El sacerdote:
testigo de la resurrección de Cristo
El Sacerdote que actúa in persona Christi, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino
en la Persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente
eficaz en las especies del pan y el vino. El Sacerdote vive para la Eucaristía y de la Eucaris-
tía, y, en ella, encuentra el camino de su resurrección. No hay nada más grande ni más
valioso que pueda ofrecer un Sacerdote a los hombres que el mismo cristo resucitado en las
especies eucarísticas. La salvación esperada por la humanidad se realiza únicamente en el
misterio de Cristo resucitado. Cada presbítero sabe bien que es instrumento necesario para
la acción salvífica de Dios, pero siempre instrumento. Y
al ser instrumento que posibilita la acción de la gracia
salvadora, se convierte en testigo fundamental de la
resurrección.
Cuando nos acercamos a celebrar la Eucaristía, esta-
mos celebrando el acontecimiento pascual que en la
persona del Sacerdote se testimonia para el mundo. Es por eso, que la alegría que produce
las apariciones del resucitado a sus discípulos según el testimonio de los evangelistas, debe
ser la alegría que produzca en nosotros la aparición de Cristo en la mesa del altar por manos
del Sacerdote. El acontecimiento pascual en la celebración de la misa, es el mismo de la
resurrección, el mismo de las apariciones que menciona el Nuevo Testamento. Los católi-
cos debemos descubrir con los ojos de la fe que Jesús vivo se hace presente no solo en la
mesa del altar, sino en el Sacerdote que consagra la víctima y la ofrece en nombre del
pueblo. Si los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor (Cf. Jn 20, 20) y el miedo y
la tristeza que se apoderaron de ellos por su muerte desaparecieron, así mismo estamos
llamados a descubrir con los ojos de la fe la alegría pascual de la resurrección de Cristo en
la sagrada Hostia y en el Sacerdote.
“He aquí, pues, la invitación que hago a todos: Acojamos la gracia de la
Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios,
dejémonos amar por Jesús, dejemos que la fuerza de su amor transforme
también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia,
cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra, custodiar toda la
creación y hacer florecer la justicia y la paz.”
(Mensaje Urbi et Orbi del Santo Padre Francisco, Pascua 2013, Domingo 31 de Marzo )
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