No es este el momento apropiado para argumentar sobre los beneficios del
hecho de soportar estoicamente las contrariedades, pues no es conveniente que
este trabajo sea demasiado largo, para no cansar a mis pacientes lectores, a
quienes deseo decirles que los cristianos no queremos sufrir por sufrir, pero,
si se da el caso en que hemos de hacerlo, pensamos que debemos afrontar y
confrontar el dolor con valentía, dado que todas las experiencias vitales que
tenemos, tienen el fin de aportarnos alguna enseñanza, que contribuye a
fortalecer nuestras convicciones.
Frecuentemente recibo cartas de algunos de mis lectores, que se extrañan
del hecho de que la Iglesia Católica tenga problemas. Tales hermanos de fe y
amigos, se preguntan que, si Dios es perfecto, y según la fe que profesamos guía
a su Iglesia, ¿cómo es posible que los católicos tengamos que tener
dificultades?
Ciertamente, Jesucristo fundó la Iglesia Católica por mediación de sus
Apóstoles, y el Espíritu Santo cuida de los cristianos, lo cual justifica el
hecho de que la citada fundación no se haya extinguido, a lo largo de sus veinte
siglos de historia, pero sucede que, tanto los religiosos como los laicos -o
seglares- somos hombres, y tenemos libertad, tanto para acatar el cumplimiento
de la voluntad de Dios, como para obviarla. De la misma forma que todos tenemos
dificultades independientemente de que seamos cristianos porque la vida
constituye una experiencia que no deja de aportarnos enseñanzas, a no ser que se
dé el dramático caso de que nos estanquemos en una determinada situación, y nos
neguemos a seguir superándonos, a los cristianos nos sucede exactamente lo mismo
con respecto a nuestra vivencia de la fe que profesamos, pues, aunque el
Espíritu Santo nos inspira para que cumplamos la voluntad divina, El no nos
esclaviza, y nos deja que optemos por lo que queremos hacer, lo cual, en muchas
ocasiones, es fuente de gran diversidad de problemas.
En la actualidad, nos planteamos cómo han de ser las relaciones entre
Iglesia y Estado. Unos piensan que el clero debe tener poder político para poder
cristianizar a la humanidad, y otros piensan que, cuanto más humildes seamos los
hijos de la Iglesia, tendremos la oportunidad de realizar mejor, la obra que nos
ha encomendado Nuestro Fundador. La Historia es testigo de que ni las
persecuciones que han padecido los cristianos, han logrado que muchos de los
tales hayan cesado de predicar el Evangelio y de hacer obras caritativas, en
favor de quienes más les han necesitado. Los cristianos necesitamos adaptarnos a
nuestro mundo actual, porque, si no conocemos las necesidades de la gente, ni la
respuesta desde la fe a las mismas, no tardaremos muchas décadas en constatar
que las iglesias albergan a menos gente, en las celebraciones
sacramentales.
Nos es necesario crear un entorno social en que todos seamos respetados,
independientemente de que seamos cristianos. No podemos exigir que se nos
respete, si nos negamos a comprender a quienes no comparten nuestra ideología.
No pensemos que quienes no comparten nuestras creencias no merecen ser
respetados. Comprendamos las razones que mueven a la gente a pensar de diferente
manera, pues ello, además de ayudarnos a crear el citado entorno en que todos
seamos aceptados, nos permitirá conocer mejor la situación actual de la
humanidad, y buscar la forma de conseguir que el Evangelio siga siendo actual
para la gente de nuestro tiempo, y no un mensaje trasnochado e
incomprensible.
La sociedad avanza imparablemente, y debemos aceptar este hecho,
buscando la manera de actualizar el anuncio de la Palabra de Dios, adaptándonos
a la utilización de los medios que tenemos para realizar nuestro propósito, sin
modificar el contenido de las Sagradas Escrituras. El amor fraterno predicado
por Jesús, fue aceptable en el siglo I, y sigue siendo aceptable en el siglo
XXI, porque, tanto en el siglo I de nuestra era como en este tiempo, tenemos la
necesidad de no vivir aislados.
Hay muchos millones de católicos en el mundo, pero no todos aceptan
plenamente la doctrina predicada por la Iglesia. ¿Realizamos los esfuerzos
adecuados para que nuestra fe sea conocida? ¿Deberíamos, -tanto los religiosos
como los laicos-, hacer algo que no estamos haciendo, para que la Palabra de
Dios no sea ignorada por muchos que se dicen creyentes? ¿Por qué la doctrina de
la Iglesia ha dejado de atraer a muchos de nuestros hermanos de fe a la
fundación de Cristo?
Hay un hecho que hace que mucha gente no participe de la vida de la
Iglesia, el cual es los pecados cometidos por muchos religiosos y laicos. Los
cristianos somos humanos, y, por causa de nuestra tendencia natural a
equivocarnos, tenemos muchas posibilidades de hacer el mal voluntaria e
involuntariamente, así pues, esta es la causa por la que nuestras imperfecciones
no deberían atentar contra la fe que profesamos, pero en este mundo destacan más
las malas acciones que las buenas obras.
Si en los medios de comunicación se denuncian nuestros pecados, evitemos
sentirnos atacados, y encaremos las consecuencias de las acciones que llevamos a
cabo con valentía.
Necesitamos celebrar una Liturgia que contenga el alto contenido
espiritual al que quienes tenemos conocimientos bíblicos y litúrgicos estamos
acostumbrados, que tenga la virtud de ser comprendida, hasta por quienes
desconocen totalmente la Palabra de Dios. Necesitamos comprender el contenido de
las celebraciones litúrgicas a que asistimos, y saber el significado de los
gestos que realizamos, porque queremos tributarle culto a Dios, y no actuar
mecánicamente porque eso es precisamente lo que muchos creyentes han hecho
siempre, aunque no saben la razón de existir de ello, y quizás ni les interesa
conocerla.
Pensemos en el siguiente problema que surgió en la Iglesia primitiva de
Jerusalén, para recordar que siempre han existido dificultades en la fundación
de Cristo.
"En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo
murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos
eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la
multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la
palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre
vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de
sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la
oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la
multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a
Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de
Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les
impusieron las manos" (HCH. 6, 1-5).
Una de las actividades características de la Iglesia, ha sido, desde su
fundación, el cuidado de los menesterosos. Los judíos de origen griego, se
quejaron de que sus viudas eran desatendidas en el reparto de alimentos. Por su
parte, los Apóstoles, no querían descuidar la predicación del Evangelio ni su
dedicación a la oración con tal de servir a los pobres, pero tampoco quisieron
dejarlos sin ser atendidos adecuadamente, por lo cual eligieron a siete diáconos
para que realizaran el citado trabajo, y también se dedicaran a la
predicación.
En cierta forma, no olvidemos nunca que debemos estar contentos porque
la Iglesia tiene problemas, porque las dificultades son vías que nos ayudan a
ser santificados, si las resolvemos, adaptándonos al cumplimiento de la voluntad
de un Dios tan increíblemente maravilloso, como para desear que vivamos en un
mundo en que no exista la exclusión social.
San Pablo nos dice con respecto a la necesidad que tenemos los
cristianos de tener problemas, si consideramos la utilidad que nos aporta la
resolución de los mismos:
"Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se
hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados" (1 COR. 11, 19).
En la Iglesia siempre han existido problemas, y ello seguirá sucediendo,
hasta que Cristo concluya la instauración de su Reino entre nosotros, y extinga
todas las formas de maldad e ignorancia existentes desde que el hombre habita la
tierra. De nada nos sirve perder el tiempo fantaseando y pensando que algún día
no habrá problemas en la Iglesia, porque los seguirá habiendo, mientras que
Jesús no concluya su obra redentora.
Debemos tener problemas porque aún no hemos alcanzado la plenitud de la
madurez en la profesión de nuestra fe. Aún debemos vencer muchas discrepancias
entre nosotros, y debemos trabajar más y mejor, sirviendo a los necesitados de
dones espirituales y materiales, al mismo tiempo que debemos mejorar la calidad
y aumentar la calidez, de nuestras relaciones, tanto con Dios, como con nuestros
hermanos los hombres.
En el caso de que los cristianos actuales hubiéramos alcanzado una
notable madurez espiritual, seguiríamos teniendo problemas, porque no cesaríamos
de unir a la Iglesia a nuevos cristianos imperfectos, y, por consiguiente,
expertos en crearse y crearnos dificultades. No debemos buscar la perfección por
nuestros siempre escasos medios sin contar con la ayuda divina.
Si hubiéramos crecido notablemente espiritualmente, y les cerráramos las
puertas de la Iglesia a nuevos cristianos creadores de problemas, seríamos un
grave problema en la viña del Señor, al empeñarnos en vivir cómodamente,
obstaculizando la expansión de la predicación del Evangelio en el mundo.
No debemos ignorar ni negar los problemas que tenemos como cristianos,
pues Dios pone a nuestro alcance los medios que necesitamos, ora para
resolverlos en conformidad con nuestras posibilidades, ora para sobrevivir con
ellos durante mucho tiempo, si no está en nuestras manos la posibilidad de
solventarlos adecuadamente.
Evitemos ser fuente de problemas, y seamos sinceros, intentando
resolver, todos los que hayamos creado.
Si nos es posible, en conformidad con nuestras creencias, intentemos
resolver los problemas que tenemos, a partir del momento en que los conocemos.
No permitamos que los problemas se estanquen en nuestras comunidades
indefinidamente.
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