sin palabras, una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso hacia la Iglesia”.
El Papa explicó que “a pesar de lo complicado que es el tiempo en la familia, siempre ocupado, con mil cosas que hacer, la oración nos permite encontrar la paz para las cosas necesarias, y descubrir el gozo de los dones inesperados del Señor, la belleza de la fiesta y la serenidad del trabajo”.
Para insistir una vez más con su pedido de leer el evangelio diariamente y en familia: “La oración –dijo- brota de la escucha de Jesús, de la lectura y familiaridad con la Palabra de Dios. Preguntémonos: ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Encontramos un momento para leerlo juntos? ¿Lo meditamos recitando el Rosario? El Evangelio leído y reflexionado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y por la mañana y por la tarde, cuando nos sentemos a la mesa, digamos juntos una oración con sencillez”.
El Obispo de Roma invitó también a la Oración por el Cuidado de la Creación -en la crisis ecológica que la humanidad está viviendo-, que tendrá lugar en todo el mundo el 1 de setiembre, en comunión con los hermanos ortodoxos y todas las personas de buena voluntad. En el vídeo se visualiza y escucha toda la catequesis y el resumen que el Papa ha hecho en español, cuyotexto completo es el siguiente:
Después de haber reflexionado sobre cómo la familia vive los tiempos de la fiesta y del trabajo, consideramos ahora el tiempo de la oración. La queja más frecuente de los cristianos consiste precisamente en el tiempo: “Debería rezar más…: quisiera hacerlo, pero a menudo me falta el tiempo”. Lo escuchamos continuamente.
La pena es sincera, ciertamente, porque el corazón humano busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y si no la encuentra, no tiene paz. Pero para que se encuentren, es necesario cultivar en el corazón un amor ‘cálido’ por Dios, un amor afectivo.
Podemos hacernos una pregunta muy sencilla. Está bien creer en Dios con todo el corazón, está bien esperar que nos ayude en las dificultades, está bien sentir el deber de agradecerle. Todo bien. Pero ¿Queremos también un poco al Señor? ¿El pensamiento de Dios nos conmueve, nos asombra, nos enternece?
Pensamos a la formulación del gran mandamiento, que sostiene todos los otros: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu» (Dt 6,5; cfr Mt 22, 37). La fórmula usa el lenguaje intenso del amor, reversándolo en Dios. Aquí, el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca. ¿Conseguimos pensar en Dios como la caricia que nos tiene en vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia de la cual nada, ni siguiera la muerte, nos puede despegar? ¿O lo pensamos solamente como el gran Ser, el Todopoderoso que ha hecho cada cosa, el Juez que controla cada acción? Todo verdadero, naturalmente. Pero sólo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de estas palabras se hace pleno. Entonces nos sentimos felices, y también un poco confundidos, porque Él piensa en nosotros ¡y sobretodo nos ama! ¿No es impresionante esto? ¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de padre? Es muy bello, muy bello.
Podía simplemente darse a conocer como el Ser supremo, dar sus mandamientos y esperar los resultados. En cambio Dios ha hecho y hace infinitamente más que eso. Nos acompaña en el camino de la vida, nos protege, nos ama.
Si el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta el tiempo. Podemos también multiplicar nuestras palabras, “como hacen los paganos” decía Jesús; o también mostrar nuestros ritos, “como hacen los fariseos” (cfr Mt 6,5.7). Un corazón habitado por el afecto por Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso enviado hacia la iglesia. Es bello cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso!
En aquel momento el corazón de los niños se transforma en lugar de oración. Y es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos nunca pedir este don por cada uno de nosotros! Porque el Espíritu de Dios tiene su modo especial de decir en nuestros corazones “Abbà”, es decir, “Padre”, nos enseña a decir padre propio como lo decía Jesús, un modo que no podremos nunca encontrar solos (cfr Gal4, 6). Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo y a apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la cual aprendes a decir “papá” y “mamá”, lo has aprendido para siempre. Cuando esto sucede, el tiempo de la entera vida familiar viene envuelto en el vientre del amor de Dios, y busca espontáneamente el tiempo de la oración.
El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y lleno de gente, ocupado o preocupado. Siempre es poco, nunca basta, hay tantas cosas por hacer. Quien tiene una familia aprende pronto a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡dentro de las veinticuatro horas hace entrar el doble! Es así eh. ¡Existen mamás y papás que podrían vencer el Nobel por esto! ¿eh? ¡En 24 horas hacen 48! No sé cómo hacen pero se mueven y hacen, hay tanto trabajo en familia.
El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la cual le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Buenas guías para esto son las dos hermanas Marta y María, de quienes habla el Evangelio que hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración (cfr Lc 10, 38-42). La visita de Jesús, a quien querían bien, era su fiesta. Un día, pero, Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, si bien es importante, no es todo, pero que escuchar al Señor, como hacía María, era la cosa verdaderamente esencial, la “parte mejor” del tiempo. Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden, cada día leer un pasaje del Evangelio. La oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y en la mañana y en la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendemos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro. Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades: ¡hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la Cruz! Tú mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la Cruz, esta es una tarea bella de las mamás y de los papás.
En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasajes difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en familia sea cuidado por el amor de Dios. Gracias.
(El Papa ha dicho en español:)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos detenemos a reflexionar sobre la oración en familia. El espíritu de la oración se fundamenta en el gran mandamiento: «amaras al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas». La oración se alimenta del afecto por Dios. Un corazón lleno de amor a Dios sabe transformar en oración un pensamiento sin palabras, una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso hacia la Iglesia. A pesar de lo complicado que es el tiempo en la familia, siempre ocupado, con mil cosas que hacer, la oración nos permite encontrar la paz para las cosas necesarias, y descubrir el gozo de los dones inesperados del Señor, la belleza de la fiesta y la serenidad del trabajo.
La oración brota de la escucha de Jesús, de la lectura y familiaridad con la Palabra de Dios.
Nos hará bien preguntarnos: ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Encontramos un momento para leerlo juntos? ¿O solos? ¿Lo meditamos recitando el Rosario? El Evangelio leído y reflexionado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y por la mañana y por la tarde, cuando nos sentemos a la mesa, digamos juntos una oración con sencillez.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Invito a todos a descubrir la belleza de la oración en familia para que rezando unos por otros seamos protegidos por el amor de Dios. Muchas gracias.
(Luego, el Papa ha dicho:)
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo martes, 1º de septiembre, se celebrará la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la creación. En comunión de oración con nuestros hermanos ortodoxos y con todas las personas de buena voluntad, queremos ofrecer nuestra contribución a la superación de la crisis ecológica que está viviendo la humanidad.
En todo el mundo, las diversas realidades eclesiales locales han programado oportunas iniciativas de oración y de reflexión, para hacer que esa Jornada sea un momento fuerte también con vistas a la asunción de estilos de vida coherentes.
Con los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos de la Curia romana, nos encontraremos en la Basílica de San Pedro a las 17.00 para la Liturgia de la Palabra, a la que desde ahora invito a participar a los romanos, a los peregrinos y a cuantos lo deseen
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