Thursday, April 30, 2015

El Papa Francisco habla de servir y no servirse

El cristiano está colocado en una historia de pecado y de gracia, puesto siempre ante la alternativa de servir o de servirse de los hermanos. Es uno de los conceptos que expresó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Hombre y mujer de historia es el cristiano
“La historia y el servicio”. En su homilía, el Papa Bergoglio se detuvo sobre estos “dos rasgos de la identidad del cristiano”. Y, ante todo, de la historia. San Pablo, San Pedro y los primeros discípulos “no anunciaban a un Jesús sin historia: ellos anunciaban a Jesús en la historia del pueblo, un pueblo que Dios ha hecho caminar durante siglos para llegar” a la madurez, “a la plenitud de los tiempos”. Dios entra en la historia y camina con su pueblo:
“El cristiano es un hombre y una mujer de historia, porque no pertenece a sí mismo, está integrado en un pueblo, un pueblo que camina. No se puede pensar en un egoísmo cristiano, no, esto no va. El cristiano no es un hombre, una mujer espiritual de laboratorio, es un hombre, es una mujer espiritual colocado en un pueblo, que tiene una historia larga y sigue caminando hasta que el Señor vuelva”.
Historia de gracia y de pecado
Es una “historia de gracia, pero también una historia de pecado”:
“Cuántos pecadores, cuántos crímenes. También hoy Pablo menciona al Rey David, santo, pero antes de llegar a ser santo fue un gran pecador. Un gran pecador. Nuestra historia debe asumir a santos y pecadores. Y mi historia personal, de cada uno, debe asumir nuestro pecado, el propio pecado y la gracia del Señor que está con nosotros, acompañándonos en el pecado para perdonar y acompañándonos en la gracia. No hay identidad cristiana sin historia”.
Servir, no servirse
El segundo rasgo de la identidad cristiana es el servicio: “Jesús lava los pies a los discípulos invitándonos a hacer como él, es decir servir:
“La identidad cristiana es el servicio, no el egoísmo. ‘Pero padre, todos somos egoístas’. ¿Ah sí? Es un pecado, es un hábito del que debemos desprendernos. Pedir perdón, que el Señor nos convierta. Estamos llamados al servicio. Ser cristiano no es una apariencia o incluso una conducta social, no es un poco maquillarse el alma, para que sea un poco más bella. Ser cristiano es hacer lo que ha hecho Jesús: servir”.
El Papa concluyó su homilía invitando a plantearnos la siguiente pregunta: “¿En mi corazón qué es lo que más hago? ¿Me hago servir por los demás, me sirvo de los demás, de la comunidad, de la parroquia, de mi familia, de mis amigos, o sirvo, estoy al servicio de…?”.

Wednesday, April 29, 2015

El Papa Francisco habla de la bondad y dignidad del matrimonio


En su catequesis de la audiencia general, celebrada el último miércoles de abril en la Plaza de San Pedro y ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, el Papa Francisco, en el ámbito de sus reflexiones sobre la familia, se refirió al matrimonio.En efecto, el Obispo de Roma, tras haber considerado en la catequesis anterior las narraciones del libro del Génesis acerca del designio originario de Dios sobre la pareja formada por un hombre y una mujer, se centró directamente en Jesús, quien con su presencia en las bodas de Caná nos revela de modo nuevo la bondad y dignidad del matrimonio, ofreciéndonos un mensaje más actual que nunca, puesto que las separaciones van en aumento, mientras el número de matrimonios desciende.
De ahí la invitación de Francisco a reflexionar seriamente para comprender por qué los jóvenes de hoy no quieren casarse, a pesar de que casi todos desean una seguridad afectiva estable y un matrimonio sólido.
El Santo Padre indicó entre los factores que causan esta situación el temor a equivocarse y fracasar que impide confiar en la gracia que Cristo ha prometido a la unión conyugal. Y reafirmó que el matrimonio consagrado por Dios protege a los esposos, puesto que quienes se casan en el Señor, se transforman en un signo eficaz del amor del Creador en el mundo.
“Pidamos a la Virgen María – dijo el Papa Bergoglio al saludar a los fieles y peregrinos de nuestro idioma – que interceda por todos los esposos, especialmente por los que pasan por dificultades”. Y añadió que Jesús nos enseña que “la obra de arte de la sociedad es la familia, el hombre y la mujer que se aman”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
Texto completo de la catequesis del Papa traducida del italiano
La familia: el matrimonio (I)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nuestra reflexión sobre el designio originario de Dios sobre la pareja hombre-mujer, después de haber considerado las dos narraciones del Libro del Génesis, se dirige ahora directamente a Jesús.
El evangelista Juan, al comienzo de su Evangelio, narra el episodio de las bodas de Caná, en las cuales estaban presentes la Virgen María y Jesús, con sus primeros discípulos (cfr. Jn 2, 1-11). ¡Jesús no sólo participó en aquel matrimonio, sino que “salvó la fiesta” con el milagro del vino! Por lo tanto, el primero de sus signos prodigiosos, con el cual Él revela su gloria, lo cumplió en el contexto de un matrimonio y fue un gesto de gran simpatía por aquella familia naciente, solicitado por el apremio materno de María. Y esto nos hace recordar el libro del Génesis, cuando Dios terminó la obra de la creación y hace su obra maestra; la obra maestra es el hombre y la mujer. Y aquí precisamente Jesús comienza sus milagros, con esta obra maestra, en un matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre y una mujer. Así Jesús nos enseña que la obra maestra de la sociedad es la familia: ¡el hombre y la mujer que se aman! ¡Ésta es la obra maestra!
Desde los tiempos de las bodas de Caná, tantas cosas han cambiado, pero aquel “signo” de Cristo contiene un mensaje siempre válido.
Hoy, no parece fácil hablar del matrimonio como de una fiesta que se renueva en el tiempo, en las diversas estaciones de la entera vida de los cónyuges. Es un hecho que las personas que se desposan son siempre menos. Esto es un hecho: los jóvenes no quieren casarse. En muchos países en cambio aumenta el número de las separaciones, mientras disminuye el número de los hijos. La dificultad para quedarse juntos – ya sea como pareja que como familia – lleva siempre a romper los vínculos siempre con mayor frecuencia y rapidez, y precisamente los hijos son los primeros en pagar las consecuencias. Pero pensemos que las primeras víctimas, las víctimas más importantes, las víctimas que sufren más en una separación son los hijos. Si experimentas desde pequeño que el matrimonio es un vínculo “a tiempo determinado”, inconscientemente para ti será así. En efecto, muchos jóvenes son llevados a renunciar al proyecto mismo de un vínculo irrevocable y de una familia duradera. Creo que debemos reflexionar con gran seriedad sobre el porqué tantos jóvenes “no se sienten” de casarse. Existe esta cultura de lo provisorio…todo es provisorio, parece que no hay algo definitivo.
Ésta de los jóvenes que no quieren casarse es una de las preocupaciones que surgen en el día de hoy: ¿por qué los jóvenes no se casan? ¿Por qué a menudo prefieren una convivencia y tantas veces “a responsabilidad limitada”? ¿Por qué muchos – también entre los bautizados – tienen poca confianza en el matrimonio y en la familia? Es importante tratar de entender, si queremos que los jóvenes puedan encontrar el camino justo para recorrer. ¿Por qué no tienen confianza en la familia?
Las dificultades no son sólo de carácter económico, si bien estas son realmente serias. Muchos consideran que el cambio sucedido en estos últimos decenios haya sido puesto en marcha por la emancipación de la mujer. Pero ni siquiera este argumento es válido. ¡Pero ésta es también una injuria! ¡No, no es verdad! Es una forma de machismo, que siempre quiere dominar a la mujer. Hacemos el papelón que hizo Adán, cuando Dios le dijo: “¿Pero por qué has comido la fruta?” Y él: “Ella me la dio”. Es culpa de la mujer. ¡Pobre mujer! ¡Debemos defender a las mujeres, eh! En realidad, casi todos los hombres y las mujeres querrían una seguridad afectiva estable, un matrimonio sólido y una familia feliz. La familia está en la cima de todos los índices de agrado entre los jóvenes; pero, por miedo de equivocarse, muchos no quieren ni siquiera pensar en ella; no obstante son cristianos, no piensan al matrimonio sacramental, signo único e irrepetible de la alianza, que se transforma en testimonio de la fe. Quizás, precisamente este miedo de fracasar es el más grande obstáculo para acoger la palabra de Cristo, que promete su gracia a la unión conyugal y a la familia.
El testimonio más persuasivo de la bendición del matrimonio cristiano es la vida buena de los esposos cristianos y de la familia. ¡No hay modo mejor para decir la belleza del sacramento! El matrimonio consagrado por Dios custodia aquel vínculo entre el hombre y la mujer que Dios ha bendecido desde la creación del mundo; y es fuente de paz y de bien para la entera vida conyugal y familiar. Por ejemplo, en los primeros tiempos del Cristianismo, esta gran dignidad del vínculo entre el hombre y la mujer venció un abuso considerado entonces completamente normal, es decir, el derecho de los maridos de repudiar a las esposas, también con los motivos más falsos y humillantes. El Evangelio de la familia, el Evangelio que anuncia precisamente este sacramento ha vencido esta cultura de repudio habitual.
El germen cristiano de la radical igualdad entre los cónyuges hoy debe traer nuevos frutos. El testimonio de la dignidad social del matrimonio se hará persuasivo precisamente por este camino, el camino del testimonio que atrae, el camino de la reciprocidad entre ellos, de la complementariedad entre ellos.
Por esto, como cristianos, debemos hacernos más exigentes a este respecto. Por ejemplo: sostener con decisión el derecho a la igual retribución por igual trabajo ¿por qué se da por cierto que las mujeres deben ganar menos que los hombres? ¡No! ¡El mismo derecho! ¡La disparidad es un puro escándalo! Al mismo tiempo, reconocer como riqueza siempre válida la maternidad de las mujeres y la paternidad de los hombres, a beneficio sobre todo de los niños. Igualmente, la virtud de la hospitalidad de las familias cristianas reviste hoy una importancia crucial, especialmente en las situaciones de pobreza, de degrado, de violencia familiar.
Queridos hermanos y hermanas, ¡no tengamos miedo de invitar a Jesús a la fiesta de bodas! Y no tengamos miedo de invitar a Jesús a nuestra casa, para que esté con nosotros y custodie la familia. ¡Y también a su madre, María! Los cristianos, cuando se desposan “en el Señor” son transformados en un signo eficaz del amor de Dios. Los cristianos no se desposan sólo por sí mismos: se desposan en el Señor en favor de toda la comunidad, de la entera sociedad.
De esta bella vocación del matrimonio cristiano, hablaré en la próxima catequesis. Gracias.

Tuesday, April 28, 2015

Pidamos a Dios la gracia de no tener miedo dijo Papa Francisco


Pedir al Señor «la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que... dé un paso adelante». Y pedir el «valor apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos».
Esta es la doble recomendación con la que el Papa Francisco concluyó, el martes 28 de abril por la mañana, la homilía de la Misa en la capilla de la Casa Santa Marta.
Al comentar las lecturas del día, el Pontífice se centró especialmente en la primera, tomada de los Hechos de los Apóstoles (11, 19-26), que narra cómo «después de los primeros días de gozo, después de la efusión del Espíritu Santo, había en la Iglesia momentos bellos, pero también muchos problemas».
Uno de éstos era el hecho de que algunos predicaran «el Evangelio a los griegos, a los paganos, a los que no eran israelitas». En efecto, explicó el Papa Francisco, ya «el episodio de Pedro en la casa de Cornelio» había suscitado indignación: «Pero tú fuiste allí, entraste en una casa pagana, has quedado impuro», reprocharon a Pedro.
Ahora sucedía algo parecido: «Tras la persecución, tras el martirio de Esteban» los discípulos se habían dispersado y en Jerusalén quedaban solamente los apóstoles. Algunos de los discípulos habían «llegado a Antioquía y predicaban en las sinagogas, a los judíos».
Pero «otros, llegados de Chipre y de Cirene, comenzaron a hablar también a los griegos, anunciando que Jesús es el Señor: “Y la mano del Señor estaba con ellos y así un gran número creyó y se convirtió”».
Así, cuando «la noticia llegó a los oídos de la Iglesia de Jerusalén, creó inquietud». Hasta el punto que los apóstoles «enviaron una especie de “visita canónica”, diciendo a Bernabé: “Ve, visítalos y luego veremos qué se hace». Sin embargo, «cuando Bernabé llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y llevó tranquilidad y paz a la Iglesia de Jerusalén».
Para el Papa, el episodio narrado en los Hechos de los Apóstoles habla una vez más de «novedad», que irrumpe «en esa mentalidad» según la cual Jesús había venido solamente «para salvar a su pueblo, el pueblo elegido por el Padre». Una mentalidad incapaz incluso de percibir «cómo otros pueblos también forman parte» del plan divino de salvación.
El Santo Padre recordó que en las profecías estaba escrito que el Señor habría venido a salvar a todos los pueblos, tal como lo refiere el capítulo 60 de Isaías. Y sin embargo – dijo – muchos no comprendían estas palabras:
«No entendían que Dios es el Dios de las novedades: 'Yo hago todo nuevo', nos dice»; no comprendían «que el Espíritu Santo vino precisamente a esto, a renovarnos y obra continuamente para renovarnos».
«Un poco da miedo, esto. En la historia de la Iglesia podemos ver, desde ese momento hasta ahora, cuántos miedos hacia las sorpresas del Espíritu Santo».
«Pero ¡hay novedades y novedades!», exclamó el Papa. Algunas novedades «se ve que son de Dios», mientras que otras no. Y se preguntó cómo hacer para distinguirlas.
En este punto, el Papa recordó las palabras de Pedro a los hermanos de Jerusalén, cuando le reprocharon por haber entrado en la casa de Cornelio: «Cuando vi que se les había dado lo que nosotros recibimos, ¿quién era yo para negar el bautismo?».
Es la misma idea presente en el pasaje de la liturgia del día acerca de Bernabé. Tanto de Bernabé como de Pedro se dice que son hombres llenos del Espíritu Santo. «En ambos casos está el Espíritu Santo, que hace ver la verdad. Porque nosotros solos no podemos. Con nuestra inteligencia no podemos».
«Podemos estudiar toda la historia de la salvación, podemos estudiar toda la teología, pero sin el Espíritu no podemos entender. Es precisamente el Espíritu quien nos hace entender la verdad o –usando las palabras de Jesús– es el Espíritu quien nos hace conocer la voz de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen”».
«El ir adelante de la Iglesia es obra del Espíritu Santo. Es Él quien actúa». El mismo «Jesús dijo a los apóstoles: “Yo os enviaré el don del Padre, será Él quien os vaya recordando y os enseñe todo”».
Pero ¿cómo podemos estar seguros de que la voz que escuchamos es la de Jesús y que lo que oímos que se debe hacer es obra del Espíritu Santo? Es necesario rezar:
«Sin oración no hay lugar para el Espíritu. Debemos pedir a Dios que nos envíe este don: ‘Señor, danos el Espíritu Santo para que podamos discernir en cada tiempo lo que debemos hacer’».
Y lo que tenemos que hacer no es siempre lo mismo. «El mensaje es el mismo; pero la Iglesia va hacia adelante, la Iglesia va adelante con estas sorpresas, con estas novedades del Espíritu Santo. Es necesario discernirlas, y para discernirlas es necesario rezar, pedir esta gracia» del discernimiento.
Como hizo Bernabé que «estaba lleno del Espíritu Santo y lo entendió de inmediato», y Pedro que «vio y dijo: “Pero, ¿quién soy yo para negar aquí el bautismo?”». De hecho, el Espíritu Santo «no nos deja equivocarnos».
También en este caso el Papa dijo ser consciente de las objeciones que podrían aducirse a su razonamiento: «Pero, padre, ¿por qué crearse tantos problemas? Hagamos las cosas como las hemos hecho siempre, así estamos seguros».
Y la respuesta es que esta hipótesis podría ser «una alternativa», pero se trataría de «una alternativa estéril; una alternativa de “muerte”».
Mientras que es mucho mejor, concluyó, «asumir el riesgo, con la oración, con la humildad, de aceptar lo que el Espíritu nos pide que cambiemos según el tiempo en el que vivimos: este es el camino».
«El Señor nos ha dicho que si comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, tendremos vida. Ahora continuamos esta celebración, con esta palabra: ‘Señor, Tú que estás aquí con nosotros en la Eucaristía, Tú que estarás dentro de nosotros, danos la gracia del Espíritu Santo. Danos la gracia de no tener miedo cuando el Espíritu, con seguridad, me dice que dé un paso hacia adelante’».
«Y en esta Misa pidamos este coraje, este coraje apostólico de ser portadores de vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos».

Wednesday, April 22, 2015

Papa Francisco : Dios mismo cuida y protege a su obra maestra que es el ser humano

Como anunció la semana anterior el Papa Francisco, su catequesis de este miércoles en la Audiencia General trató de nuevo sobre el hombre y la mujer, pero desde una perspectiva distinta.
Quiso detenerse en el segundo capítulo del Génesis en el que se habla de cómo Dios “plasmó al hombre con polvo del suelo y le insufló un aliento de vida y el hombre se transformó en un ser viviente”.
Para el Papa, este es “el culmen de la creación, aunque falta algo. Después Dios pone al hombre en un precioso jardín para que lo cultive y lo cuide”.
El Santo Padre destacó que “la Biblia dice una cosa preciosa: el hombre encuentra a la mujer, se encuentran y el hombre tiene que dejar lo que sea para encontrarla plenamente. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre e irá donde ella. ¡Es bonito! Esto significa comenzar un nuevo camino. El hombre es todo para la mujer y la mujer es toda para el hombre”.
Francisco comentó cómo Dios vio que no era bueno que el hombre estuviera solo. “Era como una falta de comunión, falta 'una' comunión, una falta de plenitud”. Finalmente, Dios crea a la mujer y “el hombre reconoce exultante que esta criatura, y sólo esta, es parte de él”.
“Hay un reflejo, una reciprocidad”, observó el Papa. Pero “la mujer no es una 'réplica' del hombre; viene directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la 'costilla' no expresa que fue hecho con inferioridad o subordinación, sino al contrario, que hombre y mujer son de la misma sustancia y son complementarios”.
Y, “el hecho de que –siempre en la Parábola– Dios plasme a la mujer mientras el hombre duerme, subraya que ella no es de ninguna manera una criatura del hombre, sino de Dios” y “para encontrar a la mujer el hombre primero debe soñar”.
El Pontífice señaló que “la fidelidad de Dios en el hombre y en la mujer, a quienes confía la tierra, es generosa, directa y llena”. Sin embargo, “el maligno introduce en sus mentes la sospecha, la incredulidad, la desconfianza” y al final “llega la desobediencia al mandamiento que les protegía. Caen en aquel delirio de omnipotencia que contamina todo y destruye la armonía”. “También es algo que nosotros sentimos dentro de nosotros muchas veces”, añadió Francisco.
Sobre el pecado, explicó que “genera indiferencia y división entre el hombre y la mujer. Su relación será socavada de miles de formas de abuso y de sometimiento, de seducción innegable y de prepotencia humillantes, hasta a veces dramáticas y violentas”.
En este sentido, “la historia nos lleva las huellas. Pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en múltiples formas de machismo donde la mujer está considerada de segunda clase”.
El Pontífice también pidió pensar en la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática. Pero pensemos también en la reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo, incluso en la hostilidad que se propaga en nuestra cultura –en particular a partir de una comprensible desconfianza de las mujeres– respecto a una alianza entre el hombre y la mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de unir la comunión y el cuidado de las diferencias”.
Como conclusión, el Papa Francisco indicó que “si no encontramos un comienzo de simpatía por esta alianza, capaz de poner a las nuevas generaciones al reparo de la desconfianza y de la indiferencia, los hijos vendrán al mundo todavía más desarraigados de ella desde el vientre materno”.
“La desvalorización social para la alianza estable y generadora del hombre y de la mujer es ciertamente una pérdida para todos” y por ello “¡qué importante es que se revalorice el matrimonio y la familia!”.
Por último, Francisco expresó que “el cuidado de esta alianza entre el hombre y la mujer, también si son pecadores y están heridos, confusos y humillados, desconfiados e inciertos, es para nosotros los creyentes una vocación comprometida y apasionante en la situación de hoy”.
Además, Dios “nos entrega una imagen preciosa” con la explicación de la creación y del pecado y de su final: “el Señor Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de piel y los vistió”.
“Es una imagen de ternura hacia esta pareja pecadora que nos deja con la boca abierta. Es una imagen de cuidado paterno de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege a su obra maestra”.

Tuesday, April 21, 2015

Papa Francisco : Dios nos despierta con el testimonio de los santos y de los mártires

El testimonio de los mártires nos ayuda a no caer en la tentación de transformar la fe en poder. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Tantos siguen a Jesús por interés y por el poder
Al comentar el Evangelio del día, en que la muchedumbre busca a Jesús después de la multiplicación de los panes y de los pescados, no “por el estupor religioso que te lleva a adorar a Dios”, sino “por interés material”, el Papa observó que en la fe existe el riesgo de no comprender la verdadera misión del Señor, lo que sucede cuando se aprovecha de Jesús, resbalando “hacia el poder”:
“Esta actitud se repite en los Evangelios. Tantos que siguen a Jesús por interés. También entre sus apóstoles: los hijos de Zebedeo que querían ser, uno primer ministro, y el otro ministro de economía, tener el poder. Aquella unción de llevar a los pobres el feliz anuncio, la liberación a los prisioneros, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y anunciar un año de gracia, se vuelve oscura, se pierde y se transforma en algo de poder”.
De la tentación del poder a la hipocresía
Francisco subrayó que “siempre existió esta tentación de pasar” del estupor religioso “que Jesús nos da en el encentro con nosotros, a “aprovecharse de esto”:
“También ésta fue la propuesta del diablo a Jesús en las tentaciones. Una, precisamente, sobre el pan. La otra sobre el espectáculo: ‘Pero hagamos un hermoso espectáculo así toda la gente creerá en ti’. Y la tercera, la apostasía: es decir, la adoración de los ídolos. Y ésta es una tentación cotidiana de los cristianos, nuestra, de todos nosotros que somos la Iglesia: la tentación, no del poder, de la potencia del Espíritu, sino la tentación del poder mundano. Así se cae en esa tibieza religiosa a la que te lleva la mundanidad, esa tibieza que termina, cuando crece, crece, crece, esa actitud que Jesús llama hipocresía”.
Dios nos despierta con el testimonio de los santos y de los mártires
De este modo – afirmó el Papa  – “uno se convierte en cristiano de nombre, de actitud externa, pero el corazón está en el interés”, como dice Jesús: “En verdad, en verdad yo les digo: ustedes me buscan, no porque han visto algunos signos, sino porque han comido aquellos panes y se han saciado”. Es la tentación de “deslizarse hacia la mundanidad, hacia los poderes” y así “se debilita la fe, la misión, se debilita la Iglesia”:
“El Señor nos despierta con el testimonio de los santos, con el testimonio de los mártires, que cada día nos anuncian que ir por el camino de Jesús es el de su misión: anunciare el año de gracia. La gente entiende el reproche de Jesús y le dice: ‘Pero ¿qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?’. Jesús les responde: ‘Ésta es la obra de Dios: que crean en Aquel que Él ha enviado, es decir, la fe en Él, sólo en Él, la confianza en Él y no en las demás cosas que, al final, nos llevarán lejos de Él. Ésta es la obra de Dios: que crean en Aquel que Él ha enviado, en Él”.
El Santo Padre concluyó su homilía con una oración al Señor, en que pidió que “nos dé esta gracia del estupor del encuentro y que también nos ayude a no caer en el espíritu de la mundanidad, es decir, aquel espíritu que detrás o debajo de un barniz de cristianismo, nos llevará a vivir como paganos”.

Wednesday, April 15, 2015

el Papa Francisco habla sobre la dignidad e igualdad del ser humano

Como es tradicional, en sus palabras a los miles de peregrinos procedentes de tantas partes del mundo, el Papa Francisco reiteró su catequesis central en italiano, dedicada en esta oportunidad «a un aspecto central del tema de la familia: el del gran don de Dios a la humanidad, con la creación del hombre y de la mujer y con el sacramento del matrimonio»:
«Dios creó al hombre, varón y  mujer, a su imagen, dando a ambos la misma dignidad e igualdad: ¡trabajemos – en la Iglesia y en la sociedad – para que esa igualdad sea respetada, rechazando toda forma de abuso o de injusticia, en especial contra las mujeres! ¡Que el Señor los bendiga a todos y los proteja del maligno!»
El Obispo de Roma invitó a la acción de gracias a Dios por los matrimonios felices y a rezar por los que conocen dificultades, confiando en el poder de Jesucristo de perdón y reconciliación:
«Junto con ustedes doy gracias a Dios por la alegría y la paz de los matrimonios felices. Sin embargo, sabemos que hay tantas familias y tantos cónyuges probados por crisis y divisiones. Los encomiendo a sus oraciones. Que confiando en el poder de Jesucristo, vuelvan a descubrir la fuerza unificadora de la alianza sacramental y reconstruyan la confianza mutua en el perdón y en la reconciliación»
Deseando a todos una buena peregrinación en la paz y alegría del Señor Resucitado y alentando a entrar en el misterio de su infinita misericordia, el Papa Francisco invitó a ser faros de luz del Evangelio, acompañados y amparados por la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra.
Y dirigió un saludo especial también a los superiores y seminaristas del Seminario Mayor de Grodno, en Bielorrusia, que han peregrinado a Roma en acción de gracias por los 25 años de su actividad:
«Queridísimos la visita a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo  les recuerda que la vocación al sacerdocio es ante todo un encuentro personal con Cristo Resucitado, que llama y envía a sus discípulos a llevar a todos el alegre anuncio de la salvación. Unidos a Él, tendrán el coraje de testimoniar el Evangelio con franqueza y misericordia»
El Papa alentó a los jóvenes a los enfermos y a los recién casados a ser - en este tiempo de Pascua -  verdaderos testimonios de la Resurrección en sus familias y en todos sus ambientes de vida:
«Queridos jóvenes recuerden que la misericordia es el don más bello de Dios. Queridos enfermos, déjense consolar por el Padre Celestial. Y ustedes queridos recién casados, vivan su amor imitando el amor misericordioso de Jesús».

Wednesday, April 08, 2015

El Papa Francisco habla de la importancia de la educacion de la infancia

En su catequesis de la audiencia general, celebrada el miércoles de la Octava de Pascua, en una soleada Plaza de San Pedro y ante varios miles de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, el Papa Francisco, en el ámbito de sus reflexiones sobre la familia, completó el tema de los niños que si bien representan el fruto más bello de la bendición que el Creador ha dato al hombre y a la mujer, muchos de ellos, suelen sufrir auténticas “historias de pasión”.
Francisco invitó a pensar en los hijos no deseados o abandonados, en los niños de la calle, sin educación ni atención sanitaria, en los chicos maltratados, a los que les roban su infancia y su juventud, lo que constituye – dijo – una vergüenza para la sociedad y un grito de dolor dirigido directamente al corazón del Padre.
El Obispo de Roma destacó asimismo que un niño nunca puede ser considerado un error, puesto que el error es del mundo de los adultos y del sistema que genera bolsas de pobreza y violencia, en las que los más débiles son los más perjudicados. Y tras afirmar que los niños son responsabilidad de todos, el Papa destacó que los padres no deberían sentirse solos en su tarea, teniendo en cuenta que tratándose de niños, ningún sacrificio es demasiado costoso.
Dios no se olvida de ninguno de sus hijos más pequeños, dijo también el Santo Padre recordando que Jesús los trató con especial predilección, imponiéndoles las manos, bendiciéndolos y afirmando que el Reino de los cielos es de quienes se hacen como ellos; mientras la Iglesia siempre se ha puesto al servicio de los niños y sus familias con solicitud maternal y defendiendo sus derechos.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
Texto completo de la catequesis del Papa
La familia: los niños
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las catequesis sobre la familia completamos hoy la reflexión sobre los niños, que son el fruto más bello de la bendición que el Creador ha dado al hombre y a la mujer. Ya hemos hablado del gran don que son los niños, hoy lamentablemente debemos hablar de las “historias de pasión” que viven muchos de ellos.
Tantos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguien osa decir, casi para justificarse, que ha sido un error hacerlos venir al mundo. ¡Esto es vergonzoso! ¡No descarguemos sobre los niños nuestras culpas, por favor! Los niños no son jamás “un error”. Su hambre no es un error, como no lo es su pobreza, su fragilidad, su abandono, tantos niños abandonados por las calles; y no lo es tampoco su ignorancia o su incapacidad, tantos niños que no saben qué es una escuela, y no lo es tampoco todo esto. A lo sumo, estos son motivos para amarlos más, con mayor generosidad. ¿A qué sirven solemnes declaraciones de los derechos del hombre y de los derechos del niño si luego punimos a los niños por los errores de los adultos?
Aquellos que tienen el deber de gobernar, de educar, pero, diría, todos los adultos, somos responsables de los niños y de hacer cada uno lo que pueda para cambiar esta situación. Me refiero a la pasión de los niños. Cada niño emarginado, abandonado, que vive en la calle mendigando y con todo tipo de expediente, sin escuela, sin cuidados médicos es un grito que llega a Dios y que acusa el sistema que nosotros adultos hemos construido. Y lamentablemente, estos niños son presa de los delincuentes, que los explotan para indignos tráficos y comercios, o adiestrándolos para la guerra y la violencia.
Pero también en los países llamados ricos tantos niños viven dramas que los marcan duramente, a causa de la crisis de la familia, de los vacíos educativos y de condiciones de vida a veces deshumanas.  En todo caso son infancias violadas en el cuerpo y en el alma. ¡Pero a ninguno de estos niños el Padre que está en los cielos lo ha olvidado! ¡Ninguna de sus lágrimas está perdida! Como tampoco se debe perder nuestra responsabilidad, la responsabilidad social de las personas, de cada uno de nosotros y de los Países.
Una vez Jesús reprochó a sus discípulos porque alejaban a los niños que los padres le llevaban, para que los bendijera. Es conmovedora la narración evangélica: “Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero Jesús les dijo: ‘Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos. Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí” (Mt 19,13-5). ¡Qué bella esta confianza de los padres y esta respuesta de Jesús! ¡Cómo quisiera que esta página se transformara en la historia normal de todos los niños! Es verdad que gracias a Dios los niños con graves dificultades encuentran  muy a menudo padres extraordinarios, dispuestos a todo sacrificio y a toda generosidad. ¡Pero estos padres no deberían ser dejados solos! Deberíamos acompañar su fatiga, pero también ofrecerles momentos de alegría compartida y de alegría despreocupada, para que no estén ocupados sólo por la routine terapéutica.
Cuando se trata de los niños, en todo caso, no se debería escuchar aquellas fórmulas de defensa legal de oficio, tipo: “después de todo, nosotros no somos un ente de beneficencia” o también “en el propio privado, cada uno es libre de hacer lo que quiere”; o también: “lo sentimos, no podemos hacer nada”. Estas palabras no sirven cuando se trata de los niños.
Demasiado a menudo sobre los niños recaen los efectos de vidas desgastadas por un trabajo precario y mal pagado, por horarios insostenibles, por transportes ineficientes….Pero los niños pagan también el precio de uniones inmaduras y de separaciones irresponsables, son las primeras víctimas; sufren los resultados de la cultura de los derechos subjetivos exasperados, y se transforman luego en los hijos más precoces. A menudo absorben violencia que no están en condiciones de “digerir” y bajo los ojos de los grandes están obligados a acostumbrarse a la degradación.
También en esta época nuestra, como en el pasado, la Iglesia pone su maternidad al servicio de los niños y de sus familias. A los padres y a los hijos de este nuestro mundo lleva la bendición de Dios, la ternura materna, el reproche firme y la condena decidida. Hermanos y hermanas, piénsenlo bien: ¡Con los niños no se juega!
Piensen en que cosa sería una sociedad que decidiera, de una vez por todas, establecer este principio: “es verdad que no somos perfectos y que cometemos muchos errores. Pero cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será juzgado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que es abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres”. ¡Qué bella sería una sociedad así! Yo digo que a esta sociedad se le perdonaría mucho, de sus innumerables errores. Mucho, de verdad.
El Señor juzga nuestra vida escuchando aquello que le refieren los ángeles de los niños que “ven siempre el rostro del Padre que está en los cielos” (cfr. Mt 18,10). Preguntémonos siempre: ¿Qué le contarían a Dios de nosotros estos “ángeles de los niños”?

Thursday, April 02, 2015

una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos dijo Papa Francisco


 

Homilía del Papa Francisco en la Misa Crismal (Jueves Santo, 2 de abril):

«Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú er...es mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).

Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio.

El cansancio de los sacerdotes... ¿Sabéis cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajais en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.

Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».

Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).

Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.

¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias — que son suaves y ligeras —, en sus complacencias — a ellos les agrada estar en mi compañía —, en sus intereses y referencias — a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios —? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado»(2 Tm 1,12)?

Repasemos un momento las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.

No son tareas fáciles, exteriores, como por ejemplo el manejo de cosas — construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... —; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones, tanto afecto, fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido y hasta parece comido por la gente: «Tomad, comed». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomad y comed, tomad y bebed...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre cansa.

Quisiera ahora compartir con vosotros algunos cansancios en los que he meditado.

Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador —lo dice el evangelio—, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium, 11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). iQué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Venid a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).

También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente para acallada o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium, 83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No temáis, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).

Y por último — para que esta homilia no os canse — está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium, 277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a pelear (somos los que cuidamos). Este cansancio, en cambio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga, cansa mal.

La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio delseguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.

Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Eso es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.

El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,21). Y sepamos aprender a estar cansados, pero ibien cansados!

Wednesday, April 01, 2015

Catequesis del Papa Francisco sobre la Semana Santa

EL PAPA FRANCISCO EXPLICA LA SEMANA SANTA
Queridos amigos, en su catequesis de la audiencia general de hoy, el Papa Francisco explicó los tres días más importan...tes de la Semana Santa -jueves, viernes y sábado, que se denominan "Triduo Pascual"-. Como se trata de una catequesis muy interesante, y como mañana ya es Jueves Santo, compartimos con ustedes el texto completo:
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Mañana es Jueves Santo. En la tarde, con la Santa Misa “en la Cena del Señor” iniciará el Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es el culmen de todo el año litúrgico y también el culmen de nuestra vida cristiana.
El Triduo se abre con la conmemoración de la Última Cena. Jesús, en la vigilia de su pasión, ofreció al Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las formas del pan y del vino y, donándolos como alimento a los apóstoles, les ordenó que perpetuaran la ofrenda en su memoria.
El Evangelio de esta celebración, recordando el lavatorio de los pies, expresa el mismo significado de la Eucaristía bajo otra perspectiva. Jesús – como un siervo – lava los pies de Simón Pedro y de los otros once discípulos (cfr. Jn 13,4-5).
Con este gesto profético, Él expresa el sentido de su vida y de su pasión como servicio a Dios y a los hermanos: “Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mc 10,45).
Esto sucedió también en nuestro Bautismo, cuando la gracia de Dios nos ha lavado del pecado y nos hemos revestido de Cristo (cfr. Col 3,10). Esto sucede cada vez que realizamos el memorial del Señor en la Eucaristía: hacemos comunión con Cristo Siervo para obedecer a su mandamiento, el de amarnos como Él nos ha amado (cfr. Jn 13,34; 15,12).
Si nos acercamos a la Santa Comunión sin estar sinceramente dispuestos a lavarnos los pies los unos a los otros, no reconocemos el Cuerpo del Señor. Es el servicio de Jesús donándose a sí mismo, totalmente.
Después, pasado mañana, en la liturgia del Viernes Santo, meditamos el misterio de la muerte de Cristo y adoramos la Cruz.
En los últimos instantes de vida, antes de entregar el espíritu al Padre, Jesús dijo: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30). ¿Qué significa esta palabra, que Jesús diga: “Todo se ha cumplido”? Significa que la obra de la salvación está cumplida, que todas las Escrituras encuentran su pleno cumplimiento en el amor de Cristo, Cordero inmolado. Jesús, con su Sacrificio, ha transformado la más grande iniquidad en el más grande amor.
A lo largo de los siglos, encontramos hombres y mujeres que con el testimonio de su existencia reflejan un rayo de este amor perfecto, pleno, incontaminado.
Me gusta recordar un heroico testigo de nuestros días, Don Andrea Santoro, sacerdote de la diócesis de Roma y misionero en Turquía. Unos días antes de ser asesinado en Trebisonda, escribía: “Estoy aquí para habitar en medio de esta gente y permitir hacerlo a Jesús, prestándole mi carne… Nos hacemos capaces de salvación sólo ofreciendo la propia carne. El mal del mundo hay que llevarlo y el dolor hay que compartirlo, absorbiéndolo en la propia carne hasta el final, como lo hizo Jesús”. (A. Polselli, Don Andrea Santoro, las herencias, Città Nuova, Roma 2008, p. 31).
Que este ejemplo de un hombre de nuestros tiempos, y tantos otros, nos sostengan en el ofrecer nuestra vida como don de amor a los hermanos, a imitación de Jesús.
Y también hoy hay tantos hombres y mujeres, verdaderos mártires que ofrecen su vida con Jesús para confesar la fe, solamente por aquel motivo. Es un servicio, servicio del testimonio cristiano hasta la sangre, servicio que nos ha hecho Cristo: nos ha redimido hasta el final. ¡Y es éste el significado de aquella frase “Todo se ha cumplido”!
Qué bello será que todos nosotros, al final de nuestra vida, con nuestros errores, nuestros pecados, también con nuestras buenas obras, con nuestro amor al prójimo, podamos decir al Padre como Jesús: ¡“Todo se ha cumplido”!
Pero no con la perfección con la que lo dijo Jesús, sino decir: “Señor, he hecho todo lo que podía hacer”.
¡“Todo se ha cumplido”! Adorando la Cruz, mirando a Jesús, pensemos en el amor, en el servicio, en nuestra vida, en los mártires cristianos. Y también nos hará bien pensar en el fin de nuestra vida. Ninguno de nosotros sabe cuándo sucederá esto, pero podemos pedir la gracia de poder decir: “Padre, he hecho todo lo que podía hacer”. ¡“Todo se ha cumplido”!
El Sábado Santo es el día en el cual la Iglesia contempla el “reposo” de Cristo en la tumba después del victorioso combate en la Cruz. En el Sábado Santo, la Iglesia, una vez más, se identifica con María: toda su fe está recogida en ella, la primera y perfecta discípula, la primera y perfecta creyente.
En la oscuridad que envuelve la creación, Ella se queda sola para tener encendida la llama de la fe, esperando contra toda esperanza (cfr. Rm 4,18) en la Resurrección de Jesús.
Y en la grande Vigilia Pascual, en la cual resuena nuevamente el Aleluya, celebramos a Cristo Resucitado, centro y fin del cosmos y de la historia; vigilamos plenos de esperanza en espera de su regreso, cuando la Pascua tendrá su plena manifestación.
A veces, la oscuridad de la noche parece que penetra en el alma; a veces pensamos: “Ya no hay nada más que hacer”, y el corazón no encuentra más la fuerza de amar… Pero precisamente en aquella oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la oscuridad y anuncia un nuevo inicio, algo comienza en la oscuridad más profunda.
Nosotros sabemos que la noche es más noche y tiene más oscuridad antes que comience la jornada. Pero, justamente, en aquella oscuridad está Cristo que vence y que enciende el fuego del amor. La piedra del dolor ha sido volcada dejando espacio a la esperanza. ¡He aquí el gran misterio de la Pascua!
En esta santa noche la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado, para que en nosotros no exista el lamento de quien dice “ya…”, sino la esperanza de quien se abre a un presente lleno de futuro: Cristo ha vencido la muerte y nosotros con Él.
Nuestra vida no termina delante de la piedra de un Sepulcro, nuestra vida va más allá, con la esperanza al Cristo que ha resucitado, precisamente, de aquel Sepulcro. Como cristianos estamos llamados a ser centinelas de la mañana que sepan advertir los signos del Resucitado, como han hecho las mujeres y los discípulos que fueron al sepulcro en el alba del primer día de la semana.
Queridos hermanos y hermanas, en estos días del Triduo Santo no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor sino que entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes, como nos invita a hacer el apóstol Pablo: “Tengan en ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5). Entonces la nuestra será una “buena Pascua”».