Wednesday, July 04, 2012

Por que hay problemas en la Iglesia?

Si comparamos la mentalidad de los autores bíblicos con la manera de pensar que tiene mucha gente en nuestros días, no podemos dejar de sorprendernos. Sabemos que a mucha gente no le gusta dar a conocer sus fracasos, porque tiene el pensamiento de que, o no se le comprende, o se le margina. Hay mucha gente que no cuenta sus experiencias desagradables, por temor a ser rechazada. En contraste con la mentalidad actual, los autores bíblicos no tenían reparo alguno a la hora de dar cuenta, no solo de los fracasos del Señor, sino de los suyos propios, porque tenían la creencia de que el sufrimiento constituye una vía de aprendizaje, lo cual contrasta bruscamente con la creencia de mucha gente de nuestro tiempo, que no percibe el padecimiento como algo útil, sino como una experiencia desagradable, que debe ser evitada, porque no le aporta beneficio alguno.

No es este el momento apropiado para argumentar sobre los beneficios del hecho de soportar estoicamente las contrariedades, pues no es conveniente que este trabajo sea demasiado largo, para no cansar a mis pacientes lectores, a quienes deseo decirles que los cristianos no queremos sufrir por sufrir, pero, si se da el caso en que hemos de hacerlo, pensamos que debemos afrontar y confrontar el dolor con valentía, dado que todas las experiencias vitales que tenemos, tienen el fin de aportarnos alguna enseñanza, que contribuye a fortalecer nuestras convicciones.


Frecuentemente recibo cartas de algunos de mis lectores, que se extrañan del hecho de que la Iglesia Católica tenga problemas. Tales hermanos de fe y amigos, se preguntan que, si Dios es perfecto, y según la fe que profesamos guía a su Iglesia, ¿cómo es posible que los católicos tengamos que tener dificultades?


Ciertamente, Jesucristo fundó la Iglesia Católica por mediación de sus Apóstoles, y el Espíritu Santo cuida de los cristianos, lo cual justifica el hecho de que la citada fundación no se haya extinguido, a lo largo de sus veinte siglos de historia, pero sucede que, tanto los religiosos como los laicos -o seglares- somos hombres, y tenemos libertad, tanto para acatar el cumplimiento de la voluntad de Dios, como para obviarla. De la misma forma que todos tenemos dificultades independientemente de que seamos cristianos porque la vida constituye una experiencia que no deja de aportarnos enseñanzas, a no ser que se dé el dramático caso de que nos estanquemos en una determinada situación, y nos neguemos a seguir superándonos, a los cristianos nos sucede exactamente lo mismo con respecto a nuestra vivencia de la fe que profesamos, pues, aunque el Espíritu Santo nos inspira para que cumplamos la voluntad divina, El no nos esclaviza, y nos deja que optemos por lo que queremos hacer, lo cual, en muchas ocasiones, es fuente de gran diversidad de problemas.


En la actualidad, nos planteamos cómo han de ser las relaciones entre Iglesia y Estado. Unos piensan que el clero debe tener poder político para poder cristianizar a la humanidad, y otros piensan que, cuanto más humildes seamos los hijos de la Iglesia, tendremos la oportunidad de realizar mejor, la obra que nos ha encomendado Nuestro Fundador. La Historia es testigo de que ni las persecuciones que han padecido los cristianos, han logrado que muchos de los tales hayan cesado de predicar el Evangelio y de hacer obras caritativas, en favor de quienes más les han necesitado. Los cristianos necesitamos adaptarnos a nuestro mundo actual, porque, si no conocemos las necesidades de la gente, ni la respuesta desde la fe a las mismas, no tardaremos muchas décadas en constatar que las iglesias albergan a menos gente, en las celebraciones sacramentales.


Nos es necesario crear un entorno social en que todos seamos respetados, independientemente de que seamos cristianos. No podemos exigir que se nos respete, si nos negamos a comprender a quienes no comparten nuestra ideología. No pensemos que quienes no comparten nuestras creencias no merecen ser respetados. Comprendamos las razones que mueven a la gente a pensar de diferente manera, pues ello, además de ayudarnos a crear el citado entorno en que todos seamos aceptados, nos permitirá conocer mejor la situación actual de la humanidad, y buscar la forma de conseguir que el Evangelio siga siendo actual para la gente de nuestro tiempo, y no un mensaje trasnochado e incomprensible.


La sociedad avanza imparablemente, y debemos aceptar este hecho, buscando la manera de actualizar el anuncio de la Palabra de Dios, adaptándonos a la utilización de los medios que tenemos para realizar nuestro propósito, sin modificar el contenido de las Sagradas Escrituras. El amor fraterno predicado por Jesús, fue aceptable en el siglo I, y sigue siendo aceptable en el siglo XXI, porque, tanto en el siglo I de nuestra era como en este tiempo, tenemos la necesidad de no vivir aislados.


Hay muchos millones de católicos en el mundo, pero no todos aceptan plenamente la doctrina predicada por la Iglesia. ¿Realizamos los esfuerzos adecuados para que nuestra fe sea conocida? ¿Deberíamos, -tanto los religiosos como los laicos-, hacer algo que no estamos haciendo, para que la Palabra de Dios no sea ignorada por muchos que se dicen creyentes? ¿Por qué la doctrina de la Iglesia ha dejado de atraer a muchos de nuestros hermanos de fe a la fundación de Cristo?


Hay un hecho que hace que mucha gente no participe de la vida de la Iglesia, el cual es los pecados cometidos por muchos religiosos y laicos. Los cristianos somos humanos, y, por causa de nuestra tendencia natural a equivocarnos, tenemos muchas posibilidades de hacer el mal voluntaria e involuntariamente, así pues, esta es la causa por la que nuestras imperfecciones no deberían atentar contra la fe que profesamos, pero en este mundo destacan más las malas acciones que las buenas obras.


Si en los medios de comunicación se denuncian nuestros pecados, evitemos sentirnos atacados, y encaremos las consecuencias de las acciones que llevamos a cabo con valentía.


Necesitamos celebrar una Liturgia que contenga el alto contenido espiritual al que quienes tenemos conocimientos bíblicos y litúrgicos estamos acostumbrados, que tenga la virtud de ser comprendida, hasta por quienes desconocen totalmente la Palabra de Dios. Necesitamos comprender el contenido de las celebraciones litúrgicas a que asistimos, y saber el significado de los gestos que realizamos, porque queremos tributarle culto a Dios, y no actuar mecánicamente porque eso es precisamente lo que muchos creyentes han hecho siempre, aunque no saben la razón de existir de ello, y quizás ni les interesa conocerla.


Pensemos en el siguiente problema que surgió en la Iglesia primitiva de Jerusalén, para recordar que siempre han existido dificultades en la fundación de Cristo.


"En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos" (HCH. 6, 1-5).


Una de las actividades características de la Iglesia, ha sido, desde su fundación, el cuidado de los menesterosos. Los judíos de origen griego, se quejaron de que sus viudas eran desatendidas en el reparto de alimentos. Por su parte, los Apóstoles, no querían descuidar la predicación del Evangelio ni su dedicación a la oración con tal de servir a los pobres, pero tampoco quisieron dejarlos sin ser atendidos adecuadamente, por lo cual eligieron a siete diáconos para que realizaran el citado trabajo, y también se dedicaran a la predicación.


En cierta forma, no olvidemos nunca que debemos estar contentos porque la Iglesia tiene problemas, porque las dificultades son vías que nos ayudan a ser santificados, si las resolvemos, adaptándonos al cumplimiento de la voluntad de un Dios tan increíblemente maravilloso, como para desear que vivamos en un mundo en que no exista la exclusión social.


San Pablo nos dice con respecto a la necesidad que tenemos los cristianos de tener problemas, si consideramos la utilidad que nos aporta la resolución de los mismos:


"Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados" (1 COR. 11, 19).


En la Iglesia siempre han existido problemas, y ello seguirá sucediendo, hasta que Cristo concluya la instauración de su Reino entre nosotros, y extinga todas las formas de maldad e ignorancia existentes desde que el hombre habita la tierra. De nada nos sirve perder el tiempo fantaseando y pensando que algún día no habrá problemas en la Iglesia, porque los seguirá habiendo, mientras que Jesús no concluya su obra redentora.


Debemos tener problemas porque aún no hemos alcanzado la plenitud de la madurez en la profesión de nuestra fe. Aún debemos vencer muchas discrepancias entre nosotros, y debemos trabajar más y mejor, sirviendo a los necesitados de dones espirituales y materiales, al mismo tiempo que debemos mejorar la calidad y aumentar la calidez, de nuestras relaciones, tanto con Dios, como con nuestros hermanos los hombres.


En el caso de que los cristianos actuales hubiéramos alcanzado una notable madurez espiritual, seguiríamos teniendo problemas, porque no cesaríamos de unir a la Iglesia a nuevos cristianos imperfectos, y, por consiguiente, expertos en crearse y crearnos dificultades. No debemos buscar la perfección por nuestros siempre escasos medios sin contar con la ayuda divina.


Si hubiéramos crecido notablemente espiritualmente, y les cerráramos las puertas de la Iglesia a nuevos cristianos creadores de problemas, seríamos un grave problema en la viña del Señor, al empeñarnos en vivir cómodamente, obstaculizando la expansión de la predicación del Evangelio en el mundo.


No debemos ignorar ni negar los problemas que tenemos como cristianos, pues Dios pone a nuestro alcance los medios que necesitamos, ora para resolverlos en conformidad con nuestras posibilidades, ora para sobrevivir con ellos durante mucho tiempo, si no está en nuestras manos la posibilidad de solventarlos adecuadamente.


Evitemos ser fuente de problemas, y seamos sinceros, intentando resolver, todos los que hayamos creado.


Si nos es posible, en conformidad con nuestras creencias, intentemos resolver los problemas que tenemos, a partir del momento en que los conocemos. No permitamos que los problemas se estanquen en nuestras comunidades indefinidamente.

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