Recientemente, llevé un grupo de peregrinos a Jerusalén. Al detenernos frente al monte donde está el Templo y recordar la presentación de Jesús, muchos tuvieron preguntas. Hubo preguntas sobre la redención de los primogénitos, sobre el rito de purificación después de nacer, sobre como reconciliar los evangelios de Mateo y Lucas en términos de cronología y geografía – Belén, el Templo en Jerusalén, la huida a Egipto y el regreso a Nazaret.
Todas estas son muy buenas preguntas. Sin Embargo, no son las preguntas que interesan a San Lucas. Así como tampoco son el objetivo de la Fiesta de la Presentación, que ha sido observada en la Iglesia con gran solemnidad, al menos desde el siglo cuarto.
Lo más importante acerca de esta fiesta no es ni siquiera la intrigante profecía de Simeón a Maria al anunciarle que una espada atravesaría su corazón “para que los pensamientos de muchos corazones queden al descubierto”.
Nos gustan las candelas porque hacen el ambiente hogareño, acogedor y festivo. Cuando era niño, me encantaba encender candelas votivas en la parte trasera de la iglesia. Continuamente recordarían a Dios sobre mis intenciones especiales, aun cuando me había ido del santuario. Hoy, me encantan las alegres y esperanzadoras velas del Adviento. Y no hay nada como las velas votivas que se queman ante un icono para ayudar a crear la atmosfera de oración.
Todas estas son buenas razones para que nos gusten las candelas. Sin embargo, el significado principal de las candelas en la tradición Católica no es crear una atmosfera o recordarle a Dios que conteste nuestras oraciones.
Esta luz de revelación para todas las naciones, eso es lo que significa gentiles, luego regresó al templo ya como adulto para celebrar la Fiesta de los Tabernáculos. En una tarde de otoño, mientras la plaza del Templo estaba iluminada con antorchas y llena de judíos danzando en celebración de su relación especial con el Todopoderoso, Jesús hace resonar las palabras de Simeón y valiente mente proclama “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12).
Hasta el día de hoy, el antiguo rito de la Vigilia Pascual comienza con una Iglesia en tinieblas y la congregación espera en anticipación. Entonces, el Cirio Pascual es iluminado con el nuevo fuego y mientras el diacono proclama “Cristo nuestra luz”, los fieles encienden las candelas más pequeñas desde el Cirio Pascual y las llamas rápidamente se esparcen de candela a candela. El santuario en tinieblas se ilumina con cientos de luces.
Es emocionante observar este acontecimiento, pero creo que a menudo perdemos de vista lo principal. Si, Cristo es nuestra luz, pero ha encendido nuestros corazones con su Espíritu y nos llama a ser “luz del mundo” (Mateo 5:14). No fuimos hechos para esconder nuestra luz bajo el celemín en la casa o en la iglesia. La luz que hemos recibido es para el mundo entero que languidece en las tinieblas. La Presentación es una fiesta misionera, un recordatorio, una llamada a comprometernos de corazón con lo que los últimos tres Papas han llamado “La nueva Evangelización”. Las candelas que disfrutamos en nuestras liturgias y devociones son un recordatorio que no debemos descansar mientras haya si quiera una persona en el valle de las sombras de la muerte.
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