Wednesday, June 29, 2011

La obediencia

Tal vez tú conoces a alguien que piensa que si una persona está yendo en dirección correcta en la vida, eso es lo que realmente le importa a Dios. Son muchas las personas que creen estar demostrando obediencia a Dios ayudando a los demás de vez en cuando, evitando las tentaciones, y asistiendo a la iglesia. Pero la obediencia es mucho más que eso. La verdadera obediencia a Dios implica hacer lo que Dios dice, cuando lo dice, como lo dice, por cuanto tiempo lo diga y hasta que lo que Él dice se ha logrado.



Lamentablemente, este concepto es a menudo rechazado por la cultura de hoy. Nuestra sociedad es corrupta, y como resultado hemos racionalizado la obediencia al punto de perder las mejores bendiciones de Dios.



Cuando leemos acerca de la vida de Noé en Génesis, capítulos 6 al 9, vemos una clara descripción de obediencia completa. Dios llamó a este hombre para que hiciera algo extraordinario, algo que parecía imposible e ilógico, pero Noé obedeció sin hacer preguntas. Noé obedeció a Dios, aun a pesar de lo que los demás pensaban de él.



Cuando escogemos la senda de la obediencia, también tenemos que estar preparados para la respuesta negativa que sin duda alguna recibiremos de los demás.

¿Te traerá popularidad el obedecer a Dios? No. ¿La gente te criticará? Sí, probablemente. ¿Pensarán que son ridículas algunas cosas que haces? Sí. ¿Se reirán de ti alguna vez? Sí. Pero quiero que tengas presente algo: Noé fue un hombre que eligió caminar con Dios en medio de una sociedad depravada. De hecho, era tan perversa que Dios decidió exterminar a todos los seres humanos de la tierra, a excepción de una familia. Imagina lo que estas personas le decían a Noé, día tras día, al observarlo.



De la vida de Noé podemos deducir una clave importante en cuanto a la obediencia: Si

Dios nos dice que hagamos algo, no debemos concentramos en las cosas o en las personas que tratan de evitar que lo hagamos. Esas personas quieren apartarnos de lo que Dios nos ha llamado a hacer. Si Noé hubiera comenzado a escuchar a sus críticos, no habría construido el arca, y habría sido perecido con el resto de la tierra. Antes bien, eligió ser absolutamente obediente a Dios.



Consideremos la vida de Jesús. Por supuesto, Jesús era perfecto: Dios en forma humana. Pero hay algo muy importante que podemos aprender de su vida. Aunque no podemos ser perfectos e intachables como Jesús, el Espíritu Santo puede facultarnos para que obedezcamos a Dios todas las veces que Él nos ordene hacer algo. Si esto no fuera posible, Dios no sería un Dios justo. Por tanto, cualquier cosa que Él requiera de nosotros, ya sea doloroso o placentero, beneficioso o costoso, nuestro Padre celestial nos ayudará a ser obedientes a Él.



En Hebreos 5:8-9 se nos da a entender que la obediencia a Dios es algo que desarrollamos a través de la práctica y que dicha práctica nos da el éxito y aunque Jesús no necesitaba aprender estas cosas aun así las hizo para darnos un ejemplo perfecto que podamos seguir cuando el dijo “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42) Entonces vemos su ejemplo cuando el someterse al Padre le dio a Jesús el éxito más grande en la historia del universo, victoria sobre Satanás, el pecado, la muerte y salvación para la humanidad.





¿Te has preguntado por qué, muchas veces, Dios no responde tus oraciones, o por qué es que a pesar de que intentas hacer las cosas una y otra vez, esas situaciones caóticas de tu vida siguen sin resolverse ? La respuesta puede estar en tu medida de obediencia a Dios. Si ya has recibido a Cristo, pero todavía sigues experimentando una gran frustración espiritual, puede haber un área de desobediencia en tu vida que no has enfrentado con sinceridad. Posiblemente, Dios te ha pedido algo, y como respuesta has ignorado Sus palabras o has hecho sólo parte de lo que Él te ha pedido.



Antes de que trates de hacer una lista de todo lo que Dios te ha pedido que hagas o que no hagas, piensa en lo siguiente:



¿ Hay una área particular de tu vida en la que tienes una lucha para poder ser obediente a la Palabra de Dios? Cuando lees la Biblia, ¿te recuerda Dios constantemente algún pecado específico? Cuando oras, ¿te viene a la mente una y otra vez el mismo asunto?



Si el Señor te está recordando algo en este mismo momento, piensa en esto: Pudiera ser que hayas estado viviendo en la misma situación durante años porque, en algún momento, decidiste hacer las cosas a tu manera en vez de hacerlas a la manera de Dios.



El comprender esta diferencia clave entre tu manera de actuar y la manera como Dios quiere que hagas las cosas, puede hacer una diferencia tremenda en tu vida. Esto es lo hoy quiero compartir contigo. Tenemos que poner a la obediencia en el primer lugar de nuestra lista de prioridades. Pero, para hacer esto, necesitamos comprender completamente el porqué la obediencia juega un papel tan importante.



La obediencia a Dios es algo que a El le agrada cuando la ejercemos voluntariamente. Y es por esto mismo que El no nos va a obligar a obedecerlo y nos ha dado libre albedrío.



El es soberano y le agrada que hagamos las cosas a su manera. El sabe todas las cosas y siempre quiere lo mejor para nosotros. Porque si El Padre Celestial entregó a su hijo único por nosotros (Romanos 8,32) sabemos que de verdad quiere lo mejor para nosotros y por lo tanto nos conviene ser obedientes a El para que nosotros mismos no pongamos estorbo a sus bendiciones. El Señor promete grandes bendiciones al que le obedece (Génesis 22,18 y Deuteronomio 28,13)



La obediencia a Dios es producto de la fe y la confianza a El. En muchas ocasiones no nos sometemos a El completamente o no tenemos una entrega total a Dios lo que indica que tenemos una confianza debilitada por la falta de fe. Si existe algo donde prefieres hacer tu voluntad por encima de la de Dios o has notado que para algunas cosas tienes fe y para otras no, necesitas aprender a confiar más en El. Abandonarte en los amorosos brazos de Jesús.



Algo que debes tener muy claro, en todos los ámbitos de tu vida es que cuando hay desobediencia, hay siempre consecuencias dolorosas. Algunas veces, esas consecuencias afectan sólo a la persona, y a veces también, por desgracia, arrastran a otras. Quizás la ilustración más clara de esta verdad la vemos en Adán y Eva. Dios creó un ambiente perfecto para esta joven pareja, y les dio sólo dos mandamientos: “Fructificad y multiplicaos” (Génesis 1,28) y “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (Génesis 2,17). Sabemos que Adán y su mujer entendieron bien estas sencillas instrucciones, porque Eva fue capaz de repetirlas al tentador antes de sucumbir a su perverso plan (Génesis 3,3).



Ahora bien, tú me podrías decir que hoy las cosas son diferentes. No hay serpientes que hablen, y tenemos muchas instrucciones sobre cómo conducirnos en la vida. Es cierto, pero una cosa no ha cambiado: Dios nos ha propuesto una senda de obediencia a cada uno de nosotros, y tenemos la alternativa de seguirla o de escoger nuestro propio camino. Por tanto, si tú quieres desobedecer a Dios, simplemente aléjate de Su senda. Has las cosas a tu manera.



La desobediencia es rebelión contra Dios, una ofensa hacia Él. Es el testimonio de tu corazón que dice que has elegido tu propio camino por encima del de Dios. Cuando desobedeces, estás esencialmente rechazando reconocer la autoridad, el derecho y el poder de Dios sobre tu vida.



La obediencia depende en gran parte de la paciencia (1 Pedro 3,20). Muchas veces mientras esperamos que el Señor traiga las respuestas a nuestras peticiones perdemos la paciencia y decidimos salirnos de la voluntad de Dios. Caer fuera de la voluntad de Dios es una de las metas que el diablo tiene para nosotros y es por eso que debemos ser pacientes y perseverantes, porque a través de estas situaciones difíciles que se presentan en nuestras vidas el Señor nos va perfeccionando (Romanos 8,25).



Se fuerte y pronto te darás cuenta de que la paciencia te dará la habilidad, junto al genuino deseo de servir y confiar en Dios, por tu propio bien de poder someterte al Señor y serle obediente en todas las cosas. Sabemos que ninguna prueba es fácil pero esperamos con ella obtener el anhelado fruto de la paciencia (Romanos 5,3). También sabemos que a su tiempo recibiremos recompensa por esto si perseveramos (Galatas 6:9) y el Señor nos renueva día a día (2 Corintios 4,16).



Si Jesús mismo siendo Dios se sometió al Padre hasta la muerte, cuanto más nosotros debemos hacer lo mismo que sólo somos hombres y mujeres. Debemos aprender a conocer su voluntad y a escuchar su voz, pues si de algo debemos estar ciertos es que no hay victoria, ni éxito, ni salvación sin obediencia a Dios.



Mi oración por ti es que logres ser obediente a Dios. Que llegues a ser la persona que Él quiere que seas; para que hagas la obra que Él quiere que hagas; para que obtengas el fruto que Él te permitirá dar, a fin de que puedas recibir las bendiciones que Dios ha preparado para ti.



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Wednesday, June 22, 2011

importancia de los salmos

A continuación ofrecemos la catequesis que el Santo Padre ha realizado esta mañana, recibiendo en Audiencia a un grupo de fieles y de peregrinos de Italia y de todas partes del mundo. La catequesis forma parte del actual ciclo sobre la oración.

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Queridos hermanos y hermanas,

en las anteriores catequesis nos detuvimos en algunas figuras del Antiguo Testamento, particularmente significativas, en nuestra reflexión sobre la oración. Hablé sobre Abraham que intercede por las ciudades extranjeras, sobre Jacob que en la lucha nocturna recibe la bendición, sobre Moisés que invoca el perdón sobre su pueblo y sobre Elías que reza por la conversión de Israel. Con la catequesis de hoy, quisiera iniciar una nueva etapa del camino: en vez de comentar particulares episodios de personajes en oración, entraremos en el “libro de oración” por excelencia, el libro de los Salmos. En las próximas catequesis leeremos y meditaremos algunos de los Salmos más bellos y más apreciado por la tradición orante de la Iglesia. Hoy quisiera introducir esta etapa hablando del libro de los Salmos en su conjunto.

El Salterio se presenta como un “formulario” de oraciones, una selección de ciento cincuenta Salmos que la tradición bíblica da al pueblo de los creyentes para que se convierta en su (nuestra) oración, nuestro modo de dirigirnos a Dios y de relacionarnos con Él. En este libro, encuentra expresión toda la experiencia humana con sus múltiples caras, y toda la gama de los sentimientos que acompañan la existencia del hombre. En los Salmos, se entrelazan y se exprimen la alegría y el sufrimiento, el deseo de Dios y la percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo a morir. Toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones, que el pueblo de Israel primero y la Iglesia después asumieron como meditación privilegiada de la relación con el único Dios y respuesta adecuada en su revelación en la historia. En cuanto a oración, los Salmos son la manifestación del ánimo y de la fe, en los que se puede reconocer y en los que se comunica esta experiencia de particular cercanía a Dios a la que todos los hombres están llamados. Y es toda la complejidad de la existencia humana la que se concentra en la complejidad de las distintas formas literarias de los distintos Salmos: himnos, lamentaciones, súplicas individuales y colectivas, cantos de agradecimiento, salmos penitenciales, y otros géneros que se pueden encontrar en estas composiciones poéticas.

No obstante esta multiplicidad expresiva, pueden estar identificados dos grandes ámbitos que sintetizan la oración del Salterio: la súplica, conectada con el lamento, y la alabanza, dos dimensiones correlacionadas y casi inseparables. Porque la súplica está animada por la certeza de que Dios responderá, y esto abre a la alabanza y a la acción de gracias; y la alabanza y el agradecimiento surgen de la experiencia de una salvación recibida, que supone una necesidad de ayuda que la súplica expresa.

En la súplica, el salmista se lamenta y describe su situación de angustia, de peligro, de desolación, o bien, como en los Salmos penitenciales, confiesa la culpa, el pecado, pidiendo ser perdonado.

Él le expone al Señor su estado de necesidad en la confianza de ser escuchado, y esto implica un reconocimiento de Dios como bueno, deseoso del bien y “amante de la vida” (cfr Sb 11,26), preparado para ayudar, salvar, perdonar. Así, por ejemplo, reza el Salmista en el Salmo 31: “Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado! […] Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi refugio” (vv. 2.5). Ya en el lamento, por tanto, puede surgir cualquier cosa de la alabanza, que se preanuncia en la esperanza de la intervención divina y se hace después explícita cuando la salvación divina se convierte en realidad. De modo análogo, en los Salmos de agradecimiento y de alabanza, haciendo memoria del don recibido o contemplando la grandeza de la misericordia de Dios, se reconoce también la propia pequeñez y la necesidad de ser salvados, que es la base de la súplica. Se confiesa así a Dios, la propia condición de criatura inevitablemente marcada por la muerte, si bien portadora de un deseo radical de vida, Por esto el Salmista exclama, en el Salmo 86: “Te daré gracias, Dios mío, de todo corazón, y glorificaré tu Nombre eternamente; porque es grande el amor que me tienes, y tú me libraste del fondo del Abismo” (vv.12-13). De tal modo, en la oración de los Salmos, la súplica y la alabanza se entrelazan y se funden en un único canto que celebra la gracia eterna del Señor que se inclina hacia nuestra fragilidad.

Exactamente para permitir al pueblo de los creyentes que se unan en este canto, el libro del Salterio fue dado a Israel y a la Iglesia. Los Salmos, de hecho, enseñan a rezar. En ellos, la Palabra de Dios se convierte en palabra de oración -y son las palabras del Salmista inspirado- que se convierte también en la palabra del orante que reza los Salmos. Es esta la belleza y la particularidad de este libro bíblico: las oraciones contenidas en él, a diferencia de otras oraciones que encontramos en la Sagrada Escritura, no se insertan en una trama narrativa que especifica el sentido y la función. Los Salmos se dan al creyente como texto de oración, que tiene como único fin el de convertirse en la oración de quien lo asume y con ellos se dirige a Dios. Porque son Palabra de Dios, quien reza los Salmos le habla a Dios con las mismas palabras que Dios nos ha dado, se dirige a Él con las palabras que Él mismo nos da. Así, rezando los Salmos se aprende a rezar. Son una escuela de oración.

Algo análogo sucede cuando el niños comienza a hablar, aprende a expresar sus propias sensaciones, emociones, necesidades con palabras que no le pertenecen de modo innato, sino que aprende de sus padres y de los que viven con él. Lo que el niño quiere expresar es su propia vivencia, pero el medio expresivo es de otros; y él, poco a poco se apropia de este medio, las palabras recibidas de sus propios padres se convierten en sus palabras y a través de las palabras aprende también un modo de pensar y de sentir, accede a un mundo entero de conceptos, y crece en ellos, se relaciona con la realidad, con los hombres y con Dios. La lengua de sus padres finalmente se convierte en su lengua, habla con palabras recibidas de otros que en este momento se han convertido en sus palabras. Así sucede con la oración de los Salmos. Se nos dan para que nosotros aprendamos a dirigirnos a Dios, a comunicarnos con Él, a hablarle de nosotros con sus palabras, a encontrar un lenguaje para el encuentro con Dios. Y, a través de estas palabras, será posible también conocer y acoger los criterios de su actuación, acercarse al misterio de sus pensamientos y de sus caminos (cfr Is 55,8-9), y así crecer cada vez más en la fe y en el amor. Como nuestras palabras no son solo palabras, sino que nos enseñan un mundo real y conceptual, así también estas oraciones nos enseñan el corazón de Dios, por lo que no sólo podemos hablar con Dios, sino que podemos aprender quien es Dios y, aprendiendo como hablar con Él, aprendemos el ser hombre, el ser nosotros mismos.

Para este propósito, parece significativo el título que la tradición hebrea ha dado al Salterio. Este es tehillîm, un término hebreo que quiere decir “alabanza”, de esta raíz verbal viene la expresión “Halleluyah”, es decir, literalmente “alabad al Señor”. Este libro de oraciones, por tanto, aunque si es multiforme y complejo, con sus diversos géneros literarios y con sus articulaciones entre alabanza y súplica, es un libro de alabanza, que nos enseña a dar gracias, a celebrar la grandeza del don de Dios, a reconocer la belleza de sus obras y a glorificar su Nombre Santo. Es esta la respuesta más adecuada delante de la manifestación del Señor y de la experiencia de su bondad. Enseñándonos a rezar, los Salmos nos enseñan que también en la desolación, en el dolor, la presencia de Dios permanece, es fuente de maravilla y de consuelo, se puede llorar, suplicar, interceder, lamentarse, pero con la conciencia de que estamos caminando hacia la luz, donde la alabanza podrá ser definitiva. Como nos enseña el Salmo 36: “ En ti está la fuente de la vida, y por tu luz vemos la luz” (Sal 36,10). Pero además de este título general del libro, la tradición hebrea ha puesto en muchos Salmos, títulos específicos, atribuyéndoles, en su mayoría, al rey David. Figura de notable espesor humano y teológico, David es un personaje complejo, que ha atravesado las más distintas de experiencias fundamentales de la vida, Joven pastor del rebaño paterno, pasando por alternas y a veces, dramáticas experiencias, se convierte en rey de Israel, pastor del pueblo de Dios. Hombre de paz, combatió muchas guerras; incansable y tenaz buscador de Dios, traicionó el amor, y esto es característico: siempre fue un buscador de Dios, aunque pecó gravemente muchas veces; humilde penitente, acogió el perdón divino, también el castigo divino y aceptó un destino marcado por el dolor. David fue un rey con todas sus debilidades, “según el corazón de Dios” (cfr 1Sam 13,14), es decir un orante apasionado, un hombre que sabía que quiere decir suplicar y alabar. La relación de los Salmos con este insigne rey de Israel es, por tanto, importante, porque él es una figura mesiánica, Ungido por el Señor, en el que es de algún modo eclipsado por el misterio de Cristo.

Igualmente importantes y significativos son el modo y la frecuencia con la que las palabras de los Salmos son retomadas en el Nuevo Testamento, asumiendo y destacando el valor profético sugerido por la relación del Salterio con la figura mesiánica de David. En el Señor Jesús, que en su vida terrena rezó con los Salmos, encuentran su definitivo cumplimiento y revelan su sentido más profundo y pleno. Las oraciones del Salterio, con las que se habla a Dios, nos hablan de Él, nos hablan del Hijo, imagen del Dios invisible (Col 1,15), que nos revela completamente el Rostro del Padre. El cristiano, por tanto, rezando los Salmos, reza al Padre en Cristo y con Cristo, asumiendo estos cantos en una perspectiva nueva, que tiene en el misterio pascual su última clave interpretativa. El horizonte del orante se abre así a realidades inesperadas, todo Salmo tiene una luz nueva en Cristo y el Salterio puede brillar en toda su infinita riqueza.

Hermanos y hermanos queridísimos, tomemos, por tanto, con la mano este libro santo, dejémonos enseñar por Dios para dirigirnos a Él, hagamos del Salterio una guía que nos ayude y nos acompañe cotidianamente en el camino de la oración. Y pidamos también nosotros, como discípulos de Jesús, “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1), abriendo el corazón y acogiendo la oración del Maestro, en el que todas las oraciones llegan a su plenitud. Así, siendo hijos en el Hijo, podremos hablar a Dios, llamándolo “Padre Nuestro”.
Padre Roberto Mena ST

Chismeadiccion

Para curar la chismeadicción





La adicción a los chismes se da en diversas formas entre los seres humanos. Seguramente las dos formas más graves de adicción son la activa y la pasiva. En la activa, uno se convierte en promotor de chismes. En la pasiva, uno alimenta su corazón continuamente con chismes.



Las dos formas viven e interactúan conjuntamente: no hay narrador de chismes si no hay quienes escuchan chismes. Por lo mismo, las dos adicciones pueden ser sanadas simultáneamente.



Para curar la chismeadicción, lo primero es entender cómo funciona, de dónde surge y se alimenta. Hay chismes porque el ser humano tiene un deseo irrenunciable de conocer. Queremos saber los nombres de las estrellas y las distintas clases de mamíferos que existen; y también queremos conocer lo que ocurre detrás de las paredes del vecino o cuál es la última novia de un importante jugador de fútbol.



Algunos conocimientos son sanos, pero no siempre útiles. Otros son neutros: da igual saber o no saber algo sobre temas sin mayor transcendencia. Y otros conocimientos son malsanos: dañan a quien los difunde, a quien los “consume”, y a las víctimas que ven cómo se divulgan hechos de su vida privada que nadie debería difundir.



La curiosidad, por lo tanto, es el caldo de cultivo más fecundo para el mundo de los chismes. Normalmente es una curiosidad adaptada a cada uno: saber detalles de la vida privada de los vecinos me interesa más a mí que a quienes viven tres calles más abajo. Otras veces se trata de curiosidades promovidas por la fama de las personas: millones de personas siguen con avidez cualquier rumor, aunque sea falso, de su cantante favorito, o de aquel gran tenista, o de un político que tiene muchos amigos y muchos enemigos.



El camino que destruye la chismeadicción pasa, por lo tanto, por un sano control de la propia curiosidad. Ese control permite dejar de lado aquello que no es necesario saber para dedicar lo mejor del propio tiempo y de la inteligencia para temas serios, valiosos, exigentes, útiles, urgentes.



Llegar a ese control significa, por un lado, no iniciar el fuego incontenible de los chismes. A veces por casualidad, o porque nos dejamos llevar por la curiosidad malsana, o porque otros llegaron para contarnos “la última novedad”, llegamos a conocer un chisme nuevo e innecesario. En esos casos, y con un poco de esfuerzo, podemos ser como esas paredes que impiden la difusión del ruido: lo que llega a mis ojos o a mis oídos muere allí mismo, cuando se trata de algo que no debe ser divulgado, de un chisme que daña injustamente a los que son objeto del mismo.



Por otro lado, se puede aplicar a los chismes lo que se dice en Internet sobre los trolls (o troles, según el neologismo que se prefiera): cuanto más caso se hace a un chismoso tanto más fuerte se siente y se agrava en su enfermedad. Por lo mismo, para no “alimentar al chismoso”, lo mejor es no hacerle sentir que es importante. Cuesta ser tajante, pero una palabra sincera con la que digamos a quien ha caído en la chismoadicción que no queremos escuchar sus “noticias” puede llegar a ser el inicio de su curación (y una buena vacuna para no llegar a contagiarnos de una enfermedad sumamente agresiva).



Afrontar el tema de la chismeadicción sólo en clave represiva es una estrategia insuficiente. Lo mejor para no tener tiempo para difundir o para consumir chismes, como ya dijimos, es ocupar el corazón, la mente y el tiempo en actividades útiles, en lecturas provechosas, en temas importantes.



En un mundo donde la usura destruye miles de vidas, donde cada año son eliminados millones de hijos en el seno materno, donde hay banqueros que especulan sobre la pobreza de los pueblos, donde millones de personas viven sin esperanza, donde la droga destruye la psicología de jóvenes y adultos, ¿podemos permitirnos la curiosidad malsana que gasta nuestro tiempo en seguir las aventuras románticas de un cantante de moda?



Ciertamente, no podemos pasar toda la vida en temas serios. Conocer en qué tienda compró un familiar su corbata puede ser sano y hasta útil para ahorrar un poco. Pero estar un día sí y otro también a la caza de chismes, verdaderos o falsos, que absorben nuestras mentes y agotan nuestro tiempo, significa haber perdido el rumbo y caer en las redes de curiosidades destructivas.



Curar la chismeadicción es un trabajo ingente, pero vale la pena. Romper con los chismes será una gran conquista para muchos: para quienes han perdido parte de su tiempo en la tarea de divulgar “noticias” que no eran más que chismes dañinos; para quienes han nutrido su alma con bagatelas que en nada les ayudaban; y para tantos hombres y mujeres que han perdido su buena fama por culpa de chismosos sin escrúpulos.



Desde esa curación, de un modo bellamente sorprendente, descubriremos un enorme potencial de tiempo disponible para el bien, para la verdad, para la justicia. Con ese tiempo a disposición no sólo repararemos el daño hecho en otros por culpa de chismes venenosos, sino que tendremos más conocimientos y más energías para afrontar necesidades urgentes de familiares, amigos, y de tantos hombres y mujeres que esperan manos amigas para salir de situaciones graves de miseria y de abandono.

Padre Roberto Mena ST

Friday, June 10, 2011

Que es Pentecostes?

QUÉ ES PENTECOSTÉS?

Una festividad cristiana que data del siglo primero y estab...a muy estrechamente relacionada con la Pascua
Originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (= cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex 34 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.

En el marco de esta fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de este acontecimiento, Pentecostés se convierte también en fiesta cristiana de primera categoría (Hch 20 16; 1 Cor 168).

(Vocabulario Bíblico de la Biblia de América)
Comisión Nacional de Pastoral Bíblica

PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu...

La fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año, después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.

Aunque durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de inicio. Por lo tanto no podemos desvincularla de la Madre de todas las fiestas que es la Pascua.

En este sentido, Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día, son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que lleva a empobrecer su contenido.

Hay que insistir que, la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.

Es bueno tener presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también, tiempo del Espíritu Santo, Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre nosotros, inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad que nos corresponde vivir.

Culminar con una vigilia:

Entre las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran, las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y significativas para quienes participan en ellas.

Una vigilia, que significa “Noche en vela” porque se desarrolla de noche, es un acto litúrgico, una importante celebración de un grupo o una comunidad que vigila y reflexiona en oración mientras la población duerme. Se trata de estar despiertos durante la noche a la espera de la luz del día de una fiesta importante, en este caso Pentecostés. En ella se comparten, a la luz de la Palabra de Dios, experiencias, testimonios y vivencias. Todo en un ambiente de acogida y respeto.

Es importante tener presente que la lectura de la Sagrada Escritura, las oraciones, los cantos, los gestos, los símbolos, la luz, las imágenes, los colores, la celebración de la Eucaristía y la participación de la asamblea son elementos claves de una Vigilia.

En el caso de Pentecostés centramos la atención en el Espíritu Santo prometido por Jesús en reiteradas ocasiones y, ésta vigilia, puede llegar a ser muy atrayente, especialmente para los jóvenes, precisamente por el clima de oración, de alegría y fiesta.

Algo que nunca debiera estar ausente en una Vigilia de Pentecostés son los dones y los frutos del Espíritu Santo. A través de diversas formas y distintos recursos (lenguas de fuego, palomas, carteles, voces grabadas, tarjetas, pegatinas, etc.) debemos destacarlos y hacer que la gente los tenga presente, los asimile y los haga vida.

No sacamos nada con mencionarlos sólo para esta fiesta, o escribirlos en hermosas tarjetas, o en lenguas de fuego hechas en cartulinas fosforescentes, si no reconocemos que nuestro actuar diario está bajo la acción del Espíritu y de los frutos que vayamos produciendo.

Invoquemos, una vez más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.